Eterno Retorno

Friday, January 05, 2007

Tijuana. Senderos en el tiempo
Mario Ortiz Villacorta Lacave y Francisco Manuel Acuña, coordinadores


Hablar y escribir sobre Tijuana, dice Roberto Castillo Udiarte, es una trampa en la cual podemos caer fácilmente.
Dado que aborrezco esos lugares comunes diseñados por los sociólogos de la cultura, los investigadores sociales fronterizos o las oficinas gubernamentales de turismo, debo confesar que me aterra caer en esa trampa al escribir sobre un libro que tiene como personaje principal a Tijuana.
Vaya, la nuestra es una ciudad tan poblada de clichés, que cuesta acercarse a ella sin caer en los pantanos de la obviedad y la repetición.
Tradicionalmente la reseña de un libro omite su forma física y se concentra en el contenido, pero tratándose de Tijuana Senderos en el tiempo, hay que decir que de la vista nace el amor, antes incluso de la primera lectura.
Así las cosas, en afán de evitar la obviedad, empecemos por lo obvio: Desde esa primera hojeada curiosa uno se da cuenta que tiene un sus manos un trabajo de calidad. Basta tocar el papel, olerlo (sí, los libros se huelen) y observar la fotografía para darse cuenta que la edición apostó fuerte.
Claro, la buena fotografía e impresión no garantizan en modo alguno la calidad de un libro y cuando el sello de una institución oficial, en este caso el Ayuntamiento de Tijuana, adorna la portada, es comprensible una buena dosis de desconfianza.
Los gobiernos de cualquier nivel tienen la mala costumbre de editar libros aburridísimos infestados por delirios propagandísticos. Por fortuna, Tijuana, Senderos en el tiempo no se parece en absoluto a un folleto turístico de lujo. La calidad fotográfica de la que hablábamos está en perfecta armonía con los textos, por lo que es recomendable, por no decir obligado, leerlo de cabo a rabo, como se lee un buen libro de relatos y no limitarse a hojearlo como álbum fotográfico.
De entrada, hay que elogiar la calidad y la variedad en la selección de autores. Filósofos, historiadores, literatos, arquitectos, poetas, sociólogos y promotores culturales aportan su pluma al libro.
Francisco Manuel Acuña, Pablo Guadiana Lozano, Jorge Martínez Zepeda, Antonio de Jesús Padilla Corona, Lawrence Douglas Taylor Hansen, Jorge Bustamante, José Gabriel Rivera Delgado, Mario Ortiz Villacorta Lacave, Víctor Alejandro Espinoza Valle, José Manuel Valenzuela Arce, Catalina Velázquez Morones, Pedro Ochoa Palacio, María Guadalupe Kirarte Domínguez, Fernando Aguilar Robles, Jorge Ruiz Dueñas, Roberto Castillo Udiarte y Horacio Ortiz Villacorta Ramírez son los autores de los textos, sin olvidar el prólogo de David Piñera Ramírez.
Por fortuna el rigor académico cedió algo de terreno a la espontaneidad creativa lo que aunado a la variedad de temas y estilos, arroja como resultado un deleite de lectura.
La historia geológica de Tijuana escrita por un filósofo, las primeras lentes fotográficas que captaron la ciudad recuperadas por un fotógrafo, la primitiva conformación urbanística tijuanense, la infaltable épica magonista de 1911, el nacimiento de la colonia Libertad, las canciones de Freddy Quiñones, la inmigración china, por supuesto el mito de Juan Soldado (imperdonable su omisión) y las crónicas urbanas de Johny Tecate son sólo algunos de los textos que encontramos en este libro. Cada uno ocuparía por sí solo una reseña aparte, pero el espacio, por desgracia, es breve.
Que esta edición de lujo fue hecha con recursos públicos, es cierto, pero es evidente que han sido bien utilizados. Por fortuna, en vez de gastar en editar un informe de gobierno o una memoria política que nadie leerá, el Ayuntamiento apostó por un Señor libro de historia, que por si solo, hará historia.


A salto de mata. Crónica de un fracaso precoz
Paul Auster
Anagrama


Y sigue la austeriana mata dando. ¿Otra vez Paul Auster en Pasos de Gutenberg? Sí, otra vez Paul Auster. Ni modo, hay autores que generan adicciones incurables y el de Brooklyn es uno de ellos. No hay un solo libro suyo que hasta la fecha me haya defraudado y sí en cambio algunos que han quedado inscritos en la categoría de eternos ejemplares de cabecera, merecedores de periódicas relecturas. Cuando un autor se ha convertido en vicio ya no hay rehabilitación posible y el universo austeriano es enviciante como ninguno.
Previo a la lectura de su última novela, Brooklyn foolies, que aguarda en el buró a ser devorada, me di a la tarea de leer en un par de horas su autobiográfico Salto de mata.
Cuando uno se ha adentrado tanto en el mundo de un autor, la lectura de su autobiografía se vuelve un asunto imperdonable. En 158 páginas que se leen literalmente en una sentada en medio de una tarde invernal con un buen café de por medio, Auster nos cuenta de sus primeros pasos como escritor. A salto de mata, Crónica de un fracaso precoz es la historia del joven escritor Paul Auster, desde su niñez hasta su llegada a la treintena, si bien he de confesar que la definición de autobiografía me sigue haciendo ruido por parecerme inexacta. Vaya, si se trata de empezar aclarando lo que este libro no es, hay que señalar que A salto de mata no tiene nada que ver con un Vivir para contarla el libro autobiográfico de Gabriel García Márquez, con perdón por la odiosa comparación.
El de Auster puede leerse como un simple anecdotario, un ensayo sobre la iniciación literaria o acaso una disertación sobre el papel que juega el dinero en la vida de un joven creador.
Auster omite muchos detalles que en teoría serían básicos en toda autobiografía que se pretenda formal. No espere usted encontrar fechas de nacimiento, nombres de los padres y otros datos propios de un formulario burocrático. En cambio el libro es rico en anécdotas de lo más diversas, contagiadas todas de esa austeriana aleatoriedad presente en todas las novelas del neoyorquino. Y es que Paul Asuter hace de si mismo un personaje tan austeriano como el Benjamín Sacks de Leviatán o el Fanshawe de La habitación cerrada. La hipnótica armonía de la música del azar, la seducción de lo absurdo e improbable, inseparables de cada acto de su vida. El niño Auster juntando latas y botellas para cambiarlas por unos centavos, el joven Auster trapeando las bodegas de un barco petrolero que navega por el Atlántico o recorriendo las calles de Dublín como un Ulises con una uña enterrada. Auster traductor de la constitución vietnamita o editor de libros imposibles. Eso es A salto de mata, un vaivén constante entre los sueños literarios y la omnipresente carencia de dinero.
No me gusta nada la idea de un libro como guía o manual, pero me atrevo a decir que A salto de mata es una lectura obligada para jóvenes escritores. No es que Auster pretenda regalar fórmulas o claves secretas ni cae en la tentación de darnos una odiosa lección de superación personal al estilo estadounidense, pero más de uno puede identificarse con sus anécdotas y sacar algo de coraje de su terquedad. Al final de cuentas, saltando matas y arañando centavos, Auster hizo lo que quiso y se transformó a si mismo en un personaje del laberinto austeriano.

