Eterno Retorno

Saturday, January 09, 2010

Pues Iker ha cumplido un mes y de pronto me cae el veinte de todo lo que ha cambiado. Veo sus fotos anteriores, lo veo ahora acostado en la cama y me sorprendo al descubrir lo mucho que mi hijo se ha transformado. No puedo definir exactamente qué tan rápido o tan lento ha transcurrido el tiempo desde el 8 de diciembre. Definitivamente hemos entrado en otra cápsula. Incluso mi metabolismo y mi bioritmo mental trabajan diferente. Eso sí, su mirada, poderosa y cautivadora desde el día de su nacimiento, es cada vez más expresiva. Ya es capaz de seguir las voces y fijar sus ojos en nosotros e incluso emite sonidos distintos al llanto con los que parece querer platicarnos. Hoy le tocó la vacuna de la tuberculosis para la cual estábamos en lista desde el día de su nacimiento. Iker es valiente y ha resistido el piquete con admirable estoicismo. Digamos que es más corajudo que llorón. Tiene la seductora habilidad de levantar una sola ceja y es cada vez más fotogénico.

El año del gran estallido social ha dado comienzo. Patinamos sobre una capita de hielo a punto de derretirse bajo la cual hay un abismo sembrado de fauces. Caminar siempre hacia adelante, remar sobre nuestra hoja seca en la tormenta marina, mantener nuestra vela en el huracán, esa velita a punto de apagarse que resurge de pronto, mientras le volteo la cara al horror, tan omnipresente en nuestro entorno.

Thursday, January 07, 2010



LOS REYES MAGOS ME TRAJERON UN KALASHNIKOV

Un sicario es un muchachito, a veces un niño, que mata por encargo. ¿Y los hombres? Los hombres por lo general no, aquí los sicarios son niños o muchachitos, de doce, quince, diecisiete años, como Alexis, mi amor. Fernando Vallejo, La Virgen de los Sicarios.

Por Daniel Salinas Basave

Poco a poco el sicariato se transforma en un asunto infantil. La vida moderna exige sangre cada vez más joven e irremediablemente vomita a los adultos. Nuestras vidas son fugaces y la fecha de caducidad nos llega con insoportable prontitud. Las empresas no quieren ver gente mayor de 30 años solicitando empleo. Los adultos y sus crepusculares ambiciones apestan. Los adultos y su cacareada experiencia son fruta engusanada. Los reclutadores buscan muchachitos, casi niños, mentes mocosas saturadas de iPod, videojuego y redes sociales, dispuestos a tragarse el mundo cobrando poco o de ser posible gratis. El mundo exige pieles jóvenes y no tendría por qué ser diferente en esa criatura amorfa llamada crimen organizado, donde víctimas y victimarios son pubertos jugando a las guerritas con Kalashnikov, capos quinceañeros y matones de secundaria que aprendieron a usar un arma automática antes que a masturbarse. ¿Atrévete a matar se llama la telenovela favorita de los niños? El “Diario de la guerra del cerdo” de Bioy Casares se materializa en nuestras calles. Ser tropa de la mafia es la nueva fantasía adolescente. Matando por un sueño, por ganar tan pronto como sea posible el prestigio merecedor del épico narcocorrido, el estatus de leyenda que incremente hasta el infinito el número de amigas en facebook. Vidas fugaces, con la dosis de suculenta adrenalina e imprescindible pendejez que el filo de la navaja exige. Algún romántico hablará de riqueza fácil y rápida pero tampoco es para irse por la finta. En tiempo de crisis todo se devalúa y ser sicario es un oficio cada vez más malpagado. Cierto, sin duda ganarás un poco más que en un call center y no tendrás que poner tu mejor vocecita de autómata domesticado para agradar a ese cliente majadero que siempre tiene la razón. Tampoco tendrás que pagar tu cuota de esclavitud en el servicio social ni tendrás que acreditar dos años de experiencia para aspirar al mínimo