Eterno Retorno

Thursday, July 04, 2013

Las poseídas de Betina González, Premio Tusquets 2013 - Por Daniel Salinas Basave

Hablemos ahora de Las poseídas de Betina González, Premio Tusquets 2013 de novela. Hay elementos en el relato de esta bonarense que la hacen patinar en los bordes del cliché, del que logra alejarse con una narrativa dura y sin concesiones. La trama ocurre en un colegio monjil para adolescentes de la clase alta del Norte de Buenos Aires y de entrada el escenario, como los personajes, nos acaban por parecer peligrosamente prototípicos. Desde su portada podemos intuir una novela de iniciación adolescente, de rebeldías, dudas y despertares hormonales y en efecto, la intuición primaria no se equivoca pues Las poseídas es todo eso. Inclusive es fiel al lugar común de colocar un fantasma habitando entre las monjas como herencia de un pasado oscuro y truculento (¿dónde había visto algo así?) El grupo de chicas que nos presenta Betina González es también bastante estereotípico. Tenemos por supuesto a la petulante princesa, non plus ultra de lo sexi y popular; a las rebeldes ingobernables, que se van de pinta y se doblan la falda tan alto como les es posible; las nerds mojigatas de estrellita en la frente, consentidas de la madre superiora; las infaltables gorditas apocadas y por último las dos niñas sui generis que hacen pedazos el cliché y fungen como personajes principales de la trama con elementos fantasmagóricos de por medio. Una es la narradora, nombrada simplemente como López, quien desde una confusa y no tan bien trabajada primera persona, nos va introduciendo a su microcosmos que se ve alterado por la llegada del factor extraño, representado por la enigmática Felisa. Con semejantes elementos ¿cómo es que Betina González no cae en un bodrio telenovelero tipo “quinceañera”? Es ahí donde radica la habilidad de la autora. Las claves para alejarse de la cursilería y entregarnos una novela de alto octanaje, yacen en la narrativa, el lenguaje y la psicología de sus personajes. El contexto puede parecer ordinario y ñoño, pero por fortuna estamos ante una narradora que sabe torcer el cuello de lo predecible y entregarnos una historia capaz de sorprender y atrapar. Hay crudeza, hay ironía y cierto desparpajo, elementos suficientes para apartarnos de la melcocha rosa de un pastel de quince años. La personalidad de la voz narradora, la casi invisible e inclasificable López, ayuda a ir contagiando esa sensación donde con sarcasmo y rudeza transforma el escenario de princesitas adolescentes en un entorno absurdo, corroído y lleno de contradicciones. El descubrimiento de lo sexual, por ejemplo, está exento del elemento idílico del principito azul de baile de graduación o del seductor profesional que embauca a la dulce niña y es narrado con una crudeza y una frialdad atípicas. Hay un misterio por develar en el personaje de Felisa y la intuición de lo mágico o lo sobrenatural contagiando la atmósfera. Las poseídas es una novela de ágil lectura susceptible de ser disfrutada por diversos tipos de lectores. Si nos quejamos de que los jóvenes no leen, ahí está esta novela de Betina González que puede convertirse en la delicia de cualquier preparatoriano inquieto, deseoso de trascender las lecturas obligadas por sus profesores. Por fortuna no estamos ante esa típica lectura de culto adolescente que pierde todo su sentido si se lee después de los 18 años. Con todo y mi kilometraje de lector veterano, he podido disfrutar honestamente de Las poseídas. Betina González es la primera mujer en ganar el joven Premio Tusquets, que en el pasado reciente han ganado Elmer Mendoza, Evelio Rosero y Sergio Olguín. Las poseídas es una novela con elementos suficientes para trascender y ser leída dentro de algunos años por los jóvenes que hoy son niños sin perder vigencia y Betina González es una autora de la que sin duda seguiremos hablando en un futuro no muy lejano. Las poseídas me parece un gran principio.

Morfeo dicta historias sin cobrar derechos de autor

Pasé mi primera noche en Nacozari sin poder parar de escribir. Primero hice un vaciado en bruto de las entrevistas con la madre, la hermana y el bibliotecario. Después, ya entrada la madrugada empecé a darle forma narrativa. Mi primera noche en Nacozari no fue de descanso, sino de trabajo duro. En mi sueño original en donde representé Nacozari antes de visitarlo, yo escribía sin parar junto a la ventana del cuartucho, con vista hacia una mina de cobre. Ahora mismo mi sueño se materializa pues he estado escribiendo como un poseso en el cuarto de este hotel que no es muy diferente al que soñé. Falta la mina de cobre que debería estar frente a mi ventana, pero se bien que debe haber alguna cerca. En realidad no recuerdo tantos detalles decorativos de mi sueño como para afirmar que este cuarto de hotel (que supongo es real) es idéntico al que soñé, aunque eso no importa mucho, pues la sensación al escribir es la misma. Por un momento he pensado que soy yo quien me he sugestionado y me he forzado a escribir de esta manera para tratar de ser fiel a mi sueño, aunque al ver que pasaban ya de las tres de la mañana y yo seguía sin poder parar de teclear, tuve la sensación de que estaba siendo víctima de una suerte de hechizo, controlado por una energía o fuerza superior habitante de este cuarto. Lo más fuerte de mi sueño fue la manera en las palabras brotaban como si alguien me las estuviera dictando. Escribir es (o puede llegar a ser) como estar poseído y anoche he escrito como un poseso, tal como escribía en mi sueño.

ARGEMIRO

Una vez vaciadas las entrevistas, me enfrenté al dilema del punto de partida de la biografía de Argemiro Montaño. Normalmente esos detalles los consulto con mis biografiados, a quienes suelo hacer dos o tres sugerencias de comienzos. En lo personal me gusta comenzar narrando en presente un momento clave de la vida, un instante de decisión cuyo desenlace marque o tuerza el camino de mi personaje. Algunos de mis biografiados aceptan mis sugerencias, pero otros, ortodoxos y lineales en la concepción de su propia existencia, no gustan de experimentalismos y saltos cronológicos y me piden que empiece a narrar desde el día de su nacimiento. Ahora yo debo resolver el dilema solo, pues ésta es la primera vez que escribo sobre alguien que ya está muerto. La biografía de Argemiro es distinta en todos los sentidos. Primero porque el personaje es la más radical antítesis de mis biografiados tradicionales. En segundo porque de todas las biografías que he escrito, es la primera en donde yo juego un rol importante en la historia. Es un rol breve, cierto, pero fundamental, así que en esta ocasión se vale escribir en primera persona. Soy biógrafo pero también soy actor y se vale narrar a partir de mi testimonio.