Eterno Retorno

Thursday, December 13, 2018

Cosas que desparramo en estos tiempos

Me llamo Søren Dalsgaard y soy proveedor de amortalidad. No de inmortalidad o vida eterna; tampoco de edenes o nirvanas: lo mío es sólo una densa e incierta prolongación de la vida. Algunos aduladores me han llamado el asesino de la Muerte, el vencedor de la Parca. ¡Vaya grandilocuencia! Ante los ojos de quienes se han ocupado de mí, soy el vampírico Gilgamesh del mundo futuro, un Dorian Gray encarnado. Me da igual: yo mismo no sabría cómo definir este lastre. Acaso al final mi única herencia sea una modesta y aburrida autobiografía, carente de suspenso y autoelogio, en donde narre los pormenores de este desafortunado accidente. En mi camino de vida no hubo un tentador Mefistófeles o una fuente de la eterna juventud; tan solo un tiburón dormido y un esquimal borracho. Con eso me ha bastado para sumar más de tres siglos de vida terrena.

Wednesday, December 12, 2018

La catarata de los libros

De repente, cual si fueran gremlins o langostas, los libros se empezaron a multiplicar en mi biblioteca. Es como si cada nuevo viaje se transformara en una sacra canasta de panes y peces que nunca acaban. Entre las ferias de Quito y Guadalajara sumé más de 60 nuevos ejemplares al atiborrado redil. Ello sin sumar lo que traje de Hermosillo y de la Feria del Libro Antiguo. Creo que necesitaría un año tan solo para leer la pepena de otoño. Se acerca el tiempo de desazolvar la biblioteca, un doloroso ritual de liberación de libros que emprendo cada cierto tiempo. El acervo crece cada semana, pero el espacio es el mismo desde hace casi 16 años Hubo un tiempo, durante la temprana juventud, en que sabía exactamente cuántos y cuáles libros tenía. A los 17 o 18 años comprar un buen libro significaba ahorro y sacrificio. La adquisición de un ejemplar nuevo era todo un acontecimiento. En aquellos primeros noventa leí lo que había en casa, lo que caía en mis manos, lo que sacaba de la biblioteca, lo que me prestaban, me regalaban (y sí, lo confieso, también lo que furtivamente pepenaba al más puro estilo infrarrealista). Entre 1994 y 95 trabajé en la Librería Castillo, lo que me permitió diversificar al máximo mis lecturas. Fue la época en que me leí todo Kundera (cuando los Tusquets costaban una fortuna impagable para un joven trabajador de librería). Durante mis tiempos de reportero solía comprar un libro cada viernes en El Día. Era una suerte de premio que yo mismo me daba después de una buena semana laboral. En los últimos cinco años, conforme la vagancia libresca se fue intensificando, la pepena alcanzó niveles obscenos. A menudo acudo a santuarios donde es imposible resistir la tentación de llenar la canasta de libros. No se puede estar en Eterna Cadencia en Buenos Aires, en El Péndulo en México o en el stand de Zorro Rojo en la FIL y no partirle los huesos a la tarjeta de crédito. El detalle es que además de las compras compulsivas, de un día para otro se multiplicó la cantidad de gente que me regala libros. En toda convivencia de feria o festival, siempre hay por lo regular cuatro o cinco colegas que me regalan libros de su autoría amablemente dedicados. En verdad aprecio el gesto y en más de una ocasión me he llevado gratas sorpresas, pero la realidad es que no pocas veces el regalo se transforma en una carga. Me duele confesarlo, pero he dejado intencionalmente no pocos libros en habitaciones de hotel. Cuando alguien me regala un ejemplar demasiado pesado cuyo tema no me llama y que desde la primera página me espeta la imposibilidad de hacer química conmigo, el libro en cuestión deja de ser una puerta hacia el embrujo y se transforma en un objeto monserga. Hubo un tiempo en que hacía una lista de lo que leía y tenía muy claro cuántos y cuáles libros me había chutado en un año. Había también un inventario más o menos claro de los libros que entraban a mi biblioteca. Dentro de lo caótico y anárquico que fui en mi juventud, reconozco que fui un lector más disciplinado. Hoy, más que una lista de los mejores libros del año, haría una lista de instantes embrujados en que una lectura me llevó, al menos por unos segundos, a hablarme de tú con lo sublime. A mucho más ya no puedo aspirar.

