Eterno Retorno

Friday, January 16, 2004

Prometí que escribiria una historia. Yo cumplo en tiempo y forma con la primera parte- Todo esto es narrativa de ficción. Pura y vil hermenéutica de cábala hebrea-


La mujer del nombre hebreo y el hombre de la pluma afilada- Crónica de un romance de blogósfera.

Los hechos

Comienza su historia el narrador indagando en el origen hebreo del nombre de la protagonista.
Extraña forma de proceder de este narrador, tan afecto a las etimologías e historias del Viejo Testamento. Vaya, hubiera sido más interesante que comenzara aclarando si la heroína de su relato es una mujer bella. Aún así, suponemos que la mujer del nombre hebreo debe ser en efecto muy bonita, pues difícilmente una fémina poco agraciada físicamente habría podido desatar las discordias masculinas que el cuentista se permitió profetizar al final de su obra.
Lo cierto es que nadie duda hoy en día del origen hebraico del nombre de la mujer. Y quién podría dudarlo, si el nombre de la mujer significa simple y llanamente La Judía.
Claro que nuestra protagonista, según nos dice el narrador, no es judía. Supone, sin conceder, que fue católicamente bautizada, aunque todo hace suponer que estamos ante una mujer que no conoce el temor de Dios.
¿Será una reencarnación de la furiosa dama pintada en el Renacimiento por Caravaggio?
El artista, que como todo buen renacentista dedicó buena parte de su obra a recrear episodios bíblicos, ha inmortalizado la imagen de La Judía, cuchillo en mano, degollando a Holofernes. El cuadro de Caravaggio fue pintado en 1599. La historia bíblica de La Judía que inspiró el cuadro, se remonta a las épocas del cautiverio de los israelitas en Babilonia. A diferencia de nuestro etimologista narra-dor, las Sagradas Escrituras sí se preocuparon de aclararnos que la mujer del nombre hebreo era en efecto muy bella. De no haber sido así, difícilmente habría consumado su hazaña. Le heroína bíblica era viuda y su corazón estaba sediento de venganza. Fue por ello que valiéndose de los engaños que produce todo encanto femenino bien utilizado, logró penetrar las líneas del mesopotámico enemigo y llegar a hasta el gigante Holofernes, jefe de los ejércitos de Babilonia, a quien degolló de una sola cuchillada
Pero aclara nuestro narrador que La Judía (que no es judía) de su historia, no es la misma del pasaje del Viejo Testamento, si bien el narrador confiesa tener fundadas sospechas de que su personaje puede llegar a tener un carácter tan fuerte como el de la auténtica Judía que degolló a Holofernes.
Aunque la ciudad donde vive la mujer del nombre hebreo que nos presenta el narrador podría ser considerada una suerte de Babilonia tercermundista, lo cierto es que no es ni se parece a la ciudad de los jardines colgantes. De hecho, esa ciudad, ubicada al sur de una improbable frontera, apenas tiene jardines.
Pues bien, según el narrador, la mujer del nombre hebreo habita en esa Babilonia sin jardines. Dicha mujer tenía o tiene (y es que aquí el meticuloso narrador, fanático del rigor periodístico, duda en usar el tiempo pasado o presente) un querido.
Su querido, cosas del destino, también tiene un nombre bíblico. Lleva el nombre de un Arcángel. O sea, no un serafín cualquiera de tropa, sino un señor general Arcángel con espada de fuego y alas de Fénix. Pero el narrador se cuida de aclararnos que el querido en cuestión no es siquiera parecido a una celestial criatura. Más bien, nos cuenta, es un hombre ya entrado en años que se dedicaba a la pintura o al menos eso pretendía. La mujer del nombre hebreo, se dedica, (o estudiaba para dedicarse) a indagar en la mente de los humanos. Algo así como mirar profundo en los abismales vacíos del subconsciente, práctica que según nos dice el narrador, se llama psicoanálisis.
Una fría tarde cercana a la Navidad, el querido con nombre de Arcángel con gran pesar notificó a la mujer del nombre hebreo que había de partir lejos. Debía viajar a la minera ciudad de donde es originario, una antigua urbe virreinal cuyas calles de piedra descienden serpenteantes por los cerros. El querido con nombre de Arcángel desconfiaba y mucho, de lo que haría la mujer del nombre hebreo en su ausencia. Si le hubiera sido dado colocar a su amada un cinturón de castidad como los usados por los caballeros medievales, ni duda cabe que lo hubiera hecho. Por supuesto, el autor aclara que la mujer del nombre hebreo jamás se hubiera dejado colocar un artefacto de esa naturaleza sobre sus genitales y sin duda hubiera mordido e incluso acuchillado a su inseguro querido.
En fin. La cuestión es que sin la garantía del cinturón de castidad y con la cabeza infestada de temores, partió el querido con nombre de Arcángel a la minera ciudad en donde, al parecer, su madre agonizaba.
Los días que siguieron a la partida de su querido, fueron tristes para la mujer del nombre hebreo, quien en verdad lo extrañaba. Tal vez para aliviar la melancolía que le produjo su ausencia, La Judía se dio a la tarea de indagar en las escrituras de ciertos profetas del ciberespacio, terruños en donde ella misma se daba a la tarea de anotar de vez en cuando sus pensamientos. Esta suerte de papiros proféticos y cabalísticos ha dado forma a un universo que en la jerga de los escribas de la Babilonia sin jardines es llamado blogósfera. Fue en este universo donde la mujer del nombre hebreo comenzó a leer los papiros cibernéticos de cierto extraño personaje cuya pluma era más letal que una navaja y que remataba con mordaces burlas despiadadas todos y cada uno de sus comentarios. Y miren las paradojas del destino, nos hace notar el narrador. Este personaje de la pluma afilada también responde a un nombre bíblico. Su nombre real es una deformación del que los profetas Elías y Eliseo dieron al Mesías. Aún con todo y la deformación, su nombre significa Dios con Nosotros. Sin embargo, el narrador se cuida de aclararnos que el joven de la burla perpetua utilizaba un nombre de batalla similar al empleado por algunas antiguas culturas guerreras practicantes del nahualismo. Dichas culturas utilizaban un número antepuesto al nombre de la criatura nahual. Contestatario como era, este personaje empleó primero un nombre genérico que designa a un simio (sin aclarar si el primate en cuestión es un mandril, un chimpancé, un orangután, un gorila o un mono araña) seguido de una centuria. Pero olvidemos las disertaciones etimológicas del enloquecido narrador y hablemos de lo que a la mujer del nombre hebreo le sucedió con el joven de simiesco nahual.
Parece ser, nos cuenta el autor, que este joven de afilada pluma tuvo a bien reseñar los escritos de La Judía. Tal vez ella misma, por razones de su psicoanalítica profesión, sepa más acerca de los efectos seductores que tiene la confrontación. La reseña fue, como siempre, filosa y burlona, pero por vez primera, careció de mala intención
Seguramente el narrador, dado como es a los rodeos y meditaciones filosóficas, evite entrar de lleno al tema y llamar al asunto por su nombre. Lo cierto es que palabras más, palabras menos (y así nos ahorramos el escolástico discurso del narrador), la mujer del nombre hebreo y el hombre del simiesco nahual se enamoraron. ¿Qué oculto encanto fue el que sedujo a la mujer? ¿Cómo esta chica fue capaz de ablandar el siempre burlón corazón del joven? No lo sabemos. El narrador no tuvo el cuidado de explicarlo. En el epílogo de la historia, el narrador nos aclara que él tiene pleno control sobre dos alteregos femeninos nacidos, según se deduce, de su imaginación. Sobre estos alteregos, que responden a los nombres de Ipanema Dávila y Amber Aravena, el autor lo sabe todo. Es por ello que se ha dado a la morbosa tarea de describir hasta sus escenas más impúdicas. Sobre el amorío de la mujer del nombre hebreo y el joven del nahual simisesco, el narrador, fanático del rigor periodístico, se cuido de no narrar de manera explícita ni una sola escena de contenido sexual. Ni siquiera tuvo el detalle de describir la primera noche de amor de los recién encontrados tórtolos. Lo que a continuación sigue, advierte el narrador, no son necesariamente hechos, sino profecías.
Es pertinente aclarar que el narrador también arrastra un nombre bíblico que lo condena de antemano, pues siendo él un furioso ateo, lleva un nombre hebreo que significa Dios es mi Juez. El nombre del narrador es el nombre de un profeta que, al igual que La Judía, vivió el cautiverio israelita en Babilonia, al grado de ser quien predijo al Rey Nabucodonosor la caída de su reino a manos de los persas de Darío, luego de interpretar sus pesadillas.
Tal vez por una falsa vocación de profeta, este narrador se dio a la tarea de escribir las cosas que según él, pasarían en el futuro con la mujer del nombre hebreo. A manera de adelanto, y dado que las profecías serán publicadas después, sólo resta decir que según el profeta, la mujer del nombre hebreo concebirá un hijo en Primavera.... Próximamente: Las profecías-







