Sobrevivir a Los Andes ( y a Hollywood)
Por Daniel Salinas Basave
Firma como Carlitos (no Carlos) Páez y su profesión, de tiempo completo, es superviviente de Los Andes. Más de dos terceras partes de su vida las he dedicado Carlitos a recordar el milagro que marcó el parteaguas de su existencia y acaso, según él afirma, de la historia uruguaya; una epopeya que ha producido, a la fecha, tres películas, nueve documentales y 18 libros.
Carlitos no duda en señalar que los dos hechos que conmocionaron a la opinión pública en Uruguay son el “Maracanazo” de 1950, cuando la garra charrúa batió a Brasil en la final del Mundial ante la mayor entrada registrada a un espectáculo deportivo en la historia de la humanidad, y la supervivencia de 18 jóvenes jugadores de rugby, quienes pasaron 72 días perdidos en las nieves perpetuas de Los Andes. Uno de esos sobrevivientes es Carlitos Páez, el hijo del célebre pintor Carlos Páez Vilaró, quien cumplió 19 años en octubre de 1972 y los celebró sepultado en la nieve.
Aunque le ha dado varias vueltas al mundo contando su historia de supervivencia, Carlitos Páez no había venido nunca a Tijuana, al menos no hasta la tarde del miércoles, cuando el Colegio de Contadores lo trajo a esta frontera para narrar el milagro andino, el que ha platicado tantas veces como Mick Jagger ha cantado “Satisfaction”.
Aunque más de uno pudo irse con la finta y creer que la plática de Carlitos sería algo así como un sermón de superación personal, el charrúa se cuidó de aclarar que él no es motivador ni nada por el estilo y por fortuna se concentró en narrar los detalles de una aventura de la que han surgido un montón de versiones y leyendas a lo largo de 37 años.
Lo mejor de Carlitos son las dosis de humor que inyecta al relato. Un humor muy rioplatense que lo mantiene alejado de dramatizar y tomarse demasiado en serio. Carlitos no duda en afirmar que en 1972 él era un niño mimado de papá y mamá que incluso tenía niñera, alumno de un colegio católico de niños fresas motevideanos. En octubre de 1972 su equipo de rugby viajó rumbo a Santiago para jugar un partido contra un cuadro araucano y de paso aprovechar las bondades del tipo de cambio que generaba la devaluada moneda del Chile allendista. La noche del jueves 12 de octubre tuvieron que aterrizar en Mendoza, Argentina, pues fuertes corrientes de viento azotaban la cordillera andina. La mañana del viernes 13 de octubre, un día esplendoroso y de cielo limpio, el avión despegó rumbo a Chile. Cuando volaban sobre la cordillera a la altura de Curicó, el avión cayó dentro de un remolino de aire. “Ole”, gritaron los jovencitos, tratando de disimular el pavor. Carlitos Páez viajaba pegado a la ventanilla, pero un par de minutos antes cedió el lugar a un compañero para que pudiera tomar una fotografía de las montañas nevadas. Ese cambio de lugar le salvó la vida. El avión cayó en picada 600 metros, se partió contra un pico y después se arrastró dos kilómetros como un trineo sobre le nieve con la suerte de no pegar contra una roca. Después surgió el silencio y la angustia. Entre los muertos y los mutilados, Carlitos y sus compañeros se aprestaron a pasar la peor noche de sus vidas, a 25 grados bajo cero, algo que según narra el sobreviviente, es lo más parecido a eso que los cristianos llaman el infierno. De acuerdo con el testimonio de Páez, todo cambió el día diez. A partir de ese momento, cuando se enteraron por radio que la búsqueda había sido suspendida y ellos habían sido dados por muertos, se olvidaron de sobrevivir y se dedicaron a vivir. De hecho a Carlitos no le gusta que le llamen superviviente, aunque Hollywood y la mercadotecnia lo han obligado a llevar ese nombre a lo largo de casi cuatro décadas. Fue a partir del día diez cuando