con prestaciones y bono de puntualidad antes de ser liquidado cuando roces la treintena y generes algo de antigüedad. Pero igual, de sicario o tirador de globitos cryistaleros ganarás una miseria y tus patrones no se harán responsables por esos incómodos accidentes de trabajo en los que tu cuerpo yacerá con varios kilos de plomo. Eso sí, te ahorrarás uno que otro trámite de la gente adulta y el IFE no alcanzará a contar con tu foto en el registro. Hacienda no llegará a contarte entre sus limones exprimidos y no empujarás la piedra de Sísifo en la ventanilla de la inmobiliaria o en los intereses de tu deuda bancaria. Ay, el agridulce mito de la muerte joven. Live Fast, Die Young. ¡Pero si sólo tengo 17 años! Aún así, debo decirte que te perderás algunas cosas. Te ahorrarás bastantes achaques: gastritis, lindas historias de próstata y caída de pelo, pero aunque no lo creas, a los 30 años todavía se puede aspirar a algunas dosis cierta cosa parecida a la felicidad. Te lo juro, siendo adulto aún puedes pasarla bien. El problema es que la Muerte anda de parranda en la prepa. Highschool musical a ritmo de narcocorrido. Smells like teen spirit? El espíritu adolescente apesta pólvora y cartucho percutido ¿Lo imaginó Kurt Cobain? Hasta la estética del crimen organizado acabó por transformarse. Ese bigotón de panza prominente, hebilla gigantesca, bota de cocodrilo y kilos de oro en esclavas y colguijes de Malverde es ya el colmo de lo anacrónico. Dicen que nunca debes guiarte por estereotipos, pero ver en todas las fotos policíacas la misma facha va más allá de la una odiosa casualidad. A ver si les suena esta imagen: pelito corto casi a rape, arete de perla robado del joyero de la abuela, camiseta Aeropostale o American Eagle, expresión de wanabe reaggetonero, tenis Puma y Nextel riguroso. Dress to Kill. Los reporteros se encargarán de que el cuerno de chivo salga bien destacado en el periódico, aunque eso sí, con tu cara borrosa por aquello de que eres menor de edad. Y a propósito ¿Cuál foto te gusta más para el perfil de facebook? ¿En la que sale tu cuerpo ensangrentado y lleno de hoyos? ¿O en la que sales presentado por el Ejército como el pez gordo del día? Live for today, tomorrrow never comes, canta una banda viejísima, casi prehistórica de tiempos de tus abuelos que se llama Black Sabbath y que sin duda no has escuchado ni escucharás. Por lo pronto, se feliz con reaggeton y tus loas a los capos de la mafia. Con algo de suerte y cuidado podrás aspirar a ser un veterano criminal de 24 años. Mientras tanto podrás escuchar el perorar del mundo adulto a tú alrededor, el de la gente mayor marginada a ser espectadores de una vida que los hace santiguarse compulsivamente. Los mayores perorarán valores, siempre los valores, ese recetario infalible para la juventud. Y saldrá el obispo y las buenas conciencias y los indignados y la vestidura perpetuamente rasgada. ¡Señor Procurador! Y saldré yo a decirte con mi insoportable rostro de más de treinta: En “mis ochentenos tiempos”, (uyyyyy, lejanos y jurásicos) la prepa significaba un desafío permanente en donde había que mostrar huevos y hombría, pero dentro de tu lista de riesgos, el peor de todos era que te partieran la boca o te dejaran un ojo de berenjena. La adrenalina y las ganas de impresionar a las chicas siempre han sido adictivas. Por fortuna los puños rara vez matan o al menos no tan seguido como los cuernos de chivo. En fin, estas peroratas escupe uno cuando lee historias de balaceras entre preparatorianos. Una rosca de plomo para el 6 de enero. Acaso los niños de hoy escriban: Queridos Reyes Magos, me he portado de maravilla y mis ventas de crystal van viento en popa ¿Podrían traerme un Kalashnikov?


