Eterno Retorno

Saturday, May 14, 2005

Pasos de Gutenberg
Rasputin, Rusia entre Dios y el demonio
Henri Troyat

Por Daniel Salinas Basave


Reflejar el espíritu eslavo en las páginas de un libro, es un arte reservado a genios como Dostoievski y Tolstoi.
Henri Troyat, seudónimo de Lev Tarassov, es tal vez el biógrafo que capta con mayor precisión y fidelidad el espíritu ruso.
Buceador incansable en las entrañas de sus personajes, Troyat tiene la habilidad de tatuar en sus libros una desnudez casi ontológica de sus biografiados.
Al menos esa fue la impresión que me quedó luego de leer Iván El Terrible y Las Zarinas, en donde sin jugarle trampas al rigor historiográfico, Troyat fue capaz de dibujarnos encarnaciones casi literarias de sus personajes.
Tal vez por ello esperaba tanto de su biografía de Rasputín y si bien la palabra decepción sería por demás injusta, lo cierto es que me quedo con la impresión de que Troyat pudo sacarle mucho más jugo a un ser tan complejo y enigmático como el mujik de Siberia.
Claro, en defensa de Tarassov, he de aclarar que soy un curioso insaciable respecto a todo lo que tenga que ver con Rasputín, quien me atrevo a decir, es el personaje del que más biografías he leído en mi vida.
Sobre el mujik de Siberia cuesta trabajo encontrar posiciones moderadas, pues lo mismo se puede dar con quienes lo consideran un místico capaz de hablarse de tú con lo divino, hasta quienes lo dibujan como un sátiro depravado practicante de las más imnundas bajezas y artífice de la destrucción del Imperio Ruso.
A casi 90 años de su muerte, Rasputín se pasea intranquilo oscilando entre el apasionado elogio de Paul Mourousy, hasta la despiadada apología criminal de su asesino, el príncipe Félix Yusupov .
Había demasiados puntos de comparación y referencia y es por ello que la biografía escrita por Troyat me dejó con ese sabor de inconformidad.
Es cierto, es una biografía bastante objetiva, labor complicada tratándose de Rasputín. Es también un trabajo completo, pues sin profundizar demasiado, el autor expone un retrato de la Rusia zarista en los años de la decadencia.
Troyat nos presenta a Grigori, el campesino de Siberia que juraba ver a la Vírgen, el hombre rudo de los bosques que practicaba una sexualidad ritual, el santón casi analfabeto que sedujo a las más petulantes damas de San Petersburgo, el hombre cuya profunda mirada bastaba para sanar las heridas del hemofílico zarevich Alejo y hacer creer a la zarina Alejandra que la divina providencia lo había colocado en el camino del Imperio Ruso.
¿Quiere usted adentrarse en los misterios de un personaje tan contradictorio como enigmático? Troyat es una excelente puerta de entrada al universo de Rasputín. Ampliamente recomendable sin duda. Pero, si usted ha leído ya otros libros sobre el personaje y está más o menos empapado en la historia del final del zarismo en Rusia, lo cierto es que no encontrará nada nuevo bajo el Sol, al menos nada aparte del placer de leer una biografía bien narrada, pero que se quedó corta respecto a sus posibilidades.

