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Saturday, January 26, 2019
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Friday, January 25, 2019
Desnudos cielos de un enero casi cuaresmal. Atípicas sombras largas en la altamar de la mañana. Hay algo inquietante en esta calma. Un precoz verde cubre cerros y colinas en donde las flores amarillas hacen de las suyas. Ni rastro de bruma en torno a las Islas Coronado cuyos contornos emergen afilados de un Pacífico azulísimo. Hoy la claridad horada como punta de navaja. Este enero tardío tiene el rostro y la esencia de los primeros días de marzo... de los Idus de marzo y el viento sabe a Miércoles de Ceniza. Si de pronto despertara, podría jurar que estamos en cuaresma. Un enero corriendo con prisa hacia su abismo.
Los proto chairos del matadero
Releo El matadero, brutal relato del argentino Esteban Echeverría. Escrito alrededor de 1838, El matadero tiene todos los elementos para ser considerado el primer cuento moderno escrito en Hispanoamérica, según el académico Seymour Menton. Por lo que a mí respecta, me sorprende y me aterra su actualidad. Teniendo como escenario un matadero de reses en la periferia del antiguo Buenos Aires, la narración de Echeverría refleja la sinrazón y la bestialidad de la dictadura de Juan Manuel de Rosas, el Restaurador, el hombre todopoderoso de la Argentina de 1820 a 1852.
El matadero muestra un país polarizado en donde el fanatismo ha inmolado a la razón. ¿Les resulta familiar? Rosas, posiblemente el primer mandatario populista en la historia de Latinoamérica, fue un dictador cuyo poder estaba sustentado en el apoyo incondicional y sectario de los pobres. De estirpe gauchesca, Rosas fue objeto de adoración del “pueblo bueno” de aquel naciente país. Como sucede en toda dictadura, el hombre fuerte y el “pueblo bueno” deben tener un enemigo que encarne y represente todos los males, toda la corrupción y toda la vileza, y en el tiempo de Rosas los enemigos eran los unitarios. Los adversarios de Rosas eran burgueses ilustrados. Hoy les llamarían fifís, fascistas mezquinos, neoliberales, pero en aquel entonces eran perros unitarios y merecían la muerte por el solo hecho de serlo. El clímax del cuento de Echeverría (un antirosista de cepa) es cuando una embrutecida turba adicta al dictador, asesina cruelmente a un unitario, desollándolo como si fuera una res, solamente por no llevar una insignia de apoyo al Restaurador. El unitario es rico, es culto y es blanco y eso es algo que la turba rosista odia. Da escalofríos ver a la muchedumbre fanatizada linchando al indefenso unitario mientras gritan vivas a Rosas. El gran acierto de Echeverría, y el elemento que con desparpajo muestra el terror de aquella dictadura, es que en lugar de soldados fuertemente armados o esbirros de un siniestro servicio secreto (personajes infaltables en los relatos de tiranos) en este cuento el asesino es el “pueblo bueno”. Es un crimen de odio cometido por una horda fanática que ama e idolatra a su dictador como a un dios y que por lo tanto odia a todo aquel que no lo apoye. Con 180 años de anticipación, Echeverría está describiendo a los chairos mexicanos del 2018. El primer cuento hispanoamericano describe un escenario y un ánimo social que podría perfectamente ser aplicable al México de la cuarta transformación. Lo que más me asquea de los gobiernos totalitarios no es ver al tirano, sino a las masas que lo apoyan incondicionalmente. Líderes orates y megalómanos van y vienen, pero lo verdaderamente repugnante es ver cómo las multitudes ciegas les entregan su fe y su dignidad.
Pd- Si quieren saber más sobre Esteban Echeverría les recomiendo la biografía novelada que ha escrito Martín Caparrós y si quieren dimensionar a Rosas, nada como el retrato que Tomás Eloy Martínez hizo de sus últimos días en Southampton.
Thursday, January 24, 2019
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Demasiados libros diría el cumpleañero Zaid y sí, en efecto, son demasiados, un chingamadral. Son cerca de 4 mil en un espacio muy reducido (sin contar los cientos de ejemplares que he regalado, donado o cedido en usufructo). Los primeros ejemplares fueron adquiridos a mediados de los 80 y el último fue adquirido ayer. Los más antiguos son un poemario de Juan de Dios Peza de 1898 y una edición juvenil de Los Lusiadas de Camões de 1914; los más nuevos fueron editados en otoño de 2018. Esta mañana ordené un poco mi biblioteca (ordenar es un decir; en realidad es solo revolver el caos) y por un momento volví a tomar conciencia del tamaño de la catástrofe que este vicio se me ha dejado por herencia. Libros en el comedor, en el buró, dentro de los baúles, en el carro. Aquí hay de dulce, chile y de manteca, pero si una constante une a cada uno de esos 4 mil libros que he pepenado a lo largo de más de 35 años, es que ni uno solo ha sido comprado en Amazon. Cada libro que he adquirido en mi vida ha salido de una librería. Ferias, remates, puestos callejeros, supermercados, pero nunca en línea. Todavía no compro mi primer libro por internet y es posible que nunca lo haga. Ojo, nada tengo que ver con el conservacionismo hipster y las mentirosas nostalgias millenials. Por ejemplo, hasta 2009 solía comprar un promedio de dos discos por semana, pero hace diez años que no compro uno solo. Soy melómano y el primer trabajo de mi vida fue en una tienda de discos, pero acepté de mil amores la conversión a la música on line. Durante década y media trabajé en medios impresos y sin embargo hace años que no compro un periódico o una revista. En casa hay cuatro iPads, tres iPhones, unas cinco lap tops, tres iPods de los viejitos y en realidad me llevo bastante bien con los productos de la manzanita mordida para ser honesto y sin embargo no tengo ni tendré un kindle ni me gusta leer libros en pantalla (a veces tengo que hacerlo forzado por las circunstancias).
Acepto la tecnología de muy buena gana, pero por lo que a los libros respecta me mantendré en mi trinchera. Ayer leía un artículo sobre centenarias librerías españolas que han debido cerrar sus puertas inmoladas en el altar de Amazon. Bueno, al menos de ese holocausto no soy cómplice. Jeff Bezos todavía no recibe un centavo salido de mi bolsa y posiblemente no lo reciba nunca (yo sé bien que eso a Jeff Bezos le hace padecer depresión e insomnio pues lo pone al borde de la bancarrota). Y sí, como bibliófilo tengo mis pequeños rituales: si el mismo libro está en Gandhi o El Día, lo compro en El Día, y nunca (salvo rarísimas ocasiones) compro en Sanborns. En cualquier ciudad que visito busco su librería, llevo algo y bueno…la pepena libresca nunca se acaba.
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Monday, January 21, 2019
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