Leo en el blog de Chivis sus deseos para la Cumbre de las Américas de Monterrey. “Que las aguas turbulentas no lo sean tanto para perder los puentes de la esperanza”. El problema es que los regiomontanos nos hemos acostumbrado a ser la sede oficial de la desesperanza en Latinoamérica. Cada que termina una cumbre mundial me invade una desolación que ni los mezcales curan. Así me pasó en 2002 en Los Cabos cuando fui a cubrir el foro de la APEC. Los ministros de economía de Oriente hablando de las ventajas de tener la mano de obra más barata del mundo. Más barata que en México, que ya es mucho decir. Los maquiladores quejándose de las normas de ecología (como si las hubiera) y despotricando contra las exigencias de cuidar el medio ambiente. De Monterrey queda poco por agregar. Sólo queda añadir que ha quedado muy claro que no somos el patio trasero de USA. No que va. Somos el famélico perro callejero que acude a lamer los restos de comida que Uncle Sam nos tira en dicho patio. Y nos vamos tan contentos y agradecidos con nuestro banquete. Mejor apagar la tele-visión, mejor ir a beber un mezcal a los Adoquines y rematar bailando en El Tubo para ir luego a ver el amanecer a Zicatela. Puerto Escondido llama. Chivis, efectivamente vive usted en el paraíso.

Thursday, January 15, 2004

Talleres Literarios Capítulo II

Mi maestro el Rayito Macoy


Para empezar sin mayores preámbulos, diré que en materia de talleres literarios, el único hombre que ha sido y reconoceré por siempre como mi maestro se llama Rafael Ramírez Heredia.
Fue el escritor tampiqueño quien me enseñó a querer y practicar el oficio del tallereo y la única persona en este mundo que me ha logrado mostrar como abrir nuevos ojos a la hora de leer un texto.
Ayer narré mi primera experiencia en un taller literario y mi fugaz vuelo sobre los hediondos pantanos de la cultura.
Pues bien, el del Rayo Macoy fue el primero y único taller literario serio y productivo que tomé en mi vida. Empecé por ahí de enero de 1997 y acudí a mí última sesión en abril de 1999, unos días antes de irme para siempre de Monterrey para venir a radicar a este tijuenero universo. Lo único que puedo decir, es que en ese taller aprendí y mucho. Luego entonces, consideraré por siempre a Ramírez Heredia como mi maestro.
Era el helado invierno de 1997. Yo acababa de volver a Monterrey luego de más de medio año de trotar por Europa y América del Norte. Con mi flamante cédula profesional de abogado recién obtenida, buscaba un trabajo a la altura de mis altas pretensiones económicas, que se limitaban a ganar un poquito más que la miseria percibida en la librería en la que trabajé cuando era estudiante.
Por aquellos meses, mi madre acudía a un taller de pintura en la Casa de la Cultura de Nuevo León. Una ocasión que la acompañé, me enteré que acababa de formarse un grupo literario que se reunía dos veces al mes y que era coordinado por el escritor tampiqueño Rafael Ramírez Heredia, de quien yo había leído únicamente los cuentos del Rayo Macoy. Un viernes y un sábado al mes. Sesiones intensas, de cinco a seis horas cada día.
Total que una tarde de enero me presenté. Nunca antes había visto un grupo literario tan híbrido.
Además de los típicos jovenzuelos de Filosofía y Letras propios de todo taller literario, al lugar acudían señores ya rucones, doñitas y para no hacer el cuento más largo, gente de todas las edades y estratos sociales imaginables. Algunos iban únicamente a escuchar y otros tantos nos apuntábamos a leer. Había café a raudales, eso sí.
El edifico de la Casa de la Cultura tiene su magia. Durante el Siglo XIX y principios del XX fue la estación del ferrocarril en Monterrey.
Nosotros sesionábamos en el tercer nivel, en un gran salón con piso de madera. El método de Ramírez Heredia era sencillo. Una persona leía su cuento y después en círculo cada uno hacía sus comentarios o guardaba silencio si prefería. Una de las reglas más estrictas de Ramírez Heredia, es que a la hora de las críticas, el autor del texto se callaba el hocico y no podía defender su texto, aunque lo estuvieran despedazando. Al final, Ramírez Heredia emitía su comentario siempre preciso. Y sí, alguien podrá echarme en cara que he repetido hasta la saciedad que no me gusta la lectura en voz alta. Efectivamente, no me gusta la lectura como espectáculo de lucimiento. Pero una infinita paciencia para escuchar una lectura en medio de un ejercicio tallereo serio y duro. Enseñanzas de mi maestro.

