Eterno Retorno

Friday, May 15, 2020

Vengo de una familia de maestros vocacionales. “No concibo mi vida fuera del aula” fue una frase de mi abuelo Agustín que se hizo extensiva a su descendencia, pues no han sido pocos los Basave que se han dedicado a dar clases. Mi madre ha sido maestra universitaria por muchísimos años por absoluta vocación dejando siempre una huella en sus alumnos. También mis hermanas Elisa y Ana Lucía, muchos de mis tíos como Patricia, Cristina, Agustín y mi primo Héctor han dedicado parte de sus vidas a la docencia en diversas universidades y algunos han ocupado cargos académicos. Tener un buen maestro es un divino accidente en la vida, un cruce de caminos que puede encausar o definir tu ruta existencial. Yo por fortuna he tenido al menos una decena de profesores a los que recuerdo con muchísimo cariño. De mi maestra Silvia en segundo de primaria recuerdo sobre todo los concursos de lectura en voz alta que me fueron de enorme utilidad. Aprendí a respirar los textos y a entonarlos y me convertí en el ganador habitual de esos certámenes intraescolares (y los premios, que eran juguetes educativos, solía pagarlos la maestra de su bolsa). En sexto de primaria recuerdo con particular cariño a la maestra Susy Ibarra y en secundaria al maestro Alfaro que daba Etimologías y al terrible Guillermo Guerra en Matemáticas, durísimo, estricto, pero de muy buen corazón. Francisco Xavier Carrillo no fue oficialmente mi maestro titular, pero informalmente tomé con él toda una cátedra sobre la Revolución Mexicana por más de un año. De la prepa recuerdo con particular cariño a Pablo Urquiza que me enseñó a reír con Quevedo y su Buscón y sobre todo a la actriz Malena Doria, que me daba clases de teatro y me entrenaba para los concursos universitarios de oratoria (fui campeón en tres). Esta disciplina me ha sido de enorme utilidad a la lo largo de la vida. En mi época universitaria recuerdo a Gutiérrez Welsh que impartía Derecho Constitucional y Administrativo; Laura Villarreal de Laboral o Francisco Sepúlveda en Derecho Internacional. En literatura mi único gran maestro fue Rafael Ramírez Heredia, el gran Rayito Macoy. Nunca he dejado de abrevar de sus enseñanzas. Claro, también tuve muchos maestros muy malos, indiferentes, aburridos o de plano crueles, como Magdalena Romanillos de Gojon que me expulsó del Liceo Anglo Francés en segundo de secundaria. Admito también que fui un alumno muchas veces beligerante, rebelde e indisciplinado. Desde mi punto de vista, lo que define a un buen maestro, más allá de su conocimiento, es su vocación y el amor por su oficio, su empatía frente a los alumnos, su capacidad de motivarlos y emocionarlos. Hoy lo vemos con Iker que tiene extraordinarias maestras como son Alis y Marlyn. Más allá del programa educativo o la institución, lo que hace la diferencia es que estas profesoras ejercen con verdadera pasión su labor docente. Hoy y siempre, a la distancia o en el aula: ¡Gracias Profes!

Tuesday, May 12, 2020

Acaso ha llegado el momento de escribir un nuevo manual de urbanidad y buenas maneras de Carreño aplicado a la era de las redes sociales y el WhatsApp. Las nuevas formas en que interactuamos requieren un código de elemental cortesía y educación. Entre los múltiples tópicos que este manual debe incluir, un capítulo muy importante es el relativo a las llamadas telefónicas. En mi personal código de etiqueta, hoy en día una llamada telefónica debe venir siempre precedida de un mensaje escrito ya sea en Whats o en Messenger de Facebook. Aprecio muchísimo a la gente educada que antes de llamarme me escribe y me pregunta “¿te puedo llamar?”. Eso es tener categoría. Salvo que sean cuestiones de emergencia, asuntos laborales que requieren respuesta inmediata, gente de tu familia cuyos números reconoces o la notificación de que ganaste un premio literario, una llamada telefónica que irrumpe sin previo aviso me parece sumamente grosera. La llamada telefónica es esencialmente egoísta e invasiva porque te obliga a dejar de hacer lo que estás haciendo para dedicarle toda la atención a quien te llama. Puedes ir manejando o estar en medio de una situación comprometida y el timbre del teléfono te saca de concentración. Todas las llamadas de call center dedicadas a promover tarjetas de crédito, afores, seguros, paquetes funerarios y de más necedades, deberían ser declaradas ilegales. Ignoro si haya un estudio de mercado que me contradiga, pero creo que hoy en día las posibilidades de éxito de una venta por teléfono son ínfimas o de plano nulas. A mí me parece la peor estrategia comercial posible. Nunca he entendido por qué carajos hay personas que forzosamente necesitan concretar los acuerdos por teléfono habiendo hoy tantas alternativas para comunicarse. Además, la gran ventaja es que la palabra tecleada no se la lleva el viento. Si hiciste una cita o llegaste a un acuerdo vía WhatsApp y poco después te surge alguna duda, siempre estará la bendita palabra escrita para aclarar cualquier malentendido. Mis procesos comunicativos están llenos de paradojas. Me formé en la oratoria clásica, me gusta muchísimo hablar en público y siempre me he sentido muy cómodo a la hora de agarrar un micrófono y dirigirme a un grupo de gente, pero suelo bloquearme terriblemente cuando hablo por teléfono. Las ideas se me atoran e inmediatamente siento imperiosa necesidad de dar por terminada la conversación y colgar. Ni hablar de las juntas virtuales. El Skype siempre lo he odiado a muerte porque irremediablemente falla y en lugar de concentrarte en el contenido de tu mensaje estás preocupándote porque la tecnología no te juegue una mala pasada. El Zoom parece ser un poco más práctico, pero en cualquier caso suelo sentirme incómodo. Claro, supongo que tendré que irme acostumbrando pues cada vez van a ser más socorridas este tipo de herramientas. Hace poco impartí mi primera sesión de taller virtual y creo (salvo la mejor opinión de los alumnos) que no me salió tan mal.

