Eterno Retorno

Saturday, September 01, 2007

TODOS SOMOS ANGELES
Por Daniel Salinas Basave
dsalinas@frontera.info


Al otro lado del silencio, en el reino de las sombras en la oscuridad, allá donde se pronuncian malditos nombres, habitan ángeles infernales que dos décadas después siguen reventando tímpanos con sus guitarras.
Unidos siempre por el rock y con las botas bien puestas, Angeles del Infierno dictó cátedra metalera la noche del viernes en el Foro.
La apertura con un foro aún semivacío correspondió a los deathmetaleros Profecía, cuyo cantante parecía más preocupado por captar al público con su cámara de video que por el sonido, que al final de cuentas acabó por jugarles una mala pasada.
Grata sorpresa en cambio resultó ser Acero de Guerra, banda formada en Tecate que apuesta por un metal virtuoso de corte europeo que de inmediato prendió a la audiencia.
Con un power metal épico al puro estilo de un Blind Guardian o HammerFall, Acero de Guerra descargó himnos medievales como ‘Alquimista” y “Por Siempre Guerreros”.
Después de Acero subió Torno con su guitarra zeppeliana y sus riffs a lo Jimmy Page, lo que calentó al cada vez numeroso público para recibir a los ángeles infernales.
A las 23:30 se escuchó en coro de “todos somos ángeles” y la figura de un demonio apareció en una pantalla para dar la bienvenida a los Angeles del Infierno. El pacto estaba sellado.
“Pacto con el Diablo” fue la rola abridora a la que siguió “Hoy por ti mañana por mí” para dar paso a “Sombras en la Oscuridad”, la siempre coreada “Prisionero”
Brazos en alto con el signo de los cuernos, melenas al viento y gargantas en tensión. El ritual metalero estaba en su apogeo.
Cierto que la voz de Juan Gallardo ya no da esos agudos de hace 20 años que hacían palidecer a un Rob Halford, pero la actitud no decae en lo más mínimo, mientras que la guitarra del fundador y líder Robert Alvarez se mantiene como la columna vertebral de la banda.
Como suele ser una costumbre, no todo son himnos oscuros con los Angeles y siempre hay un espacio para el romanticismo y el cachondeo con rolitas como “Pensando en ti”, un oasis de calma que antecedió a la furia de “El Principio del Fin”, “Héroes del Poder”, “Condenados a Vivir” y “Con las Botas Puestas” con aportación vocal a lo death metal del cantante de Profecía.
Punto culminante de la tocada fue la interpretación de “Al otro lado del silencio” para la cual Juan Gallardo invitó a cantar a Elena Coker, vocalista del grupo La Piedra.
Cierre esperado con el himno infaltable “Maldito sea tu nombre”, aunque todavía hubo espacio para esa declaración de principios llamad “Unidos por el rock” que puso fin a la velada.
El ritual se había consumado, en la Avenida Revolución empezaban a rugir las Harley y la luz de la luna iluminaba el signo de los cuernos hecho por un puño al aire .


Por Daniel Salinas Basave
dsalinas@frontera.info

Desde una patineta hasta un viejo disco sirvieron de superficie para que Robert Alvarez y Juan Gallardo, guitarrista y vocalista de Angeles del Infierno, estamparan su firma un día antes del concierto en el estudio de tatuajes de Last Temptation Rock Shop.
Sobre la Calle Ocho en la Zona Centro se formó una fila de metaleros que aguardaban el momento de entrar a estrechar la mano de los ángeles infernales.
Esa tarde Juan y Robert probaron la cerveza Tijuana oscura y platicaron informalmente con algunos reporteros y amigos.
De buen humor, con ánimo para los chistes y el cotorreo, Juan y Roberto pasaron más de dos horas firmando autógrafos y posando para fotografías.
Acompañados por Arturo Ocampo, guitarrista de Acero de Guerra, los fundadores de Angeles del Infierno recordaron algunas anécdotas de épicos conciertos que compartieron con bestias sagradas del metal como Iron Maiden y Motorhead . Era sólo la antesala del ritual.

