Juan José Luna escribe con un sentido del humor encubierto de pesimismo y un tono agridulce en la vena de Jorge Iberguengoitia. Los lectores se sorprenden sonriendo mientras avanzan las crónicas de un nayarita que llegó a Tijuana para formar parte de una ciudad cultural que le ha permitido ganar el Premio Estatal de Literatura.
Luna rinde un merecido homenaje al periodista-escritor regiomontano Daniel Salinas Basave y narra el encuentro físico y literario con un personaje en sí mismo. “¡Colegas!” es el grito de batalla de Salinas Basave y JJ Luna reacciona con estupor, incertidumbre y, finalmente, admiración. Desde ese invierno de 2012, JJ Luna comienza a darle seguimiento a su producción literaria hasta reseñar el reciente paquete de cuentos “Días de whisky malo”, libro que le permitió a Daniel Salinas viajar a Colombia y quedar entre los 5 finalistas del Premio Hispanoamericano de cuento Gabriel García Márquez 2017.
Una delicia leer a Juan José Luna y Daniel Salinas Basave, sangre joven, la generación contemporánea que, seguramente, todavía tienen mucho por dar y escribir.
-JCHB.
*La siguiente crónica de JJ Luna se publica hoy domingo 4 de febrero en el suplemento cultural “Identidad” del periódico El Mexicano (Tijuana, Baja California).
Daniel Salinas Basave
y sus “Días de whisky malo”
Recuerdo bien el día y el lugar donde lo empecé a leer: un café de mi colonia donde me suelo refugiar cuando a mi casa le da por quererme asfixiar. El libro empieza con el cuento “Saurio sangrante”. La primera página la leí tres veces consecutivamente, las tres veces por razones diferentes. La primera lectura se debió a que uno, cuando empieza a leer un libro, inicia por la primera página. La segunda lectura se debió a que no entendí nada de la primera lectura, y con la segunda esperaba comprender lo que no había entendido. La tercera lectura se debió a que como me gustó lo que entendí de la segunda lectura la quise volver a leer, algo así como el segundo trago de una copa de vino que hay que volver a calar.
Por Juan José Luna
jjluna8@hotmail.com
La primera vez que escuché hablar de Daniel Salinas Basave fue de este modo. Corría el año 2010 cuando presentó su libro “Mitos del bicentenario” –que trata sobre los mitos del bicentenario– en el Instituto de Cultura de Baja California. Por aquellos días, Ángel Norzagaray dirigía el Instituto y yo, a mis 37 años, me había convertido en un flamante estudiante de Lengua y Literatura en la UABC. Después de diez años de trabajo serio y constante había renunciado al Teatro para aplicarme de lleno al estudio y a la creación literaria. Por ese tiempo, debido a mi serio déficit de conocimientos y contacto con la literatura, consideraba que para realizarme como escritor lo mejor sería estudiar esa carrera. Entonces ignoraba que la escritura sería un muro que jamás terminaría de ascender, al que nunca le vería el fin, un muro de donde caería constantemente para luego volver a subir sin poder evitar otra caída. Hasta ahora, a pesar de la sensación de ascender, al final del día siempre me encuentro en el suelo. La escritura es un deporte sangriento. Y terriblemente solitario.
Un día, a razón de no sé qué cosa, me encontraba en la representación del ICBC de Tijuana, donde me encontré con Norzagaray. Platicábamos afuera del edificio y, otra vez a razón de no sé qué, Ángel sacó a colación a Basave. “Ya ves que a Daniel Salinas le fue muy bien en la presentación de su libro: llenó el foro”, me dijo. Yo ignoraba quién era ese tal Daniel Salinas, en mi vida había escuchado su nombre. Pero Ángel habló de él de tal modo que me hizo pensar que se trataba de alguien a quien, por obligación o decencia cultural, debía conocer. “Ah, sí, claro, Daniel”, respondí. A partir de ese momento, como si se tratara de una maldición, su nombre aparecía frente a mí constantemente. Cuando una persona se hace de un carro nuevo, pongamos por ejemplo un Jetta rojo, de pronto cae en cuenta que el mundo está lleno de Jettas rojos y en cada semáforo encuentra uno como el suyo. Lo mismo me pasó con Daniel, apenas escuché hablar de él por primera vez, empezó a aparecer por todos lados. Donde quiera que estuviera, se apersonaba su nombre. Y aún no llegaba el momento en que ganó el torrencial de premios.
