Finalmente aquí está Réquiem por Gutenberg, el ensayo que escribí en el verano 2010. Ha sido una larga espera, pero este nuevo barco de papel (cuya amotinada tripulación clama a los cuatro vientos, vaya paradojas, la muerte del papel) ya está en mis manos, listo para zarpar.
Vivimos una época en la que parece haber demasiada prisa por condenar a muerte el presente. Obsesionados por una vocación de futurólogos asesinos, nos da por descubrir el deforme rostro de lo obsoleto en cada aspecto de la vida diaria. Tal parece que el ser “absolutamente moderno” de Rimbaud encuentra su máxima realización en la medida que dicta sentencias condenatorias. La única forma de aspirar a la modernidad es aniquilando o pretendiendo aniquilar el presente. Aferrarse a él constituye un pasaporte inmediato a la inmolación. La ridícula marca de lo caduco, lo anacrónico, lo pasado de moda, amenaza con posarse sobre nosotros y nada parece darnos más pavor. Hay que matar, dejar atrás, olvidar y pasar a la siguiente página...Next.
El mayor absurdo y la total contradicción parten de la creación misma de este libro. El solo hecho de haber escrito en papel un ensayo sobre la muerte de la letra impresa es en apariencia la mejor y más efectiva forma de hacer pedazos la teoría del funeral de Gutenberg. Las imprentas del mundo agonizan en nombre de las pantallas y para hablar sobre la inminencia de su muerte, no se nos ocurre nada mejor que mandar imprimir textos. Las imprentas moribundas sonríen desde su lecho mortuorio. “Por favor no nos declaren desahuciadas”, claman las hijas de Gutenberg yacientes en la sala de terapia intensiva desde donde tiran cientos de miles de hojas en las que se lee la historia del final de la era del papel.
Si estas palabras pudieran transformarse en notas musicales, elegiría transformarlas en un réquiem. De no ser porque los funerales son actos donde suele reinar la hipocresía y cada palabra pronunciada es por definición un lamento o un elogio embarrado de falsedad y compromiso, diría que he pretendido construir en estas páginas un discurso funerario. Pero aquí no se trata de cubrir de falsos elogios al muerto, o en este caso al moribundo. Mucho menos caeremos en la tentación plañidera de los homenajes póstumos. Aquí se trata de escupir verdades y si es necesario, ayudar a bien morir al agonizante, aunque con su muerte se vaya una parte de nosotros.
Friday, July 06, 2012
Wednesday, July 04, 2012
NOCHE TRISTE- Por Daniel Salinas Basave
Durante buena parte del Siglo XIX mexicano, no hubo cambio de gobierno sin cuartelazo y rebelión de por medio. Presidentes de plastilina que duraban unos meses en el cargo desfilaban por Palacio Nacional antes de ser derrocados por asonadas, traiciones o motines. En el México del Siglo XIX, con un 90% de la población sumida en el analfabetismo y la más absoluta ignorancia, los mexicanos ni siquiera se alcanzaban a enterar si su presidente en turno era liberal, conservador, centralista o federalista o si había un ejército extranjero invadiendo el territorio. Cambiar de gobierno significaba irremediablemente sangre y muertos. Visto desde ese ángulo, creo que podemos sentirnos satisfechos de que en este país cambiar de presidente haya dejado de ser algo traumático. Cierto, tenemos procesos electorales con blindajes carísimos que aun así no logran extirpar la perpetua desconfianza, pero salvo por el indignante caso del joven brigadista del PAN asesinado en Chiapas, nuestras guerras civiles electorale suelen limitarse a insultos en el facebook. La mañana del 2 de julio me he levantado, he tomado mi bicicleta y las calles tenían el ánimo de cualquier lunes. Los voceadores alzaban los periódicos, los taqueros despachaban a sus clientes, los oficinistas corrían celular en mano y miles de automovilistas se peleaban con el tráfico. México amaneció con el ánimo de aquí no ha pasado nada y la vida sigue. Me siento afortunado de vivir en un país donde por fin tenemos algo que se parece a una democracia funcional y lo aprecio, pero aun así la noche del domingo fue una noche triste. Sí, se que en cualquier democracia es sana la alternancia, pero honestamente creo que México ha retrocedido con el triunfo del PRI. Por desgracia, el partido tricolor no nos ha dado argumentos para creer que ha superado sus vicios ancestrales. Quisiera poderle dar el beneficio de la duda a Enrique Peña Nieto, pero no puedo. Es alguien que me inspira una profunda desconfianza. La enorme burbuja mediática que lo rodea me ha impedido descubrir si detrás del maquillaje y el discurso prefabricado se esconde un ser humano con ideas y sentimientos propios. Voté por Josefina Vázquez Mota sabiendo que sus posibilidades de triunfo eran remotas y consciente de los muchos errores que han cometido los gobiernos panistas en estos doce años, pero convencido de que como ser humano era la mejor opción , la más responsable y sensata. No le deseo el mal a Peña Nieto por una simple y sencilla razón: yo no quiero que le vaya mal a México, porque este es el país donde vivimos, donde pensamos seguir viviendo, el lugar del mundo donde está creciendo mi hijo y la historia dice que el fracaso de un presidente va asociado al fracaso de una nación. Tristemente, no tengo en este momento muchas razones para ser optimista. Ojalá en 2018 estemos vivos y pueda yo escribir una columna donde reconozca humildemente que me equivoqué, pero al menos este instante veo un horizonte infestado de nubes negras.
