Eterno Retorno

Wednesday, September 01, 2021

Colegas, colegos y colegues

 


Cuando me dirijo a un grupo o un auditorio yo suelo llamarlos colegas. También suele ser mi forma de dirigirme a un desconocido. Poco importa que practiquemos el mismo oficio. Para mí somos colegas por el solo hecho de estar vivos y respirar. Muchos años después, caigo en cuenta de que mi manera de dirigirme al mundo no podría ser censurada por los defensores del lenguaje incluyente, pues no existe la expresión colegos aunque hasta alturas del juego me pregunto si no querrán obligarme a pronunciar colegues. Tampoco es tan improbable. 

 Las lenguas son entes vivos, ríos cuyos cauces pueden bifurcar con su afluente o desembocar a un mar. Las lenguas no son entes pétreos e inmutables. Todo el tiempo están cambiando. ¿Cómo nació el español? Como una jerga de frontera entre el mundo castellano y mozárabe donde había elementos romances de latín vulgar y expresiones arábigas con vestigios visigodos. Claro,  el español del Cid o el Arcipreste de Hita se parece muy poco a lo que hoy hablamos, como sin duda nuestra jerga del Siglo XXI tendrá muy poco que ver con lo que se hable dentro de 500 años. Una lengua no nace o se impone a priori por decreto. Ahí está el rotundo fracaso del esperanto. Nuestra riquísima diversidad dialectal nace de la costumbre o la comodidad, no del dogma.  A menudo las jergas de juventud acaban por transformarse en lenguaje de uso común. Por ejemplo, los jóvenes de los sesenta no impusieron a chaleco el “qué onda güey” y hoy es un saludo que se repite millones de veces al día entre gente de todas las edades. Ahora bien, aquí viene la pregunta que encarna el meollo del asunto ¿el lenguaje incluyente se volverá de uso común? Por lo que a mí respecta será interesante fungir como un curioso e imparcial observador del fenómeno. A menudo las deformaciones lingüísticas irrumpen sin avisar y se van dando de manera natural. El lenguaje incluyente no es solo una cuestión generacional que enfrenta una jerga de jóvenes contra el habla formal de los viejos, sino que acarrea consigo un credo, una declaración de principios y eso es lo novedoso del fenómeno. Cuando tú pronuncias todes, elle o compañere estás enarbolando una bandera, pronunciándote como firme creyente de una ideología. ¿Se mantendrá como un lenguaje sectario o logrará imponerse y convertirse en la lengua de uso común y mayoritario? ¿O acaso la humanidad se partirá en dos grandes bloques lingüísticos enfrentados entre sí? Yo rechazo a priori todo lo que se intenta imponer por decreto o dogma. No tengo inconveniente alguno en referirme a alguien como compañere si esa persona se siente más cómoda al ser llamada así. Los problemas empiezan cuando me quieren imponer algo a chaleco. El grave problema con la generación woke es que se victimiza y en nombre de sus sentimientos heridos recurre a la cancelación e imposición y dudo mucho que una jerga esencialmente dogmática pueda ser encorsetada en el habla común y metida como zapato a la fuerza. En cualquier caso me declaro un observador que mirará con sumo interés la progresión de este fenómeno, aunque si de apostar se trata,  todo indica que hablaré como hablo ahora hasta el último día de mi vida.  

 

Monday, August 30, 2021

Lo que cabe en una biblioteca

 


 

Durante el mes de agosto he tenido la fortuna de poder charlar con cinco interesantísimas personas quienes me han narrado historias fascinantes de la Tijuana profunda. Ellos son Luz María Orozco,  Rosy González, Alfredo Laurean, Gil Sánchez e Irene Sotelo. La próxima semana platicaré con Guillermo Ríos. ¿Qué tienen en común todas estas personas? Que han entregado más de la mitad de sus vidas a las bibliotecas públicas de Tijuana. Bibliotecarios, Memorias de un libro, historias en comunidad, es un proyecto impulsado por el Instituto Municipal de Arte y Cultura de Tijuana que dirige Minerva Tapia y al que fui invitado a colaborar por Alberto Paz. Me honra poderme sumar a esta iniciativa porque tiene como finalidad homenajear y hacer visibles a estos héroes ciudadanos que laboran a menudo en condiciones no muy cómodas que digamos, por no hablar de franca precariedad. Poca gente sabe que en Tijuana hay 24 bibliotecas públicas. Nuestra biblioteca central, que es la Benito Juárez, estuvimos a punto de perderla luego de que en forma arbitraria el gobierno de Jaime Bonilla pretendió convertirla en recinto de burócratas tras entregar el centro de gobierno a la UABC. Si la biblioteca Benito Juárez enfrenta carencias y tiene un acervo limitado, las que se encuentran en la periferia de la ciudad sobreviven en condiciones paupérrimas. A menudo los bibliotecarios acaban fungiendo como gestores sociales e involucrándose directamente como mano de obra en la rehabilitación de estos espacios casi siempre olvidados por el presupuesto.  Me queda claro que en la lista de prioridades de los ayuntamientos de Tijuana las bibliotecas ocupan el último peldaño. Platicando con estos bibliotecarios, me doy cuenta en la trascendencia del rol social y cultural que juega una biblioteca en una comunidad, sobre todo si se trata de una comunidad marginada. La biblioteca es un espacio público que no margina a nadie, un pequeño oasis en medio del caos urbano, un reducto de calma entre calles a menudo hostiles. Hay miles de hogares en México en donde no hay un solo libro y donde no se tiene acceso a ninguna actividad cultural. A una biblioteca puede entrar cualquier persona que lo desee. Todos los bibliotecarios coindicen en que hay vecinos que se involucran a tal grado en la biblioteca, que acuden casi a diario y participan en todas las actividades organizadas. Para una persona que vive en condiciones de marginación en un entorno violento, una biblioteca puede ser su único refugio, su paréntesis.   Luz María Orozco, encargada de la biblioteca Clemente Rojo, ubicada en la conflictiva subdelegación Florido-Mariano, me narró la historia de Nacho, un chico joven que iba todas las tardes a la biblioteca y que se involucró tanto, que acabó realizando labores voluntarias de limpieza y reparación. Nacho murió de una enfermedad a los 24 años y a decir de Luz María, su fantasma es ahora el guardián de la biblioteca. Irene Sotelo tuvo que alzar la voz frente a un alcalde y fungir como gestora para lograr que el Ayuntamiento le hiciera mínimas mejoras a la biblioteca Juan Rulfo. Los altos funcionarios han desperdiciado el potencial de una biblioteca pública en la conformación del tejido social y la vinculación comunitaria. Hace falta presupuesto, sí, pero sobre todo voluntad y creatividad de parte de los alcaldes, porque por lo que a los bibliotecarios respecta me queda claro que dan todo y es gracias a su terquedad y abnegación que estos recintos no se han extinguido.