Hace algunos días mi hijo Iker me preguntó si yo soy reportero. Le dije que sí y al parecer la respuesta le emocionó. Le pareció un oficio interesante. Después le aclaré que durante muchos años me dediqué a reportear pero ahora no lo hago más y para ser franco no sé si alguna vez volveré a hacerlo. Más de una vez he dicho que ser reportero es una enfermedad incurable y que aún cuando los síntomas no sean visibles, la bacteria habita siempre en nuestro organismo y puede rebrotar en el momento menos pensado. Lo preguntón, lo curioso y lo jodón ya van enquistados en el ADN, o al menos eso creía hasta este 2016 tan Bartleby, cuando por vez primera empieza a resultarme extraño y hasta ajeno el haber pateado calle durante tantísimos años. Lo siento, pero en los últimos meses he ido desarrollando una suerte de alergia a los temas de actualidad. Vivo inmerso en mi autismo literario, encerrado en mi torre de Montaigne y ni siquiera he sentido la natural necesidad de joder a los mojigatos que deliraron con la visita de Bergoglio. Desde hace algún tiempo me mantengo totalmente ajeno a la política bajacaliforniana. Nada quiero saber de grillas, controversias y estériles debates de sordos. En mi vida existe una sola trinchera y a ella estoy entregado. A veces me da por creer que arrojé muchísimos años al vacío empujando la piedra de Sísifo del periodismo, que perdí un tiempo valioso, pero luego reparo en que no pude haber tenido una mejor universidad y que ningún master de escritura creativa me hubiera dado lo que me dieron dos décadas reporteando en las calles. Sí, a veces quiero cortar amarras, dejar atrás, pero cuando doy rienda suelta a relatos de ficción resulta que casi todos mis personajes son reporteros y casi todas mis historias tienen que ver con el periodismo. ¿Me será dado exorcizar algún día a esos demonios?
Wednesday, February 17, 2016
Tuesday, February 16, 2016
Tu Baja Noir no es una trama sino un amasijo de muertos mostrencos sin nombre ni historia. Por ahora es misión cumplida. La foto de la cabeza mal cortada ya está en tu blog y en plena madrugada ha pepenado ya catorce comentarios, escritos por los morbosos de siempre, tus fidelísimos fans que cada noche aguardan el reciclaje del gore. La camioneta del Semefo ya ha recogido los despojos y no puedes evitar tu sonrisita de satisfacción cuando ves llegar a Noe Chapa, el muertero del Patriota, el diario competencia que al menos en fotos criminales no puede competir contigo. Hace muchísimas madrugadas que Noe no te gana una carrera. Mucho menos los de la televisora local, cuya guardia suele dormir la mona.
Dentro de unas horas sonará tu celular y Noe, o cualquier otro competidor, se morderá un huevo y se tragará el orgullo para pedirte si no te sobra por ahí alguna fotito que le vendas y tú, solícita, siempre atenta, le enviarás alguna imagen regularcita del decapitado, nada del otro mundo, pero sin duda algo mejor que la imagen sosa de una ambulancia.
Es tiempo de regresar la redacción. La humedad de las cuatro de la mañana se ha impregnado en el parabrisas de tu Hondita y aún no enciendes el motor cuando la radiofrecuencia escupe un posible 12-17. No parece ser ser ahora un aprendiz de sicario ejecutado a un lado del camino ni tampoco la ubicación es la típica. No es un callejón del Pípila, el Mariano o Camino Verde, sino la torre dos de New City, el condominio de ultra lujo de la Zona Río. Es tiempo de pisar el acelerador, pero antes de arrancar el motor hay una fuerza superior que te impulsa a encender el cuarto tabaco con la colilla del tercero. El cuarto tabaquito en 25 minutos. Los muertos inducen al vicio y también la certidumbre de que algo muchísimo más cabrón te aguarda en lo alto de esa torre.