Un día, dos años después, el escritor ensenadense Ramiro Padilla me contó que iba a presentar un libro de Basave. Se trataba de “Réquiem por Gutenberg”, libro con el que ganó el Premio Estatal de Literatura en la categoría de ensayo, en el 2010. La presentación estaría en manos de Padilla y de Jaime Cháidez (éste, sin duda, el hombre que más sabe sobre arte y cultura de la región, quien ocupa un texto aparte), misma que tendría lugar en el anexo de la Librería El Día, cuyas paredes están forradas de títulos que ya no tienen cabida en la librería. No dudé en asistir. Vamos a ver quién es el tipo éste y de qué se trata lo suyo, vamos a ver.
Llegué a la presentación y tomé asiento. Me crucé de brazos y me apliqué a ver la cantidad de libros que había a mi alrededor. Frente a mí, tenía una pared con retratos de diversos autores. Uno que siempre acapara mi atención cuando estoy ahí, o en cualquier otro lugar, es William Faulkner. Donde quiera que lo veo siempre pienso en dos cosas: una, que la primera novela que me hizo sudar, mentalmente hablando, fue el “Ruido y la Furia”; y dos, que tenía la sana costumbre de leer El Quijote en todas las navidades.
Daniel y sus presentadores tomaron asiento. Tanto Padilla como Cháidez hicieron lo propio sin ocultar su entusiasmo por hablar de literatura y presentar el libro. Una vez que concluyeron sus comentarios, Basave tomó la palabra. Hay que recordar que soy (o era) director de teatro, dicho esto, hay que pensar que el lenguaje paralingüístico es algo en lo reparo todo el tiempo. Daniel, antes de verbalizar palabra alguna, se dio un par de golpes en el pecho con el puño y dijo algo así: “Colegas,” luego hizo una pausa y extendió sus brazos para señalar los cientos de libros que nos rodeaban, “estamos en medio de un santuario libresco. Es un gusto enorme estar entre lectores”. Yo, que tenía mi pierna cruzada, la descrucé y fruncí el ceño: ¿Y este tipo?, pensé, qué le pasa. La gente no va por el mundo hablando de ese modo. Por eso acaparó mi atención.
Los versados del lenguaje aseguran que de la totalidad de un discurso oral solo el 6% lo asimilamos a partir de la palabra, el resto lo entendemos por medio del lenguaje paralingüístico: gestos, entonaciones, pausas. Por un momento dejé de atender sus palabras para enfocarme en su lenguaje corporal. El tipo era una bomba paralingüística. No quiero entrar en detalles respecto a la presentación, solo digo que después de verlo hablar concluí que no me gustaría nunca compartir una mesa con él, no le iba a hacer mucha gracia a mi ego tener a un tipo tan expresivo y elocuente como Daniel hablando a mi lado, me opacaría.
Pero como la vida es una güila miserable y siempre encuentra divertido mofarse de uno, tiempo después Ramiro Padilla me invitó a presentar su novela “Historia de una ficción breve”. El otro presentador sería Daniel Salinas Basave. ¡Valiendo madre! Pensé en proponerle a Padilla que decidiera entre Daniel o yo; decirle que los dos, en la misma mesa, ni de lejos. Pero, por una parte, me pareció un tanto mezquino ponerlo en esa disyuntiva, y, por otra parte, pensé que si ya había decidido montarme en el ámbito literario más valdría hacer acopio de mi carácter y encarar lo que tuviera enfrente, así sea una bomba lingüística y paralingüística bien diseñada y calibrada intelectualmente hablando como Basave. Y es que el tipo parece que lo sabe todo. Esto me recuerda a la impresión que tuvo Reinaldo Arenas respecto a Carlos Fuentes cuando lo conoció en Nueva York, misma que relata en su genial ‘Antes que anochezca’: “Parecía ser un hombre que no tuviera ningún tipo de dudas, ni siquiera metafísicas. Salvando la “petulancia” del joven Fuentes con el Basave de ahora, mi impresión fue similar a la de Arenas. (Por otra parte, Fuentes, “el viejo”, se convirtió en un verdadero deleite al escucharlo hablar en público. Grande Fuentes. Un día se escribirán bellas canciones sobre ti).
