La última luna del 20
La última luna llena del año derrama su luz sobre la noche invernal y de pronto, ya estamos deshojando las últimas horas de un 2020 que en primavera llegó a parecer interminable, aunque al final tuvo la esencia de tren bala y ráfaga de viento que impregna toda la vida moderna. Por un momento he pensado que acaso llegue el día en que sintamos cierta nostalgia por estos tiempos. Aún con toda la muerte, el quebranto y la incomodidad que ha rodeado a este tiempo hostil, tal vez llegue el momento en que lo recordemos con un ritual de cruce, el doloroso pasaje hacia una nueva era. Ni siquiera podemos saber cómo se narrará y analizará este tiempo cuando se convierta en lejano ayer. Aunque tendemos a mirar la cronología como una línea vertical ascendente, lo cierto es que el tiempo es circular, una espiral en descenso y ascenso permanente, un mito del eterno retorno. Claro, existe el natural deseo de dejar atrás, de atravesar una línea este 31 de diciembre y sentir que comenzamos de nuevo, comer doce uvas y rogar porque el 21 no venga con un cuchillo desenvainado. La realidad es que los primeros meses del 2021 serán idénticos a éste. Acaso los vientos secos sean sustituidos por lluvias, pero los pésames y los obituarios seguirán siendo nuestro ritual de lo habitual.
El que termina ha sido un año que sin duda no olvidaremos nunca y haríamos bien en no hacerlo. Aunque después de tanto quebranto y sufrimiento hay un deseo natural de dejar atrás y sentir que la llegada de un nuevo año es el equivalente a un amanecer, la realidad es que en la adversidad es cuando más se aprende, se fortalece y se innova. Si algún provecho podemos sacarle a este 2020, es el aprendizaje