Eterno Retorno

Saturday, September 28, 2019

Mil madrugadas, mil insomnios y mil cuartos que son uno mismo, tomadas por las mórbidas imágenes que irrumpen entre la tropa de minutos zombie. Una habitación en Washington o en Gómez Palacio; en Shanghái o en Xalapa. Oscuridades pobladas por amigos imaginarios e inoportunos visitantes. Un caminar sonámbulo por la madrugada juarense en busca de un yogur para beber, un deambular autómata por Paseo de la Reforma a las cuatro de la mañana buscando un elíxir para mi infierno estomacal. Hoteles, aeropuertos, obsesiones e historias nonatas insinuándose como putas petulantes

¿Cómo definir el limbo? Como un desfilar de insomnes madrugadas en cuartos de hotel.

Teporochos a un lado del camino, los hombres de ninguna parte Los testigos jehovaneros, la tamalera, la de los burros, el loquito del Oxxo La cajera de Calimax y su infierno individual asomándose en sus tatuajes presidiarios

Tal vez hay tantos escritores por la misma razón que hay tantos futbolistas. Para escribir sólo debes tener una pluma y un papel y para jugar futbol basta con una pelota de trapo y una calle o un baldío para patearla. Para tocar piano en cambio debes comprar tu instrumento o conseguir quien te lo preste, de la misma forma que para jugar tenis requieres raqueta y cancha especial. Para pintar requieres lienzo, pinceles y un espacio para guardarlos y para jugar béisbol requieres bate y guante. Cualquiera en cambio puede garabatear una frase en su libreta escolar así como cualquiera puede patear una pelota. Aun así, es obvio que los aspirantes a futbolistas superan por millones a los aspirantes a escritores. Hay mares enteros de niños o adolescentes que sueñan con ser futbolistas profesionales y sólo uno de cada mil lo logra. ¿Cuántos aspirantes llegan a ganar algún dinero aunque sea una vez en su vida a cambio de jugar futbol? Muy pocos en si tomamos en cuenta el número de los que sueñan con hacerlo.

Cagando espero…Estampa del espíritu de la época: cagar celular en mano. Alguien se sumerge con placentera relajación en los recovecos de Facebook, Twitter o WhatsApp mientras puja y escucha el salpicar de la mierda en el inodoro. Frente a sus ojos los memes del día, los chistes soeces, la frasecita cursi de superación personal, el selfie pretencioso, la verdad revelada del analista sabihondo, la teoría conspiranoica, el chisme sabroso, el efímero trend topic…y en sus tripas las mierda acumulada, el retortijón inmortal. ¿Cuántas ideas o revelaciones han llegado en medio de esa cotidiana ceremonia repetida cientos de miles de veces en cientos de miles de hogares del Siglo XXI? ¿Cuándo nos daremos cuenta que el espíritu de la época habita ahí.

Thursday, September 26, 2019

Pintar, pintar y pintar, edificios o servilletas, da lo mismo. Algo brota y vive para que yo no muera. Vaya paradoja. Sentirme vivo al pintar una niña muerta o el funeral de un obrero asesinado. Vivir en su muerte. Porque mientras pinto soy el pugilista de puño cerrado al que jamás le contarán los diez segundos ni siquiera como rapto de desolada tristeza. Pintar es combatir, contra el mundo y contra uno mismo, desgarrarse y desparramar las entrañas. Solo entonces encuentro algo parecido a la paz. Sí, lo acepto, no puedo vivir sin pintar, pero mi catarsis ha estado por siempre subordinada a una pasión más baja, un quehacer lleno de malquerencia e ingratitud por el que ahora estoy confinado en esta tumba. ¿O qué: ustedes creen que me refundieron en Lecumberri nomás porque al presidentito catrín no le gustan mis murales? No, yo no soy un mártir del arte. Si hoy me tienen como huésped de lujo en el hotel barras de acero con cargo al supremo gobierno de México es por ese amor furtivo que tantas y tantas horas le ha robado a la pintura, a mi familia, a mi sueño y a mi vida entera. ¿Saben cómo se llama ese condenado amorío? La Revolución, la ingrata y pérfida Revolución, si es que acaso esa cabrona casquivana existe, porque en su nombre se cometen muchos aberraciones.

Podría estar a gusto en mis laureles, durmiendo la mona en la comodidad del artista burgués, pero aquí me tienes bien refundido, porque a la hora de la verdad y los trancazos, en los momentos decisivos de mi vida, he puesto siempre al pincel por debajo de la metralla y me salgo a la calle a hacer la guerra. Esa ha sido mi condena. ¿Saben por qué? Porque el arte y la guerra son el hombre mismo en su manifestación más simple y rotunda. En el arte el hombre se desnuda y se muestra como es. En la guerra igual. En las realidades lucha el hombre, de cara a sus instintos y a sus pasiones, sin nada que los encubra o disimule. La guerra, como la plástica, expresa también de un golpe todo lo que hay de positivo y negativo en la naturaleza humana.