Claro que me iba a presentar, y claro que me iba a preparar a fondo para la presentación. Por lo tanto, leí la novela de Padilla tres veces, hice un mapa mental sobre cartulina para orientarme discursivamente, organicé mis ideas en un programa similar a Powerpoint exclusivo y desarrollado por la NASA (mismo que conseguí en el mercado negro de Tijuana) y, por último, el día de la presentación, antes de llegar a ésta, fui con un pastor de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días para que me diera su bendición. De ningún modo iba a permitir que el tipo opacara mi discurso. Apelé a la ciencia, a la tecnología y a la mística para no dejar cabos sueltos ni al azar.
Todo fue inútil. Mi estrategia fracasó. Ni las tres lecturas que hice de la novela ni el mapa mental que plasmé a colores sobre cartulina ni el Powerpoint desarrollado por la NASA ni las bendiciones del pastor de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días pudieron sacarme del atolladero en que caí al exponer lo que había planeado. Por su parte, Daniel, como si su pensamiento se desplazara sobre hielo en patines con las manos cogidas por detrás, hizo lo que mejor sabe hacer: acaparar la atención de todos, el muy cretino. Después de la presentación me fui a embriagar solo a un bar de mala muerte, donde maldije el momento en que decidí conducir mi vida hacia la literatura. La vida es una güila miserable.
Esa fue la manera en que lo conocí. Y en su momento no me causó gracia alguna.
Para entonces, Daniel ya tenía al menos tres libros publicados. No obstante, me rehusaba a leerlo, no vaya ser que me fueran a gustar. Prefería pensar en él como un escritor que sabe hablar pero que no sabe escribir.
Al poco tiempo, empezó a ganar concursos literarios como si no tuviera otra cosa que hacer más que ganar concursos. Los ganó de todo tipo: estatales, regionales, nacionales e internacionales. Aun así, yo seguía sin leerlo. Más aún, sus premios eran una razón de peso para no leerlo. No fue sino hasta el 08 de julio del 2016 cuando asistí a otra presentación en el mismo lugar donde lo vi por primera vez (el anexo de la librería El día) que por fin me hice de uno de sus libros: “Pedrag”. Ese día se presentaba la colección policiaca ‘En la mira’, de la editorial Artificios. En la mesa estaban Nylsa Martínez, José Salvador Ruiz, Daniel Salinas y el editor, Rafael Rodríguez. Entre el público, estaba mi amiga la dramaturga Elba Cortez, coeditora de Artificios, quien hacía tiempo que no veía y quien siempre al verla me trae a la mente gratos momentos de mi vida teatral.
Después de leer “Pedrag” me enfrasqué con otros títulos: “Vientos de Santa Ana,” “Bajo la luz de una estrella muerta” (hermoso libro sobre lectores y la lectura), “La hora del lobo” y “Dispárenme como a Blancornelas”, libro de cuentos que para mi gusto no le pide nada al que me atañe ahora. Respecto a ese libro –publicado por Nitro-Press– debo decir que me sobrecogió la manera en que se revela el título a partir de la sentencia de uno de sus personajes, un periodista deteriorado que decide costear su propia muerte y contratar a unos sicarios para que lo maten; solo exige una cosa: “Dispárenme como a Blancornelas”, enunciado tan poderoso como el de Juan Rulfo, pero en el sentido inverso: “Diles que no me maten.” El texto de Basave me remite a los inefables relatos de Kike Ferrari, escritor argentino que, con su distinguida tradición literaria, gusta de inclinarse hacia la periferia narrativa, donde la muerte tiene la gracia de ser muy creativa.