Y dale con las pinches liturgias del poder

En los últimos días he sido testigo de excesos litúrgicos del poder. No he visto hasta ahora un gobernante como Hank Rhon con una vocación tan ceremonial en el ejercicio del gobierno.
Más allá de un acto administrativo real, el arte de gobernar en Hank Rhon busca a cada momento una dimensión teatral.
Y por favor, no se crea usted que la frivolidad lo llevará al fracaso. Al contrario. Esa frivolidad es su combustible. La frivolidad es un sistema político concreto, resultado de una estrategia claramente definida que arroja resultados. El poder es después de todo una ficción que para aparentar una existecia real requiere necesariamente del histrionismo. El gobernante debe ante todo ser buen actor, por momentos cómico, a veces dramático, en todo momento heróico, magnánimo, providencial. Un gobernante requiere su escenario y su público para gobernar. Eso a Hank Rhon le ha quedado muy claro.Los pantanos ontológicos del pueblo mexicano requieren deleitarse cada cierto tiempo ante las carpas de la política y regodearse ante las pastorelas institucionales en donde angelitos culones y pérfidos demonios de tridente oxidado se juegan su destino. Estamos demasiado urgidos de venderle nuestra fe a un actor de pastorela, de la misma forma que nos jugamos el futuro en los tachones de un delantero pata chueca que falla frente al marco abierto.
No hay régimen totalitario sin liturgia. A mayor aspiración absolutista, más debe invertir el gobernante en la ceremonia de su perpetua coronación. ¿Habría existido el nazismo sin sus multitudinarios desfiles? ¿Se podría hablar de la grandeza del Imperio Romano sin arcos del triunfo? Hitler necesitó monumentales estandartes en donde una esvástica de 100 metros disimulara su condición de chaparro ridículo. Como un dios que para reinar obliga a sanitificar las fiestas cada séptimo día, el gobernante debe invertir en su liturgia para perpetuarse. El éxito en el gobierno no se mide en beneficios concretos hacia los gobernados. Eso es una ficción que en el mejor de los casos resulta un mal chiste, por no hablar de una patraña de humor negro.El éxito de un gobierno se determina en la medida en que el gobernante en cuestión supo representar al personaje que le tocó en el libreto.


De putas y pordioseros

Alguna vez, creo, lo escribí aquí en Eterno Retorno: Los pordioseros y las putas son los seres más universales de la humanidad.
En todos los siglos, en todas las lenguas y en todas las culturas el pordiosero y la puta desempeñan sin alteraciones su rol en el libreto. El rostro del pordiosero es eterno. Sobrevive cual roca de mar al paso de los milenios. La mano extendia, los ojos al suelo, buscando extraer gotas de lástima de un alma estéril. La mirada de la puta, en busca de capturar en su red el destello de lujuria que irremdiablemente saltará a la superficie, el cuerpo buscando disfrazarse de umbral a los edenes del deseo.. Vamos a Babilonia tres mil años atrás, vamos a Roma, vamos a Tijuana o a París o a La Habana: El pordiosero y la puta son omnipresentes. Están ahí, desempeñando un papel milenario, como si el suyo fuera un reflejo innato, un movimiento animal inconsciente, mecánico, como la respiración.
Putas y pordioseros del mundo, hermanados en un alma, conscientes de que existirán sobre el planeta hasta el último día de la humanidad.

