Eterno Retorno

Wednesday, September 24, 2008

¿A alguien le dice algo el nombre de Cesar Manuel Ibarra García? ¿Para cuánta gente en Tijuana tiene significado? ¿Hay algún colega reportero que haya escrito su nombre siquiera una vez en el último año? No, nadie se acuerda de él, más que sus familiares, dolientes deudos de sus víctimas.

César Manuel Ibarra García fue nuestro Charles "teen age" Manson tijuanero. En la Primavera del 2005, cuando el mundo yacía conmocionado por la agonía de Juan Pablo II, este joven de entonces 15 años, mató a sangre fría a su tía y a sus tres sobrinitos además de herir gravemente a su hermano. La saña extrema y la crueldad con la que el quinceañero actuó eran propias de un film ultra gore. El crimen, en su momento, conmocionó a la opinión pública. Se habló de la epidemia de la cultura violenta, de la podredumbre social, de la urgencia de reducir la edad penal. El adolescente se llevó varias portadas, hizo escupir teorías, versiones einfinitos blas, blas blas a las buenas conciencias y pronto, demasiado pronto, cayó en el olvido. Su periodo de vida informativo fue mucho menor al del psyco killer regio Diego Santoy, un tipo que llegó incluso a colarse a medios nacionales. Si Santoy fue más mediático que Ibarra, es porque el regio-tamaulipeco era un joven de la clase media-alta lo mismo que sus víctimas, mientras que el tijuano-sinaloense era fruto podrido de la miseria migrante, habitante de un humilde tejabán en el Nido de las Águilas.


¿Por qué pongo sobre la mesa el nombre de Manuel Ibarra García? Para que vean en el absoluto olvido en que se encuentra una noticia que en su momento fue tema de moda en la ciudad y del que suponía derivarían acciones e iniciativas contundentes. Lo saco a colación, porque dentro de unas cuantas semanas nadie absolutamente hablará de la Penitenciaría de Tijuana. Los reos seguirán comiendo alimentos engusanados y compartiendo entre más de treinta una celda milimétrica mientras los custodios abusan de ellos. Alguien tomará (sin duda ha tomado ya) el control del tráfico interno de heroína y crystal y nuestro secretario de Seguridad Pública Daniel de la Rosa seguirá tan tranquilo eructando peroratas, recetando teorías, presumiendo cifras alegres y la vida seguirá, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Aquí no habrá pasado nada. Habrán rodado sólo cabezas de funcionarios menores, remplazados por otros tan ineptos e incompetentes como ellos. Una masacre que hubiera podido evitarse con un mínimo de pericia y sentido común del máximo funcionario responsable, habrá pasado a la historia. La negligencia, al igual que la corrupción o la complicidad, no tendrá consecuencias para el negligente o el corrupto.

La Peni seguirá siendo la eterna bomba de tiempo, el incómodo pedazo de leyenda negra cómodamente instalado en La Mesa y los reos seguirán sin importarle un carajo nadie, porque no se supone que nos tengan que importar, como no se supone que importan los migrantes y nadie se acuerda de ellos hasta que se mueren 25 en el desierto o la Border Patrol mata a uno a patadas, de la misma forma que en este momento nadie piensa en las zonas de riesgo y la estafa inmobiliaria, hasta que se derrumben 50 casas de una ladera y todos gritamos ¡cómo es posible¡. Todavía estos días escucharemos muchos cuentos y más de un loco de cantina con su verdad, pues nunca falta quien te jura tener el hilo negro, y te asegurará que fueron 500 muertos, que hubo canibalismo en el interior de la peni, que se comieron reos asados, que el motín fue provocado por el gobierno para poder tener un pretexto para limpiar a tiros la penitenciaría. Soportaremos todavía una avalancha de hipótesis, de teorías, de yo acuso, todo un rasgado intensivo de vestiduras, todo para quedar exactamente en las mismas.