Eterno Retorno

Saturday, March 13, 2021

Harris y los Hammers

 


Siendo un adolescente, a principios de los setenta, Steve Harris jugaba con buena fortuna en el equipo juvenil del West Ham United, el club de sus amores, con chances reales de debutar en primera división. Al mismo tiempo daba rienda suelta a su otra pasión, la música, tocando el bajo en bares del este de Londres. Allá por el 74 llegó el instante de decisión y el momento de elegir entre el futbol profesional o el rock. Si hubiera elegido lo primero, hoy solo sería un ex futbolista del montón, pero eligió lo segundo y se convirtió en el fundador, líder, principal compositor y alma de la mejor banda de tooodos los tiempos que por si ustedes no lo saben se llama Iron Maiden. El mejor bajista del mundo metalero (y el músico profesional que mejor juega al futbol). En fin, si por casualidad se lo encuentran felicítenlo, pues hoy 12 de marzo cumple años.

Pd- Por cierto, la foto fue tomada en otoño de 1998, previo al concierto de la Doncella de Hierro en Monterrey con Ángeles del Infierno de abridor (la primera de las seis veces que he visto a Maiden). Han pasado 23 años. Steve se ve igualito; yo, evidentemente, no.

Up the Irons!!!

¿Dónde nace un personaje de ficción?


 

¿Dónde nace un personaje de ficción? ¿Cómo son los cimientos de un pueblo imaginario? ¿Surgen por generación espontánea en el tejido neuronal de su creador o acaso brotan del entorno? Aunque sobran teorías para tratar  de explicar científicamente la creatividad artística, lo cierto es que sigue siendo, pese a todo, un grandísimo misterio. Se puede creer que la cabeza de un artista es tierra fértil para parir y materializar ideas sin importar en dónde se encuentre y cómo vida, sin embargo, el lugar y las circunstancias en que es concebida y creada una obra pueden llegar a ser determinantes.  Por ejemplo, los primeros capítulos de Don Quijote de la Mancha, los escribió Miguel de Cervantes estando preso en la cárcel de Sevilla acusado de malversar fondos en su papel de recaudador de impuestos. Es posible que la idea del Ingenioso Hidalgo rondara la cabeza del Manco de Lepanto desde algún tiempo atrás, pero necesitó estar en una celda sevillana para empezar a dar forma a la que a la postre sería su novela inmortal. Tal vez si en lugar de caer preso en Sevilla, Cervantes hubiera obtenido permiso para embarcarse a la Nueva España como era su deseo, el Quijote jamás habría nacido o sería una obra harto distinta. Malcolm Lowry no escribió Bajo el volcán inmerso en un delirium tremens de mezcal en Cuernavaca o en Oaxaca, sino en una fría cabaña de la Columbia Británica en un periodo de aislamiento y relativa sobriedad. Mary Shelley concibió el Frankenstein durante su estancia en la mansión de Villa Diodati a orillas del lago de Ginebra a donde fue invitada junto con su esposo Percy por el extravagante Lord Byron. Gabriel García Márquez escribió Cien Años de Soledad a lo largo de 18 meses mientras vivía en la casa marcada con el número 19 de la Calle de la Loma en el Barrio de San Ángel, en la Ciudad de México, durante un periodo de muchísimas carencias económicas.  Cierto, la idea de Macondo, según narra el propio Gabo en su autobiografía Vivir para contarla, brotó en 1952 durante un viaje realizado en compañía de su madre a su natal Aracataca donde se reencontró con la casa de sus abuelos y las leyendas del poblado. Macondo aparece ya en su primera novela, La hojarasca y en el último relato de Ojos de perro azul, Isabel viendo llover en Macondo, sin embargo fue hasta que llegó a vivir a la casa de San Ángel cuando pudo dar forma a la historia de los Buendía Iguarán. ¿Habría cambiado mucho la esencia de la novela si hubiera sido escrita en otra casa, en otra ciudad o en otro momento de la vida de Gabo? Difícil responder esa pregunta. Yo tendré que averiguarlo a título personal, pues dicen que el otoño va a transcurrir justamente en esa vivienda de San Ángel, la Casa Cien Años de Soledad. Gracias al apoyo de la Secretaría de Cultura de Baja California y la Fundación para las Letras Mexicanas, tendré la oportunidad de ir a vivir y a escribir en las mismas habitaciones donde García Márquez creó la novela que marcó el antes y el después de la literatura latinoamericana. Lo que pueda brotar de esa experiencia sigue siendo un grandísimo misterio. Creo que debo estar alegre, pero por ahora las dudas le van ganando por goleada a las certezas.