Después apareció “Días de whisky malo”. Recuerdo bien el día y el lugar donde lo empecé a leer: un café de mi colonia donde me suelo refugiar cuando a mi casa le da por quererme asfixiar. El libro empieza con el cuento “Saurio sangrante”. La primera página la leí tres veces consecutivamente, las tres veces por razones diferentes. La primera lectura se debió a que uno, cuando empieza a leer un libro, inicia por la primera página. La segunda lectura se debió a que no entendí nada de la primera lectura, y con la segunda esperaba comprender lo que no había entendido. La tercera lectura se debió a que como me gustó lo que entendí de la segunda lectura la quise volver a leer, algo así como el segundo trago de una copa de vino que hay que volver a calar. El libro me tomó por sorpresa. Sus relatos me llevaron a lugares insospechados donde el humor y el absurdo se erigían frente a mí tridimensionalmente: con forma, con sustancia.
Hay que hablar de Acadio Borregastre, ¡carajo!, un licenciado de poca monta quien tuvo la mala fortuna de caer como juez municipal en la subdelegación Matamoros de Tijuana, nicho de narcos y autoridades corruptas; Acadio Borregastre, quien tenía más de un mes durmiendo cinco horas al día, y eso gracias al auxilio del Rivotril; Acadio Borregastre, quien trabajaba toda la noche y regresaba a casa hasta la madrugada; Acadio Borregastre, quien una mala mañana, al llegar a casa, encontró afuera de ésta una corona de muertos en cuya banda rezaba su nombre en letras negras: Acadio Borregastre, quien esperaba que en la última mañana de su vida, debido a su profundo cansancio, lo dejaran conciliar el sueño: “esperar bien dormido a tus verdugos y pedirles como última voluntad que no te despierten”. Mátenme si quieren, parece gritar Acadio, pero no me despierten, por el amor de Dios. Es todo lo que pide, su última voluntad. (Y es que la vida puede cansar). Acadio Borregastre, quien espera la muerte desojando las flores de su propia corona, en lo que llega el sueño.
Y qué decir de “Ella es navokoviana”, donde Alfio Bordenave, un funcionario cultural de Tecate, cae rendido ante la belleza de Lila Azam, la escritora franco-iraní. De frente a un momento de ocio, Alfio se da a la tarea de hurgar en la Red en busca de las escritoras más bellas del mundo. Entre otras, encuentra a Lila Azam, que para su gusto es la más bella de todas: “Ojos grandotes, de venadita traviesa en alerta. La de Lila es la mirada de una cervatilla en fuga que va descubriendo el bosque. Una mirada –entre inocente y pícara– capaz de maravillarse y sorprenderse ante el entorno. El negro de sus cejotas y esas pestañas largas son un dignísimo marco para las ventanas de su alma. Podría decir que la mirada tiene la fuerza suficiente para eclipsar todo, pero el conjunto de su rostro es una armonía perfecta cuya misión en la vida parece conducirte a un inevitable desbarrancadero amoroso. Las facciones son finas hasta el dolor y los contornos afilados. Es un rostro trazado por un pincel delgadísimo y una mano de relojero. Una mujer de verticalidades. Su cuello y su nariz son delgados, alargadísimos como figura de Remedios Varo y sus labios son una zona de promesas e intuiciones.” Y sí, ciertamente Lila promete mucho con solo ver su imagen.
De este modo y por esas formas, Alfio cae presa de la belleza de Azam y, ante el inevitable colapso de su carrera profesional y de su vida, decide invitar a la autora de “El encantador, Navokov y la felicidad”, quien funge como académica en Harvard, a un falso coloquio literario que tendría lugar en Tecate.
