Una madrugada cualquiera, Venecia se sorprende al notar que ha perdido el asco a limpiar secreciones. Solo entonces cae en cuenta de que en su vida se ha hecho demasiado tarde. Con el trapo aferrado en el puño, se revela ante ella la inminencia de la condena a envejecer y podrirse en ese hotel malamuertero que es, después de todo, lo más parecido a un hogar que ha encontrado en dos décadas de exilio bajacaliforniano.
La gente va a los hoteles de paso a secretar, a derramarse y dejar en las sábanas la marca de sus fluidos. Todo cuerpo humano es un recipiente: de mierda, de sangre, de sudor, de saliva, de semen, de vómitos. Las sábanas que debe limpiar Venecia todos los días de su vida son el resumidero a donde va a parar una catarata de inmundicia.
Los primeros días pensó que la repugnancia sería más fuerte. Todos los derrames posibles parecen caber en media hora de sexo furtivo. No solo es el semen pringoso entre las sábanas y las huellas de sangre menstrual, sino los sellos marrones de culos mal limpiados y los vómitos de licor barato brillado amarillentos sobre la raída alfombra. Son las colillas agujerando la colcha, las jeringas oxidadas, los focos quemados en delirio cristalero y la peste a acetona.
Al Hotel Bermejillo se va a coger, a drogarse o a morir; o a hacer las tres cosas a la vez: primero drogarse, después coger y al final morir; o drogarse y coger; o drogarse y morirse; o a chaquetearse antes del solitario adiós. Todas las posibilidades caben dentro de los cuartos que limpia Venecia, aunque desde un tiempo para acá, son cada vez más frecuentes los que solo vienen a morirse.
Friday, August 15, 2014
Thursday, August 14, 2014
Si hubieras leído a Joseph Conrad, repararías en que has entrado fatalmente a la línea de sombra. Si hubieras leído a Dante, intuirías la proximidad de la oscura selva llamada la mitad del camino de nuestra vida. Si hubieras sido más ocioso de lo que ya de por sí eres, y por virtud de un aleatorio googleo errabundo hubieras caído en la página de darkrealmsinister habrías entendido el sentido del tridente de plástico y las botas rojas portadas con agresiva petulancia por la niña oriental que está frente a ti, leyendo un cómic. Navegas por la vida con la actitud de quien ha visto demasiado y no se sorprende ante nada, pero en cualquier caso, encontrar a una ninfeta de manga japonesa sentada en una banca de la plaza central de Tecate no lo es lo más ordinario para una tarde cualquiera de jueves. La primera asociación en tu archivo, fue una colegiala nipona que combate contra Uma Truman en Kill Bill.
Tuesday, August 12, 2014
BIBLIOTECA PALIMPSESTO
Con cierta frecuencia me topo con personas que me piden argumentos contundentes para demostrar la superioridad del texto impreso sobre el digital. Nunca he pretendido erigirme en defensor de oficio de la letra impresa ni me he envuelto en su bandera para ser inmolado como mártir en el altar de sacrificios de la fibra óptica. Mi causa es en pro de la lectura y si las letras yacen sobre una servilleta o sobre una pantalla de iPad, es un asunto que me resulta poco trascendente frente a la calidad del texto leído. El empaque y la superficie, lo tengo claro, no deben usurpar la supremacía del contenido, lo cual no me impide albergar ciertas manías y costumbres que me hacen preferir el papel. Tal vez mi razón más fuerte para optar por textos impresos, es esa incurable compulsión por rayar los libros. No he aprendido a leer sin una pluma en la mano. No concibo la lectura sin el subrayado y el apunte. Para mí los libros son también cuadernos de notas. Marco las frases e ideas que me parecen más trascendentes, pero a menudo también desparramo ideas que me toman por asalto en un juego de libre asociación y que nada tienen que ver con el texto leído. Las páginas blancas del libro me sirven para improvisar pequeños relatos, diarios íntimos, juegos de palabras o incluso dibujitos. No pocas veces anoto nombres, teléfonos y direcciones. Sé que esto puede resultar aberrante para los amantes del libro-objeto, pero nunca se me ha dado eso de mantener inmaculados a los amigos de papel y tinta. Tal vez por ello me cuesta tanto trabajo leer libros prestados, pues debo amarrarme las manos y privarme de la manía de rayar. En un iPad no puedo dar rienda suelta a mi compulsión por la nota y el subrayado. El formato pdf se mantiene intacto y sin huellas como un cuerpo frígido condenando a una eterna virginidad. No hay manchas de café y vino derramado; tampoco encuentro esa huella mostrenca de tinta corrida. Me podrán decir que hay ciertos dispositivos para escribir en el kindle que permiten subrayar, pero es algo automático, carente de ese pulso nervioso o arrebatado. Los ejemplares de mi biblioteca suelen ser palimpsestos. Hay escrituras contrastantes conviviendo en la misma superficie. Junto a los párrafos escritos por Ricardo Piglia, Sergio Pitol o Paul Auster yace una caligrafía anárquica en tinta azul. Cada ejemplar de mi biblioteca arrastra consigo las huellas de las circunstancias en que fue leído. Ocultas entre sus páginas suele haber tarjetas, boletos, notas de consumo, pedazos de papel. Cada libro es una cartografía donde yacen las claves de su propia lectura, un estado de ánimo, un momento irrepetible en la vida. El acto de leer es siempre una aventura y mi biblioteca palimpsesto es el mapa del tesoro.