¿Cuál fue el gran valor de ese taller?

I- Ramírez Heredia me enseñó a escuchar. Él era un gran escucha. Podían estar leyendo un cuento pésimo, aburrido, mal hecho y él escuchaba, atento, paciente. No se le iba una. Todos los cuentos merecían ser escuchados. Eso sí, a la hora de criticar te rompía la madre bien y bonito, con fundamentos, basado únicamente en la estructura narrativa. No tenía piedad.
II- Ramírez Heredia me enseño a dejar ser libres a las palabras escritas. Lo escrito, escrito está y ya no te pertenece. Tiene vida propia y no puedes andar por el mundo defendiéndolo. Por eso él no te dejaba abrir la boca cuando criticaban tu texto. Aunque lo estuvieran desgarrando sin fundamentos y sin haberlo entendido, tú no tenías derecho a hablar, pues cada quien puede entender un texto de mil formas y no es tu papel explicarle a cada lector lo que le quieres decir. Eso me ha servido mucho en mi vida profesional. No puedes arrepentirte ni corregir lo publicado.
III- Ramírez Heredia me enseñó a criticar textos, no personas. A menudo en los círculos literarios, el concepto amigo- enemigo es el que determina tu buena o mala crítica de un texto. Si eres mi amigo o aliado cultural, pues tu texto rifa. Si eres mi rival, el texto es una mierda. Él me hizo ver que tu crítica siempre debe ser honesta. Si tu mejor amigo escribió una bazofia, tienes que ser duro y decir lo que piensas. Su un culturoso que te caga la madre escribe chingonamente bien, trágate tu orgullo y reconócelo.
IV- Ramírez Heredia me enseñó las infinitas posibilidades de una narración. Un personaje es un pozo muy profundo y de ti depende hasta donde quieres abrevar de él. Un texto tiene muchas caras y el autor no puede nunca aspirar a ser el monarca absoluto de sus letras.

En ese taller tuve grandes compañeros. Recuerdo una chica llamada Cristina (no recuerdo su apellido) que escribía endemoniadamente bien. Aquí en el cajón de mi escritorio tengo su cuento Ad Libitum. Había buenos narradores. La Jaqueline, el Espejo,, el Paulino. Buena raza. Es la actividad literaria que más me ha hecho aprender.
Por lo demás, no puedo más que reiterar la enorme gratitud para mi maestro. Mi Rayo Macoy, si por mera casualidad te topas con esta cuna de porquería, te mando desde aquí un fuerte abrazo y todo mi agradecimiento.


La historia del cabrón cuya humilde cartera mantiene viva la usurera industria del disco

En una rolita de La Polla Records, concretamente la de la “Chica Ye ye”, se canta una estrofa que suelo aplicar muy a menudo:
“Viviré con deudas, por toda la eternidad, pues siempre me ofrecen algo nuevo que comprar”.
Tremendo dilema de la clase mierda mexicana; el endeudamiento perpetuo, el gastar lo que no se tiene para mantener un estatus de posesiones materiales innecesarias.
El eterno dilema del consumismo desmedido. No voy a disertar al respecto. Mejor recomiendo leer a Mayra Luna, quien ha escrito las mejores declaraciones de principios contra la compra compulsiva.
Ya he dicho que no soy presa fácil de las típicas cosas en las que gasta un hombre. La ropa, los accesorios para el carro y los antros caros, me valen un soberano carajo.
Pero soy víctima de otras cosas de las que no me puedo liberar. Sí, adivinaron: Libros y discos. Lo mío es una adicción que va más allá de lo sano. Bueno, a ser bibliófilo ya me resigné. Soy un Alonso Quijano sin posibilidad de rehabilitación y moriré sepultado bajo una montaña de libros. Pero con los discos ya ni la chingo. Me he querido curar y no puedo. Hoy en día todo mundo baja música y yo soy de los pocos que la sigue comprando original. Siempre he dicho ya basta, ahora sí este es el último disco que compro y en todo el año no adquiriré ninguno. Lo digo según yo muy convencido, pero pura madre. Sigo cayendo como un vil heroinómano Y lo peor del caso es que apenas tengo tiempo de escuchar mis discos como Satanás manda.
Pero sigue la mata dando. Toda esta pinche perorata es para expiar mis católicas culpas por haber hecho las dos primeras adquisiciones discográficas del año:
Robert Plant- Sixty Six to Timbuktu, un doble que conseguí a precio de regalo. Si terminé el 2003 con vibra zeppeliana, bien vale la pena iniciarlo igual.
Y bueno, el bastante deseado Alive in Athens de Iced Earth que por fin he conseguido. Bueno, lo ví en Mix Up de Monterrey como a 350 morlacos, pero con el Sergio lo conseguí en 200. Bueno, más bien lo dejé separado. Mañana caigo por él para hacerla de emoción. Y ahora sí prometo solemnemente que será el último, en serio, el último... hasta la próxima semana. Y es que la le eché el ojo al Glory to the Brave de los suecos Hamerfall. Putísima madre, no tengo remedio. Debería haber un Cirad de metaleros compulsivos para que me internen en él.


Anna Lindh

Si en México hubiéramos tenido una ministra de Relaciones Exteriores tan guapa como la sueca Anna Lindh, todo mundo estaría pendiente del juicio de su asesino y lo más posible es que los ministeriales ya le hubieran puesto una caliente al pobre diablo serbio que la mató.
Digo, al menos por cuestión de imagen internacional, México debería optar por tener una canciller con cierto porte, alguien que se pareciera un poquito a Anna Lindh, en lugar del pinche Luis Ernesto Derbez o el mamón de Jorgito Castañeda. Por desgracia, las mujeres de la política mexicana no se distinguen por su belleza.
Claro que si Anna Lindh hubiera sido mexicana, no hubiera andado sola en un centro comercial. Habría estado atiborrada de guarros que agarrarían a macanazos al primer infeliz que intentara acercarse a verla. Además, algún peso pesado de la polaca o la iniciativa privada ya se la habría agarrado de esposa o concubina.
Ahora que en torno al nacionalismo serbio coincido totalmente con el Sueco. Los serbios son nacionalistas radicales, fanáticos como ellos solos. Vean nomás el cagadero que armó el guey que le recetó el plomazo al príncipe Francisco Fernando en 1914. Vaya, tan patriotas son, que el futbolista Pedrag Mijatovic (quien anotó el gol del triunfo del Real Madrid en la final de la Champions de 1998 contra la Juve) llegó a abandonar el equipo para ofrecer sus servicios al ejército de su país cuando se dieron los bombardeos de la OTAN sobre Kosovo. ¿Haría eso un futbolista mexicano?



