Hace unos meses, cuando comenzaba el otoño boreal, un barco tripulado por irredentos juglares zarpó de la Península de Baja California con rumbo al puerto Buenos Aires. Cualquiera hubiera augurado un naufragio, pero contra todos los pronósticos, la nave Juglar llegó al Río de Plata y fue del agrado de un jurado integrado por cinco extraordinarios escritores argentinos, que lo declararon ganador del Premio Literario Fundación El Libro. Hoy, este barquito ha salido de la imprenta y ha llegado a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Colegas: les presento el rostro de mi nuevo cachorro, Juglares del Bordo. Es mi doceavo libro y el primero cuyo certificado de nacimiento lo expide otro país. Es también mi primer trabajo que cuenta con un glosario de tijuanismos, pues son historias tan llenas de jerga fronteriza y referencias a lugares y hechos de la región, que consideramos oportuno ofrecer una pequeña guía para los lectores argentinos. Por lo que a mí respecta, si hay un sitio en este planeta donde me resulta significativo alumbrar un libro, es Argentina, cuya literatura, cultura y manera de vivir la vida me han marcado el camino. Hoy el Juglar ya hace de las suyas en la FIL Buenos Aires y yo ya me voy enfilando rumbo al otoño austral para recibirlo y presentarlo con todos ustedes y agradecer personalmente al gran equipo de la Fundación El Libro que hizo posible este sueño.
Thursday, April 26, 2018
Tuesday, April 24, 2018
Creo que dos de los cantos más hermosos que han brotado en el mundo del futbol, son el You Never Walk Alone y el Grazie Roma. Cuando Anfield o el Olímpico Romano vibran con esos himnos, es imposible mantener la frialdad y no derramar una lágrima. Dos de los equipos europeos por los que he sentido siempre un mayor cariño son precisamente la Roma y el Liverpool. Me parecen dos de las culturas futbolísticas más auténticas del Viejo Continente. No tienen aficiones postizas, turísticas y artificiales como las de Barcelona, Real Madrid, PSG o los Manchester. Hace mucho que no ganan ligas en sus respectivos países y sin embargo siempre están ahí, con la dignidad de los viejos guerreros.
A la Roma tuve la oportunidad de verla en un momento histórico. Carol y yo fuimos a ver a la Loba al Olímpico en mayo de 2001, en el antepenúltimo partido de la temporada en que se coronó por última vez. Era la Roma de Batistuta, Cafú, Samuel y el inmortal Totti, dirigidos por el cerebral Capello. Fue un duelo contra el Atalanta que ganó la Loba 1-0 con gol de Vicenzo Montella. Lo vivido en ese estadio, en ese momento, sigue siendo la experiencia de contagio pasional más extrema que he experimentado en un estadio y mira que he ido a cientos de partidos de futbol en diez países del mundo. Ni siquiera en la Bombonera de Boca viví algo así. A Anfield no he tenido la oportunidad de ir, pero conozco hinchas del Liverpool y he sentido la pasión que irradian. Desde hace años sigo los juegos de los Rojos del puerto y ahora con Klopp simplemente no me los pierdo.
El juego que hoy han dado lo recordaremos mucho tiempo. El tridente Salah- Firmino- Mané es de otro mundo. La sensación de letalidad, velocidad y verticalidad me parece más extrema que la de la añorada MSN del Barcelona o a la BBC de Madrid.
Al Jürgen Klopp le gusta el Hevay Metal y el movimiento perpetuo, pero Eusebio Di Franceso ha cruzado más de una vez el Rubicón. Liverpool tiene pasta, pinta y garra de campeón, pero la Roma no está muerta. Liverpool tiene las armas y el espíritu para dar la vuelta olímpica y emular la hazaña de 2005 en Estambul. Le hace muy bien a la Champions tener a este par de equipos. Ojalá que alguno de ellos levante la Orejona. En verdad me encantaría.
Monday, April 23, 2018
Estas fotos son del 21 de abril de 1999, el primer cumpleaños que pasé junto a Carol De Hoyos. Desde entonces hemos estado juntos en todos los abriles. Hoy, estas cosas pienso después de darle otra vuelta al Sol.
1- Conforme voy creciendo reparo en que Gardel tuvo muchísima razón: sí, es un soplo la vida y veinte años no es nada. Son apenas una ráfaga de viento. Convertirte en adulto significa acelerar la historia. La infancia es el único tiempo calmo de la vida, cuando los días corren lentos y un año significa eternidad. Hoy los días son destellos, simples suspiros y los años pasan a la velocidad de semanas. Me asusta la naturalidad con la que cuento anécdotas de hace dos décadas como si fueran recientes. La existencia tiene prisa.
2- La mitad del camino de la vida de la que habla Dante o la línea de sombra de Conrad, las he dejado atrás. Cumplí 44 pero no voy a vivir 88, o al menos no estoy haciendo ningún mérito para llegar a esa edad, así que el medio tiempo de este juego ya ha pasado. Hoy estoy más cerca de la muerte que del nacimiento.
3- Ser adulto ha sido muy chingón. En mi adolescencia pensaba que la vida solo era disfrutable en la juventud, que la adultez sería una descomunal piedra de Sísifo y que nada bueno podía pasarme después de los 30 años. Simplemente me equivoqué. La última década ha sido por mucho la mejor y la que más he disfrutado, empezando por la llegada de Iker. De no haber vivido estos últimos años me habría perdido de muchísimo. Tan simple como que hoy soy más libre que a los 18.
4- He aprendido a dimensionar y atesorar la fugacidad de los instantes. Lo más fascinante es que somos efímeros y que cada pequeña ráfaga de amor y felicidad es irrepetible y por eso mismo, eterna.
5- Fuera de los inocultables kilos, tampoco creo haber cambiado tanto. Si platicabas conmigo hace 20 años y platicas este día no encontrarías diferencias significativas. Me apasiona lo mismo. Hace dos décadas me bebería una cerveza y te hablaría, como ahora, de libros, de viajes, de heavy metal, de los Tigres. Tal vez soy menos rabioso y peleonero, menos aferrado a tener siempre la razón y provocar, ligeramente más soportable, aunque tampoco crean que tanto.
6- En donde más se nota la edad es en las facturas que debes pagar el día después. Puedes beber tan a gusto como hace 20 años, pero pagas una cruda cada vez más cara. Lo mismo pasa con las desveladas y los viajes. Sigo siendo un mochilero hormonal, pero el kilometraje ya cuesta.
7- Sigo sin tener un dios y sin embargo me siento bendecido. No tengo a quién rezarle, pero siempre siento la necesidad de agradecer. Gracias es una palabra omnipresente en mi pensamiento y en mi vocabulario. Si hoy fuera mi último día de vida, para el mundo y para quienes me han acompañado en este camino solo tendría gratitud. Gracias cabrones. Les juro que ha valido la pena vivir estos 44.