Así desfilan cuatro cuentos más: “Saurio sangrante”, relato corrosivo y deprimente donde la ternura se revela por un momento como una pequeña y tierna flor, apenas güerita, en medio de un pantano; “Infortunios de un ovejero kazajo”, relato que rasga los límites del absurdo; “Días de whisky malo”, ídem; “Dilema de zurdos y fachos”, relato cuya estructura corre la suerte de un espejo que refleja lo irracional del fanatismo más recalcitrante, que bien puede ser el deporte, la religión, el arte o la política.
“Días de whisky malo”, como lobo solitario, se concibió frente al mar de Tijuana. Ganó el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen y fue publicado por la Universidad de Nuevo León. Más tarde, envalentonado por el premio, pero sin abandonar su condición de lobo solitario, se aventuró para dar pelea en el Premio Hispanoamericano de Cuento García Márquez. Supo defenderse y de entre más de cien títulos de autores latinoamericanos y españoles formó parte de una selección de trece libros. Pero habría otro filtro de donde salió venturoso y, junto con cuatro títulos más, disputó la final. Ahora, “Días de whisky malo” encontró acomodo en Tusquets y será distribuido en las bibliotecas y librerías de Colombia. Buena fortuna para este lobo solitario, que se concibió frente al mar de Tijuana.
Wednesday, February 07, 2018
Monday, February 05, 2018
Dicen que el whisky brota de las tierras altas de Escocia, pero a mí me consta que también hay una fuente de bravo licor allá en Bogotá. Colegas, les presento el rostro colombiano de Días de whisky malo. Según las versiones de mis informantes en Chapinero y La Candelaria, el libro ya está en todas las bibliotecas públicas de Colombia y se puede encontrar también en las librerías de todo el país. Por ahora no tengo un ejemplar impreso en mis manos, pero si usted anda por rumbos cafetaleros vaya y pepene el suyo.
Cuando un barco zarpa llega el momento de dar las gracias. Mi gratitud total con el genial equipo de la Biblioteca Nacional de Colombia que encabeza Consuelo Gaitán. Gracias a Valentín Ortiz Díaz, a Paula, Duvan Barrera Angie Espinel Leal, Jhon Avila Molina, Camilo. Gracias a mi amigo Miguel Manrique y a Marcel Ventura de Grupo Planeta Colombia y a mi colega Guido Tamayo por beber este trago de rudo licor fronterizo, a los colegas de la FilBo y a Giuseppe Caputo por la aventura que viene y a Liliana Ospina por abrir la brecha y fungir como embajadora. También por adelantado agradezco a todos los colegas de la prensa bogotana María Del Rosario Laverde y Santiago Díaz Benavides por el empujón que puedan darle a este licorcito. Esta noche se vale bailar vallenato.
Dicen que el whisky brota de las tierras altas de Escocia, pero a mí me consta que también hay una fuente de bravo licor allá en Bogotá. Colegas, les presento el rostro colombiano de Días de whisky malo. Según las versiones de mis informantes en Chapinero y La Candelaria, el libro ya está en todas las bibliotecas públicas de Colombia y se puede encontrar también en las librerías de todo el país. Por ahora no tengo un ejemplar impreso en mis manos, pero si usted anda por rumbos cafetaleros vaya y pepene el suyo.
Cuando un barco zarpa llega el momento de dar las gracias. Mi gratitud total con el genial equipo de la Biblioteca Nacional de Colombia que encabeza Consuelo Gaitán. Gracias a Valentín Ortiz Díaz, a Paula, Duvan Barrera Angie Espinel Leal, Jhon Avila Molina, Camilo. Gracias a mi amigo Miguel Manrique y a Marcel Ventura de Grupo Planeta Colombia y a mi colega Guido Tamayo por beber este trago de rudo licor fronterizo, a los colegas de la FilBo y a Giuseppe Caputo por la aventura que viene y a Liliana Ospina por abrir la brecha y fungir como embajadora. También por adelantado agradezco a todos los colegas de la prensa bogotana María Del Rosario Laverde y Santiago Díaz Benavides por el empujón que puedan darle a este licorcito. Esta noche se vale bailar vallenato.