La mujer del nombre hebreo y el hombre de la pluma afilada- Crónica de un romance de blogósfera.
Los hechos
Comienza su historia el narrador indagando en el origen hebreo del nombre de la protagonista.
Extraña forma de proceder de este narrador, tan afecto a las etimologías e historias del Viejo Testamento. Vaya, hubiera sido más interesante que comenzara aclarando si la heroína de su relato es una mujer bella. Aún así, suponemos que la mujer del nombre hebreo debe ser en efecto muy bonita, pues difícilmente una fémina poco agraciada físicamente habría podido desatar las discordias masculinas que el cuentista se permitió profetizar al final de su obra.
Lo cierto es que nadie duda hoy en día del origen hebraico del nombre de la mujer. Y quién podría dudarlo, si el nombre de la mujer significa simple y llanamente La Judía.
Claro que nuestra protagonista, según nos dice el narrador, no es judía. Supone, sin conceder, que fue católicamente bautizada, aunque todo hace suponer que estamos ante una mujer que no conoce el temor de Dios.
¿Será una reencarnación de la furiosa dama pintada en el Renacimiento por Caravaggio?
El artista, que como todo buen renacentista dedicó buena parte de su obra a recrear episodios bíblicos, ha inmortalizado la imagen de La Judía, cuchillo en mano, degollando a Holofernes. El cuadro de Caravaggio fue pintado en 1599. La historia bíblica de La Judía que inspiró el cuadro, se remonta a las épocas del cautiverio de los israelitas en Babilonia. A diferencia de nuestro etimologista narra-dor, las Sagradas Escrituras sí se preocuparon de aclararnos que la mujer del nombre hebreo era en efecto muy bella. De no haber sido así, difícilmente habría consumado su hazaña. Le heroína bíblica era viuda y su corazón estaba sediento de venganza. Fue por ello que valiéndose de los engaños que produce todo encanto femenino bien utilizado, logró penetrar las líneas del mesopotámico enemigo y llegar a hasta el gigante Holofernes, jefe de los ejércitos de Babilonia, a quien degolló de una sola cuchillada
Pero aclara nuestro narrador que La Judía (que no es judía) de su historia, no es la misma del pasaje del Viejo Testamento, si bien el narrador confiesa tener fundadas sospechas de que su personaje puede llegar a tener un carácter tan fuerte como el de la auténtica Judía que degolló a Holofernes.
Aunque la ciudad donde vive la mujer del nombre hebreo que nos presenta el narrador podría ser considerada una suerte de Babilonia tercermundista, lo cierto es que no es ni se parece a la ciudad de los jardines colgantes. De hecho, esa ciudad, ubicada al sur de una improbable frontera, apenas tiene jardines.
Pues bien, según el narrador, la mujer del nombre hebreo habita en esa Babilonia sin jardines. Dicha mujer tenía o tiene (y es que aquí el meticuloso narrador, fanático del rigor periodístico, duda en usar el tiempo pasado o presente) un querido.
Su querido, cosas del destino, también tiene un nombre bíblico. Lleva el nombre de un Arcángel. O sea, no un serafín cualquiera de tropa, sino un señor general Arcángel con espada de fuego y alas de Fénix. Pero el narrador se cuida de aclararnos que el querido en cuestión no es siquiera parecido a una celestial criatura. Más bien, nos cuenta, es un hombre ya entrado en años que se dedicaba a la pintura o al menos eso pretendía. La mujer del nombre hebreo, se dedica, (o estudiaba para dedicarse) a indagar en la mente de los humanos. Algo así como mirar profundo en los abismales vacíos del subconsciente, práctica que según nos dice el narrador, se llama psicoanálisis.
Una fría tarde cercana a la Navidad, el querido con nombre de Arcángel con gran pesar notificó a la mujer del nombre hebreo que había de partir lejos. Debía viajar a la minera ciudad de donde es originario, una antigua urbe virreinal cuyas calles de piedra descienden serpenteantes por los cerros. El querido con nombre de Arcángel desconfiaba y mucho, de lo que haría la mujer del nombre hebreo en su ausencia. Si le hubiera sido dado colocar a su amada un cinturón de castidad como los usados por los caballeros medievales, ni duda cabe que lo hubiera hecho. Por supuesto, el autor aclara que la mujer del nombre hebreo jamás se hubiera dejado colocar un artefacto de esa naturaleza sobre sus genitales y sin duda hubiera mordido e incluso acuchillado a su inseguro querido.
