Eterno Retorno

Friday, January 03, 2025

La última gota de petróleo escritural

 


 

Vuelvo a la fatal certidumbre que cada cierto tiempo me asalta: ya todo está escrito. Ya no hay sorpresas ocultas en las covachas del subconsciente. Lo que iba a escribir ya lo escribí. Ya está todito desparramado en un chingo de cuadernos garabateados que ni yo mismo entiendo o en esta porquerioza cuna bloguera que a grito y sombrerazo cumplió 22 años de vida. ¿Qué carajos me falta por escribir? Hace tiempo ya que todo es girar y redundar sobre lo mismo, reciclando las mismas expresiones con el mismo tonito petulante. Muchas veces me he aferrado a la leyenda de un santísimo grial oculto en la zona profunda e inexplorada de la corteza cerebral, como los gobiernos populistas sueñan con un yacimiento de petróleo escondido en los abismos oceánicos del Golfo de México que bastará para arrancarnos de la miseria. Pero ya no hay combustibles fósiles en las piedras secas de mi masa encefálica. La última gota de petróleo escritural se agotó hace muchísimo tiempo y la aeronave bicéfala de anónima tripulación funciona con el tanque semivacío, apenas la reserva de la reserva marcada en rojo sangre. Seguimos cavando en lo profundo buscando yacimientos, pero la gran novela nonata es una estafa vil, el equivalente a la venida de un mesías cacareado por sectas apocalípticas.

Thursday, January 02, 2025

El 2 de enero es un descomunal y despiadado lunes

 

 


Conozco esta sensación tan propia del 2 de enero. Ebrio de forzada sobriedad, de la extrañeza de poder dormir cinco horas seguidas sin meadas de por medio, de despertar con un mentiroso flujo energético acumulado o anegado en algún rincón del cerebelo mientras mi oído derecho capta en cápsula la respiración de la Cone que está a mi derecha.

El 2 de enero es un grandísimo lunes. El lunes más odiosamente lunesoso del año. No importa si es jueves o domingo. El 2 de enero es un descomunal y despiadado lunes. A menos de que artificialmente prolongues la borrachera como hicimos el año pasado, el 2 de enero está destinado a ser un chorro de agua helada en tu rostro amodorrado, un shock eléctrico en la punta del pie, una cama que te aborta y te arroja al mundo sin piedad. This Eternal Monday looks Souless and Proud. Un lunes desalmado y orgulloso donde el arbolito navideño empieza a tener cara de intruso y la caja sobre el sillón te recuerda el aferre de la Navidad en eternizar su legado en inútiles objetos que harán bulto el resto del año.  Todas las músicas me hablan. No creas que me engañas con ese disfraz. Toooodas las notas se juran posibles y armónicas, capaces de desfilar impúdicas y cadenciosas en petulantes papelajos sin fe. Tantas veces lo he vivido. Efervescencias estoicas, la euforia de un aterrizaje forzado, la patraña eterna de la sobriedad. Venga, las ideas siempre han estado ahí, el libro habita entero en tu interior y solo hace falta invitarlo cordialmente a brotar. Cambias un poquitín el ph neuronal, alteras los flujos de dopaminas, serotoninas, bilirrubinas y de repente estás aquí. Ritmo circadiano le llaman (hoy aprendí una nueva palabra).

Wednesday, January 01, 2025

Ajmátova y Tsvietáieva

 


La frontera entre el 24 y el 25 se diluye navegando (y naufragando) en la poesía de dos mujeres rusas prófugas de todo, hasta de sí mismas. Se llaman Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva, hijas ambas de familias nobles, nacidas en Odesa y Moscú durante la agonía del zarismo. Espíritus precoces e indomables, ambas debutaron y dieron de qué hablar con desafiantes poemas en la adolescencia. La Revolución las sorprendió siendo veinteañeras y recién casadas y después el terror estalinista les mostró las fauces. Sus respectivos esposos fueron fusilados, sus hij@s enviados a Siberia, su obra proscrita y destruida. Inmersas en perpetua persecución,  asfixiadas por el régimen y acosadas por espías, Ajmátova y Tsvetáieva escribieron en hojas arrancadas y en servilletas, en trenes y hoteluchos de estaciones. Siempre en fuga, dejaron por herencia el canto y la ceniza.  Anna sobrevivió a Stalin pero Marina no sobrevivió a sí misma. Hoy me ha dado por leerlas.

Tuesday, December 31, 2024

31


 

Hoy queda por herencia una conjura de instantes esparcidos en la nada, rituales del vacío, serenatas de duermevela. Amaneceres patinando al filo del invierno cuchilla, ceremonias de lo improbable, tinta muerta en papeles cementerio.