Morelia

Era la Primavera de 1987. Un mayo tan caluroso como sólo los mayos regios pueden ser. Yo estaba en exámenes finales de primero de secundaria y mi promedio andaba en números rojos. Más que pelear el campeonato, yo peleaba el no descenso en mi guerra escolar. Aquel año, con un viejo equipo cuyo promedio de edad pasaba de los 32 años, los Tigres de Carlos Miloc calificaron a la liguilla. Justo en la semana de exámenes finales, los Tigres se jugaban la vida en cuartos de final frente al Atlético Morelia de Antonio La Tota Carvajal.
Juego de ida en San Nicolás de los Garza, miércoles por la noche. Los Tigres se imponen 3 a 2 a los ates morelianos. Un penal de Tomás Boy, un remate de Rergis y el histórico último gol de Cabinho en Primera División se encargaron de escribir la historia. El cuento fue diferente el domingo en el estadio Venustiano Carranza. Con dos goles de Marco Antonio Fantasma Figueroa, a quien Pilar Reyes paró un penal en aquel partido, Morelia nos sacó del torneo. Pese al desconsuelo que me produjo la derrota de mi equipo, debo admitir que yo admiraba a aquel Morelia, ese equipo de casaca amarilla con franja roja al pecho que jugaba en un diminuto estadio Venustiano Carranza cuyos aros olímpicos lucían cubiertos por frondosos árboles michoacanos. Ese Morelia de Mario Díaz, de Fantasma Figueroa, ese letal delantero que juraba haber inventado el festejo de la marometa antes que Hugo Sánchez, Mudo Juárez, Sobrino Guerrero y claro, el alma del equipo, el Cinco Copas Tota Carvajal pegando de gritos desde el banquillo. Era ese un equipo humilde que enamoraba a la gente. La temporada siguiente, luego de haber bailado al América en el Azteca, el equipo fue sacado de las regaderas para tirar unos arteros e injustos penales. Todo México, excepeto la afición águila, estaba con ellos. Recuerdo grandes juegos de aquel Morelia. Cuando yo vivía en México, solía irlos a ver cuando jugaban de visitantes en el Azteca. Ganaban o los goleaban, pero nunca me aburrían. Un día de octubre de 1995, en San Nicolás de los Garza, la Tota Carvajal dirigió su último partido y yo estuve ahí. Tigres ganó 1 a 0, con gol de Marcos Ayala en tiempo de compensación (no estoy checando revistas, todo está en mi memoria) Se fue la Tota y se fue una época en Morelia. También desapareció para siempre mi simpatía hacia ese equipo. Una naciente empresa, emergida de los más corruptos pantanos del salinismo, irrumpió en la televisión mexicana y compró al equipo, lo vistió con una horripilante playera de tienda Elektra y le pusieron el ridículo nombre de Monarcas.. Ellos lo lograron a base de esfuerzo. Ni pizca quedó de ese equipo humilde y luchón llamado Ates del Morelia. Gracias a esa mafia amargada que se dedica a eructar sandeces al mismo tiempo y a arrebatarse la palabra cual borrachos de cantina en los Protagonistas, el Monarcas Morelia es hoy en día uno de los equipos que más repugnancia me generan en el futbol mexicano. No tengo nada contra Michoacán ni contra la bella ciudad de Morelia, pero disculpen, tengo todo contra TV Azteca. Esa televisora encarna lo más podrido y corriente de la sociedad mexicana. Ricardo Salinas Pliego es la personificación de los más asquerosos vicios de la aristocracia mexicana, un usurero, explotador que se ha dedicado a sangrar a los más jodidos de los jodidos con sus baratijas de colores chillantes en rojo y amarillo. Lo siento señores, odio a Tv Azteca. Es una empresa que le hace daño a México y al futbol mexicano. Es la encarnación misma de la parcialidad periodística, de los complejos clasemedieros, de la eterna decadencia del mexicano. Y aclaro que no incluyo en esto a mis colegas periodistas que trabajan en la sucursal bajacaliforniana de esa televisora, que tiene excelentes reporteras y una gran conductora de noticieros que con su gran trabajo han eclipsado a las momias del periodismo tijuanense. Lástima que Ricardo Salinas sea su jefe. Desprecio a José Ramón Fernández, desprecio a ese cerdo con ojos de anfibio que pretende ser poeta, desprecio su amargura. Carajo, con decirles que suelo ser inmensamente feliz cuando el América le gana al Monarcas, pues se lo que les duele a esos puercos. Televisa es un asco, lo se, pero hasta me acaba por parecer un ejemplo de dignidad y profesionalismo cuando lo comparo con Tv Azteca.

Al momento de escribir esto,faltan dos horas para que los Tigres jueguen el partido de vuelta contra Monarcas. La ventaja nos favorece 3 a 2. Leonardo Álvarez peco de cobardía. Cuando el equipo tenía el 3 a 1 el Monarcas estaba muerto, trapeado sobre el césped. Cuestión de reforzar el ataque para haber matado con un 5 a 1 y resolver la eliminatoria de una vez por todas. Pero Alvarez dijo que más vale pájaro en mano, se enamoró de su ventaja de dos goles y metió a dos defensas, entre ellos su hijo, para cuidar su 3 a 1 y sólo logró que Monarcas recortara a uno la ventaja. Puta madre, es que un gol no es nada. Se que podemos quedar fuera. Yo como quiera, traigo mi camisa puesta y tengo fe en el Tigre y si ganamos, confieso que además de la felicidad que me daría ver a mi equipo en semifinales, me quedaría una morbosa emoción de ver sufrir a los tvaztecos de mierda.Lo siento, la repugnancia que me inspiran José Ramón y compañía es más fuerte que yo.