En fin. La cuestión es que sin la garantía del cinturón de castidad y con la cabeza infestada de temores, partió el querido con nombre de Arcángel a la minera ciudad en donde, al parecer, su madre agonizaba.
Los días que siguieron a la partida de su querido, fueron tristes para la mujer del nombre hebreo, quien en verdad lo extrañaba. Tal vez para aliviar la melancolía que le produjo su ausencia, La Judía se dio a la tarea de indagar en las escrituras de ciertos profetas del ciberespacio, terruños en donde ella misma se daba a la tarea de anotar de vez en cuando sus pensamientos. Esta suerte de papiros proféticos y cabalísticos ha dado forma a un universo que en la jerga de los escribas de la Babilonia sin jardines es llamado blogósfera. Fue en este universo donde la mujer del nombre hebreo comenzó a leer los papiros cibernéticos de cierto extraño personaje cuya pluma era más letal que una navaja y que remataba con mordaces burlas despiadadas todos y cada uno de sus comentarios. Y miren las paradojas del destino, nos hace notar el narrador. Este personaje de la pluma afilada también responde a un nombre bíblico. Su nombre real es una deformación del que los profetas Elías y Eliseo dieron al Mesías. Aún con todo y la deformación, su nombre significa Dios con Nosotros. Sin embargo, el narrador se cuida de aclararnos que el joven de la burla perpetua utilizaba un nombre de batalla similar al empleado por algunas antiguas culturas guerreras practicantes del nahualismo. Dichas culturas utilizaban un número antepuesto al nombre de la criatura nahual. Contestatario como era, este personaje empleó primero un nombre genérico que designa a un simio (sin aclarar si el primate en cuestión es un mandril, un chimpancé, un orangután, un gorila o un mono araña) seguido de una centuria. Pero olvidemos las disertaciones etimológicas del enloquecido narrador y hablemos de lo que a la mujer del nombre hebreo le sucedió con el joven de simiesco nahual.
Parece ser, nos cuenta el autor, que este joven de afilada pluma tuvo a bien reseñar los escritos de La Judía. Tal vez ella misma, por razones de su psicoanalítica profesión, sepa más acerca de los efectos seductores que tiene la confrontación. La reseña fue, como siempre, filosa y burlona, pero por vez primera, careció de mala intención
Seguramente el narrador, dado como es a los rodeos y meditaciones filosóficas, evite entrar de lleno al tema y llamar al asunto por su nombre. Lo cierto es que palabras más, palabras menos (y así nos ahorramos el escolástico discurso del narrador), la mujer del nombre hebreo y el hombre del simiesco nahual se enamoraron. ¿Qué oculto encanto fue el que sedujo a la mujer? ¿Cómo esta chica fue capaz de ablandar el siempre burlón corazón del joven? No lo sabemos. El narrador no tuvo el cuidado de explicarlo. En el epílogo de la historia, el narrador nos aclara que él tiene pleno control sobre dos alteregos femeninos nacidos, según se deduce, de su imaginación. Sobre estos alteregos, que responden a los nombres de Ipanema Dávila y Amber Aravena, el autor lo sabe todo. Es por ello que se ha dado a la morbosa tarea de describir hasta sus escenas más impúdicas. Sobre el amorío de la mujer del nombre hebreo y el joven del nahual simisesco, el narrador, fanático del rigor periodístico, se cuido de no narrar de manera explícita ni una sola escena de contenido sexual. Ni siquiera tuvo el detalle de describir la primera noche de amor de los recién encontrados tórtolos. Lo que a continuación sigue, advierte el narrador, no son necesariamente hechos, sino profecías.
Es pertinente aclarar que el narrador también arrastra un nombre bíblico que lo condena de antemano, pues siendo él un furioso ateo, lleva un nombre hebreo que significa Dios es mi Juez. El nombre del narrador es el nombre de un profeta que, al igual que La Judía, vivió el cautiverio israelita en Babilonia, al grado de ser quien predijo al Rey Nabucodonosor la caída de su reino a manos de los persas de Darío, luego de interpretar sus pesadillas.
Tal vez por una falsa vocación de profeta, este narrador se dio a la tarea de escribir las cosas que según él, pasarían en el futuro con la mujer del nombre hebreo. A manera de adelanto, y dado que las profecías serán publicadas después, sólo resta decir que según el profeta, la mujer del nombre hebreo concebirá un hijo en Primavera.... Próximamente: Las profecías-