Friday, August 31, 2007

Postales de La Bola

La primera vez que contemplé la Bola, lo recuerdo muy bien, fue en una postal, enviada por un amigo bajacaliforniano, cuando Tijuana estaba aún muy lejos de mi vida y de mis sueños. Iniciaban los años 90, tiempos prehistóricos en donde el email era una alucinación de literatura futurista. Comprador compulsivo de estampillas y cliente regular del viejo edificio regiomontano de correos, sostenía amistades epistolares a la antigüita. Mi amigo Pablo Lozano, tijuanófilo empedernido, solía mandarme con regularidad tarjetas postales desde su amada ciudad. Fue en una de esas postales cuando vi por primera vez el Cecut. Era la fotografía, creo recordarlo, una vista aérea de Tijuana, a ojo de pájaro, en donde resaltaba en primer plano ese planeta gigante de piedra. Centro Cultural Tijuana se leía en el reverso de la postal, que estuvo pegada algún tiempo en la pared de mi cuarto.
“Cuando vengas a Tijuana, tienes que conocer el Cecut”, me decían mis amigos tijuanenses. “Te va gustar más que Marco”, me advirtieron. Tuvieron razón.

El día que por primera vez estuve parado frente a la Bola lo recuerdo perfectamente. Fue el 16 de octubre de 1998, el día que me emborraché con el agua de la Presa, el día en que llegué por vez primera a Tijuana, aunque como decenas de miles de tijuanenses adoptivos, no intuí de inmediato el hechizo. Ignoraba que estaba caminando por las calles de la ciudad que me adoptaría. Fue al medio día de ese 16 octubre cuando vi por primera vez ese asteroide de piedra y fue Carolina quien me lo mostró. Tal vez esa Bola no era de piedra sino de cristal y en ella se podía ver el futuro, un caprichoso e improbable futuro inmediato, más intuición que sospecha, en donde se leía que Tijuana sería mi ciudad, Carolina sería mi esposa y la Bola un escenario de mi vida diaria, al que regresaría cientos de veces como el venado regresa al abrevadero.

Fue en un taxi de ruta, de esos que corren de la Calle Tercera a Otay, cuando escuché por vez primera el apodo: “Me deja en la Bola”, gritó alguien desde el asiento de atrás. El chofer se detuvo frente al Centro Cultural Tijuana. Hagan ustedes la prueba: suban a un taxi o camión de ruta que cruce el Paseo de los Héroes y escuchen bien cuando alguien pida bajar ahí. Nunca dirán “me deja en el Cecut” sino “me deja en la Bola”. Como punto de referencia para ubicar direcciones también es infalible. “Ahí, donde veas la Bola, pasas una glorieta de unas tijeras y entonces das vuelta”. La Bola está ahí, omnipresente e inmutable, aunque a veces sospecho que ejecuta secretos movimientos de rotación y traslación y ha sido causa de eclipses.

En mi vida diaria concibo al Cecut como oasis y abrevadero, el perfecto sendero de escape cuando la sobredosis de periodismo empieza a infestar la cabeza. Siendo reportero de tiempo completo y medio, con involuntaria especialización en asuntos políticos y gubernamentales, muchas mañanas de mi existencia han transcurrido entre Palacio Municipal, Centro de Gobierno y Procuraduría de Justicia. Pero las mañanas laborales no se conciben sin esos pequeños grandes escapes y el Cecut suele ser mi escape favorito. A veces funge como antesala de guerra y punto de arranque cuando llego temprano a la Sala de Lectura a repasar los periódicos. Otras como fuga de medio tiempo, poco antes de la comida y en esos casos, irremediablemente, mi destino es la Librería de las Californias, uno mis centros de vicio preferidos, responsable de mantener esa adicción bibliófila que no conoce rehabilitación.

