
Friday, January 20, 2017

Thursday, January 19, 2017
Nuestra vida entera es una delgada capa de hielo bajo la cual yace un abismo cuya profundidad ni siquiera alcanzamos a dimensionar. Nuestro entorno está sembrado por millones de infiernos individuales disfrazados con el rostro de la ordinaria ligereza. El horror es nuestro siempre oculto compañero de viaje, pero hay temporadas como este enero en que le da por irrumpir a la superficie y manifestarse en plenitud. Cuando conocí la desgracia del Colegio Americano en Monterrey imaginé a un adolescente atormentado por sus complejos, miedos e inseguridades. En mi mente dibujé una enfermedad mental o una depresión al límite, un auténtico punto de quiebre. Por un momento traté de dimensionar los últimos minutos de Federico Guevara habitado por sus demonios internos. Traté de imaginar su noche anterior, su posible insomnio y el momento en que guardó la pistola en la mochila. Hace falta cruzar un umbral para materializar los deseos oscuros. Hasta ayer por la tarde ese fue mi dibujo mental, pero mi perspectiva ha ido cambiando. Ahora sólo tengo preguntas, muchas más dudas que certezas. ¿Y si los disparos en el salón de clases fueron el resultado de un juego macabro? ¿Será verdad que Federico tenía al menos un par de cómplices en el colegio? ¿Qué tanta gente conocía sus planes? ¿La policía estará dando un mínimo de seriedad a la Legión Holk? ¿Están echando a saco roto los avisos y amenazas de que esto volverá a ocurrir en otras escuelas? Yo no me lo tomaría tan a la ligera. Acaso estamos ante una forma de crimen que los adultos no alcanzamos a descifrar. El proceso epistemológico primario de esta generación nacida en el Siglo XXI nada tiene que ver con el nuestro. Me pregunto si los maestros y psicólogos alcanzan siquiera a aproximarse o si avanzan dando tumbos a ciegas. Ya ni siquiera hablamos de narcocultura o pandillerismo barrial, sino del crimen lúdico, el asesinato como extensión del videojuego, la pistola 22 como un sustituto del control de XBOX. Hasta ahora la cobertura periodística me parece bastante pobre y limitada, muy lejos del centro neurálgico de esta tragedia y su posible réplica. Carajo, un Emmanuel Carrère que agarre el toro por los cuernos y escriba esta historia.
Monday, January 16, 2017
Haré como que estoy sentado en el diván del psicoanalista que jamás he visitado y le hablaré de mis primeras tentativas escriturales. Dado que en teoría pago por ello, el discípulo de Freud tendrá que chutarse enteras las historias de mis primeros naufragios literarios que han sido todos, o casi todos. La dispersión y el texto mocho han sido mi mayor ritual de perseverancia.
Mi relación con la escritura ha sido bizarra, contradictoria, acaso mórbida. Siempre he tenido una necesidad real de escribir, un impulso que ha brotado natural desde mi temprana infancia. No voy a caer en el ridículo de hablar de predestinaciones, pero lo cierto es que quise escribir desde antes de intuir que en el mundo existe la figura del escritor asociada a cierta aura de extravagancia e independencia, o (peor aún) de reconocimiento social. Durante muchos años escribí por escribir, por el puro y llano placer de hacerlo, sin siquiera esperar o considerar compartir mis textos con alguien. No esperaba ser publicado y ni siquiera leído. El fin de la escritura yacía en la escritura misma. Escribí algunos cuentos y tentativas que las más de las veces no llegaban a nada. Recuerdo alguna tentativa a lo Emilio Salgari de un barco perdido a perpetuidad en altamar donde se desarrollaba una suerte de colonia. Recuerdo una historia de un mago que huía de su pueblo, de un rey vanidoso que ambicionaba la inmortalidad y se obsesionaba con las cicatrices de la varicela ("
se fue al cielo" fue la última frase); de una casa embrujada en Villa de García donde habitaba Doña Elvira. El gótico del adobe, muertas enamoradas entre norteñas polvaredas. Siendo aún más joven, a los seis o siete años pensé que era tiempo de escribir mi autobiografía. Comencé en un cuaderno azul de marca “Colonial”. Magra portada color azul con una fuente o un arco, papel delgadito, desmoronamiento en ciernes. Escribí tres hojas. A en mi primer año de primaria, viviendo aún en casa de mis abuelos, creí tener una vida lo suficientemente larga e intensa para ser narrada. Codiciadas y escandalosas revelaciones por las que cualquier editor mataría.
Sunday, January 15, 2017