Sunday, September 22, 2019

La imagen que ven aquí fue el paisaje que contemplé todas las mañanas del mundo en mis primeros ocho años de vida. Mi cerro fue siempre el de las Mitras. Las dos casas donde más tiempo viví en Monterrey (siete años en cada una) yacían (casi) en sus faldas, aunque en contornos distintos. Para efectos de una postal sería más estereotípico hablar de la Silla, pero mi cerro fue la mitra de un espectral obispo. Un cerro horadado por un descomunal cráter artificial, lacerado por los periódicos dinamitazos de la pedrera. Ese es el reloj de mi prehistoria: la dinamita, el silbato de no sé qué fábrica y los trenes… sobre todo los pinches trenes. El Regiomontano, aquel ferrocarril de pasajeros que hacía la ruta Monterrey-México, salía de la estación a las seis de la tarde y pasaba frente a nuestra casa veinte minutos después. Mirarlo era una suerte de ritual. No es jugarreta de la nostalgia si les digo que mi oído aprendió a identificar el sonido de cada tren, sobre todo el de la Máquina Vieja, que solía cruzar a las tres de la tarde y arrastraba consigo una vibra siniestra, como de jinete apocalíptico. Sobre esos rieles vi por vez primera un cadáver, el “señor de la basura”, despedazado bajo las ruedas de acero de la mole. Mi cartografía infantil se dibujaba a partir de la calle Río San Juan. Frente a mi ventana desembocaba en la carretera a Saltillo, las vías y el cerro. Al otro extremo, la inmensidad del Río Santa Catarina era el confín del mundo, mi paraje encantado donde cualquier embrujo era posible. Jos tuvo mucho que ver en esas historias, pero les juro que no pertenecen a los reinos de la imaginación las culebras de agua, los prófugos caballos chocando sus pezuñas entre piedras rivereñas y los zorros grises que habitaban furtivamente en la Quinta. Hace 423 años Diego de Montemayor (andaluz, nacido en Málaga como mi Abuela) trazó en los ojos de agua de Santa Lucía el punto embrionario de una nueva ciudad. Antes de él habían llegado los Carvajal y de la Cueva, judíos conversos portugueses que en secreto practicaban la ley de Moisés. La semilla fundacional de Monterrey tiene que ver con un dilema de intolerancia religiosa y un adulterio lavado con sangre. A los Carvajal los procesó y condenó la Inquisición. Montemayor en cambio hizo justicia por su propia mano y acuchilló a su adúltera esposa, la portuguesa Juana Porcayo, quien tenía amoríos con su yerno, el también portugués Alberto del Canto, fundador de Saltillo y esposo de Estefanía de Montemayor. En esa ciudad viví en siete casas diferentes durante dos periodos de mi vida que suman 20 años y medio, los mismos que hemos cumplido ininterrumpidos en Tijuana. Acaso los ojos de agua y el Santa Catarina forman la hidrografía de mi subconsciente en donde cada duermevela me da por fundar la ciudad de mi saudade, un Monterrey que ya no existe y que acaso no existió nunca.

1- La mañana del 17 de septiembre de 1973, cuando Eugenio Garza Sada fue asesinado, yo era un embrión furtivamente fecundado y mi madre posiblemente aún no reparaba en mi presencia. Seis días antes Salvador Allende había sido inmolado en la Moneda, los Tigres de la UANL iniciaban su victoriosa temporada rumbo al ascenso y el verano regio se despedía con tercas resolanas y soles asesinos. 2- Eugenio Garza Sada hizo más por los trabajadores (al menos por “sus” trabajadores) que lo hecho por cualquier confederación obrera, sindicato o movimiento de izquierda en toda la historia de México. Hay, a la fecha, decenas de miles de personas herederas de su grandeza. Hijos de obreros becados en el Tec, una cultura de trabajo humanista e integral basada en el desarrollo y el crecimiento personal y una personalidad sencilla, austera, como ya no se ve en el Monterrey actual. Si hubiera más empresarios como él, México sería un país harto distinto, pero obvia decir que no todos los jerarcas empresariales egresados del Tec practican sus valores. 3- ¿Los jóvenes de la 23 de Septiembre eran valientes? No estoy seguro de que sea esa la palabra adecuada, aunque tampoco sería justo llamarlos cobardes. Eran (tal vez) ilusos, intrépidos, vocacionalmente suicidas. En cualquier caso, no eran como nuestros actuales sicarios quinceañeros. No mataban a ritmo de corrido alterado por la trocona del año ni por impresionar a las plebes más buenas o por beberse el Buchanas 18. Al parecer los movía un ideal. Eran discípulos del asalto al cuartel de Madera, de la matanza de Tlatelolco. Es más, aquí va una confesión: tuve un tío que integró la Liga 23 de Septiembre en Guadalajara y murió combatiendo. Más allá de romanticismos rimbombantes creo en la brutal honestidad de sus ideales. ¿Era un valiente? Solo puedo decirles que cobarde no era y conformista tampoco. 4- ¿Por qué todo tiene que ser tan putamente sectario hoy en día? ¿Desde cuándo carajos tienes que elegir entre ser historiador de derecha o de izquierda? ¿Por qué no somos capaces de caminar con los zapatos y mirar con los ojos de otro ser humano sometido a circunstancias que tal vez hoy nos cueste trabajo imaginar? Garza Sada y su legado me parecen admirables; su muerte es (desde el ángulo que se le vea) una tragedia descomunal; la violencia no es justificable nunca y sin embargo, puedo entender los motivos de los jóvenes de esa liga comunista y mirar con sus ojos. 5- Me da una hueva monumental la idea de ser “historiador oficial”. Ser testaferro de un régimen (de cualquier régimen, sea de izquierda o derecha) me parece indigno. 6- Si en esta película hay un villano (al que me cuesta conceder redención posible) se llama Luis Echeverría. Navegaba con bandera populista, abrazó a Allende y a los “abnegados líderes” del tercer mundo, pero no se tocó el corazón para masacrar a Lucio Cabañas y a los muchachos del Halconazo. Enemigo mortal del Grupo Monterrey y de la cultura empresarial regia, tuvo motivos de sobra para alegrarse por la muerte de Garza Sada, de cuyo funeral fue corrido. Era abstemio, bebía aguas frescas, usaba guayabera y le orgasmeaba escucharse eructando peroratas eternas.