¿Es posible que empieces a identificarte con un escritor y a agarrarle cierto cariño después de haber despotricado en su contra durante años? Pues confieso que me está sucediendo con Roberto Bolaño. Tranquilos, hablo de aprender a apreciarlo, lo cual no significa que voy a volverme bolañófilo ni a cacarear que es el nuevo Borges o el nuevo Cortázar. De hecho creo que ahí estuvo el origen del conflicto: en la burda estrategia mercantil con que intentaron vendérmelo. Les platico un poco de historia. En la Feria del Libro de Tijuana de 2002 me topé con un libro llamado Putas asesinas de un tal Roberto Bolaño y lo primero que pensé al leer el título y ver su foto, es que era una suerte de Bukowski araucano. Yo acababa de leer Trilogía sucia de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez e imaginaba que Bolaño iba en ese rollo. Compré Llamadas telefónicas, que era el único que estaba en Compactos Anagrama a un precio accesible. Llamadas fue el único libro de Bolaño que leí mientras él estaba vivo. Me dejó un saborcito como de huele a Piglia o Vila Matas. Me gustó el cuento de Joana Silvestri. Después se murió y las gallinas hípsters de la moda empezaron a cacarear. Fue entonces cuando empecé a escuchar soberanas pendejadas como que Detectives salvajes es la novela que Borges hubiera soñado con escribir o que era tan revolucionario como en su tiempo fue Rayuela y bla, bla, bla. Para entonces yo ya había leído El gaucho insufrible y Putas asesinas y seguía sin hacer clic con Míster Playa. Total que voy y leo Detectives salvajes y se consuma el desencuentro. Tal vez porque fue mi lectura de viaje durante la cobertura de una conferencia de gobernadores fronterizos en Hollywood donde el governator era el anfitrión y acaso yo no estaba de humor, pero Detectives me saturó, me indigestó y ocurrió lo inevitable: me encabroné. ¿Esta cosa es la reencarnación de Borges? A mí no me haces guey. Fue a partir de entonces que me dediqué a despotricar contra Bolaño aunque ahora que lo pienso, no despotricaba contra el chileno sino contra sus adoradores. Lo que me parecía el non plus ultra de lo pestilente, era escuchar a culturosos proclamándolo superior a Borges cuando ninguno de ellos se tomó la molestia de leer al buen Georgie. Vaya, son los mismos que se autoproclaman haters acérrimos de Octavio Paz y Carlos Fuentes por considerarlos colaboracionistas y esbirros del sistema sin haberse tomado nunca la molestia de leer al menos el solitario laberinto o la transparente región. Esos publicistas le hicieron mucho daño a Bolaño. Sin embargo, años después volvimos a reencontrarnos discretamente en Estrella distante y me cayó un poco mejor. Ahora le he metido diente a Entre paréntesis y La pista de hielo y debo confesar que lo estoy disfrutando. Sin parámetros ni odiosas comparaciones, colocándolo en su justa dimensión, estoy descubriendo a un tipo brutalmente honesto, transparente hasta la inocencia, alguien que se volvió auténticamente loco por la literatura; un lector pasional, febril, tirado a matar. Un bato cuyo idilio con la literatura fue propio de un Alonso Quijano. Un verdadero tecato de los libros, un divino teporocho de la lectura que se inmoló en el altar de sacrificios de las letras.