se da el hecho más polémico y morboso de esta historia, cuando los jóvenes deciden comerse a sus compañeros muertos. Por fortuna, Carlitos resta dramatismo a este asunto y contradice los supuestos dilemas morales y la gran confrontación interna en el grupo que según Hollywood provocó la decisión. Comerse a un compañero muerto fue la decisión más lógica y natural del mundo al cabo de diez días a 25 bajo cero sin probar bocado. Con o sin autorización papal, cualquier persona hubiera hecho lo mismo, afirma Carlitos. Los siguientes 62 días son una historia de coraje, tenacidad y sobre todo, mucha creatividad. El estudiante de primer semestre de Ingeniería se transforma en inventor y el de primer semestre de Medicina se convierte en experto doctor. El grupo sobrevive a una avalancha y pasa tres días sepultado bajo la nieve. Cuando encuentran la cola del avión y sus maletas, ocurre el primer gran milagro: encuentran varias decenas de cajetillas de cigarros que le saben a paraíso y gloria. Palabras más, palabras menos, el 22 de diciembre tocan a Dios y se consuma el ansiado final feliz. Carlitos aún tiene tiempo para reírse. Recuerda cuando su madre en el hospital se sorprende al saber que no ha gastado ni uno de los 70 dólares que llevaba en la bolsa o cuando Hollywood, en afán de dar cierto toque tropical a la historia (pues suponen que Uruguay es como Puerto Rico) incluyen en el guión una enorme guacamaya parlanchina que acompaña a los sobrevivientes, misma que por supuesto, no se les ocurre comerse.
Al final, el mensaje de Carlitos es que cada uno encuentre su propia cordillera y detecte los símbolos que marcan su vida. No hay retos más grandes que otros. Superar los pequeños grandes problemas de la vida diaria, es como tratar de sobrevivir 72 días a Los Andes. Entre el público, más de un centenar de contadores absorbían el mensaje y pensaban en la forma de superar esas crueles cordilleras fiscales, más heladas que el infierno andino, llamadas IETU, ISR y de más jinetes apocalípticos paridos por Agustín Carstens, mismos que a la fecha no han dejado supervivientes.
Por Daniel Salinas Basave
Firma como Carlitos (no Carlos) Páez y su profesión, de tiempo completo, es superviviente de Los Andes. Más de dos terceras partes de su vida las he dedicado Carlitos a recordar el milagro que marcó el parteaguas de su existencia y acaso, según él afirma, de la historia uruguaya; una epopeya que ha producido, a la fecha, tres películas, nueve documentales y 18 libros.
Carlitos no duda en señalar que los dos hechos que conmocionaron a la opinión pública en Uruguay son el “Maracanazo” de 1950, cuando la garra charrúa batió a Brasil en la final del Mundial ante la mayor entrada registrada a un espectáculo deportivo en la historia de la humanidad, y la supervivencia de 18 jóvenes jugadores de rugby, quienes pasaron 72 días perdidos en las nieves perpetuas de Los Andes. Uno de esos sobrevivientes es Carlitos Páez, el hijo del célebre pintor Carlos Páez Vilaró, quien cumplió 19 años en octubre de 1972 y los celebró sepultado en la nieve.
Aunque le ha dado varias vueltas al mundo contando su historia de supervivencia, Carlitos Páez no había venido nunca a Tijuana, al menos no hasta la tarde del miércoles, cuando el Colegio de Contadores lo trajo a esta frontera para narrar el milagro andino, el que ha platicado tantas veces como Mick Jagger ha cantado “Satisfaction”.
Aunque más de uno pudo irse con la finta y creer que la plática de Carlitos sería algo así como un sermón de superación personal, el charrúa se cuidó de aclarar que él no es motivador ni nada por el estilo y por fortuna se concentró en narrar los detalles de una aventura de la que han surgido un montón de versiones y leyendas a lo largo de 37 años.
