Escrito desde el abismo...la semana pasada
Hoy mi mundo se fue a la mierda, así, sin escalas, ni matices, ni relativismo alguno. Se fue hasta el fondo de un puto abismo, oscurísimo y pestilente. Aquí no se ve pizca de luz ni rayito de esperanza. Hoy no empieza el resto de mi vida. Lo que hoy comienza es mi proceso de podredumbre y avanza con prisa, como un tren bala hacia un desbarrancadero.
Desde la adolescencia me las di de escritor suicida (¿no es acaso un pleonasmo?). Escritor-suicida. Ridícula obviedad. Me mataría antes de cumplir los 30 años, peroraba ante quien me quisiera oír. Los 29 me gustaban para morir. Me parecía una edad elegante y seductora para decir adiós. Unos 700 días de tiempo extra ganado al club de los 27, pero sin tener que soportar la humillación de ser un treintañero. La realidad es que nunca consideré seriamente la opción y ni siquiera caí en la pose del intento fallido. Ni en mis años más atascados de mota, pastillas y alcoholes baratos llegué a plantearme la autoinmolación como una alternativa real. Claro, me encantaba espetarlo, con una actitud de afectado nihilismo rimbombante, sabiendo que no me atrevería a morir por mi propia mano. Hoy, a mis patéticos 44 años, la puerta aparece por primera vez frente a mí. No es una sugerencia o vaga idea sino un impulso incontrolable. Para andar sin metáforas ni figuritas, es la primera vez que tengo un verdadero deseo de matarme a la chingada. Punto.
El escritor suicida demoró algunos años, pero ahora está aquí, en la habitación de un hotel límbico. Dentro de lo estereotípico que todo esto resulta, al menos cumplo con no estar en el cuchitril de un motel prostibulario. Dante no vivió para verlo y plasmarlo en su comedia, pero el verdadero purgatorio es un hotelito ejecutivo, limpiecito y austero, sin pretensión alguna.