Los libros están ahí, sonriéndome desde el estante, tan cínicos y seductores como la más cara de las meretrices de un burdel aristócrata. Sus portadas miran a mis ojos, por telepatía me hablan de paraísos perdidos que yacen ocultos en sus páginas, de indescriptibles placeres a los que sólo podré acceder cuando me entregue sumiso a su lectura. Los libros están ahí, regodeándose al saberse objetos de mi deseo. Me entregan eterna promesa de goce y escape, un pasaporte a la vida que está en otra parte, un salvoconducto para acceder a los edenes de otredad que sólo en sus páginas podré encontrar. “Ándale, Alonso Quijano, abre tu cartera y paga mi precio, o corre el riesgo y róbame, obtenme, llévame hasta tu buró y deléitate en tu egoísta placer de heroinómano”. Siempre cedo a la tentación y salgo de ahí con uno o dos ejemplares bajo el brazo.

He dicho que la primera vez que contemplé la Bola fue en una postal y muchos años después hay en mi vida varias postales imborrables que tienen como escenario ese sitio. Hay momentos, instantes que al ocurrir fueron carne cotidiana y al correr de los años acaban por ser históricos, acaso proféticos. Nueve años de vida en Tijuana transcurren frente a mis ojos en cámara rápida, brincando de una a otra diapositiva.

Ahí están en mis recuerdos tantas noches en las butacas del teatro. Cuerpos perfectos danzando en la penumbra en Forever Tango, la nostalgia del homenaje a Piazzolla sin bandoneón por parte de la OBC, las cuerdas de tantas guitarras en las noches de festival y esa melancolía envolvente que sólo el Réquiem de Mozart sabe contagiar.

Ahí está Sergio Pitol charlando sobre Nóstromo una noche en la Sala de Lectura y más allá Vicente Fox dialogando en el teatro con periodistas de la frontera.

Imborrables los días de septiembre de 2001 junto a Mario Bellatin en la Sala de Lectura. Fue un taller sui generis en el que se trató de escribir una novela colectiva sobre los chinos en Baja California. Cinco días conformando una novela calamar, escrita a múltiples manos y condenada de antemano a ser inédita, coordinada por un tejedor de atmósferas. Al final, un suculento arroz cantones puso fin al ejercicio. Era el 9 de septiembre de 2001. Dos días después los aviones se estrellaron contra las torres y yo salí rumbo a la Gran Manzana para vivir una experiencia periodística que se transformó en tatuaje ontológico. Mientras caminaba por las calles del bajo Manhattan entre el olor a chamuscado y el polvo omnipresente, desfilaban por mi mente las atmósferas chinas de Bellatin.

De repente, de algún rincón de mi memoria, salta la mañana del jueves 24 de febrero del 2000. El Presidente Ernesto Zedillo, parado frente al Planetario en la explanada del Cecut, se encarga de izar una bandera y mientras la tricolor ondea orgullosa en su día, el Mandatario declara la guerra a la mafia. Una declaración dura, directa, que mereció la primera plana de nuestro periódico al día siguiente. Tres días después, el 27 de febrero, la mafia le contestaba al Presidente y el comandante de la Policía Alfredo de la Torre era asesinado en la Vía Rápida en lo que marcó el comienzo de una escalda de violencia sin precedentes.

