Hace cien años, cuando tras la guerra irrumpió el gran carnaval de los veinte, vimos por vez primera filas de carretas y carcachas tripuladas por gargantas sedientas de alcoholes baratos y furtivas cópulas. Apostadores, buscavidas, prófugos de la ley y actores aburridos del sobrio glamour hollywoodense fueron al buscar impúdicos paraísos a la Avenida Olvera.
Después de Pearl Harbor llegó el turno de los brazos y las espaldas, la mano de obra de a centavo que se fue a cultivar el fértil útero de la tierra prometida y después la ávida soldadesca, retornando de Normandía, de Corea o de Vietnam, buscando conjurar los traumas de guerra entre las piernas de las paraditas de la calle Coahuila.
¿Y hoy? ¿Quién cruza esta supurante llaga? Un variopinto amasijo tránsfugas, yuppies, arribistas y soñadores, intentando mamar de la urbe del corredor comercial binacional más basto y diverso del mundo. Cruzan los televisores, los Totoyas Tacoma, los equipos aeroespaciales, los componentes de la industria médica, los pepinos y los tomates piscados en San Quintín por mano mixteca; cruzan las drogas –sintéticas y naturales- , cruzan los cuerpos, cruzan los órganos y de norte a sur las armas y las prendas de remate del outlet. Cruzas tú, cruzo yo, cruzan nuestras vidas, nuestros deseos, nuestra absurda condición de renovados buscadores del sentido de una vida siempre prófuga, que pese a todo sigue, tan terca y tan sinsentido como esta fila inacabable y como la historia que está a punto de escribirse...
Monday, February 17, 2020
Sunday, February 16, 2020
Y de pronto, sin darnos cuenta, el horror se transformó en inventario. Leemos noticias y contamos muertos con la misma lejana indiferencia con que nos enteramos de un tsunami en Indonesia, pero sucede que el infierno es aquí, afuera de tu casa, a unos metros de donde duermes. Mi viejo amigo el insomnio ha venido puntual a visitarme y en la siniestra lucidez de la duermevela, pienso en las personas que están siendo asesinadas ahora mismo o que serán asesinadas dentro de unas horas muy cerca de aquí (ayer mismo mataron al guardia de una caseta ubicada a la vuelta de donde esto escribo). Pienso en las mujeres que saldrán de casa para no volver, en las que ahora mismo duermen con su futuro asesino, en la pulsión siniestra incubando en la mórbida cabeza de algún macho traumado que mañana sacará un cuchillo para cortarle el cuello a su pareja. Pienso en las familias que buscan cuerpos, miembros mutilados u osamentas en los baldíos, pensando en esa hija o hermana que un día simplemente desapareció. Por nuestra posición geográfica (bendita y maldita a la vez) y por la histórica reyerta criminal de nuestras calles, en Tijuana llevamos ya bastantes años conviviendo con la violencia, pero lo de estos tiempos es punto y aparte. Hay una vibra mórbida en todo México (o diría en casi toda Latinoamérica, por mucho la región más violenta del planeta). En cualquier caso tengo demasiadas preguntas y ninguna respuesta. Lo único absolutamente cierto es la sensación que se respira. Hay algo muy denso, muy oscuro, muy mal vibrado en el ambiente. Extraño la profundidad de pensamiento de un Sergio González Rodríguez. Hace dos o tres duermevelas releía El hombre sin cabeza y De sangre y sol en busca de claves para entender la negritud del abismo, de esa interpretación metafísica más allá del crimen utilitario que el Detective Acuario supo ver. Ignoro cómo se narrarán estos tiempos dentro de medio siglo, pero acaso se recuerde como una suerte de entrecruzamiento infernal, un ritual de pasaje o metamorfosis inmersos en un vacío abismal. Duele, hiere este manto negro que todo lo cubre.
Pd- Acaso la portada de El Rapidín que aparece en la foto, nos de algunas claves de nuestra época. La nota principal es el funeral de Marbella, una estudiante asesinada. A un lado, la imagen de la mamasota de tetas grandes para que se deleite el marchito machito onanista. Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.