La sombra de un dios espectral acechando desde el gran útero cósmico
También la luz de la ciencia produce monstruos y los hombres de números y
ecuaciones acaban mirando a los ojos de
los demonios. Uno piensa que en el mundo de las ciencias exactas no habría
lugar para la locura, que la epifanía y el delirio místico son propios de
poetas malditos, pero hoy me ha quedado claro que un químico o un matemático pueden
naufragar en abismos y acabar viviendo temporadas en el infierno que ni siquiera
un Rimbaud o un Nerval habrían imaginado. Creo que Un verdor terrible
de Benjamín Labatut es ya uno de mis candidatos a libro del año. ¿Ensayo sobre
científicos locos o vidas imaginarias a lo Schwob? No lo sé. En cualquier caso
este libro me ha acercado a las existencias y pasiones de personajes que me eran lejanos.
Vaya, creo que he leído demasiadas biografías de artistas o de caudillos, pero
nadie me había mostrado de esta forma el tortuoso camino de los hombres de
ciencia y lo intrincado de sus laberintos mentales. Por Las partículas
elementales de Houellebecq y por Breaking Bad sabía de Werner Heisenberg, pero
acaso nunca había dimensionado el nivel de su genialidad y su locura ni lo
encarnizado de su rivalidad con Schrödinger y su bipolar relación con su padrino
Niels Bohr. Mucho menos sabía de Fritz Haber, el judío germano creador del
cianuro de hidrógeno y por ende de la guerra química y del Zyklon que acabó
matando a sus familiares en los campos de concentración. O qué decir de su esposa, Clara Helene Immerwahr, la
primera mujer en obtener un doctorado en química, quien acabó pegándose un tiro
en el corazón. Particularmente fascinante y desgarradora la vida del matemático Alexander
Grothendieck que acabó inmerso en una suerte de misticismo pordiosero o Karl
Schwarzschild el primero que dimensionó la densidad de los hoyos negros y que
le escribió una profética carta a Einstein con soluciones a la teoría de la
relatividad, pocos días antes de morir de una enfermedad autoinmune en las
trincheras de la Primera Guerra Mundial. El Azul de Prusia que brillaría en la
Noche estrellada de Van Gogh, en La gran ola de Kanagawa o en los uniformes del
ejército del káiser, descubierto cuando la química aún tenía rostro de
alquimia. La enigmática oscuridad de la mecánica cuántica, el corazón del
corazón en un agujero negro, las abstracciones demoniacas de las matemáticas y
la sombra de un dios espectral acechando desde el gran útero cósmico. La ciencia,
la más peligrosa y fascinante de todas las artes humanas.