Eterno Retorno

Saturday, April 30, 2011


Ernesto Sabato se ha ido. El último autor vivo de su generación (si es que en alguna cárcel generacional se le puede encerrar) se marchó cuando le faltaba poco más de un mes para cumplir un siglo de vida. El 24 de junio de 2011, la Noche de San Juan, hubiera cumplido 100 años. Apenas una década más joven que Borges, Sabato nació antes que algunos grandes clásicos quienes se le adelantaron en el camino hace un buen tiempo como Paz, Cortázar o Rulfo. Nació en promedio dos décadas antes que la mayoría de los autores del “boom” y literariamente se consagró antes de que este fenómeno pusiera de moda a Latinoamérica en el mundo de las letras. “El Túnel”, obra traducida a más de 15 idiomas y elogiada por personajes de la talla de Albert Camus, se publicó en 1948, cuando García Márquez, Vargas Llosa y Fuentes hacían sus primeros garabatos. Sabato es para mí un autor estigma. No se puede decir, en honor a la verdad, que toda su obra sea imprescindible, pero basta un libro tatuaje, de esos que cambian y marcan la vida llamado “Sobre héroes y tumbas” para desear leer todo lo que su pluma ha creado. Ese libro dejó una marca en mi existencia. A Sabato le bastan un par de ensayos fundamentales como “El escritor y sus fantasmas” y “Uno y el Universo” y una trilogía novelística irrepetible integrada por “El Túnel”, “Sobre héroes y tumbas” y “Abaddon el exterminador’’ para asegurar su inmortalidad.
Declaración de principios contra la maquinización de la humanidad, contra el totalitarismo del mercado y la voracidad insaciable del capitalismo, Sabato es un fatalista natural que pese a todo hace un esfuerzo por ver una luz al final del camino.
El químico que abandonó la ciencia para entregarse a la literatura, el hombre que en su senectud se entrega a la pintura, parece en muchos momentos un alma atormentada tal vez por ser, diría Nietzsche, humano, demasiado humano.
¿Hay en América un escritor con semejante profundidad metafísica? Mientras millones de personas celebran a Cien años de la soledad como la obra fundamental de Latinoamérica, existimos algunos que nos quedamos con Sobre héroes y tumbas como el insustituible libro de cabecera y altar. En el medio siglo que cumple esta novela en 2011, nadie ha sido capaz de escribir un drama ontológico existencial semejante. Un abismo ontológico que tiene mucho que ver con mi espíritu. Gracias por haber existido.

Friday, April 29, 2011


Sangre de rey

Al contemplar el ridículo circense de la boda real en la Abadía de Westminister, cuesta demasiado poder creer que fueron los ingleses los primeros en atreverse a cortarle la cabeza a un rey. Aunque los revolucionarios franceses y su guillotina se ostentan como los padrinos históricos del regicidio, la verdad es que fueron los puritanos británicos, encabezados por Oliver Cromwell, quienes 140 años antes de la Revolución Francesa, el 30 de enero de 1649, le cortaron la cabeza a su rey Carlos Estuardo. Durante al menos una década, Inglaterra no tuvo un rey, sino un “lord protector” que inflexible y dictatorial predicaba la austeridad extrema. Inglaterra se atrevió a derramar sangre real y a proclamar la igualdad del hombre, pero tres siglos y medio después parecen fascinados con su rimbombante opereta aristocrática. Los padres del sistema parlamentario aún dividen a la humanidad en nobles y plebeyos. La boda de un principito paraliza a la nación y al mundo. Semejante payasada se convierte en el cuento de hadas que explotarán hasta el hartazgo las revistas del corazón. Los republicanos británicos, que son alrededor de doce millones, pugnan, con toda la razón, porque la monarquía sea reemplazada por un jefe de Estado electo y haya una nueva Constitución republicana. "La monarquía es una institución rota que hace ya tiempo abdicó de cualquier responsabilidad en el poder, pero que sigue recibiendo lo que pueda de los contribuyentes", sentencia el grupo Republic. En México por fortuna existe el Artículo 12 Constitucional que impide la existencia de títulos nobiliarios en el País. Vaya, aunque en los hechos somos un país donde hay una aristocracia, al menos ante la ley todos los seres humanos somos iguales. El Artículo 12 Constitucional ha generado grandes traumas entre quienes rigen el país. Siendo la aristocracia mexicana tan pintoresca y rimbombante, no dudo que muchos empresarios, juniors, políticos y especímenes de similar ralea ostentarían orgullosos títulos como El Duque de la Colonia Hipódromo, el Conde de la Chapultepec o el Príncipe de Real del Mar. La aristocracia mexicana necesita sentirse admirada, elevada a categoría divina. Por ello disfrutan tanto saliendo en fotografías.