Lo mejor de Carlitos son las dosis de humor que inyecta al relato. Un humor muy rioplatense que lo mantiene alejado de dramatizar y tomarse demasiado en serio. Carlitos no duda en afirmar que en 1972 él era un niño mimado de papá y mamá que incluso tenía niñera, alumno de un colegio católico de niños fresas motevideanos. En octubre de 1972 su equipo de rugby viajó rumbo a Santiago para jugar un partido contra un cuadro araucano y de paso aprovechar las bondades del tipo de cambio que generaba la devaluada moneda del Chile allendista. La noche del jueves 12 de octubre tuvieron que aterrizar en Mendoza, Argentina, pues fuertes corrientes de viento azotaban la cordillera andina. La mañana del viernes 13 de octubre, un día esplendoroso y de cielo limpio, el avión despegó rumbo a Chile. Cuando volaban sobre la cordillera a la altura de Curicó, el avión cayó dentro de un remolino de aire. “Ole”, gritaron los jovencitos, tratando de disimular el pavor. Carlitos Páez viajaba pegado a la ventanilla, pero un par de minutos antes cedió el lugar a un compañero para que pudiera tomar una fotografía de las montañas nevadas. Ese cambio de lugar le salvó la vida. El avión cayó en picada 600 metros, se partió contra un pico y después se arrastró dos kilómetros como un trineo sobre le nieve con la suerte de no pegar contra una roca. Después surgió el silencio y la angustia. Entre los muertos y los mutilados, Carlitos y sus compañeros se aprestaron a pasar la peor noche de sus vidas, a 25 grados bajo cero, algo que según narra el sobreviviente, es lo más parecido a eso que los cristianos llaman el infierno. De acuerdo con el testimonio de Páez, todo cambió el día diez. A partir de ese momento, cuando se enteraron por radio que la búsqueda había sido suspendida y ellos habían sido dados por muertos, se olvidaron de sobrevivir y se dedicaron a vivir. De hecho a Carlitos no le gusta que le llamen superviviente, aunque Hollywood y la mercadotecnia lo han obligado a llevar ese nombre a lo largo de casi cuatro décadas. Fue a partir del día diez cuando se da el hecho más polémico y morboso de esta historia, cuando los jóvenes deciden comerse a sus compañeros muertos. Por fortuna, Carlitos resta dramatismo a este asunto y contradice los supuestos dilemas morales y la gran confrontación interna en el grupo que según Hollywood provocó la decisión. Comerse a un compañero muerto fue la decisión más lógica y natural del mundo al cabo de diez días a 25 bajo cero sin probar bocado. Con o sin autorización papal, cualquier persona hubiera hecho lo mismo, afirma Carlitos. Los siguientes 62 días son una historia de coraje, tenacidad y sobre todo, mucha creatividad. El estudiante de primer semestre de Ingeniería se transforma en inventor y el de primer semestre de Medicina se convierte en experto doctor. El grupo sobrevive a una avalancha y pasa tres días sepultado bajo la nieve. Cuando encuentran la cola del avión y sus maletas, ocurre el primer gran milagro: encuentran varias decenas de cajetillas de cigarros que le saben a paraíso y gloria. Palabras más, palabras menos, el 22 de diciembre tocan a Dios y se consuma el ansiado final feliz. Carlitos aún tiene tiempo para reírse. Recuerda cuando su madre en el hospital se sorprende al saber que no ha gastado ni uno de los 70 dólares que llevaba en la bolsa o cuando Hollywood, en afán de dar cierto toque tropical a la historia (pues suponen que Uruguay es como Puerto Rico) incluyen en el guión una enorme guacamaya parlanchina que acompaña a los sobrevivientes, misma que por supuesto, no se les ocurre comerse.
Al final, el mensaje de Carlitos es que cada uno encuentre su propia cordillera y detecte los símbolos que marcan su vida. No hay retos más grandes que otros. Superar los pequeños grandes problemas de la vida diaria, es como tratar de sobrevivir 72 días a Los Andes. Entre el público, más de un centenar de contadores absorbían el mensaje y pensaban en la forma de superar esas crueles cordilleras fiscales, más heladas que el infierno andino, llamadas IETU, ISR y de más jinetes apocalípticos paridos por Agustín Carstens, mismos que a la fecha no han dejado supervivientes.