Monday, May 11, 2020

Andamiaje institucional

Por fortuna parece que vivimos (todavía) en un país de leyes donde existe un andamiaje institucional y la división de poderes se hace respetar. Más allá de filias, fobias, pasiones, contingencias y circunstancias especiales, la ley es la ley. Punto. Aquí no se trata de que apoyes a muerte un gallo y rechaces a otro, sino de hacer prevalecer la cultura de la legalidad. La gran diferencia entre un país civilizado y una república bananera es el respeto a las leyes. Un respeto basado en un criterio eminentemente jurisprudencial que vaya más allá de lo político. Montesquieu lo tuvo siempre muy claro: “"Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder”. Esa sencilla frase con esencia de juego de palabras resumió los fundamentos ideológicos que dieron al traste con las monarquías absolutas y establecieron los contrapesos políticos que conforman el gobierno de cualquier nación democrática. En un mundo aún regido a capricho de los monarcas absolutistas donde la palabra o el deseo de un rey era equiparable a la voluntad divina, Montesquieu entendió que el poder debía dividirse para contenerse y que ningún individuo, ni aún el emperador, podía estar por encima de la ley. En lo personal no tengo nada en contra de Jaime Bonilla y estoy consciente de que el año entrante no es el momento ideal para sumergirnos en el desgaste de una nueva contienda electoral, pero me queda claro que hubiera sido un pésimo precedente que se aprobara una gubernatura de cinco años teniendo como "fundamento" una vejación legal orquestada en el Congreso local. Hoy más que nunca es necesario sentar jurisprudencia y dejar claro que no se pueden cambiar las reglas de una elección cuando ésta ya se ha celebrado y también que ninguna consulta popular hecha al vapor puede subvertir el orden constitucional. El oprobio mayor sin duda es para los diputados que se prestaron aprobar semejante adefesio jurídico. Vergüenza absoluta para ellos. El que los once ministros de la Suprema Corte rechacen en forma contundente semejante mamotreto legaloide con frases tan duras como “gran fraude a la Constitución” , “uso de la democracia para violar la democracia” y “violar la voluntad popular usando la Constitución para violar la Constitución” debería ser válido como criterio jurisprudencial para impedir que alguno de esos diputados vuelva a ocupar una posición legislativa en el resto de sus vidas. Ahora bien, por lo que a los bajacalifornianos respecta, sería muy bueno que nos preguntemos qué tipo de gobierno queremos y si seremos capaces de consolidar en 2021 un proyecto con auténtica representatividad ciudadana o si simplemente nos va a valer tres cacahuates como acostumbramos. No olvidemos que el año pasado el abstencionismo volvió a batir en Baja California sus ya de por sí humillantes records. Sí, sin duda veremos un montón de personajes nefastos e impresentables buscando una candidatura y una rebatinga despiadada que ya ha comenzado entre los neo morenistas. Seguro estoy que muchos de los que vendieron espejitos jurídicos a Bonilla y le palmeaban el hombro diciéndole “usted se quedará cinco años ingeniero porque es el mejor gobernador”, son los mismos que a sus espaldas conspiraban para llevar agua a sus molinos sabiendo que no gobernaría más allá de 2021. Después del infame sexenio de Kiko Vega (sin duda el peor gobernador de nuestra historia) inmersos aún en el baño de sangre de la narcoguerra, afectados por el Covid 19 como pocas entidades en México y sintiendo ya los golpes del coletazo recesivo, los bajacalifornianos estamos en un momento particularmente álgido de nuestra historia, un instante decisivo que definirá nuestro rumbo. Ya se aplicó la ley, muy bien ¿y ahora? ¿Qué sigue? ¿Existe algún proyecto sólido, una alternativa viable? ¿Alguien levanta la mano?