 

Wednesday, March 10, 2021

llámenme Habacuc

 


Como este es un relato cuyo tema tiene que ver con ir a buscar la vida en la parte líquida del mundo a bordo de una nave de los locos, podría comenzar diciendo que al encontrarme sin ningún dinero en mi cartera y nada  interesante para mí en tierra,  se me ocurrió ir mar adentro rumbo a una isla rodeada de tiburones blancos. Quiero creer que esa es la manera  como puedo disipar la melancolía de este noviembre lluvioso y también tengo sobradas sospechas para intuir que este viaje será en verdad el sustituto de un revólver y seis balas. Ah, se me olvidaba: llámenme Habacuc (sí, ese es mi nombre).

Si el horóscopo o las galletas chinas espetaran al chile y sin tapujos la negritud del futuro inmediato, habrían tenido a bien advertirme que una fatal alienación de astros o una suma de aleatoriedades hostiles acabarían de derrumbar los despojos de mi vida en tan solo una semana. 

Monday, March 08, 2021

Bye bye, Chief Rebel Angel

 


De pronto, entre los obituarios de Cepillín y no sé cuántos más, me entero de reojo y casi como no queriendo la cosa que se ha muerto Lars-Göran Petrov. Claro, ustedes seguramente preguntarán ¿y quién carajos es ese tipo? Bueno, digamos que no era exactamente una celebridad hoy en día, aunque hace 32 añitos el señor cantó en un álbum fundacional que marcó e influenció a miles dentro de un subterráneo subgénero, entre ellos a mí. Lars-Göran Petrov era el cantante de Entombed, una banda sueca pionera de la vieja escuelita del Death Metal que allá por 1989 se presentó en sociedad con uno de los discos metaleros más brutales y contundentes de toda la historia: el Left Hand Path, sin duda de mis títulos favoritos de todo el género, un álbum al que retorno una y otra vez y que siempre suele ir en el carro para escucharlo de noche en la carretera. Si eres metalero entonces sabes de lo que hablo y si no, pues mi recomendación es que te des la oportunidad de escucharlo al menos una vez en tu vida. Además Left Hand Path como concepto encarna una filosofía existencial. A mí me gustaba mucho ponerlo mientras leía Noir sueco. El outro de la rola homónima es ideal como soundtrack de una novela de Mankell. Petrov es el del chaleco y la camiseta de Bathory en la imagen que aquí incluyo. Esa foto la tomé hace cinco años en el House of Blues de San Diego, cuando le abrieron a Amon Amarth como Entombed AD. Ya había tenido la fortuna de verlos trece años antes (con la banda original) como abridores de King Diamond en 4&B. Este otoño estarían en el Metal Fest de Monterrey. Petrov era un headbanguero de viejísima guardia sin mayores pretensiones, un bato típicamente chelero y demadroso, bastante cateado por la vida paria. En aquellos años fundacionales, las dos capitales mundiales del Death eran la soleada Tampa y la helada Estocolmo. De esta última brotaron Entombed, Dismember, Unleashed, Carnage, Opeth (y luego llegarían los virtuosos de Goteburgo con At The Gates a la cabeza, Dark Tranquillity, In Flames). Si Left Hand Path encarnaba la brutalidad, su tercer álbum, Wolverine Blues, encarnó el ritmo como la primera obra de Death&Roll (un descarado coqueteo con lo punketo). Después Entombed, como tantísimas bandas, envejeció mal, cuando con muy poca fortuna quisieron jugar a sonar alternativos y aunque con el Siglo XXI retornaron como hijos pródigos al sonido metalero, ya nada fue igual. Al final del camino, el canijo cáncer se llevó a los dos cantantes padrinos del género en USA y Suecia: Chuck Shuldiner, mentor del sonido americano, muerto prematuramente en 2001, y Petrov, que acaba de felpar hace unas horas. Hace dos meses petateó el virtuoso Alexi Laiho. Al Death le llueve muerte. But life goes on, dice una de las rolitas más viejas de la banda (de la época de Nihilist) “Dead-Deceased but life goes on. I will be the one who won. Continue to seek and you will see…That life is your worst enemy”. Camino de la Mano Izquierda por siempre!!!

Sunday, March 07, 2021

Los sepultureros y la sepultada juventud

 