Blitzkrieg Blog (Hey, Ho, Let,s Go)


Las posibilidades del blog son infinitas. Lo de ayer en el tag de Rafadro estuvo en verdad interesante y sienta un precedente. Esgrima intelectual se oye demasiado mamón y pretencioso. Mejor le llamo ping pong bloguero. Resulta que ayer por la tarde sale Ju en el msg y me dice “córrele en chinga al blog del Rafa, pues el Hache Yepez y Chango 100 se están madreando en real live show”.
Ni tardo ni perezoso me lancé al citado blog para ver el espectáculo y en efecto, ahí estaban los contendientes. Animado por cierto espíritu pandilleril, decidí hacer una rápida intervención, algo así como un Blitzkrieg Blog a lo Hermann Goering, una incursión aérea de segundos para disparar un bombardeo de consignas eu-rocentristas (ya me gustó la palabra) como Viva Cortés, Viva Pizarro, Colón rifa, Pedro de Alvarado es amor y cosas por el estilo, para después retirarme. Pero al final, el intercambio de ideas con Hache se puso muy interesante y fue posible platicar, algo que en verdad aprecio. No cabe duda: La vida y el blog, te dan sorpresas cada día. Sólo me queda agradecer al dueño del tag por haber fungido como un atento anfitrión.

De inmolaciones juveniles y otras pachecadas de metalero radical

Me dice el Verde que el asunto suicida le parece idiota. Tiene algo de razón. Bueno, ese era un rollo que tenía muy metido hace muchos años. Morir muy joven me parecía lo más adecuado para sellar una vida orgásmica y cuando expresaba semejante opinión, mucha gente me decía un honesto: “no mames”. Pero no hay que tomar muy en serio el tema.
Cuando tenía unos 16 años, yo estaba firmemente convencido que no viviría más de 29. No sería el mío un suicidio por depresión o una especie de autoinmolación ritual para ofrendar a Satanás (como proponía Glen Benton del grupo Deicide en la rola Sacrificial Suicide) ni es tampoco un rollo a lo Kurt Cobain o Ian Curtis. A la chingada con ellos. Simplemente sería irme a tiempo de la fiesta para nunca mirarme al espejo como un anciano decrépito. Pensaba seriamente cometer un atentado contra algún político o empresario y matarme antes de que me capturaran.
O bien, lanzarme como mercenario a alguna guerra o empezar a hacer cosas que pusieran en extremo riesgo mi vida para evitarme la pena de ocupar un camastro en un asilo de ancianos y aguardar a la Santísima en una silla de ruedas.
Y no, no voy a salir con un rollo de new age barato o superación personal de que descubrí que la vida es bonita y me valoré a mi mismo al mirarme al espejo, pues yo nunca he estado lo que se dice deprimido. Ni madre. No se lo que es la depresión ni he tenido que tomar una sola pastilla psiquiátrica en mi vida para subirme las pilas. Siempre he tomado este changarro vital como es y confieso que la vida me parece bella precisamente por sus demonios y sus tinieblas. Hoy en día simplemente pienso que mientras los aparatos mentales y sexuales sigan funcionando adecuadamente y mientras mis piernas me sigan respondiendo para caminar largos kilómetros y andar en bici, pues seguiré dando lata en esta fiesta. Cuando eso se acabe, pues ya veré. Tal vez me pasa como a Juan García Ponce que paralítico y todo tenía una cachondísima imaginación y produjo sus mejores obras desde la silla de ruedas.
Tal vez me encabrone y el día que me sienta un mínimo síntoma de artritis o alguna enfermedad propia de un viejo, me practique yo mismo la eutanasia y me vaya por el camino con la Santísima. No voy a decir de esta agua no beberé. Por lo pronto, ya llegué a la edad que en mi adolescencia me puse como límite y aquí sigo chingando la borrega y dando lata en este blog. Y como dijo Don Teofili-to... Seguiré.




Nieve sobre Miami
Juan Carlos Castillón
Editorial Debate

Por Daniel Salinas

Últimamente me he topado con muchas apuestas por novelas híbridas, pero los resultados no suelen ser siempre del todo satisfactorios.
Este es el sabor de boca que me queda luego de leer “Nieve sobre Miami” del catalán Juan Carlos Castillón, un libro donde el eje argumental queda tristemente empequeñecido frente a sus sostenes periodísticos.
Por una parte, da la impresión de que Castillón es un autor que busca dar demasiadas razones y ex-plicar los porqués de su novela.
En lugar de soltar las riendas y dejar que sus personajes corran con sus piernas para que los lectores se identifiquen con un perfil psicológico definido, el narrador parece obsesionado con la idea de hablar sobre el entorno geopolítico y cronológico de su historia.
Alternados con los cinco capítulos que incluyen la trama argumental de “Nieve sobre Miami”, Castillón incluye cuatro espacios que el denomina “background” en donde habla de la situación del narcotráfico y el bajo mundo de la metrópoli de Florida.
Estos “background”, de extensión similar a los capítulos y cuya estructura es propia del reportaje na-rrativo típico del llamado “Nuevo Periodismo”, intentan ubicar al lector en un espacio y tiempo determinados, pero acaban por eclipsar a los personajes de la novela.
Sus descripciones casi periodísticas resultarían más que comprensibles para ilustrar una novela- reportaje al estilo Truman Capote en dónde se hable de personajes reales, pero parece contradictoria con una novela que intenta pintarse de color casi negro y en donde se supone que los personajes deberían brillar con luz propia.
Lo singular del caso, es que estos “backgrounds”, que en teoría sirven de apoyo a la comprensión de la trama novelística, acaban por transformarse en la parte más rescatable de la obra.
Vaya, me aporta y me gusta más leer “Nieve sobre Miami” como un reportaje, que como una típica y ordinaria novela negra de mafias.
Si en este mundo existiera el traidor “hubiera”, creo que Castillón perfectamente podría haber apos-tado por un reportaje narrativo completo en lugar de coquetear a medias y sin grandes resultados con una trama de ficción.
El mismo autor advierte al final del libro que la información contendida en los backgrounds es real y sujeta a comprobación.
Pues bien, si ya se había apostado por un rigor periodístico que jamás estuvo peleado con una narra-ción amena e interesante, ¿Porqué la insistencia de encimar a la fuerza una trama novelada tan pobre?
Castillón nos cuenta la historia de El Loco, un ex guerrillero sandinista de Nicaragua que huye de su país y se refugia, como tantos otros compatriotas, en Miami.
El Loco trabaja como lavaplatos en un restaurante hasta que un buen día conoce a un narcotraficante y se pone a su servicio.
Lo demás es predecible y típico de cualquier historia de mafiosos sea de Sicilia, Chicago, Moscú o Miami: Iniciación, ascenso y caída.
Intriga, violencia, traiciones, sexo y lujo danzando alrededor de la droga. Nada que no se haya leído antes.
Eso sí, Castillón es un narrador ágil y malicioso que estructuralmente sabe zafarse de los esquemas ordinarios.
No apuesta por una estructura lineal e incurre con éxito en hábiles saltos de tiempo en un mismo párrafo.
De ahí que sorprenda tanto el que un narrador hábil como él, muestre semejante inocencia a la hora de elegir su trama argumental, que resulta en extremo trillada.
De cualquier manera, nadie se aburrirá con su lectura, aunque siempre quedará en la boca un sabor-illo a eso ya lo he leído en otra parte.






