Eterno Retorno

Friday, May 18, 2018

Escrito desde el abismo...la semana pasada

Hoy mi mundo se fue a la mierda, así, sin escalas, ni matices, ni relativismo alguno. Se fue hasta el fondo de un puto abismo, oscurísimo y pestilente. Aquí no se ve pizca de luz ni rayito de esperanza. Hoy no empieza el resto de mi vida. Lo que hoy comienza es mi proceso de podredumbre y avanza con prisa, como un tren bala hacia un desbarrancadero. Desde la adolescencia me las di de escritor suicida (¿no es acaso un pleonasmo?). Escritor-suicida. Ridícula obviedad. Me mataría antes de cumplir los 30 años, peroraba ante quien me quisiera oír. Los 29 me gustaban para morir. Me parecía una edad elegante y seductora para decir adiós. Unos 700 días de tiempo extra ganado al club de los 27, pero sin tener que soportar la humillación de ser un treintañero. La realidad es que nunca consideré seriamente la opción y ni siquiera caí en la pose del intento fallido. Ni en mis años más atascados de mota, pastillas y alcoholes baratos llegué a plantearme la autoinmolación como una alternativa real. Claro, me encantaba espetarlo, con una actitud de afectado nihilismo rimbombante, sabiendo que no me atrevería a morir por mi propia mano. Hoy, a mis patéticos 44 años, la puerta aparece por primera vez frente a mí. No es una sugerencia o vaga idea sino un impulso incontrolable. Para andar sin metáforas ni figuritas, es la primera vez que tengo un verdadero deseo de matarme a la chingada. Punto. El escritor suicida demoró algunos años, pero ahora está aquí, en la habitación de un hotel límbico. Dentro de lo estereotípico que todo esto resulta, al menos cumplo con no estar en el cuchitril de un motel prostibulario. Dante no vivió para verlo y plasmarlo en su comedia, pero el verdadero purgatorio es un hotelito ejecutivo, limpiecito y austero, sin pretensión alguna. 

Ser un lector omnívoro tiene sus ventajas. Como suelo devorar de todo y no le niego la capacidad de sorpresa a casi nadie, siempre está latente la posibilidad de esa lectura matadora y rompemadres que desde el librero te acecha lista para saltar sobre ti. Quizá lo que alimenta este irrenunciable vicio de tecato bibliófilo, es intuir la permanente cercanía del libro que te volará la cabeza. Más de una vez he cedido a la tentación de creer que las mejores lecturas de mi vida llegaron hace tiempo y que el futuro solo depara repeticiones y redundancias, pero al final mi apetito y mi curiosidad sin límites echan por tierra esa idea. El hambre es insaciable. El motor que me lleva a no estar nunca satisfecho y desear pepenar siempre un libro nuevo, es la sospecha de que hay una lectura alucinante esperándome en algún lugar. Por lo pronto, la fila de libros con la que despediré el 2018 luce más que prometedora. Entre estos amigos de papel y tinta hay por lo menos uno que me hará volar muy alto. ¿Cuál será? Hagan sus apuestas…