Éramos tan odiosa y groseramente jóvenes... La foto fue tomada el 9 de diciembre de 1991, el día que Max e Igor Cavalera, cantante y baterista de Sepultura, visitaron Zorba Interlomas, la recién inaugurada tienda de discos donde yo trabajaba. Yo soy el de azul y allá atrás se ve mi amigo Paul Valdivia; el más alto es Freddy Trajtman (dueño del changarro) y Toño, el gerente. Los Sepultureros se habían recetado una tocada matadora en la arena de Tlalnepantla dos días antes y por supuesto yo estuve ahí, pateando duro en el moshpit. En aquel entonces Sepultura encarnaba para mí lo más cabrón de una escena metalera de por sí cabronérrima y brava. El centro comercial Interlomas acababa de ser inaugurado el 20 de noviembre y yo empecé a trabajar en Zorba justo el día que murió Freddy Mercury. Tenía 17 años y fue el primer empleo en nómina de mi vida. Trabajaba por las tardes saliendo de la prepa y los fines de semana íntegros. A mi manera, así piradísimo como estaba, fui feliz. Interlomas era un hervidero los fines de semana y nosotros no nos dábamos abasto vendiendo discos. Los más pedidos eran el Greatest Hits y el Inuendo de Queen (la muerte de Freddy fue una excelente vendedora) el Achtung Baby de U2, el Dangerous de Michael Jackson, el Black Álbum de Metallica y el de los boleros del siempre pestilente luis miguel. En aquel entonces un cd costaba en promedio 65 mil viejos pesos y era un pequeño lujo. Para que se den una idea, mi salario mínimo como empleado de medio tiempo era de unos 400 mil viejos pesos si mal no recuerdo. Eso sí, con lo que desquitabas era con las ventas. Te daban un 1% por cada disco vendido y yo vendía un chingo. Recuerdo que en enero del 92 me pagaron mis comisiones y por primera vez en mi existencia supe lo que era tener más de un millón de viejos pesos en las manos. La pequeña fortuna la invertí en una pesadísima chamarra negra de auténtico cuero llena de zípers y botones. El resto lo gasté en reventones, tocadas, ropa, chelas, libros. Si había o no había futuro era cosa que no importaba. La juventud es un incesante y desquiciado presente en donde los veinte años resultaban una incógnita aún lejanísima. Yo vendía música en la época que he sido más intolerante en lo musical. En aquel entonces tendía a rechazar todo aquello que no fuera metal extremo, hard core o radikal vasco. La mera mata de la primera ola deathmetalera pasó por Tlane en aquellos años y yo no me perdía ni uno: Obituary, Kreator, Death, Sadus, Pestilence, Cannibal Corpse, Carcass y el entrañable Eskorbuto. No había internet, ni ventas en línea y solo unos poquísimos ricardos cargaban unos prehistóricos celulares mastodonte. No había wokes ni ofendiditos, a las cosas las llamábamos por su nombre, la vida era una fiesta desenfrenada, los noventa apenas comenzaban y ni nos imaginábamos la locura por venir.


Gabo es ante todo una cadencia

 


1- Gabo es ante todo una cadencia, un ritmo, una forma de acompasar la respiración mientras lees. Como ciertos riffs o tonos que solo pueden provenir de un músico o ciertos trazos que solo puede ejecutar un pintor, a Gabo puedes reconocerlo leyendo a ciegas. No es cualquier cosa ser dueño de una armonía prosística que reconoces a la primera. Solo con el tocayo Daniel Sada me ocurre algo semejante.

2- Te apuesto doble contra sencillo a que recuerdas el entorno y las circunstancias de tu vida en que empezaste a leer a Gabo. El de Aracataca fue una terca omnipresencia en mi vida en la frontera entre la tardía adolescencia y la juventud, en el umbral entre la prepa y la universidad, y mi vereda lectora bifurcó a otros mundos Sí, yo sé que ser deicida está de moda, que es muy cool decir que ya lo dejaste atrás, que el “boom” fue una imposición, que hiciste “crack” y “puum” y “cash”, de que McOndo ya fuiste y viniste. Bla, bla. Igual te apuesto a que después de leerlo tu camino de vida no volvió a ser el mismo.

3- Yo empecé con La Hojarasca, un ejemplar verde de Sudamericana que pertenecía a mi madre. Me recuerdo leyendo Cien Años durante una breve etapa en que me hice menso en un taller de motocicletas, o El general en su laberinto durante un viaje a la Mesa del Nayar. Recuerdo que fue mi colega Norman Navarro quien me dijo que el compañero de viaje de todo buen reportero debía ser Relato de un náufrago. Recuerdo recibir Noticia de un secuestro el día que llegó a Monterrey, minutos antes de subirme a un avión y entregarme a un autoexilio. Recuerdo ir releyendo sus cuentos completos en el viaje Tijuana-Bogotá cuando fuimos a la final del premio que lleva su nombre.

4- Lo que más admiro de Gabo es que nunca dejó de ser reportero. Era poeta de closet, genio universal de la novela, pero ante todo y sobre todo un reportero. Por eso tengo en un altarcito aparte Crónica de una muerte anunciada, Relato de un náufrago y Noticia de un secuestro, una trilogía perfecta si quieres saber en qué consiste esa divina utopía que llamamos periodismo narrativo.

5- Nadie relee tan bien a Gabo como Juan Villoro. Tuve la gran fortuna de acompañarlo en el teatro del Cecut cuando descifró y reconstruyó el último día de la vida de Santiago Nasar y me volví a emocionar escuchándolo a la distancia hace un par de días, reinventando el naufragio de Luis Alejandro Velasco desde la Casa Estudio Cien Años de Soledad. Describir es hablar de la emoción que eso nos suscita. Al caer la noche, no pude hacer otra cosa que volver a navegar en el Caldas y naufragar entre infinitas aletas de tiburones caribeños.

6- Hoy es 6 de marzo. Vamos a tomarnos un aguardientico a la salud de este señor.