Wednesday, January 14, 2004

Soy monogámico hasta en el subconsciente. La principal protagonista de mis sueños eróticos, es la persona que duerme a mi lado mientras estoy soñando.



A veces uno quiere probar que se siente. Mi adolescencia fue la historia de la eterna búsqueda de nuevas sensaciones para mi cuerpo y mente.




Brevísima (mejor soy sincero y advierto que no tiene nada de breve) historia de mi participación en esos grupos que se hacen talleres literarios

Introducción

A lo largo de mi vida he participado en tres talleres literarios: el de Mara Gutiérrez, el de Rafael Ramírez Heredia y el de Mario Bellatin. Aquí va la historia del primero de ellos-

I- El taller de Mara o las confesiones de un ex-culturoso rehabilitado.


- La anunciación

Fue un día de 1993. Tenía entonces 18 años de edad y recién estaba empezando a estudiar la carrera de Derecho luego de un par de semestres de grilla y oratoria intensa en Ciencias Políticas.
Estábamos en el salón (con perdón de Flaubert) cuando entró la directora seguida por una mujer de rostro muy blanco y ojos muy claros que se presentó como Mara Gutiérrez. Sin mayores preámbulos, Mara nos invitó a participar en el recién creado Taller de Literatura de la Universidad. Creo que fui el único que prestó atención a sus palabras. La enorme mayoría de mis compañeros de carrera eran aspirantes a narcojunior fanáticos de las botas de piel y los cientos piteados y los únicos talleres que les interesaban, eran los mecánicos que arreglaban sus Ford Lobo cuando quedaban chocadas luego de una parranda de Buchanas y coca.
Yo era (¿era?) un zarrapastroso metalero de larga mata, usaba negras camisetas con logos de bandas, leía mucho, escribía más y consumía cualquier cantidad de porquerías, pero nunca, ni por casualidad, se me había ocurrido la idea de participar en un taller literario.
Familiares y amigos trataron de animarme: “Tu escribes muy bonito (bonito, así me decían) y un taller te va ayudar a disciplinarte y agarrar estilo”.

-El ingreso

Total que un sábado me presente en el antiquísimo edificio de Difusión Cultural de la Universidad en donde se reunían los talleristas. Fui recibido con mucha amabilidad. Ahí estaban Mara, Jorge Sanz, Lorena Kawas, Alfonso Araujo y Gerardo Ortega. Yo llegué muy feliz con mis cuentos y comienzos de novela, pero en este instante me informaron que se trataba de un taller de poesía. ¿Poesía??? No, pues a eso yo no le hago. ¿No escribes nada de poesía? Bueno, pensé, mis cuadernos están repletos de reflexiones, párrafos anárquicos e intentos de letras de rolas. Les pregunté si eso podía aplicar y me dijeron que a huevo, sincho, después de todo, me explicaron, existe la prosa poética y el verso libre. Y me quedé-
Mara tenía una personalidad magnética, aunque me costaba entender sus radicales cambios de estados de ánimo, pues en ese entonces no conocía los efectos que producen ciertos medicamentos psiquiátricos. Mara escribía y además cantaba muy bien. Su actitud hacia nosotros era en extremo maternal y protectora, pese a que era apenas cinco años mayor que yo. Más que una crítica estructural de los “poemas”, nos dedicábamos a hablar de las sensaciones que nos producían.
Los poemas de la mayoría de los miembros del taller eran de amor y erotismo. Los míos, influenciados por la devoción religiosa con que tomaba el black y el death metal, eran odas al satanismo, la oscuridad, la magia negra, la Santísima Muerte y los impulsos suicidas.

Primeras lecturas

Al cabo de unas tres sesiones, Mara me pidió mis textos para mandarlos a publicar en las secciones culturales de los periódicos. ¿Publicar??? Ay cabrón, sospechaba que eso llevaba un poco más de tiempo, pensé, pero para mi enorme sorpresa, a partir de la siguiente semana mis “poemas” empezaron a publicarse en las secciones culturales de El Norte y El Porvenir y en alguna revista universitaria. Poco después, Mara dijo que ya iba siendo tiempo de que organizáramos una lectura entre Gerardo Ortega y yo. ¿Leer poemas en público? No se me habría ocurrido.
Gerardo y yo empezamos a trabajar duro en la planeación de la lectura. Como la Universidad nos dio presupuesto, mandamos imprimir flyers e invitaciones en muy buen papel, con una imagen de fondo de “La bebedora” de Lautrec.

– Difusión Cultural de la Universidad Regiomontana le invita a -Nostalgia en Penumbra- lectura escénica de poesía. Participan los poetas Gerardo Ortega y Daniel Salinas. 17 de agosto de 1993- Sala Cervantes-

La idea de Mara era que la lectura fuera más allá de lo ordinario, hacer un performance, con escenografía y todo el pedo. Luego de ensayar mucho, (solíamos ensayar afuera de El Obispado) se llevó a cabo la lectura- performance. Con música de Dead Can Dance y alumbrados sólo por veladoras, se llevó a cabo el acto. Gerardo recetando poemas de amor (él era y es un auténtico poeta) y yo recetando “poemas” (sí entre comillas) de infiernos, íncubos e inmolaciones.
Esa fue la primera de una larga cadena de lecturas- performance que recetamos en el año. A cada rato leíamos y en todas las lecturas se montaba una escenografía con una especie de espectáculo diferente. Además, participábamos con ponencias e ideas en todas las mesas redondas de culturosos en torno a la literatura. Como la facultad de Ciencias Políticas me formó como buen orador y fiero combatiente en los debates, casi siempre salíamos airosos. Además, siempre estaba publicando un chingo en cuanto medio escrito me lo permitiera. Tres meses antes, yo no había siquiera pensado en escribir poesía y bastaron unas cuantas semanas de roce culturoso para ser considerado un joven poeta contestatario y radical. El papelito me gustó. En las lecturas y eventos siempre había vino y yo en ese entonces casi no tenía feria en el bolsillo. Publicar era bien fácil, salir en las secciones culturales de los periódicos era cuestión de llamar a las redacciones y pedir un poco de atención. Leer en público también era asunto de trámite. No era cuestión de calidad, sino cuestión de promoverse. Me había transformado de la noche a la mañana, sin pretenderlo siquiera, en un aborrecible culturoso que hubiera sido objeto, con toda justificación, de los escupitajos del Chango 100. Si algo puedo decir en mi defensa, es que había cumplido 19 años y no tenía dinero para bebida y sexo.

