Trancapalanca cortazariana (queremos tanto a Julio)
“…y no vi salir al toro ni al torero recibirlo, pero sí
vi el titular del periódico: MURIÓ JULIO CORTÁZAR, y ay, cabrón, y quiero que
me disculpes el exabrupto, ahí sentí que me faltaban el piso el aire el amor la
humanidad, que me faltaban memoria futuro mis amigos. Me sentí vuelto mierda. Y
jalé a Raúl. Raúl, ve lo que dice ahí. ¿Por qué lloras? Murió Julio Cortázar,
cabrón. ¿Te imaginas lo que eso significa? Murió Cortázar, bato. Cortázar,
loco, el autor del cuento que te acabo de platicar en la cantina”. ¿Saben quién
escribió lo anterior? El mismísimo Élmer Mendoza, en el que acaso sea el más
sentido homenaje póstumo que la narrativa mexicana dedicó a Julio Cortázar. El
12 de febrero, un hombre se entera de la muerte de Cortázar en plena corrida de
toros y ahí mismo se suelta chillando a moco tendido. Este es un Élmer anterior
a Élmer, es decir, antes del Asesino solitario, el amante de la Janis, el Zurdo
Mendieta y el Capi Garay. Un Élmer que escribía cuentos cortísimos que se beben
de hidalgo como cerveza fría.
Cuando murió Cortázar yo tenía nueve años de edad
y aún faltaban algunos años para el día en que me topé con Casa tomada en El
cuento hispanoamericano. Como muchos de ustedes, recuerdo el entorno y las
circunstancias en que leí Rayuela. Fue en las sierras del Sur de Nuevo León,
cubriendo para El Norte unos devastadores incendios. Me quedé una semana
rolando entre Aramberri y Zaragoza y Julio era mi compañero de viaje. Por eso
Rayuela no me sabe a café de Montmartre sino a huizache chamuscado. En cualquier
caso, si tuviera que salvar un solo libro de Cortázar para llevarme a un exilio
a las Islas Coronados (mis islas al mediodía), me quedo con los cuentos de
Todos los fuegos el fuego. Dijeron después que fue el Vih lo que se anticipó a
la Leucemia y acabó por matar a Julio, poco después de su vivencial y tardía
road novel por carreteras francesas en compañía de Carol, quien se le adelantó
en el camino. Tal vez nunca lo sabremos. A veces creo que Cortázar no ha
envejecido de la mejor manera, que la posteridad le saca la lengua, que los
nuevos narradores le dan la espalda. En cualquier caso, este 12 de febrero me
dió por evocarlo desde el otro cielo.