¿Qué trae de México? Traigo siete noches borgeanas.
Borges lee a Dante mientras viaja en tranvía hasta la barrial
biblioteca donde trabaja. Yo leo a Borges, quien escribe (o habla) sobre su enésima
lectura de Dante, mientras hago línea para cruzar a San Diego. Borges se traslada
desde su casa en Las Heras y Pueyrredón hasta su trabajo en una biblioteca
barrial en Almagro sur, en Avenida La Plata y Carlos Calvo. Yo empiezo a hacer
fila atrás del puente de la 20 de Noviembre y a vuelta de rueda avanzo sobre la
Vía “Rápida” (cuya rapidez es un chiste que se cuenta solo). Durante esos
interminables viajes en tranvía, Borges releyó la Comedia dantesca en tres
tomos que alternaban el inglés y el italiano. Eran los tiempos de su casto
romance con Estela Canto, cuando el peronismo estaba por irrumpir sobre la
Argentina y Georgie iba a ser transformado, por orden de Juan Domingo, en inspector
de conejos y aves de corral. De su intensísima lectura de la Comedia brotarían
los cuentos de El Aleph, pero esa es otra historia. Muchos años después, mientras cruzo una
frontera, yo voy leyendo lo que la
lectura de Dante produjo en Borges, inmortalizada en Siete noches, el volumen
con las siete conferencias pronunciadas en el teatro Coliseo de Buenos Aires
entre el 1 de junio y el 3 de agosto de 1977. Siete noches es literatura oral y
para entonces Borges ya estaba ciego. “La
Comedia la seguimos leyendo y nos sigue asombrando y durará más allá de nuestra
vida, mucho más allá de nuestras vigilias y será enriquecida por cada
generación de lectores”, escribe Georgie y yo le creo. Dante vivió seis siglos
antes que Borges y pasó más de la mitad de su vida como exiliado, víctima de
las turbulencias entre güelfos y gibelinos que se disputaban el poder en su
Florencia natal. En su andar errante, con el manuscrito de la Comedia llevado a
lomo mula, obvia decir que Dante jamás imaginó que sería leído y reinterpretado
seis siglos después por un genio de la literatura universal, habitante de un
país que en el Siglo XIV aún no existía, de la misma forma que el poeta
Virgilio, quien vivió más de mil 250 años antes del nacimiento de Dante, jamás
imaginó que sería leído y transformado en personaje y guía por el mayor poeta del
medioevo. Virgilio, quien murió sin alcanzar a contaminarse de teología católica,
se preguntaría por qué carajos Dante decidió que no le sería dado contemplar ese
tal Paraíso y los confinó a ser guía en el Infierno y el Purgatorio, solo por
haber nacido antes de la irrupción de Cristo y sus peroratas. Y ni Virgilio ni
Dante ni Borges se imaginaron el vía crucis de cruzar la frontera más
congestionada del mundo en el Siglo XXI y mucho menos que el habitante de una caótica
ciudad en perpetuo desmoronamiento llamada Tijuana, los evocaría mientras avanza
a vuelta de rueda rumbo a la garita. Ellos son mis guías y mis compañeros de
viaje en este infierno. El perpetuo cruce de una frontera atascada podría perfectamente
ser interpretado como un círculo infernal. Para decenas de miles de tijuanenses
ese es su ritual de vida diaria: levantarse de madrugada y empezar a hacer una
fila de horas para ir a sus trabajos, así, un día tras otro (todas las mañanas
del mundo, diría Quignard). Para alguien que cruza la frontera todos los días
durante más de 20 años ¿cuántas horas, días, meses o años de su vida se
consumen atrapado en esa absurda fila infernal? ¿No podría considerarse una
condena? En cualquier caso, la lectura de Borges logra hacerme evadir el tedio
del cruce y conjura los minutos muertos. Cuando tu mundo se torna hostil,
siempre habrá a la mano un buen libro para abrir una ruta de fuga. Borges lee a
Dante en el tranvía. Yo leo a Borges en mi carro e inmerso en mi lectura una
hora y media se ha hecho humo y de pronto ya estoy frente al migra filipino: ¿Qué
trae de México? Traigo siete noches borgeanas.