Antología, calendario y adiós

1994 inició prometedor. La Universidad de Nuevo León editó un calendario poético. Sí, así como los calendarios de Gloria Trevi, pero en cada mes aparecía un poeta regiomontano diferente, aunque no en tanga. Yo me las arreglé para colarme a dicho calendario, o mejor dicho, Mara y sus buenas influencias nos ayudó a colarnos. Por ahí tengo algunos ejemplares de dicho calendario.
Para entonces llevaba algunos meses con una posesiva novia que odiaba a muerte a mis compañeros del taller, principalmente a las mujeres. Ella me decía que eso de las lecturas y los eventos culturales eran fantochadas propias de seres acomplejados deseosos de llamar la atención. Sin usar la palabra culturoso (patentada por Lord Batio) aquella novia usó los mismos argumentos de batalla del Chango 100. Para entonces yo olía los hedores de falsedad del ambiente cultural, pero seguía en el pantano.
Nos pusimos a trabajar duro en la antología que la Universidad se ofreció a publicar. Una antología de textos de cada uno de los miembros del taller. La antología se llamó “Después del Eclipse”. Fue presentada en mayo. Ese día Rayados Monterrey jugaba un amistoso contra el Milán. Yo me largué al estadio y me puse ebrio. Para mi satisfacción las reservas del Milán ganaron 1-0 a la mierda rayada. Llegué tarde a la presentación del libro, me cagaron a palos, acabé peleado con todos, agarré unos cuantos libros a la fuerza y me largué a la chingada. Ahí acabó mi participación con el taller.

Epílogo

Pese a todo, visto a la distancia, puedo afirmar que guardo mucho cariño por algunas de los integrantes de ese grupo. A Mara le guardo un profundo respeto y una enorme estima. Fue alguien que me brindó en todo momento su amistad y me ayudó mucho. A Gerardo lo considero uno de mis poetas de cabecera, uno de los pocos natural born poet que existe en este mundo y ante todo un amigo. Des-pués, influenciado por su izquierdista esposa, se volvió militante zapatista radical y le escribió muchos y muy buenos poemas al movimiento, pero entonces ya nos habíamos distanciado (ya he hablado mucho en este espacio de lo que pienso sobre el zapatismo) También recuerdo con mucho afecto a Alfonso Araujo y Jorge Sanz.
Claro, no faltaron los fantoches. Un compañero del taller que escribía jodidamente horrible (sus melancólicos textos producían ataques de risa en todos nosotros) se emocionó tanto al descubrirse como poeta, que se tomó demasiado en serio su recién adquirida personalidad y se dedicó a promoverse como artista contracultural. Lo peor es que muchos le creyeron. Creo que hoy en día se sigue creyendo el cuento.
En fin, a veces es bueno recordar que durante un año o menos, supe lo que se sentía chapotear en los pantanos de la vida cultural y experimenté lo fácil que es irse labrando un nombrecito en el universo de los poetas, sin importar que no tuviera las más elementales bases o fundamentos sobre la poesía. Nada personal contra el proyecto Existir, que conste. El mundo cultural es frívolo por naturaleza. Aquí, en Monterrey, en el DF o en Madrid. Fue una divertida experiencia, pero no creo volver a repetirla.

Mañana: El Rayo Macoy, mi gran maestro de maestros-

Sobre los pasatiempos que más amo en este mundo-

Sobre literatura, historia, futbol, heavy metal, geografía política, la bicicleta, el Mar y periodismo no necesito agregar mucho más, pues todos los pinches días me la paso escribiendo de lo mismo. Cualquiera que haya leído este blog, sabe que estoy clavadote en la tecla.
Por eso doy un espacio para hablar de las cosas que no me interesan.

Sobre las mil y un cosas que me valen madre en este mundo.

Me he dado cuenta que en esta vida hay demasiadas cosas que no me interesan. Más bien, puedo decir que son poquísimas cosas las que me interesan. Pero sucede que esas poquísimas cosas, me interesan demasiado, de manera adictiva, casi hasta la obsesión.

¿Qué define tus gustos? ¿Qué determina que optes por ciertos pasatiempos y no por otros? ¿El medio, tu psique? ¿Qué chingados?

Vivo en una ciudad que ama el beisbol y el box y yo desprecio con fervor ese par de pasatiempos.

Un tema recurrente en los blogs es hablar de cine, lo cual la mayoría de las veces es motivo para que yo deje de leer de inmediato el blog en cuestión, por ser un tema de mi absoluto desinterés.
En todo el 2003 fui a ver una sola película: El Señor de los Anillos III y paren de contar. No he visto ni una sola de las películas de moda. Que si Kill Bill, que si 21 gramos. Nomás oigo hablar de ellas, pero no las he visto, ni me interesa verlas.
Dicen que el cine es la manifestación artística que definió al Siglo XX. Tal vez yo no nací en ese Siglo.
El cine es cosa que me vale madre. No me interesa. Si me llevan y no hay otra cosa que hacer, pues vale, tampoco me caga ni es un suplicio. Si no, pues no hay pex. Yo no se de directores, actores y por lo que respecta a las actrices, pues me interesan nada más las guapas, léase Asia Argento. Suponiendo que hoy en día se acabara el cine para siempre y se dejara de hacer películas, no pasaría nada con mi vida. El cine no influye en ella. Si me quedaran 60 años de vida y en esos 60 años no vuelvo a ver una sola película, por mí mejor. A veces rentamos películas, pero casi siempre me quedo dormido y Carolina es quien las ve y mes las platica. El nuevo número de Letras Libres se trata de cine. Ni pedo, lo voy a comprar para no descompletar la colección, pero creo que no lo leeré. Sin duda a muchos les sorprenderá la existencia de alguien tan apático hacia el cine. En cambio, a mi ya no me sorprenden en lo absoluto las miles de personas que son apáticas a la literatura.

Nunca le he encontrado el sabor al vicio del juego. De pronto juego cartas con mi mujer para pasar el rato, pero hasta ahí. Nunca he ido a Las Vegas, ni siquiera a Viejas Casino y no tengo el más mínimo interés de ir. Es más, sólo una vez en mi vida he ido a un casino, fue cerca de Rochestrer NY, fui por obligación y ni siquiera jugué. Bueno, de algún vicio tenía que ser libre.