Jamás olvidaré la noche del domingo 22 de junio de 2004. La pesadilla de esa noche de verano fue real. En ese junio fatal todos los demonios estaban sueltos por las calles de Tijuana. La parranda de La Muerte no tenía para cuándo acabarse. Entre mezcal y mezcal, la Parca cantaba corridos. La clave 12-17 era huésped permanente en la frecuencia de la policía.
En medio de semejante caos, yo aguardaba con ansias la noche del 22 de junio. Sería la noche en que Rafael Ramírez Heredia presentaría su novela “La Mara” en la Sala de Lectura del Cecut. En este mundo hay unos cuantos escritores a los que admiro, pero sólo uno al que considero algo más que un maestro, el hombre que me enseñó a ver la literatura con otros ojos, a amarla incondicionalmente. Ese hombre es Ramírez Heredia y por nada del mundo podía perderme su presentación. Pero la mañana de aquel 22 de junio olió a sangre inocente. A unas cuadras de la Procuraduría de Justicia mi colega periodista Francisco Ortiz Franco fue asesinado. Día de luto y locura para los reporteros tijuanenses. Al anochecer, mientras Ramírez Heredia llegaba al Cecut, yo estaba en Funerales del Río y la frecuencia policíaca se desquiciaba. En las claves se descifraba persecución, balacera y captura de los cabecillas de un comando armado en las inmediaciones de la Plaza Monarca. Mi deber como reportero de guardia era salir corriendo del funeral e ir hasta el lugar de los hechos, pero tenía una cita impostergable. Corriendo crucé el puente Independencia y llegué hasta la Sala de Lectura del Cecut donde Rafael Ramírez Heredia, sentado a lado de su tocayo Saavedra, concluía la presentación de “La Mara”. Sólo fueron unos minutos, apenas lo suficientes para darle un apretón de manos al maestro, pedirle una firma en mi ejemplar de “La Mara” y despedirme para salir a toda velocidad hasta el sitio de la balacera. La Bola no fue entonces de cristal y no supo revelarme que esa triste noche sería la última vez que vería con vida a Ramírez Heredia, el hombre a quien escuché más de dos años en un taller en la vieja estación de ferrocarriles de Monterrey. Ramírez Heredia todavía alcanzó a dejarnos la “Esquina de los Ojos Rojos” antes de morir, el 24 de octubre de 2006.

La más reciente de las postales en la Bola fue a lado de Don Armando Fuentes Aguirre, “Catón” pluma sabia, sencilla, capaz a un mismo tiempo de hacer reír y reflexionar.

No hay punto final en este revolver de postales. Son sólo algunas las que tomaron por asalto a la memoria e intuyo que hay unas cuantas por venir. La Bola está ahí, como centro de su sistema solar y somos nosotros los cuerpos que rotamos a su alrededor.

Tuesday, August 28, 2007

San Agustín

Hoy es Día de San Agustín. Una tradición familiar que se mantuvo durante años fue la de festejar a mi Abuelo en este día. A él no le gustaba celebrar su cumpleaños el 3 de agosto, sino el día de su Santo. Preciso es señalar que si hubo un filósofo por el que mi Abuelo profesó admiración, ese fue su tocayo de Hipona. No se cuántas veces haya leído y releído mi Abuelo las Confesiones o La Ciudad de Dios, pero lo cierto es que no hubo conferencia o charla donde no citara a San Agustín. No se si fue un acto premeditado para consumar un digno homenaje en este día tan importante o si fueron los incomprensibles designios caprichosos de la aleatoriedad, pero el hecho es que hoy aparecen en la prensa dos artículos relativos a la obra de mi Abuelo. Ayer por la tarde recibí la sorpresiva llamada de mi amigo Gerardo Ortega desde Nuevo León. Ortega, carne y sangre de poeta, es hoy en día editor de la sección cultural de Milenio Diario y ayer me anunció que la biblioteca que albergará el enorme acervo bibliográfico que mi Abuelo donó a su Alma Máter, la Universidad de Nuevo León, está por inaugurarse. Una gran noticia la que me dio Gerardo. Yo crecí en esa biblioteca. Los primeros años de mi vida los pasé en una casa donde las paredes eran libros. Una parte de mi vida está ahí. Hoy aparece la nota en Milenio Diario.

http://www.milenio.com/monterrey/milenio/nota.asp?id=546726

Otra grata sorpresa fue la que nos reservó en este día de San Agustín Armando Fuentes Aguirre “Catón”. Como ya había comentado en este espacio, la semana pasada platiqué largo y tendido con Don Armando. Qué fina persona, vaya grandeza la suya. La gratitud antes que un deber es un privilegio y yo me siento profundamente agradecido con Catón

http://www.elnorte.com/editoriales/nacional/388/774945/default.shtm

http://www.frontera.info/Columnas/VerColumna.asp?NumNota=516956


Me permito reproducir en Eterno Retorno la columna de Catón, publicada en Frontera, La Crónica El Imparcial, El Norte, Reforma, Palabra, Novedades de Quintana Roo y no se cuántos periódicos más. Reproduzco también la nota que firma mi colega Gustavo Mendoza Lemus de Milenio Diario.