Caín

José Saramago

Alfaguara


Por Daniel Salinas Basave

La Iglesia Católica es una excelente promotora editorial. Ninguna estrategia de mercado ni campaña de promoción impulsada por Alfaguara habría podido soñar con el éxito que las anatemas y excomuniones de los “santos prelados” trajeron a “Caín”, la nueva obra del portugués José Saramago. Antes que la novela llegara a los escaparates de las librerías, ya retumbaba en el mundo el chillar de la ofendida mojigatería universal, exigiendo potro y hogueras para el “hereje” Saramago por su obra sacrílega. Al igual que sucedió con la película “El crimen del Padre Amaro”, basada en la novela del también portugués Eca de Queirós, “Caín” aseguró el éxito antes de salir a la calle. Gracias a la condena de la santurronería, “Caín” se convirtió en un fenómeno que tenía a cientos de lectores aguardando ansiosos el día de su llegada a las librerías. Una novela que carga a cuestas la condena de la moderna inquisición, genera obvias expectativas. El estigma de sacrílego trae consigo el morbo y el morbo, bien lo sabemos, siempre ha vendido. Ahora que la apología cainita de Saramago no es nueva. Otro Premio Nobel de literatura, llamado Hermann Hesse, ya había dado una vuelta a la tuerca en el mito de Caín, un personaje al que no le faltan adoradores.
Dios, o esos humanísimos seres que escribieron el Antiguo Testamento, lo condenaron a ser maldito para siempre. Caín, el primer gran criminal de la humanidad, el que asumió el fundacional papel de malvado, el asesino primario ¡y vaya clase de asesino! Un fraticida capaz de asesinar por la espalda, un soberbio incurable lleno de celos hacia su bondadoso y humilde hermano Abel. Sí, a Caín le tocó jugar el rol de primer chivo expiatorio de las buenas conciencias y aunque en apariencia nadie lo presume como el santo de su devoción, la realidad es que Caín siempre ha seducido, o al menos seduce más que el timorato y malogrado Abel. Aún recuerdo la primera apología cainita que cayó en mis manos: fue el Demian de Herman Hesse que leí a los doce años de edad y al igual que el inocente Sinclair, quedé pasmado al saber que alguien torcía el sentido del cuento y se convertía en abogado defensor del hermano maligno. Cuando Demian le cuenta su versión de la historia de Cain y Abel a Emile Sinclair, éste no puede más que sentirse asombrado por el sentido que le da al relato bíblico.Los hijos de Abel, dice Demian, no son más que unos cobardes, con un tremendo miedo a vivir; seres débiles sometidos a los poderes dominantes como un rebaño de ovejas. Por el contrario, los hijos de Caín toman sus propias decisiones sin importarles las reglas del poder establecido. Ellos, los cainitas, son los elegidos, los que no temen a la vida ni a la muerte. Por testimonio del hessiano Demian, supe de la existencia de la secta de los cainitas, discípulos del fraticida, que poblaron la tierra con su marca. Ahora, 23 años después de Hesse, cae en mis manos otro apologista del “hermano incómodo”. De entrada, es digno de aplaudir que un Premio Nobel de 87 años de edad sea capaz de desatar semejantes golpes de pecho y amenazas inquisitoriales. Vaya, cuando un autor llega a cierta edad y ha conquistado toda la gloria literaria, irremediablemente se relaja, se vuelve políticamente correcto y odiosamente predecible. Las obras irrepetibles se transforman en conferencias, doctorados honoris causa y pronunciamientos redundantes a favor de la paz mundial. No es por fortuna el caso de Saramago al que la vejez y la gloria no le han mojado la pólvora literaria. Después de sorprender al mundo con su sui géneris novela “El elefante”, el portugués y su vocación iconoclasta vuelven a subir al ring del escándalo con su obra más polémica desde el ya célebre Evangelio según Jesucristo. Apóstata confeso y deicida hormonal, Saramago vuelve a practicar el sano deporte de provocar mojigatos al referirse a dios (así, con minúsculas) como el autor intelectual del asesinato de Abel, toda vez que despreció el sacrificio que Caín devotamente le había ofrecido. Pero más allá del mito del primero de muchos asesinatos bíblicos, la novela de Saramago propone toda una relectura del Génesis, desde Adán y Eva, hasta Sodoma y Gomorrra pasando por el mito de la diablesa Lilith, primera mujer de Adán. Más allá del personaje bíblico, el Caín de Saramago es un ente que bien podría representar la imperfección de la humanidad. Caín es el hombre moderno, huérfano de deidades, que contempla con pasmo e incredulidad los horrores del Antiguo Testamento ordenados por el capricho de un dios tirano y soberbio. Caín es el hombre, desnudo, condenado e indefenso frente al cruel Jehová, el dios capaz de enviar ángeles exterminadores e incendiar ciudades a placer. Sí, Caín es ante todo un símbolo, acaso un grito de rebelión del hombre contra su tiránico dios. Por lo que al estilo respecta, estamos ante un Saramago puro. Si usted ya ha leído al portugués, entonces encontrará las mismas comas que a tantos sacan de quicio, los aparentemente caóticos párrafos saramaguianos y sus obsesivas minúsculas adornando esa suerte de sutil ironía que jamás lo abandona. Una fluidez discursiva que en su aparente naturalidad puede llegar a resultar atropellada. Saramago, lo sabemos, escribe bajo sus propias reglas y para leerlo se requiere someterse a su propio manual de estilo. Una vez que se ha hecho “clic” con el portugués, su lectura será hedonismo puro. Tal vez junto con la aparición de los inesperados papeles de Cortázar, “Caín” fue el gran suceso editorial del 2009. Un delicioso sacrilegio para cerrar el año.

Wednesday, January 06, 2010

Y así, sin decir agua va, con la fugacidad del viento, el primer mes de Iker está por cumplirse. La vida tiene prisa. Nunca volverás a tener un primogénito de días o semanas de nacido. A partir del viernes y hasta el 8 de diciembre, su edad se medirá en meses. Lo que apenas ayer era un deseo, hoy es un bebé de un mes. Después hablaré de un niño de un año y sufriré más que él en su primer día de escuela. El primer mes se ha ido. Con fascinación y horror me doy cuenta que somos actores de una película en cámara rápida. Con toda mi anticinefilia a cuestas, confieso cierta viciosa tendencia a mirar la vida en escenas, imágenes clave que han construido lo que eres. La vida como el río eterno, como la corriente del agua que no has de beber.

Un pino seco a la intemperie es la imagen perfecta de la cuesta de enero. El pino como un cadáver insepulto, yaciente en desamparo. El que hace un mes entró a la casa a ser cubierto de luces para iluminar la época, hoy es un muerto estorboso, la más acabada expresión de lo que enero significa.

Es terrible cuando sabes que el primer libro que lees en el 2010 será el mejor libro del año. El mejor libro de éste y acaso de los años que vienen. Cuando estás ante una obra mayor hay una suerte de conexión espiritual, una relación casi carnal con el libro. No puedes soltarlo y quieres llevarlo contigo a todas partes. Hay libros buenos, de esos que apenas acabas y ya están amenazando relectura. Pero hay libros en los que antes de llegar a la mitad puedes intuir con certeza que serán inolvidables, que formarán parte de tu vida. Así me sucede con Invisible de Paul Auster. Una obra mayor de un autor que hace ya un tiempo aseguró su sitio en mi altar y en esa isla desierta a donde algún día seré autoexiliado.