Monday, May 09, 2005

Hedor a Naftaleno
Capítulo I
I

- Todo fue culpa del olor a gasolina. ¿Sabes? He escuchado por ahí que es afrodisíaco-
La madre mira al vacío y arrojando babas le devuelve algo parecido al inicio de una carcajada.
Ferdinand ríe nervioso, presa de ese dulce cosquilleo que lo invade cada vez que hace una confesión impúdica a su progenitora.
Los ojos enrojecidos de la señora Helena Coss, viuda de Zuazua, miran hacia la ventana y se pierden en la inmensidad del Pacífico. Ferdinand sigue riendo, tratando de recordar si la historia de los poderes afrodisíacos del olor a gasolina la inventó él mismo en medio de un ocioso desvarío o la leyó en uno de los píes de página de su libro de litografías de Tom of Finland. En realidad poco le importa conocer el origen de esa hipótesis. Después de todo, piensa Ferdinand, algo de afrodisíaco debe tener esa peste a combustible que lo ha acompañado a lo largo de toda su vida.
La madre da un sorbo a lo que queda de su derretida nieve de limón bañada en vodka Absolut. El líquido verde se desparrama en su papada. Ferdinand se levanta y le alcanza una servilleta.
- Ese condenado olor, algo debe tener, o si no ve y pregúntale a tu papá a ver si la tumba te responde, dile que quieres saber porqué nunca se lavó sus manos de gasolinero de barrio- , balbucea Helena mientras intenta levantarse de la mecedora para ir a la terraza.
Ferdinand mira el rechoncho cuerpo de su madre tambalearse y piensa que de un momento a otro va a caerse.
-Mejor no vayas afuera, acuérdate que el aire te hace daño-.
Ferdinand hace esfuerzos por retenerla pero la madre se lo quita de encima con un ademán agresivo y abre la puerta de la terraza.
La helada brisa del Pacífico les pega de lleno en la cara. Ferdinand sabe que su madre perderá el conocimiento de un momento a otro. En unos minutos más deberá sostenerla y llevarla arrastrando hasta su recámara. Después tendrá que exigirles a las sirvientas que por nada del mundo le quiten la vista de encima, que vigilen su sueño y estén alertas por si vomita, no sea que vaya a ahogarse.
Más tarde, les preguntará a las empleadas, a cada una de las cuatro por separado, cómo se ha sentido su madre, qué hace el resto de la semana y le dirán, pues como siempre señor, ya ve que le gusta ponerle piquete al helado, pero nada más, no se me asuste, la cuidamos bien.
A Ferdinand le preocupa de sobremanera su descontrol con el vodka. Los últimos viernes la ha encontrado ya bien peda desde las cuatro de la tarde. Está consciente que las sirvientas no le dicen la verdad, que se han convertido en aliadas de su madre. Pero también sabe que aunque le dijeran que Doña Helena bebe todas las tardes más de media botella de vodka diluida en nieve de limón o jugos de naranja, no podría hacer nada para impedirlo.
Ferdinand haría cualquier cosa antes que contrariar a su madre o hacerla sentir culpable. Los viernes son días dedicados a complacerla y los aguarda más que cualquier otra fecha. Citas, juntas, viajes han sido postergados o interrumpidos para poder pasar la tarde en compañía de su madre.
Todos los viernes, antes de las tres de la tarde, sale de su oficina en la planta alta de la gasolinera. Consigo lleva sólo el celular rojo, cuyo número sólo conocen Zuriñe y su madre. La orden para Zuriñe es que le llame sólo en un caso en extremo urgente, pero hasta ahora Ferdinand no ha escuchado cómo es el sonido del celular. Zuriñe siempre sabe cómo resolver las cosas y su madre nunca llama.
Al volante de la Navigator blindada, cruza la frontera por la línea Sentri hasta cuya entrada ha sido escoltado por una Suburban blanca, vidrios polarizados, conducida por El Güero Rosales, su jefe de seguridad, acompañado por un par de guardaespaldas cuyas manos jamás dejan de tocar las Pietro Beretta que ocultan en la bolsa interior del saco.
Una vez en San Ysidro, una camioneta Aztec roja se le empareja en el Freeway y lo acompaña hasta la puerta de la mansión de su madre en Bahía de Coronado. A bordo de la Aztec va Rulo Cienfuegos, pelo a rape, barba de candado, saco color blanco. Él prefiere confiar en un R-15 que oculta bajo la chamarra de gamuza.
Ferdinand ni siquiera se preocupa por mirar el retrovisor. Sabe que Cienfuegos estará siempre ahí, a una distancia más que prudente. Nunca le ha gustado llevar compañía a bordo de su vehículo.
El camino a Cornado es su terapia de desintoxicación mental, el espacio en que todos los problemas son borrados lentamente. Jamás ha llegado a ver a su madre con un pendiente laboral a cuestas. Para ella sólo hay chistes, comentarios pícaros, confesiones impúdicas.
Pero la permanente borrachera de Doña Helena le ha empezado a quitar el sueño. Creció con la costumbre de mirar a su madre bebiendo siempre a escondidas y el asunto de las botellas de vodka, ocultas en el cajón de los perfumes, fue el primer secreto que lo hizo sentir el más fiel cómplice de mamá.
Pero esta tarde ella está demasiado borracha y Ferdinand cree que ni siquiera lo escucha. Le da miedo estar en la terraza. El vodka es traicionero y sabe que basta un poco de aire para poner el mundo al revés. Su madre ni se inmuta.