No se como se juega el beisbol, me caga el boxeo, me aburren todos los deportes gringos y para ser honesto, de una sección de deportes sólo leo lo referente al deporte más hermoso del Universo que se llama futbol. Lo demás lo tiro.

Tampoco conozco Disneylandia y no me interesa conocerlo.

De todas las listas que hicieron los blogueros sobre sus top ten musicales del 2003 no he escuchado un solo disco ni conozco a ninguna banda. De verdad que a ninguna. Puras madres que supongo elec-trónicas o techno pop o parafernalia por el estilo.
Sin embargo, los entiendo perfectamente, pues aunque en diferente género, compartimos el mismo pinche vicio de estar escuchando música. Yo tengo cientos y cientos de discos, pero si hiciera mi top ten, casi nadie lo identificaría. El metal no es popular en la blogósfera.


Conozco gente que en sus casas no tienen un solo disco. Se contentan con oír lo que pasan en el radio y ya. A esos sí que no puedo comprenderlos.


Como ya dije, conozco mucha gente que no tiene un solo libro en su casa y que no ha leído uno en su vida. Esos son la inmensa mayoría de los habitantes de este planeta.

No tengo ni un sistema de videojuego en casa y para ser honesto, no se jugar ninguno. Me llaman la atención los videojuegos de futbol, (por que el futbol, en cualquiera de sus presentaciones, es adictivo) pero soy malísimo con los controles.


Las computadoras no me gustaban. De hecho las odiaba, pero de unos años para acá les reconozco una enorme utilidad en mi vida. Aquí está esta cuna de porquerías que no me dejará mentir. De cualquier manera, soy casi un analfabeto cibernético.

Las marcas de ropa me valen un carajo. Sólo tengo atracción hacia la ropa de cuero (puedo ser tu cliente Humphery), las camisetas originales de futbol y las botas Doctor Marteens. Por lo demás, confieso que no tengo idea de que marca son el pantalón y la camisa que traigo puestos, ni recuerdo donde los compré. Supongo que eran los más baratos de la tienda.

Sí un día una pastilla amnésica borrara de mi mente los recuerdos de los libros que he leído y los países que he visitado, yo ya no sería la misma persona.
Yo soy mis viajes y mis lecturas. La vida merece la pena ser vivida porque siempre habrá un nuevo libro que leer y una nueva ciudad por visitar. Esa es la razón por la que no he cumplido mi promesa de suicidarme antes de los 30 años.

Tuesday, January 13, 2004

Estoy condenado a ser un católico. Puedo gritar una vez y mil veces que no creo en Dios, pero tengo sangre, carne y pavores ancestrales e insuficiencias ontológicas de católico. Hay un demonio que se llama culpa, un ser omnipresente que flagela el alma. ¿Culpa de que? No importa. El católico nace culpable y siente remordimientos hasta por lo que no hizo, hasta por imaginar, la historia de lo que pudo haber sido.

Sobre la literatura de la Revolución

Me parece por demás valioso el ejercicio del blog Colectivo 104. He leído con sumo interés lo escrito en torno a la obra de Mariano Azuela.
Excelente punto de partida para hablar de una de los momentos más puros de la literatura en México, como lo es la novela de la Revolución.
Obsesionados como están por los clichés contracoolturales, los teorreicos postnarratvos han refundido a la literatura de la Revolución al sótano de lo anacrónico.
El apoyo que en su momento dieron las editoriales gubernamentales a la novela de la Revolución y la enorme influencia que ejerció en autores afectos al sistema priista, han hecho que las vanguardias contemporáneas tiendan a rehuirla. Yo mismo escuché a Mario Bellatin despotricar contra la tradición de la literatura revolucionaria (aclaro que un genio fuera de serie como Bellatin jamás podrá ser considerado por mí como un teorreico)
Sin duda los gobiernos del partido tricolor exaltaron la promoción de esta valiosa corriente literaria como una forma de legitimar y alabar la gesta revolucionaria que acabó por llevarlos al poder.
Pero ello no quita un ápice al valor y autenticidad de las grandes novelas de la Revolución.
Dado que ya se habló de Mariano Azuela y Los de abajo, yo me permito incluir y recomendar un par de novelas que considero fundamentales para apreciar la literatura de la Revolución Mexicana.

Tropa Vieja

La primera es Tropa vieja, de Francisco L. Urquizo, llamado el novelista del soldado. Urquizo fue uno de los lugartenientes más jóvenes de Venustiano Carranza y se mantuvo fiel al Santa Claus de Cuatro Ciénegas hasta la lluviosa noche de Tlaxcalantongo en que Rodolfo Herreros y sus secuaces asesinaron a su jefe en un jacal.
Urquizo escribe sus novelas desde la óptica del soldado de tropa y recrea como ninguno sus angustias e ilusiones. Tropa Vieja narra la vida de un campesino que es reclutado por el ejército porfirista mediante el socorrido sistema de la leva. Sin saber usar un arma, ignorando sus razones para pelear, este hombre va adecuándose a la cruel vida del soldado de infantería y pronto se ve inmerso en el marasmo revolucionario. Cuando en 1911 triunfa en Ciudad Juárez la revolución maderista y las tropas revolucionarias pasan a ser licenciadas, el personaje se convierte en soldado del gobierno de León de la Barra y luego del propio Madero.
Me gusta la forma en que nos dibuja la ignorancia del soldado frente al caos casi bíblico de un conflicto cuyas dimensiones rebasan su entendimiento. También me parece admirable la forma en que presenta la absoluta aleatoriedad que acompaña a la vida de la tropa. El hombre conoce a su “chata” en un tren y en cuestión de minutos deciden casarse, con la misma rapidez que ella lo abandona en la siguiente estación
Me gusta la descripción de esa solitaria caminata nocturna por el helado desierto de Chihuahua, y la forma en que nuestro soldado besa los labios de Juana, cuyo marido e hijo acaban de morir minutos antes en una batalla. En medio del fragor de la metralla y con la Santísima Muerte dándose un festín a su lado, Juana se entrega a su nuevo amor con una pasión urgente.
Urquizo tiene otros libros pero Tropa Vieja es el mejor. Me gusta también Memoria de campaña, un relato autobiográfico muy bien logrado en el que Urquizo, soldado al fin, es su propio personaje y narra episodios memorables, como la gran peda que se puso el ejército de Pablo González en la Cervecería Cuauhtémoc de Monterrey en 1914. Altamente recomendable-

Se llevaron el cañón para Bachimba

Esta novela de Rafael F. Muñoz narra la vida de un joven inmerso en uno los episodios más fugaces e intensos de la Revolución: La rebelión antimaderista de Pascual Orozco en Chihuahua. Es el año de 1912 y los colorados se han revelado contra su otrora caudillo, el presidente Madero. Un grupo de rebeldes llega a casa del protagonista y asesinan sin motivo aparente a Anicieto, el fiel arriero de su rancho. Solo en el mundo y despojado de sus pertenencias, el joven protagonista debe unirse a los colorados. Particularmente intensa es la narración de la escena de la máquina loca, una locomotora cargada de explosivos, que las tropas de Emilio Campa arrojaron sobre las huestes maderistas. El desastre motivó el suicidio del general González Salas y el nombramiento de Victoriano Huerta como jefe de las tropas. Muñoz describe la escena de la máquina loca como “un pedazo de infierno avanzando sobre los rieles en la inmensidad del desierto” (aclaro que me fío a mi memoria, no tengo el libro a la mano) Otro de los libros clásicos de Muños es “Vámonos con Pancho Villa”. Ambos recomendables.