Tuesday, April 26, 2011


El peregrinaje de las osamentas
Por Daniel Salinas Basave

Cadáveres peregrinos deambulan inquietos por nuestra historia. Osamentas rebeldes cruzan mares, recorren caminos, desfilan en avenidas principales y abandonan los rimbombantes monumentos que les sirven de morada para transformarse en modelos de la gran pasarela nacional. Obsesionados por los huesos e indiferentes a las ideas, los sacerdotes de la liturgia oficialista se han encargado de fungir como albaceas de una herencia de inciertas cenizas en donde el destino de unos pedazos de tejido óseo nos puede más que un posible legado intelectual. Cuerpos muertos para escarmentar, para seducir, para adorar. Cuerpos muertos como actores principales de nuestro evangelio. Cuerpos en altares monumentales, cuerpos en el exilio, cuerpos mutilados, cuerpos perdidos. En el anterior número hablamos sobre el supuesto dedo de Pancho Villa ofertado en 9 mil 500 dólares por una tienda de El Paso, Texas y eso nos llevó a reflexionar sobre la vocación de taxidermista que tiene la historia oficial.

Vaya, no es casualidad que el clímax litúrgico de nuestra celebración bicentenaria haya sido el desfile de los restos de los próceres insurgentes por el Paseo de la Reforma, acaudillados por el mismísimo Presidente de la República, transformado en sumo sacerdote del ritual. Más allá de las mesas redondas, los foros, los libros y los artículos, el gran símbolo del 2010 fueron los restos de los caudillos desfilando en un país sembrado de muertos y desaparecidos. Muertos que salen de sus altares de mármol para desfilar en una tierra rica en fosas clandestinas. Muertos que se pasean ante la mirada de millones de mexicanos que, incrédulos y malpensados por naturaleza, se preguntan: ¿y de verdad serán los huesos de Hidalgo los que van ahí adentro? En todo caso, la pregunta pertinente sería: Y si todo fuera un gran fraude y los huesos dentro de esa caja no fueran los de Hidalgo ¿qué pasaría? ¿Qué diablos pasaría en este país por usurpar las múltiples funciones de un cadáver? ¿Por qué atribuimos poderes mágicos a los huesos?

De entrada, sería una gran mentira pretender que esto de la obsesión por los cadáveres sea exclusivo de una cultura. Cierto, las raíces del culto a la Muerte en el mexicano alcanzan profundidades y complejidades ontológicas ausentes en otros pueblos que parecen tener una relación más simple con sus difuntos. En una nación de calaveras, es lógico que los huesos de los caudillos sean actores principales del gran teatro político. La sacralización de los restos humanos y la elevación de las osamentas a objeto de culto nos obligarían a sumergirnos en aguas antropológicas o acaso psicoanalíticas que por supuesto no agotaríamos en un simple ensayo. La tumba del héroe transformada en altar o monumento es el máximo legado de los más ancestrales pueblos. Los egipcios no eran indiferentes al destino de los cuerpos de sus faraones y tan no lo eran, que el fruto de su obsesión se transformó en los monumentos más fascinantes de la Edad Antigua. No es casualidad que muchas de las más célebres creaciones arquitectónicas de la humanidad sean tumbas o mausoleos como las pirámides egipcias o el Taj Majal. Sin embargo, la relación de un pueblo con los cadáveres de sus próceres no siempre se traduce en maravillas artísticas y a menudo acaba manifestándose en grotescas ceremonias que coquetean con la necrofilia. Mientras algunas culturas antiguas construyeron sublimes palacios, algunos pueblos modernos acabaron por convertirse en taxidermistas de sus héroes, expuestos como animales disecados frente a la mirada de millones como sucedió con Lenin en la ex Unión Soviética. Existen personajes cuyo cadáver tiene una “biografía” más extensa y rica en aventuras que su propia vida. Tal vez el cuerpo con más kilómetros recorridos alrededor del mundo y con más aventuras inverosímiles en su anecdotario sea el de Eva Perón, el ejemplo por excelencia de la taxidermia política elevada a una de las bellas artes. La más alucinante biografía novelada de un cadáver la escribió el periodista tucumano Tomás Eloy Martínez y se llama Santa Evita. Algunos de los pasajes vividos por el cuerpo de Eva Duarte parecen concebidos por la imaginación de un surrealista alucinado. Tal fue el caso del secuestro del cadáver del general Aramburu, ex dictador argentino, a cargo de un comando del grupo Montoneros. Lo que los secuestradores exigían a cambio de regresar “sano y salvo” el cuerpo del militar, era el retorno de otro cadáver a la Argentina: el de Evita Perón. ¿Quién dice que el anecdotario de una persona se acaba con su muerte?

En México no hemos cargado un cadáver con un kilometraje tan largo como el de Eva Perón, pero sí podemos contar algunas historias francamente grotescas de cuerpos enteros, cabezas, brazos o piernas que acabaron transformados en reliquias. Basta echar una mirada sobre los personajes más célebres de la Historia de México para darnos cuenta que en la gran mayoría de los casos, sus cuerpos, o miembros mutilados debieron completar un largo peregrinaje antes de poder conquistar el descanso. Por lo pronto, este tema de los cadáveres peregrinos se me está antojando para otro libro.