El viento de noviembre es frío, pero los colores del atardecer son nítidos, limpios. Las luces de los yates y cruceros que circundan la Bahía de Coronado ya están encendidas.
Doña Helena balbucea algo, como si le hablara al vacío y parece ni siquiera reparar en la presencia de su hijo. Él quiere retomar el hilo de la conversación, pero no se le ocurre ninguna frase agradable.
- Mamá: ¿Tú crees que sea afrodisíaco el olor de la gasolina?-pregunta Ferdinand después de un rato.
Doña Helena ríe sin voltearlo a ver.
- Si de verdad fuera afrodisíaco, tu papacito no hubiera sido una nulidad para la cama, como lo fue toda su vida- responde la madre y ambos se funden en una misma carcajada.
A ella también le gusta hacerle pequeñas confesiones a Ferdinand. Le agrada mucho el juego; madre e hijo dedicando las tardes de los viernes a sacar los esqueletos de su closet y hacerlos lucir engalanados como en una pasarela de modas.
A Doña Helena le gusta jugar con la curiosidad de su hijo, dejarlo picado, hacerle saber que siempre hay algo más, alguna anécdota oculta que no sabe.
Ferdinand procura que sus confesiones sean chistosas, que la hagan reír, como si todo su anecdotario disponible fuera un chiste rojo sobre su propia vida. Pero ambos saben que hay cosas que no se dicen.
La madre le tiene una ciega confianza a su propia lengua. Está consciente que ni en la peor de sus borracheras la ha traicionado. Por ello sabe que depende solamente de ella el seguir administrando sus secretos y tiene plena seguridad de no haberle contado nunca que además de la nieve con vodka, le gusta dar fumadas a una marihuana buenísima, olorosa y aceitosita que Engracia, su cocinera, le consigue quién sabe dónde.
Tampoco le ha contado que para matar el aburrimiento en las tardes de entre semana, el mejor remedio es el niño Macario, el hermanito de Cirilo el jardinero.
Hace varios meses que Cirilo le trae al niño, todos los martes y los jueves sin falta. Macario tiene 13 años, la piel color caoba y los ojos de venado en alerta.
Le gusta ser ella misma quién lo desnuda, aunque últimamente le da por ordenarle que se suba a la mesa y se quite la ropa mientras le baila.
Doña Helena, vodka en mano, se pasa las horas contemplando el cuerpo tenso del niño que se balancea torpemente sobre la mesa de mármol de la sala. Le gusta mirar sus nalgas morenas, de redondez firme y las piernas nervudas, correosas. A veces se queda dormida. Otras, lo llama junto al sillón y acaricia ese falo de hombre que emerge tímido entre la indefinida pelusa de niño.
Doña Helena adora ese silencio inquebrantable, ese rubor extremo que se transforma en algo que no sabe si es miedo o excitación, cuando ella, con su arrugada mano repleta de anillos, empieza a frotarlo lentamente y sólo hasta que siente el calor de la leche resbalar por el dorso de su mano escucha de labios de de Macario un débil gemido que es hasta ahora, lo único que sus cuerdas vocales le han regalado.
Ferdinand también oculta algunas cosas. Jamás habla con su madre de la marcha del negocio.
Todo va perfecto, cascadas de dólares, ganancias a raudales, le responde esas raras veces en que Doña Helena le cuestiona sobre la empresa. Tampoco le ha platicado que de un tiempo para acá, se siente muy nervioso cuando no lleva consigo la cajita de plata y la cucharita del mismo material, que retaca de coca cuatro veces al día, hasta seis en jornadas de estrés extremo. Con más razón le oculta que fue Zuriñe quién le contagió ese vicio. Sabe que con lo celosa y posesiva que es su madre, bastaría ese detalle para que pase el día hablando pestes de esa chica a la que sólo ha visto una vez en su vida, misma que le fue suficiente para afirmar que es una mala compañía y que nada más con mirarla a los ojos de ladina que se carga, le dio una pésima espina.
A veces a Ferdinand le gustaría abrirse de capa y contarle a mamá todas sus cosas. El dulce cosquilleo que le invade aumenta su intensidad en la medida que es más cochina su confesión, pero aún oculta demasiados secretos de su pasado y presente.
Ya no le inhibe describir la hermosura de un hombre ante su madre ni platicarle que José Nabor, el indio yaqui, la tenía de toro en celo.
Pero le sigue ocultando que cuando se retira a encerrarse en su habitación, luego de dejarla borracha e inconsciente al cuidado de las sirvientas, siempre dedica al menos media hora a ver el mismo video hard core. Una película cuyo nombre ignora y que trata sobre unos boys scout perdidos en un bosque en dónde se dan gusto celebrando orgías. Compró esa película hace tres años y desde entonces le gusta verla casi todas las noches. Repite una y otra vez la escena de un rubiecito adolescente, ojos azules, expresión de niño inocente, que es violado por un par de negros grandulones que le arrancan el traje de scout y lo arrojan de espaldas a la hierba. Nunca se ha aburrido de la escena, que suele mirar, con un vaso de Chivas en las rocas que antecede al valium y medio que conjurará su insomnio. Sólo a veces, Ferdinand se masturba frente a la pantalla. This is not a Love Song-

