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Saturday, December 28, 2019
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Friday, December 27, 2019
Hablemos ahora de licores
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Penal a lo Panenka
A ver colegas, si a ustedes les gusta el futbol sin duda entienden lo que es un penal a lo Panenka. En la final de la Eurocopa 1976, Checoslovaquia se coronó desde los once pasos contra Alemania. El último penal, ejecutado por Antonin Panenka, fue un portento de gol. Un penal suavecito, pateado con vaselina en donde el balón hace una comba cuyo efecto visual engaña al portero y lo hace lanzarse al lado contrario. La pelota entra lenta y chanfleada. Tal vez los dos penales Panenka más célebres del Siglo XXI fueron el de Zidane en la final del Mundial 2006 y el del Loco Abreu contra Ghana en el mundial de Sudáfrica. Es un penal artístico que genera una estampa casi poética, pero no deja de ser una floritura, un lucimiento personal. Además, si el portero te adivina el penal Panenka (y basta que se quede parado en su lugar para que lo haga), la falla luce absolutamente ridícula, porque el penal va tan suave y lento, que el portero a menudo solo tiene que alzar las manos. Esto significa que en el penal Panenka el arte y el ridículo caminan de la mano. ¿Por qué carajos pongo este ejemplo tan fuera de lugar? Porque con la escritura es igual. Sobran ejemplos de quienes en afán de parecer poetas vanguardistas, intentan una innecesaria floritura y acaban haciendo el ridículo. Hay quienes quieren jugar a ser Foster Wallace o a imitar el Finnegans Wake y acaban por chutar para el monte. La prioridad en un penal es meter gol, no hacer malabares, así que es mejor patear fuerte, raso y colocado como manda el canon. Con la escritura de un cuento aplica lo mismo. La prioridad es contar una historia, así que preocúpate primero por contarla muy bien de la forma más sencilla posible. Primero domina la técnica de meter el gol. Una vez que lo logres y te sientas más o menos satisfecho (la satisfacción total, al puro estilo de los Rolling, no existe) entonces juega con la forma sin descuidar el fondo y entonces sí, anímate a patear tu penal a lo Panenka.
Thursday, December 26, 2019
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Tuesday, December 24, 2019
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Sunday, December 22, 2019
Era una figura espectral. Estaba ahí, siempre de pie junto a la puerta del Oxxo, con su mirada oriental fija en algún punto del vacío, enfundado en una percudida chamarra con una capucha cubriendo su cabeza calva. Pronto nos acostumbramos a su presencia y lo asimilamos como parte del paisaje de nuestra vida diaria, pues desde hace algunos años era omnipresente. Inexacto sería llamarlo pordiosero porque ni siquiera pedía nada ni interactuaba con la gente. A su lado no había un sombrero o canasta alguna para recibir monedas. Nunca lo escuché pronunciar palabra ni romper el silencio. Tampoco lo vi sentado. Siempre parado en el mismo punto, casi estático, con las manos en los bolsillos. Podía parecer un anacoreta budista en los huesos o un sobreviviente del Holocausto. Decenas o acaso cientos de veces pasé a su lado pero nunca cruzamos palabra. Me sorprendía su aparente inmovilidad y su esencia fantasmagórica. Algunas personas le daban dinero o comida que él recibía en silencio. Dormía en los depósitos de basura a un costado de la tienda. En cualquier caso no era un mudo. El encargado del asador, que a veces le daba sobras de carne, llegó a hablar con él algunas veces. Por él supe que era de origen filipino y que vivió muchos años en San Diego. Llevaba sus arrugados papeles en la chamarra. Podía entrar legalmente a los Estados Unidos. Se declaraba católico y solía orar por las noches. Nunca se le conoció familia alguna. La policía lo retiró algunas veces pero irremediablemente retornaba. Había encontrado sitio en el mundo. El pasado viernes la camioneta del Servicio Médico Forense se estacionó afuera del Oxxo. Su cuerpo yacía junto al contenedor de basura. Al parecer murió durante la helada noche. Su cuerpo yace ahora en la morgue de Tijuana, infestada por los cuerpos desmembrados de las víctimas de esa catarsis del caos a la que llaman guerra del narco. Pasado un tiempo irá a la fosa común. Nadie va a reclamarlo. Intuyo que ahí había una historia que nunca conoceremos y que jamás será narrada. Cuantos improbables hilos tejidos por el hijoeputa destino o por esa perra aleatoriedad tan aferrada a sus caprichos. Por ahora me queda por herencia el frágil umbral que nos separa de quienes yacen en el desbarrancadero, de los que moran a un lado del camino y ese furtivo cruce de miradas que nos permite asomarnos al omnipresente abismo que también nos mira.