Sunday, April 24, 2011


CADÁVERES PEREGRINOS

Por Daniel Salinas Basave

Si usted desea invertir 9 mil 500 dólares para comprar el dedo de Pancho Villa que ofrece la tienda de empeños Dave’s Pawn Shop en El Paso, Texas, lamento informarle que lo están estafando. Doble contra sencillo va la apuesta a que se trata simplemente de una tomadura de pelo, aunque sin duda no faltará un incauto que abra la cartera con tal de tener en casa el dedo del Centauro. Bastaría un estudio de ADN para demostrar la falsedad del artículo vendido por los texanos, pero, obvia decirlo, nadie va a tomarse la molestia de pagar a expertos por indagar en torno a un asunto tan poco serio. Sobre el destino del cuerpo de Villa se cuentan toda clase de leyendas y la verdad es que su cadáver tiene una “biografía” propia, casi tan fantástica y cargada de anécdotas como fue su vida, aunque hasta ahora nadie había narrado el cuento de un dedo cortado (eso le sucedió al cadáver de Evita Perón). Se sabe que el cuerpo de Francisco Villa fue secuestrado de su tumba en Parral para cercenarle la cabeza, cuyo destino sí es un gran misterio sin resolver. El día que la cabeza aparezca y se ponga en venta, le apuesto a que sobrará quien esté dispuesto a pagar mucho más de 9 mil 500 dólares. El robo de la cabeza de Villa ha dado lugar a toda clase de alucinados rumores. Aunque la factura de la decapitación se la han pasado al coronel obregonista Francisco Durazo, de quien se afirmó ocultaba la “reliquia” debajo de su cama, la leyenda más contada y aceptada casi como versión oficial, es que la cabeza está en Estados Unidos en donde alguien ofreció una jugosa recompensa por ella. Hay quien asegura que se encuentra resguardada bajo extremas medidas de seguridad en algún laboratorio de Chicago, donde un grupo de expertos se dieron a la tarea de estudiar su cerebro. Hubo también quien aseguró haber visto la cabeza expuesta como curiosidad en un circo que recorría el Medio Oeste. La tumba de Villa en Parral siguió conservando su rol de santuario (cuántos jilgueros y tzentzontles veo pasar, pero ay qué tristes cantan esas avecillas) aunque en realidad es una tumba vacía, pues el cuerpo sin cabeza fue llevado al Monumento a la Revolución en la Ciudad de México. El tema de esta absurda oferta del dedo llama la atención por dos cosas: La primera, es la fascinación que un siglo después sigue ejerciendo la leyenda del mandamás de la División del Norte. La segunda es nuestra mórbida adoración por los pedazos humanos. México es un país de muertos sin descanso donde el destino de los huesos de nuestros “héroes” nos preocupa más que conocer su obra y legado. Nuestra historia está llena de cadáveres errantes y miembros mutilados que son objeto de adoración. Sobre los restos de José María Morelos existen demasiadas dudas mientras que el cuerpo mi paisano regio Fray Servando Teresa de Mier siguió el destino de viajes y aventuras que tuvo en vida, al grado que a la fecha nadie sabe exactamente cuál es su paradero. La pierna cortada de Antonio López de Santa Anna en la Guerra de los Pasteles de 1838, fue transformada por el dictador jalapeño en objeto de culto y reverencia. En el colmo del ridículo, se ordenaron funerales de estado para la pierna del caudillo en afán de que el pueblo mexicano la llorara a moco tendido mientras los poetas declamaban odas al miembro mutilado. Lo peor del caso fue que al ser derrocado Santa Anna años después, el pueblo enfurecido sacó la pierna de su tumba y la arrastró por las calles de la Ciudad de México. El brazo de Álvaro Obregón, perdido en la batalla de Celaya en 1915, también fue objeto de adoración y durante mucho tiempo fue exhibido en formol en el museo del Parque La Bombilla, dentro del monumento al caudillo sonorense erigido en 1935, justo en el lugar donde José de León Toral le disparó los balazos fatales en 1928. La máxima atracción del museo obregonista, era contemplar el brazo cercenado del general y cuando finalmente fue retirado, el número de visitantes al museo fue a la baja como por arte de magia, aunque algunas guías turísticas capitalinas sostengan que el brazo sigue estando ahí. Tampoco podemos olvidar que durante diez años, parte del atractivo turístico de la ciudad de Guanajuato fue contemplar las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez colgando dentro de jaulas de hierro de las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas. No es posible pasar por alto la obsesión de Benito Juárez con el cadáver de Maximiliano, con el que pidió que lo dejaran solo por más de media hora, seguramente para decirle tantas cosas que jamás pudo decirle a su “hermano” masón mientras vivía (el austriaco y el indio de Guelatao jamás se vieron en vida). La entrega del cuerpo de Maximiliano a la familia imperial en Viena sería objeto de una ardua negociación diplomática a la que Juárez sacó demasiado provecho. La historia de los cadáveres inquietos no termina aquí y si rascamos un poco, sin duda daremos con mil y una historias de cuerpos errantes y miembros en altares. Vaya, para no ir más lejos, no deja de tener una dosis de absurdo surrealismo el que una de nuestras máximas liturgias de la celebración oficial del Bicentenario, haya sido sacar a pasear los restos de los caudillos insurgentes por el Paseo del Reforma. En definitiva, sentimos mayor fascinación por los huesos que por las obras.