Tomó café lentamente. Los minutos de la mañana parecían inmóviles. La jubilación sería como estar en un coma del alma, esperando la llegada de la Muerte.Con la idea de matar en algo el tiempo, fue a la tienda de abarrotes a comprar un poco de leche para el café y decidió también comprar el diario, para ver si su lectura podía acelerar en algo el transcurrir de su primera mañana de desocupado.La primera página hablaba de bombardeos intensos, miles de civiles muertos y psicosis mundial por armas químicas. Ninguna nota le pareció interesante, así que pasó a las páginas locales de seguridad en donde encontró un encabezado en estridentes letras rojas que al principio no comprendió. ARMAS QUÍMICAS EN RÍO VERDE. Despiadado psicópata envía carta infectada con esporas de Anthrax. La nota se refería a Alesia Madero, ama de casa de 31 años de edad, fallecida anoche en el Hospital Civil, luego de ser internada de urgencia tras abrir una carta firmada por Marco Sierra. Las hojas venían rociadas con un extraño polvo que según los primeros informes arrojados por el Servicio Medico Forense, contenía una fuerte cantidad de esporas de la fatal bacteria.Hasta el momento no se tenían mas detalles, pues los peritos no eran capaces de descifrar el poema escrito en las hojas contaminadas. Lluvia Salguero

Contemplar mundo desde la bisagra(Prólogo de Encranación Leydelmonte)