Sunday, December 09, 2018

entreveros de xeneizes y millonarios

1- Hoy el banderín de franja roja yaciente en el tablero de la nave del Capitán Beto ondea en algún lugar del Universo junto la triste estampita de un santo. 2- Lo esperaba así: de cuchillo en los dientes y puño cerrado; de sangre, sudor y un chingo de calambres (las lágrimas del perdedor iban por descontado). Era más grande el pavor al tatuaje eterno de la derrota que la ambición por levantar la Copa Libertadores. Nunca esperé un futbol sublime y aun así hubo ráfagas casi apoteósicas como el gol de Quintero. Cuando hay tanto manoseo, politiquería y pasta sucia, uno se olvida que el show incluye también un poco de futbol. El final fue como correspondía: jugadores tullidos, los xeneizes con nueve, un gol sin portero, la natural soberbia millonaria, cataratas de tinta, torrentes de saliva. 3- A veces pienso en la historia de lo que pudo haber sido, en la final River vs Boca que me habría gustado ver. Pudo ser una experiencia mística verla entre 1999- 2001, en la época de Palermo, Palacio, Riquelme Schelotto dirigidos por el Virrey; contra Salas, Aimar, Almeyda, Gallardo dirigidos por Tolo Gallego. El River vs Boca palpado desde California por Javier Fernández en Seguir a los Gansos. El Súperclásico argento más cacareado en más de un siglo y la final de la Copa Libertadores más vista en el planeta desde la creación del torneo, no enfrentó a equipos legendarios y sin embargo desde hoy este partido ya alimenta mil y una leyendas. Hoy solo queda polvo de tímidos lodos, Tévez y Gago en plan de deidades en el fango, Pratto y el Pity reclamando su lugar en el Olimpo, un ex xolo hiper tatuado como Benedetto llenándole al ojo a los europeos, y algunas medianías que se fueron sin pena ni gloria de nuestra mexicana liga. 4- Claro, en el terreno de los hubieras pudo haber también una repugnante galería de opciones: que Boca se coronara en la mesa de los abogados sin necesitar jugar el partido de vuelta (para mí y para cualquier jugador o aficionado honesto habría sido humillante). También pudo ser que se llevarán el show en calidad de extravagante bisutería sudaca a algún edén artificial de nuevo rico futbolero como Qatar, China o Estados Unidos, lo cual habría sido el non plus ultra del asco (juro que me habría declarado en huelga y no habría prendido la tele). Al menos eligieron Madrid, un altar de pedantería futbolera pero con prosapia bien ganada. Me hizo recordar que mucha de la mejor literatura argentina se escribe desde Europa, que Juan José Saer captó como nadie el espíritu santafecino después de más de medio siglo de autoexilio francés y que Cortázar es un escritor argentino nacido en Bruselas y enterrado en París cuya esencia yace en los puentes sobre el Sena. 5- Mi equipo en Argentina es el Tigre (felina solidaridad con los Matadores de Victoria) y en su defecto soy del Independiente. Boca y River se han vuelto demasiado turísticos, como un tango show para las cámaras japonesas. 6- Dentro de las páginas de El Libro de Boca, comprado usado en Parque Rivadavia, encuentro un telegrama fechado 20 de diciembre de 1954 firmado por Alberto Armando (el directivo boquense cuyo nombre lleva el estadio de la Bombonera). La primera página de mi libro Boquita de Martín Caparrós está adornada por una firma de César Luis Menotti (era mi única superficie firmable a la mano la noche en que lo encontramos cenando en el restaurante Pepito de la calle Montevideo). Dentro del libro una respetable colección de boletos de grandes gestas (Independiente vs Racing, River vs San Lorenzo, Racing vs Boca, Tigre vs River etc) 7- Felicito al gran Flaco Spinetta, a Jorge Castillo, a Kike Ferrari. Me imagino que se sienten como me sentía yo hace 364 días, cuando Tigres me dio la alegría futbolística más grande de mi vida. Salucita con el peor whisky del mundo. PD- Se me olvidaba: Gracias Cruz Azul.