Eterno Retorno

Friday, August 05, 2011


BIBLIOTECA DE BABEL. INFO BAJA 26

El hombre que amaba los perros
Leonardo Padura
TusQuets

Por Daniel Salinas Basave

Esta es la historia de un asesino y su víctima; los caminos de vida paralelos, azarosos e inciertos que siguieron Ramón Mercader y León Trotski hasta el trágico desenlace final, el momento en que un golpe de piolet asestado por el catalán en la cabeza del ruso, acabó con una de las vidas más dramáticas del Siglo XX. Trotski nos resulta familiar porque su asesinato fue quizá la primera gran nota roja de alcance mundial ocurrida en territorio mexicano. El piolet enterrado en su cráneo se transformó en leyenda de las páginas policiales del México de los 40. Trotski es un símbolo de Coyoacán y su figura acabó por inscribirse en las biografías de los célebres muralistas mexicanos. Ahí quedan para el anecdotario su otoñal romance con la enferma Frida, la expulsión de Diego Rivera del Partido Comunista por acceder a darle asilo a un perseguido de Stalin y el atentado perpetrado y dirigido por el mismísimo David Alfaro Siqueiros, stalinista radical que no dudó en disparar su arma contra el exiliado, aunque como era mejor pintor que sicario, acabó por errar el tiro. El cubano Leonardo Padura, famoso por sus historias detectivescas, se revela como un minucioso orfebre de la novela histórica. Aunque es en esencia una novela, El hombre que amaba los perros no parece tomarse demasiadas licencias ficcionales a la hora de presentarnos a estos dos personajes y sus tristes vidas. Padura nos narra el relato de una agonía, de un exilio perpetuo. Pero también la de una condena a matar. Trotski es un sentenciado a muerte que vive horas extras vagando por el mundo, pero Ramón Mercader es también un condenado que no tiene escapatoria posible. Trotski está condenado a morir; Mercader está condenado a matarlo. Sus vidas son la esencia de la tragedia griega, existencias marcadas y usadas por un dios cruel del que es imposible escaparse. Ese dios se llama Stalin y sus tentáculos son infinitos, capaces de llegar hasta el último confín del universo. Hay algo más que une a estos dos trágicos personajes: su amor a los perros. Tanto Trotski como Mercader tuvieron siempre como compañero al “mejor amigo del hombre” a lo largo de sus vidas. La de León Trotski es la tristísima historia de lo que pudo haber sido y no fue. La historia del hombre que debió ser el sucesor de Lenin en el Kremlin y no lo fue. La historia del líder que debió consolidar y exportar la Revolución de Octubre y acabó expulsado como demonio innombrable del “paraíso” socialista. El caudillo del Ejército Rojo que término borrado hasta de las fotografías. El anciano que acabó sus días en Coyacán entre sus conejos y sus papeles inacabados. La agonía de Trotski es una tortura lenta e inclemente. Stalin no quiso matarlo inmediatamente. Prefirió convertirlo primero en un proscrito, en un apestado antes de bendecirlo con la muerte. Su instrumento fue Mercader como pudo haber sido Siqueiros. A Trotski ya no lo salvaba nadie. Pero en este caso la historia del victimario llega a ser, por momentos, más triste que la de la víctima. Ramón Mercader nació siendo un burguesito que vivía sin sobresaltos en la Barcelona de los años veinte y acabó siendo un miliciano comunista. Deseó con toda el alma compartir su vida con su Dulcinea roja y acabó obligado a convertirse en el brazo ejecutor del tentáculo de Stalin. Un personaje particularmente fuerte en esta historia, es Caridad Mercader, la madre de Ramón, una aristócrata desequilibrada que acabó poniendo bombas en las fabricas que administraba su marido, que abrazó con la misma pasión el ideal comunista y la adicción a la heroína, una mujer cuya devoción a Stalin acabó por ser más fuerte que su amor maternal. No fue el temor y la fidelidad a Stalin lo que llevan a Mercader a tomar el piolet y asesinar a Trotski, sino el pavor y el respeto sacramental a una madre-demonio que enciende un cigarro con la colilla del otro y despotrica contra anarquistas, sindicalistas, republicanos y todo aquel que no ame a Stalin. Padura narra la historia desde el futuro, desde la Cuba de los primeros años del Siglo XXI azotada por el huracán Iván donde un taciturno veterinario yace frente al lecho de muerte de su mujer a la que antes de fallecer cuenta una anécdota de juventud sobre un extraño viejo que paseaba en la playa con dos galgos rusos. Detrás del anciano de los galgos, se esconde el drama desgarrador de dos existencias marcadas por los ismos del Siglo XX, inmoladas en el abstracto altar de la religión comunista.