El acervo Basave, a disposición de todos

Legado de Fernández del Valle, fallecido en enero de 2006, pasó a la UANL.

http://www.milenio.com/monterrey/milenio/nota.asp?id=546726

En la casa había libros, no paredes”, ese es el recuerdo que guarda Daniel Salinas Basave, nieto de don Agustín Basave Fernández del Valle, cuando recuerda la extensión de la biblioteca personal del ilustre pensador y catedrático regiomontano.Ahora, esas enormes paredes de libros no estarán en la casa particular del doctor Basave, sino que se encuentran a disposición de cualquier persona dentro de la sala “Agustín Basave Fernández del Valle”, que próximamente se inaugurará en el segundo piso de la Biblioteca Magna “Raúl Rangel Frías”, de la Universidad Autónoma de Nuevo León.Volúmenes especializados de filosofía, literatura antigua, historia de México, así como correspondencia personal, todo ello ya puede ser consultado por historiadores e investigadores que así lo requieran, pues aunque no se ha dado la inauguración oficial del sitio, el acervo bibliográfico ya se encuentra disponible.“Estamos esperando que el rector de la universidad nos indique la fecha de la inauguración, pero no debe pasar de septiembre”, especificó Porfirio Tamez Solís, director de la red de bibliotecas de la UANL.Por la sala que lleva su nombre sobresalen cerca de siete estantes los que contienen los valiosos libros que el catedrático coleccionó a lo largo de su vida. En la parte final de la sala, cerca de 20 figuras del Quijote aparecen dentro de bases de madera, una pequeña parte de la colección que don Agustín Basave mantenía como afición.Renato Tinajero Mallozzi, responsable de la sala, señaló que actualmente la mayoría del material bibliográfico está catalogado.“Una gran parte del acervo se conforma por temas de filosofía, donde también podemos encontrar textos de teología, después hay material importante de literatura antigua, con ese gusto que tenía don Agustín por la obra de los griegos”, señaló el responsable de la sala.Alrededor de la sala se colocaron mamparas para mostrar una parte de los reconocimientos que recibió Basave Fernández: cuadros, monedas conmemorativas y medallas, de las cuales se exhibirán cerca de 120.Tinajero Mallozzi señaló que el acervo bibliográfico también contiene correspondencia de don Agustín Basave, la cual se encuentra actualmente en catalogación. “Es un proceso interesante saber de qué escribía y con quién mantenía conversaciones”, señaló.“Todos podían ir a visitarla”“Cualquiera que estuviera dentro del mundo de la filosofía conocía y tenía como referencia la biblioteca de mi abuelo. Para los inmersos en la filosofía era como un Disneylandia”. Daniel Salinas Basave recuerda que en su niñez y juventud era muy común observar que estudiantes e investigadores acudieran a la biblioteca de su abuelo.También fue motivo de consulta cuando se realizó en 1986 Congreso Mundial de Filosofía, en donde muchos de los que ahí figuraron como ponentes encontraron en la biblioteca personal del doctor algo así como un oasis intelectual.Según recuerda Daniel Salinas Basave, su abuelo se sentía enamorado de cada uno de los libros que componían sus biblioteca y sabía exactamente en dónde se encontraba cada uno. “Los amaba no por su edición o por su antigüedad, los quería por su contenido, por el aporte que pudieran tener”, detalló.El año pasado, los descendientes del doctor Basave Fernández acordaron donar su acervo bibliográfico a la Biblioteca Magna, en un signo de gratitud que hiciera su padre a la que consideraba su alma máter.
Gustavo Mendoza Lemus.