Fue una típica noche de noviembre en Baborigame. Todo parecía estar en su sitio. El insomnio, las imágenes obsesivas de mi pasado y la taquicardia, habían llegado puntuales a mi cama.Decidí ser fiel a mi estrategia seguida en las últimas semanas, consistente en no declarar la guerra al insomnio y rendirme apenas lo viera entrar por la ventana.Una vez firmado el armisticio y resignado a estar despierto hasta el amanecer, opté por ir caminando hasta mi despacho en el Departamento de Letras Muertas de la Universidad.Había una neblina de esas que pueden cortarse con cuchillo y estaba cayendo un aguanieve como sólo los hay en los helados otoños de Baborigame.Llegué a la Universidad cubierto de escarcha. Acostumbrado ya a mis delirios de insomne, el velador ni siquiera se extrañó de mi presencia.Avancé a tientas por el pasillo a oscuras hasta dar con mi despacho. Al llegar toqué con los píes un paquete que se encontraba atorado a medias bajo la puerta. Al encender la luz me encontré con un sobre de color amarillo, que sin duda tenía poco de haber sido puesto a la entrada de mi oficina, pues estaba aún helado y cubierto de escarcha.Pese a ello, mi nombre y dirección, escritos en tinta negra no se habían borrado del todo.En la parte posterior alcancé tan sólo a leer el nombre de Paredón Coahuila como remitente.Por fortuna, las hojas en el interior estaban húmedas pero no empapadas. Eché un rápido vistazo. Calculé que eran cerca de 80 páginas, todas escritas a máquina y sin grapar. Algunas tenían píes de página escritos sin duda con la misma mano que anotó los datos en el sobre.En la primera página se leía lo que supuse sería el título del texto: Sueño de una tortuga bisagra.Me bastaron los primeros párrafos para darme cuenta que estaba ante el tipo de narración que yo jamás escribiría. ?El Sueño de la tortuga bisagra? estaba conformado por cinco cuentos que me parecieron de una sencillez involuntaria e inocentona.Imaginé un autor sin muchas lecturas en su arsenal, para el que lo más importante era simplemente contar historias, no como contarlas. Aún así, tal vez por lo terco del insomnio o por lo improbable del hallazgo, no pude abandonar el texto.Recuerdo que amanecía cuando acabé de leer el quinto cuento y llegué hasta la última página donde pude leer los datos del autor.Fue así como supe de la existencia de una escritora llamada Lluvia Salguero, nacida el 29 de julio de 1976 en San Juan de las Azufrosas, en cuyo currículum tan solo constaban sus estudios de primaria en Paredón y su exilio a San Pedro de las Colonias cuando tenía 13 años por razones del trabajo de su madre. Su mayor conquista fue haber sido segundo lugar del concurso de lectura de escuelas secundarias organizado por el Ayuntamiento de San Pedro.A partir de su solitario regreso a San Juan de las Azufrosas a los 17 años fue que comenzó a escribir. Su primer cuento lo tituló ?Aritmética en petroglifos?.Por ese entonces consiguió editar junto con un par de amigos una especie pasquín de apenas cuatro hojas que tituló ?La Mordida del Armadillo?, en cuyo primer número aparecían publicados ?Aritmética en petroglifos? y ?Lluvia en Icamole?, escrito este último por su amigo Melitón Farías, cuento que según me confeso Lluvia tiempo después, fue escrito para ella como una estrategia de conquista amorosa.?La Mordida del Armadillo? consiguió sobrevivir cuatro números, hasta que Melitón Farías, cuyo bolsillo financiaba la totalidad del proyecto, quedó en bancarrota total.Luego de este fracaso, Lluvia decidió emigrar nuevamente. Empezó a ganarse la vida como guía de turistas en el Desierto de Cuatro Ciénegas y hasta allá fui a encontrarla una mañana de febrero, apenas tres meses después de haber recibido su envío.Durante los tres días que pasamos recorriendo áridos parajes, prácticamente no hablamos de literatura, pero quedé impresionado de su conocimiento de las rutas, caprichos y leyendas del desierto. Al final de mi estancia me entregó su cuento ?Cuando los acereros ya no silban?, mientras que yo la invité a que nos visitara en la Universidad a principios de abril para que ofreciera una lectura.Aunque no se lo dije en ese momento, me seducía la idea de pactar un encuentro entre Lluvia e Ipanema Davilia, capricho que hasta el momento no he podido cumplir, en gran parte por la abultada agenda de Ipanema.El pasado 23 de diciembre, recibí en mi despacho El Día del Cartero, su mas reciente cuento, mismo que decidí incluir para que abriera esta antología. EL