Sunday, August 10, 2014
¿Quieres encontrar una inequívoca señal del Réquiem por Gutenberg? Solo mira la vida de los voceadores. Hace algunos ayeres, cuando yo era un niño regiomontano, era preciso madrugar para poder conseguir un ejemplar del periódico El Norte en las calles de Monterrey. Si no eras suscriptor y querías conseguir el ejemplar del día, lo mejor era salir a buscarlo temprano. Si salías a buscar El Norte después de las 10:00 de la mañana lo más probable era no encontrarlo. El voceador podía ser considerado entonces un microempresario exitoso. A las 7:00 de la mañana podías verlo frente a una montaña de periódicos en el crucero y tres horas después no le quedaba uno solo. Ignoro cuál era su ganancia neta, pero si de algo estoy seguro, es que el voceador no vivía en la miseria ni te rogaba para le compraras. Cuando llegué a vivir a Baja California a finales de los 90 me convertí en un devoto lector de Zeta y pronto me di cuenta que lo mejor era comprarlo el viernes por mañana pues existía un severo riesgo de ya no encontrarlo al caer la tarde.
A finales de los 90 el voceador era todavía un microempresario; en 2014 se ha transformado en una variante del pordiosero. ¿Lo dudas? Solo observa la venta de periódico en los cruceros de Rosarito. Un atardecer cualquiera paras en un semáforo y el vendedor de periódico toca desesperado la ventana de tu carro para ofrecerte los ejemplares del día. Cuando le dices “no gracias” él insiste e incluso ruega. “Por favor señor, no he vendido ninguno”. Cuando te niegas por segunda vez, el vendedor de periódicos te pide entonces que le des un peso o lo que traigas porque no ha comido. La miseria y la desesperación no pueden maquillarse. Cuando el Sol se oculta los vendedores de periódicos siguen ahí, con los mismos ejemplares de la mañana. La mayoría de estos modernos voceadores rosaritenses son deportados o adictos en rehabilitación. Hace no muchos años ibas a buscar al voceador sabiendo que si llegabas tarde ya no lo encontrarías. Hoy comprar el periódico se ha convertido en un acto de caridad, una suerte de limosna. Por la noche vas al Oxxo y los periódicos del día siguen estando ahí, esperando a ser reemplazados por los ejemplares del día siguiente que irán a adornar el estante por las siguientes 24 horas.
Me duele ver a los voceadores. Siempre los he considerado unos aliados, pero su oficio está irremediablemente condenado a muerte. Ellos también son damnificados del Réquiem por Gutenberg. Los jefes de circulación de los diarios sin duda dirán otra cosa y presentarán cifras notarialmente maquilladas. Pueden decir lo que quieran: los periódicos impresos ya están muertos. Son una especie de zombies que deambulan por las calles con vida artificial. “I see dead papers”, dice el niño de Sexto Sentido. Ese respirador que los mantiene con vida aparente son los contratos de publicidad oficial. Mantener la edición impresa en las calles es más bien una declaración de existencia y principios, no una utilidad por venta. En la psicología de quienes no fuimos nativos digitales hay cierta percepción de que solo lo impreso existe y perdura. Un blog o una página, dicen, lo tiene cualquiera. Estamos inmersos aún en ese río revuelto de transición antes de que el diarismo impreso tenga su epitafio definitivo. Un río revuelto donde sobran perdedores. La vida artificial engaña. Los diarios impresos ya están, como diría Eskorbuto, muertos, muertos, muertos.
Respóndetelo tú mismo: ¿Hace cuánto tiempo que no compras el periódico? (DSB)