Un día cualquiera recordarás la mañana aquella de mayo en que Vera Palestina salió de la prisión mientras tú pepenabas en Gandhi una improbable antología de narradores rusos prologada por Juan Villoro y un libro de viajes escrito por Claudio Magris que has leído mil veces sin leerlo y donde escribe (como has escrito tú y un millón de mochileros) que la literatura es viaje, que leer y caminar son la misma cosa. Recordarás que mientras optabas por el Hemingway de Padura y Si viviéramos en un lugar normal te enteraste de la muerte de la madre de tu colega Roxana, apenas unos minutos después de hablar con el guardia tapatío de la librería sobre el helicóptero militar derrumbado en Jalisco y la nueva generación (de narcos, de muertos e indiferentes de toda calaña) y después regresarías a casa y beberías, whisky, mezcal y cerveza, y pensarías que ya ni por puta casualidad o error de cálculo liberas párrafos en estepas blancas y deseaste llamar a tu madre y compartir este exabrupto con alguien y liberar una frase que fuera más allá del machacadísimo aleatoriedades, naufragios, aleatoriedades, yaciente, y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
Friday, April 20, 2018
Thursday, April 19, 2018
Esta portada del periódico El Norte representó uno de los mayores chascos de toda mi carrera periodística. Veinte años después vuelvo a verla y aún siento la patada de la desilusión, propia del futbolista que acaba de anotar un golazo y celebra frente a la grada quitándose la camiseta, sin reparar en que el árbitro ha anulado la jugada. El 19 de abril de 1998 fue un quieto Domingo de Pascua en Nuevo León, en donde la gran noticia eran los incendios que devastaban Chipinque y las sierras del sur. En mi calidad de reportero novato, debía trabajar en Semana Santa y cubrir los descansos de los compañeros más veteranos que tenían el privilegio de vacacionar en esos días. Aquel abril acabé apestando a humo y chamusque. La única noticia eran las quemazones forestales y allá me la pasaba yo, corriendo detrás de los bomberos, los soldados y los no pocos voluntarios que combatían el fuego. La tarde de ese domingo tomé una foto interesante: acostado en la tierra, enfoqué a unos soldados que escalaban con cuerdas sobre una ladera ennegrecida en donde se apreciaban los troncos quemados. Mi cámara era una Nikkon de rollo y en aquella prehistoria digital, no sabías cómo te había salido la foto hasta que era revelada en el laboratorio. Para mi gran sorpresa, la imagen gustó mucho a los editores y la seleccionaron para ser portada no solamente de El Norte, sino de Reforma. Si firmar la nota de ocho como reportero era complicado en aquel periódico donde la competencia interna era descomunal, colocar una foto en la portada sin ser un fotógrafo era algo más que una hazaña. Poco después de las diez de la noche salí de la redacción en la calle Washington, luego de haber visto en la computadora la imagen de la portada del periódico tal como saldría dentro de unas horas, con mi foto como dueña absoluta del espacio. Me fui a dormir con la satisfacción del deber cumplido, preparándome para celebrar mis 24 años de vida con mi primera foto en una portada nacional. La hiel del infortunio cayó sobre mí al amanecer, cuando el periódico del 20 de abril me arrojó sin piedad la carota de Octavio Paz. El gran Tlatoani de la literatura mexicana había tenido a bien morirse casi a las once de la noche, justo cuando la portada con mi foto estaba por entrar a prensas. Ahora, el creador de La llama doble era amo y señor de la primera página y mi foto de los incendios yacía refundida en el laberinto de la soledad de las páginas interiores. Creo ni Bolaño, ni Santiago Papasquiario y ni el mismísimo Yépez odiaron tanto a don Octa como lo odié yo esa mañana. Con una hora más tarde que hubiera tenido a bien morirse, mi foto habría sido alzada en las manos de los voceadores en todo el país. Mi incipiente carrera de fotógrafo murió esa mañana. La peor noticia fue que entonces me dediqué a escribir.
Wednesday, April 18, 2018
La red de agujeros de la visión de los vencidos es mi atrapasueños en la altamar de la primavera Juglar. En la arena mojada de la duermevela, intuyo algo sobre la inminente desaparición de Facebook o Twitter, un holocausto de red social que de tajo cambiará nuestra manera de vivir, pero lo mejor sin duda fue el desvencijado camión avanzando de noche por serpenteantes barrancas hacia algún pueblo mocho de Aguascalientes o los Altos de Jalisco, y a mí lado, bordeando el desbarrancadero, jure y su cachonda, cahondísima dosis de malamuertez del Bajío. Pese a todo llegábamos a un sitio que bien podía ser la casa de su tía, donde había tequilita de sobremesa y esa actitud de católica clasemedierez y a mí me quedaba por herencia la intuición de una faldita de flores y el amanecer de abril, irrumpiendo furtivo y pretencioso (prohibido usar la palabra furtivo).
En algún lugar yace el pensamiento a la deriva. ¿Por cuál ranura se ha fugado la noche? ¿Dónde están los hoyos de la red atrapasueños? Nada en la nevera. Como cazador de fieras oníricas estoy reprobando la materia. Las bestias de hace un rato hoy son rocío del alba evaporado. Infranqueable es el poder de abril; de hierro su agrafía (irusta agrafía) Del exilio tenocha recuerdo, las noches en metrobus y la lluvia sobre mi bici, el deambular por la colonia del Valle, la furtividad de la siesta en Parque Hundido. El amanecer del lunes y su mentiroso silencio patrañoso. Silencio. ¿Te acuerdas de la muralla del nocturno silencio? Valiendo madre. Y pensar que a un gordo jotolón le gustó esa frase. ¿Dónde carajos quedó ese cuaderno verde militar?
Tuesday, April 17, 2018
Es un libro de nueve cuentos sobre personajes de la frontera bajacaliforniana. Destacan historias como Infortunios del Centinela, Yace la piedra de la locura en La Rumorosa, Desbarrancadero resort, Juglar del Bordo, Chapuzas de la clarividencia reporteril.
El estilo es muy similar a Días de whisky malo o Dispárenme como a Blancornelas. Mucho humor negro y no pocos reporteros como personajes (aunque no únicamente). Hay dos cuentos totalmente fantásticos, pero otros son casi periodísticos. Un elemento común que se repite en varias historias es El Bordo, un diario en crisis que aparece en otros libros míos como Vientos de Santa Ana y Dispárenme como a Blancornelas. Es un libro muy regionalista, de espíritu muy bajacaliforniano. Yo tenía grandes dudas sobre si un jurado conformado por cinco escritores argentinos muy reconocidos, podría aceptar un libro lleno de expresiones fronterizas. Por primera vez un libro mío llevará un glosario al final, una suerte de diccionario de tijuanismos para que los lectores argentinos puedan entenderlo. Lo increíble es que este libro tan tijuanense, se publicará al otro extremo del continente. Será la primera vez que un libro mío salga de la imprenta y vea la luz en un país distinto a México ¡y vaya país! Argentina, la nación cuya literatura más me ha influido.