Pluma sin rienda, ni dioses, ni amos. Pluma insurrecta, pluma prófuga, barcos de papel naufragando en las islas desiertas del desvarío. Soñar ciudades inexistentes, deambular dormido en los andenes del pasado.

Lanata, Caparrós: tiempo de epílogos

 

 


Despido el 24 leyendo el libro más triste que ha escrito Martín Caparrós, su obra casi póstuma, creada desde una silla de ruedas con plena y angustiante consciencia de que cada párrafo podía ser el último. Martín padece esclerosis lateral amiotrófica. Hace tiempo ya que perdió la movilidad, pero contra todo pronóstico tuvo fuerzas para teclear una obra de 664 páginas llamada Antes que nada. Sin resquicio de autocompasión, Martin narra el avance de su enfermedad y de forma paralela se sube a la máquina del tiempo y viaja al pasado para contarnos su vida o lo que de ella cree recordar, lo cual siempre es un ejercicio de ficción, pues la memoria es una fabuladora por excelencia y nuestra autobiografía será siempre literatura fantástica. En cualquier caso, aun desde la cárcel de la esclerosis, Caparrós es un prosista sublime aferrado a la palabra como la última tabla de flotación frente al irremediable naufragio. Sabe que pronto perderá el habla y la capacidad de tomar agua, pero mientras a la flor de la escritura le quede un pétalo por deshojar Martín se aferrará a ella. Mientras leo a Martín Caparrós me entero de la predecible muerte de Jorge Lanata, alguien que llevaba varios años viviendo horas extra. Perdonen ustedes, pero en este caso la odiosa comparación y el paralelismo son inevitables. Dos periodistas argentinos generacionalmente contemporáneos (Caparrós nació en 1957 y Lanata en 1960) que además se mantuvieron como amigos hasta el último momento,  compartiendo involuntariamente sus paralelas y lacerantes agonías. Ambos en su momento fueron para mí una suerte de tótems o gurús periodísticos, la imagen contemporánea más elevada que podía ofrecer el oficio. Martín como la más alta expresión del periodismo hecho arte y Jorge como la más alta expresión del periodismo hecho cuchillo. Periodista bardo y periodista espadachín. Maratonista de largo aliento y corredor de cien metros planos. Acaso podría darme a la tarea de crear estirpes y árboles genealógicos. Espadachines fueron Julio Scherer, Jesús Blancornelas o Javier Valdez. Bardos fueron Vicente Leñero, Tomás Eloy Martínez o Federico Campbell. Rodolfo Walsh fue tan buen espadachín como bardo, pero esa es oootra historia. Cuando yo era un joven reportero admiraba a Lanata, pues a mí manera quería ser un golpeador de nocaut. Lanata tenía el coraje, la contundencia, el desparpajo y la irreverencia para poner de rodillas a Menem, De la Rúa o a los Kirchner. Era un perro de presa. Pero Lanata acabó tragado por su propio personaje. Al arrodillar al poder se supo poderoso y su propio poder lo destruyó, como un Ícaro fundido en el sol. Como bien dice mi colega Jaime Muñoz Vargas: murió el mejor y el peor periodista argentino de los últimos 30 años. Era como si en él vivieran dos personajes absolutamente voraces, pero Hyde acabó por devorarse crudo a Jekyll.

Hoy a la distancia y con la demoledora madurez a cuestas, solo puedo decir que yo elijo el legado de Caparrós, un verdadero monotrema prosístico, el ornitorrinco absoluto. Monumentos de época como El Hambre, Ñamérica o Lacrónica son murales periodísticos, historiográficos, ensayísticos. Caparrós también escribió algunas buenas novelas, pero su legado mayor, su enseñanza insuperable es como cronista.

Una sola confesión en su libro casi póstumo, me hace sentir una hermandad: Si algo hice en la vida fue leer. No se me ocurre ninguna otra actividad que haya hecho tanto, que haga tanto, escribe Caparrós. Con sus decenas de miles de kilómetros de viajes y sus infinitas experiencias como reportero, Caparrós fue, ha sido y será ante todo un lector hasta que la esclerosis lo permita.

Me habría encantado poder tomar un taller con Caparrós y me hiere saber que ya puedo anotarlo entre las cosas que nunca hice. Hace un año y medio en Bogotá, yo estaba desayunando en el hotel sede de la feria cuando vi llegar a Martín Caparrós en su silla de ruedas. Se detuvo junto a un sillón en el lobby, a unos pocos metros de mí y entonces tuve ganas de acercarme a él para decirle algo, cualquier cosa: gracias por todo, has sido una gran influencia en mi camino de vida, eres un chingonazo, pero no le dije nada y me quedé ahí sentado, sabiendo que sería la única y la última vez que lo vería en mi vida.

Tiempo de epílogos.

La única buena noticia, es que aún nos queda Leila Guerriero.