Acaso esta noche algún niño se pregunte por un cambiante pedazo de sombra con vértebras de verticalidad casi vencida. Saúl Ibargoyen nació en el invierno austral de 1930, cuando en su nostaligioso Montevideo se jugaba la primera Copa del Mundo. Coincidí con él en algunos encuentros, el último de ellos en Monterrey. Recuerdo su boina y su larga silueta, prófuga de algún cuadro de Remedios Varo y una mirada exploradora de zonas profundas. Lo recuerdo leyendo en medio de un atestado paseo de la FIL y recuerdo que pese a ser yo un mal lector de poesía, sus poemas me cazaron al vuelo y me quedé ahí a escucharlo para después pepenar su Perro de soledad. Hoy es, en sus propias palabras, sencilla ausencia.
Con vértebras de verticalidad casi vencida,
Y a la mitad de un insólito silencio
Sus células ciegas tropiezan
Con un furor de plumas sedientas