Sunday, July 01, 2012
Con su respectiva lluvia pasando lista rigurosa se acaba la primera mitad del año. Nuevos atardeceres arrojados a la canasta del olvido. Por un asfalto eternamente empapado se desliza mi bicicleta y mis sueños rotos. Hoy soy apóstata de todas las mitologías. La lluvia arrojó puntual su furia y puntual fue a ocultarse; a las siete quedaba por herencia la luz del atardecer desparramada en los charcos. Busco perderme en improbabilidades urbanas y jugarle trampas a la coherencia, aunque la vida me jure tener sentido, al menos de vez en cuando. Seis meses son arena, polvo en huracán.
Soy un compulsivo explorador de librerías. A estas alturas, podría trazar la cartografía de todos los sitios que venden libros en el corazón de esta urbe. Por las noches, cuando regreso de trabajar, paro ritualmente en el Péndulo de La Condesa. Los empleados se han acostumbrado a mi presencia. El güero loco de la bicicleta que llega cada noche a las 22:30. Me pierdo en la librería como quien se pierde en la cantina. Actúo como lo que soy: un teporocho de los libros. Mi única manera de desintoxicarme del día y de ese karma llamado vida real es colocarme en medio de de donde hay libros, miles de libros. Ni siquiera con afán de consumo o posesión. Me basta con estar rodeado de ellos para exorcizar a mis demonios. Mis visitas a las librerías son compulsivas, enfermizas, delirantes. Crecí entre libros y entre libros necesito estar al menos unos minutos al día para no naufragar en la altamar de la vida real y no sepultarme bajo toneladas de cordura. Me coloco entre los libros como quien carga energías. Después saldo de ahí y cuando la bicicleta rueda camino a casa las cosas se han puesto en su sitio y pienso en las mil y un historias que he soñado y no escribiré y en las vidas posibles de de los personajes que no alcanzarán nunca la estepa del papel en blanco. Pienso en todos esos libros que me sonrieron, como una puta en burdel; en los libros que me prometieron paraísos y viajes a delirios ignotos, los libros que por tres segundos y medio me interesaron antes de desviar la vista. La inmensa y eterna biblioteca de los libros que me llamaron y que sin embargo tengo la certeza de que no voy a leer nunca. La historia de lo que pudo haber sido; la historia de lo que pude haber leído.
Se supone que voy a las librerías con fines prácticos, haciendo exploraciones de tipo mercantilista, para ver en qué lugar tienen colocado mi libro y de qué manera se está vendiendo. En el Péndulo de La Condesa queda un solo libro mío. Los otros nueve se han vendido. El único sobreviviente tiene una magulladura en el dorso y dudo mucho que se venda. En el Péndulo de Polanco se han venido cinco y los cinco restantes los han colocado en la sección de biografías, a lado de Hitler, Alejandro Magno y Steve Jobs. En la Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo hay un altero de más de cien, pues en ese feudo todo tiende a lo marco. 29 libros se han vendido en esa sucursal. Dos se han vendido en la librería Octavio Paz del Fondo de Cultura Económica, seis en el Péndulo de Zona Rosa y cuatro en librería Coyoacán. Mi libro está ahí, conviviendo con sus vecinos.