Las islas suelen cambiar de traje conforme va avanzando el día. Tienen también varios vestuarios para cada estación del año. Cuando los vientos santaaneros se toman en serio su papel de barrer hasta la última nube, las islas amanecen en impúdica desnudez. Desde la lejanía puedes apreciar los contornos de los peñascos en duelo eterno contra las olas, los colores de las plantas, las estrías en su espalda de roca. Islas sin sábana de nubes ni gota de maquillaje.
En cualquier caso, los días de islas desnudas suelen ser los menos. En una mañana cualquiera la persiana de bruma juega a ser aliada del horizonte y las islas optan por el teatro de sombras. Frente a ti solo hay siluetas, trazos prófugos de un paisaje impresionista.
Cuando las tardes se tornan fantasmales, las islas son tan solo intuiciones, sombras de monstruos emergiendo de los abismos oceánicos. El horizonte hace trampas y juega bromas pesadas, pero las sombras siguen ahí, en acecho permanente. La tarde oscura agoniza en el vientre del océano y tus ojos se aferran a unas bestias cada vez más cercanas a la costa.
Cuando la niebla es ama y señora (inflexible tirana invernal frente a cuyo régimen totalitario no hay resquicio de resistencia) las islas simplemente desaparecen. Acaso optan por exilios temporales o repentinas fugas. De ser intuición pasan a ser recuerdo. Las islas son cuerpos de vapor que se han diluido en el horizonte, mundos de leyenda tragados por el océano. Las islas como Atlántidas que acaso nunca existieron, mentirosas nostalgias por lo nunca ocurrido. Las islas se han ido o acaso nunca estuvieron.
Thursday, December 04, 2014
Wednesday, December 03, 2014
Tuesday, December 02, 2014
Cuando las tardes se tornan fantasmales, las islas son tan solo intuiciones, sombras de monstruos emergiendo de los abismos oceánicos. El horizonte hace trampas y juega bromas pesadas, pero las sombras siguen ahí, en acecho permanente. La tarde oscura agoniza en el vientre del océano y tus ojos se aferran a unas bestias cada vez más cercanas a la costa.
Cuando la niebla es ama y señora (inflexible tirana invernal frente a cuyo régimen totalitario no hay resquicio de resistencia) las islas simplemente desaparecen. Acaso optan por exilios temporales o repentinas fugas. De ser intuición pasan a ser recuerdo. Las islas son cuerpos de vapor que se han diluido en el horizonte, mundos de leyenda tragados por el océano. Las islas como Atlántidas que acaso nunca existieron, mentirosas nostalgias por lo nunca ocurrido. Las islas se han ido o acaso nunca estuvieron.
Y de pronto ellas vuelven, irremediablemente vuelven y reparas entonces en que los mismos atardeceres han desfilado un millón de veces frente a esta playa y que de no ser por los dos tres barcos no invitados a la foto, la imagen de ese ocaso sería idéntica a la del paleolítico e idéntica a la del atardecer cualquiera que irrumpirá a cien años de tu muerte, cuando de ti no quede ni siquiera algo que se asemeje a la sombra de un recuerdo, un resquicio de huella o brizna de polvo delatora de tu paso por la vida. Y ellas estarán ahí, asaltando las fantasías de quien hoy no ha nacido y los soles se desparramarán hacia el Oriente
Monday, December 01, 2014
Sunday, November 30, 2014
Amarillo es el Transiberiano. Lo habitan reinas de las nieves y el glamour. La hijoeputez del frio, o esa ventisca pasada de lanza con cara de tormenta sorprende a las viajeras que posan para revista Caras. Adentro hay espejos y sabor a té de canela, la promesa de emprender el viaje hoy y no mañana. El tren te jura ir en marcha hacia ignotos arrebatos.
Intuyes la tropa de guardaespaldas en las cercanías, las armas desenfundadas o la omnipresencia del ojo eléctrico, porque la periodista que ha volteado de cabeza a un país en llamas bebe sola y tan quitada de la pena en un bar límbico. Conjura angustias y soledades y pienso entonces en nuestro irrenunciable desamparo mientras pecho amarillo hace su ronda matutina e invoco el sueño de anoche, uno más, en donde dormir es viajar. Un largo viaje grupal a Buenos Aires con tres mudas de ropa interior y las dudas sobre la posibilidad de alcanzar aunque sea un partidito, de primera o de segunda en fecha 19 del diciembre porteño y piensas que Huracán de Parque Patricios no es mala alternativa mientras enfilas rumbo al aeropuerto vestido de pants, con el aura mugrosa.
La sensación de navegar en barcos de arena, e intuir naufragios como quien intuye islas encantadas y cantos blasfemos de sirenas. Ir deshojando instantes de vida como quien deshoja flores marchitas. Amaneceres sobre la taza, ocasos en el parque, la irrealidad impregnándome como brisa marina.
No te es fácil resistir el asalto de la fantasía cuando cada día de tu vida, durante los últimos quince años, contemplas unas islas en el horizonte.
Las islas son tu parámetro de otredad, el omnipresente recordatorio sobre la existencia de mundos paralelos, el símbolo de un más allá asomándose en los límites de tu mirada.
Islas mutantes, camaleónicas, tramposas; tan dadas a los disfraces como al juego de escondidas. Mujeres al fin, las islas parecen divertirse con tu delirio.
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