Wednesday, January 03, 2007

TRAGUENSE EL 2-0 rayas DE MIERDA. ARRIBA LOS TIGRES

Cierto, Mario Carrillo me resulta antipático y la directiva de Cemex se esfuerza por parecer cada día más incapaz y petulante, pero Tigres es Tigres y yo por ese equipo saco el pecho y meto las manos al fuego en cualquier situación. Ahí estuve el pasado 30 de diciembre en el Volcán bajo la lluvia y el frío apoyándolos con mi padrino José Manuel en un amistoso contra Correcaminos que se ganó por 5-0. Hoy a la distancia grité los dos goles. Un Clásico regio es un Clásico en cualquier cancha y hay que ganarlo. No me importa no ganar el Interliga. Me encantaría soñar con la Libertadores y no estar pensando en el descenso, pero bueno, Tigres me ha dado la primera gran alegría del año. Solo le pedía que le ganáramos a las rayas y ya estuvo, los borramos de la cancha. A las rayas hay que borrarlas siempre, sea amistoso, de Liga o Interliga. Uno de los placeres más grandes que tiene la vida es romperle el culo a la basura rayada. Por ahora soy Feliz. Sufran rayitas lilongas. ARRIBA LOS TIGRES

Milicos

Los militares llegaron ya y no lo hicieron bailando el chá chá chá, sino instalando un estorboso filtro en Playas de Tijuana. ¿Querías soldaditos de plomo en las calles tijuaneras? Pues ahí los tienes, a granel y pa aventar pa arriba.

No tengo nada en contra del operativo militar, pero hace falta ser muy inocente para creer que va a servir de algo. Vamos siendo honestos: ese operativo no va servir de un carajo. Helicópteros, barcos, avionetas, armas largas y varios miles de pelones con botas no van a extirpar al crimen organizado de Tijuana. Sí, puede que por unos días se inhiban los secuestros a plena luz del día y tal vez no veremos en un rato ejecuciones en avenidas transitadas (ya sería el colmo con 3 mil pinches soldados) pero será un placebo, una aspirina infantil tratando de curar un cáncer. Está bien, bajarán en algo las estadísticas criminales tan incómodas para la Procuraduría, pero no creo que agarren ningún pájaro de cuenta. Traen redes para tiburones, pero apuesto doble contra sencillo a que sólo caerán charalitos.

El mejor operativo militar es aquel del que ni tú ni yo ni los policías locales nos enteramos. Aquel en el que los soldados llegan calladitos, sin cacareo, ni desfile, ni rueda de prensa. No puedes combatir al crimen organizado con un codiguito penal en la mano y esperando capturar secuestradores en un retén. ¿Creen que no están conectados a la frecuencia de la Policía Municipal? ¿Creen que no tienen mil y un agentes infiltrados en todas las corporaciones que les soplarán pelos y señales del operativo? Involucrar a policías locales en esta ridícula pantalla es el equivalente a tener la cortesía de contarle a la maña pelos y señales de tus planes para exterminarla.


Tower RIP

No estuve ahí para ver el cadáver, pero supongo que debe haber sido una imagen desoladora. La Tower Records del Sports Arena Bulvear en San Diego ha muerto. Luego de una lenta agonía tras notificarse la quiebra de la compañía, la Tower sandieguina cerró sus puertas para siempre.
Para el recuerdo quedará esa tradición de cruzar a la Tower al salir de los conciertos en Sports Arena.

He pasado mi vida entera comprando discos y algunas tiendas llegaron a convertirse en recintos sagrados. Como olvidar la Tower Records de Boston, en Massachusets Ave., tan cerca de Charles River. Esa tienda estaba abierta las 24 horas y en la madrugada era refugio de toda clase de freaks, corazones solitarios y estudiantes insomnes de Cambridge.

La muerte de la Tower en San Diego me recuerda que en un futuro no muy lejano, las tiendas de discos serán piezas de museo. Las nuevas generaciones verán como rarezas cavernarias a esos melómanos que pasábamos horas dentro de esos comercios que, al igual que la prensa escrita, se acercan a paso veloz a su extinción definitiva.