La Bondad del Abuelo
Por Armando Fuentes Aguirre “Catón”

Escribiré hoy acerca del tema que conozco menos. Escribiré acerca de mí mismo. Hace 40 años era yo lo mismo que soy ahora: un aprendiz de escribidor. Por esos días don Agustín Basave Fernández del Valle, filósofo, jurista, educador de grandes méritos, fue objeto de villanos ataques salidos del dogmatismo y de la intolerancia. Yo admiraba al maestro: había leído su "Filosofía del Quijote" en esa benemérita Universidad de papel, la Colección Austral, y nunca me perdía los artículos que publicaba en El Porvenir de Monterrey, llenos de miga y jugo siempre. Me indignaron aquellos ataques -entonces poseía yo la virtud de la santa indignación, que los años han convertido en pataletas-, y rompí lanzas en defensa de quien no requería defensor. Días después recibí en mi casa de Saltillo una gran caja. Contenía la obra completa de don Agustín, y una carta en la que me daba las gracias por mi acción. "-Como ve usted -me decía- soy tan prolífico en libros como en hijos". Vida llena de frutos fue la suya, en efecto; vida que se prolonga en obras buenas donde su ejemplo late. Lo digo por algo bello que me pasó en Tijuana (en Tijuana me pasan siempre cosas bellas). Fui allá a presentar mi libro más reciente. Al día siguiente de la presentación el periódico Frontera, mi casa de trabajo allá, publicó una nota con este encabezado: "Abarrota Catón teatro del Cecut". Dice así la reseña: "Catón presentó su libro 'De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos', cuya primera edición ya se ha agotado. Dijo: 'Es el libro más mío, el más entrañable y vivo. Ningún otro habré de escribir en que tan plenamente pueda encontrarme y puedan hallarme mis lectores'. Entre chascarrillos agudos que arrancaron sonoras carcajadas se alternaban poemas de López Velarde y San Juan de la Cruz que Catón recitaba con impresionante dicción y pleno dominio. Sin sentarse jamás, y sin leer una sola línea, dio ocasión lo mismo para la risa que para la reflexión. 'Doy gracias a Dios -manifestó- por dejarme compartir con tantos abuelitos y abuelitas la gloria de tener nietos, que es la versión humana de la vida eterna'. Al final de la presentación más de 300 personas hicieron fila, libro en mano, para poder obtener una dedicatoria del autor. Pacientemente, Catón empuñó la pluma para firmar cientos de ejemplares, y fue hasta pasadas las 22 horas cuando se retiró el último de los lectores". Ahora bien: ¿quién escribió esa crónica llena de bondad? La hizo un joven y talentoso periodista, Daniel Salinas Basave, de la estirpe de aquel gran señor que fue don Agustín. La vida me dio ese regalo. El pasado se unió con el presente; la bondad del abuelo vive ahora en el nieto. Y otro regalo tuve: la espléndida caricatura que dibujó de mí Daniel Acuña, artista extraordinario. Me puso en figura de abuelito, escribiendo en pantuflas, en una máquina de escribir antigua, las glorias de mis nietos. Gracias, pues, a Tijuana y a su hermosa gente. Voy a Tijuana con las manos vacías y vuelvo siempre con las manos llenas y el corazón en plenitud... Narraré ahora algunos chascarrillos para disipar la emoción de la República... La señora halló un condón en el cuarto de su hija. Le pregunta, inquieta: "-¿Ya eres sexualmente activa?". "-No -contesta la muchacha-. Por ahora nada más me pongo"... Le comenta una chica a su mamá: "-Quiero un marido que me acompañe siempre, me entretenga, y no se salga nunca por las noches". "-Hija -suspira la señora-. Tú no quieres un marido. Quieres un televisor"... En el bar un individuo le dice a su compañero de copas: "-Si le hiciera yo el amor a tu esposa, y quedara embarazada, y tuviera un hijo, ¿eso nos emparentaría?". "-No -responde el otro-. Pero sí nos emparejaría"... FIN.