Baudelaire cumple 200
La canija posteridad tan jija de puta lo puso a dormir el
sueño eterno en la misma tumba de su padrastro al que tanto odiaba, pero al
menos le quedó el consuelo edípico de yacer también junto a su madre, de la que
siempre estuvo enamorado, antes de desbarrancarse en el embriagante abismo
sifilítico de Jeanne Duval. Me estrené como su “hipócrita lector” (su
semejante, su hermano) en la altamar de la adolescencia. Lo leí por vez primera
(lo recuerdo muy bien) en la biblioteca Fray Servando de la Macro y entonces
empecé a intuir que el elixir del mal contiene gotas sublimes y el alma es un
artificio. También fui aprendiendo a descubrir una enigmática belleza en lo más
mórbido del entorno. Lo confieso: me sacudió las entrañas y hasta tuve el
desparpajo de querer emularlo desparramando (y lo que es peor: publicando)
deformes engendros a los que me atrevía a llamar poemas.
Mallarmé se inspiró frente a la “boca sepulcral de cloaca
y babeó barro y rubí” en Montparnasse, el sitio donde hoy deberán brotar mil
flores malignas y enfermizas. Sería bueno que esta noche sus vecinos salieran
de sus sepulcros a ponerse una parranda. Entre los comensales creo descubrir a
Simone y Sartre, Carol y Cortázar, Serge Gainsbourg y sus mil colillas de
Gitanes, Ionesco, Beckett, Vallejo y Duras, aunque ningún vecino tan cercano
como Don Porfirio.
Por lo que a mí respecta, este viernes es tiempo de
burlar lo artificial del paraíso y confeccionar ramos de flores malignas y
enfermizas para enviar a Montparnasse. Hoy todas las serpientes danzan y la
piel de Venus es negrísima. Hoy retozaremos con lúbricas carroñas. Hoy libaremos
licores malevos a la salud de un señor llamado Charles Baudelaire que este día
9 de abril cumple dos siglos haber irrumpido en este mundo.