Martín Luis Guzmán

Aunque pienso que “La sombra del Caudillo” es una de las mejores novelas del Siglo XX mexicano, me niego a compartir el punto de vista de quienes la consideran una piedra angular de la novela de la Revolución.
Esta novela no comparte las características propias de una novela típicamente revolucionaria. Primero porque aunque ficticia, es un hecho que cronológicamente se ubica en pleno régimen de Calles en 1927 y alude a la rebelión del general Serrano.
Su lenguaje carece de los elementos populares que caracterizan a la novela de tropa y su plataforma, a diferencia de las grandes novelas revolucionarias, se sustenta en la visión de un burgués. Creo que un elemento imprescindible de la literatura revolucionaria es el entorno, el habla, las maneras y la visión del pueblo inmerso en el conflicto, algo de lo que carece La sombra del Caudillo.
En cambio, sí lo es el cuento La fiesta de las balas, donde Martín Luis Guzmán nos narra (tal vez exageradamente) las sanas diversiones del buen Rodolfo Fierro, matando federales como codornices en un ruedo.

Revueltas y Rulfo

La literatura de la Revolución fue un fenómeno espontáneo, intenso, rico y pasajero. No creo que se pueda hablar de literatura contemporánea de la Revolución, aunque hay autores que apuestan aún por la temática y el estilo. Creo que ese fenómeno ya fue.
Considero que la literatura de la Revolución es la que se escribió durante el conflicto armado o en los años inmediatamente posteriores al mismo y es aquella que narra las andanzas de personajes del pueblo que por una u otra razón están inmersos en la orgía de las balas.
Es innegable que la literatura de la Revolución fue el antecedente directo del que abrevaron dos plumas sagradas como Juan Rulfo y José Revueltas, aunque sería un grave error enlistarlos dentro del catálogo de Mariano Azuela, Urquizo y Muñoz. Dios en la Tierra de Revueltas, a mi juicio el cuento de prosa más intensa que se ha escrito en México, narra la triste historia de un maestro delator durante la guerra cristera. Aunque el entorno podría tener elementos típicos de la literatura revolucionaria, Revueltas va mucho más allá. Lo suyo es una angustia ontológica que no supieron captar sus antecesores.
Rulfo también se sumerge en profundidades que los autores revolucionarios no alcanzaron a explorar. Cronológicamente, el suyo es el México post revolucionario, pero su pluma bucea como ninguna en el alma eterna y sin tiempo del campesino mexicano.

Velada en la Cervecería Tijuana

He recibido el correo de Bruno Ruiz en el que amablemente me invita a participar a la velada convocada para este viernes en la Cervecería Tijuana. Una cerveza Tijuana oscura siempre será bienvenida en mi organismo y me cuesta trabajo negarme a la tentación de beberme unos cuantos tarros en medio de una charla amena y amistosa. Además, no puedo negar cierta curiosidad por conocer perso-nalmente a algunas personas de las que he estado muy cerca en este cibernético Universo y cuyas ideas me parecen en verdad interesantes.
Sin embargo, aún no estoy seguro de que vaya a asistir. Si asisto, lo haría armado de mi mejor dosis de buena vibra, pero creo que aún está muy vivo el morbo que generó el talk show en torno al racismo y el indigenismo y más de uno quiere ver si se hacen efectivas las fatwas que pesan en mi contra. Por lo demás, mis ideas en torno al tema no han cambiado y sigo al píe del cañón con mi visión eurocentrista de la historia.
Si acudo a la Cervecería Tijuana lo haría desde luego acompañado de mi esposa y no me gustaría en lo absoluto que ella tuviera que pasar el mal trago de verme inmerso en un burdo pleito de cantina en caso de que alguien se tome la molestia de agredirme, cosa que según me han dicho, es muy probable.
Luego entonces, prefiero que tengan una fiesta tranquila y evitar que mi presencia sea la de un ave de las tempestades.


Sobre Rafadro y la promoción de la cultura

Con sorpresa leo que Rafadro retoma en su blog un tema que abordé en Eterno Retorno el pasado 18 de noviembre en donde diserto sobre la inutilidad de los encuentros literarios. Me llama la atención que se retome el tema justo ahora, pero en fin, siempre es bueno revivir los intercambios de ideas.
Poco tengo que agregar al respecto. Lo que escribí en ese momento lo sigo sosteniendo con sus puntos y comas. La realidad es que en estos dos meses no ha ocurrido nada ni he escuchado una razón que me haga cambiar de opinión en torno a los eventos literarios, así que si tuviera que volver a escribirlo, lo volvería a hacer sin modificar nada.
No creo que la asistencia a ese tipo de encuentros oficiales, pagados a menudo con dinero de nuestros impuestos, incremente o fomente de alguna manera mi gusto por la literatura o me motive a leer más.
En mi opinión, la única razón que motiva un encuentro literario es alimentar la egolatría y los jugos narcicísticos de los participantes, quienes acuden a escucharse solos.
Pero bien por aquellos que como Rafadro realizan una intensa labor en pro de la literatura fronteriza. Yo no participo de esos eventos ni me queda muy claro si tienen alguna utilidad, pero adelante, en este mundo cada quien tiene el derecho de divertirse como mejor le parezca.
Hay gente que considera que leer el periódico y discutir noticias es un espantoso y prescindible ritual de tedio y tengo muchos seres queridos que ni por casualidad hojean el periódico, postura que si bien no comparto, por lo menos comprendo perfectamente y tal vez hasta justifico. Chingón por ellos. No creo que una persona sea mejor o peor por leer o no el periódico. Por razones de mi oficio, yo debo iniciar cada uno de los días de mi vida leyendo todos los diarios locales y muchos nacionales e internacionales, además de revistas y semanarios. Es mi chamba y de eso vivo. Lo mismo aplica para aquellos que han encontrado en la actividad cultural su razón de vivir. Yo no voy a dejar de amar la literatura por no asistir a esos eventos. Creo que puedo afirmar que me moriré siendo un enamorado incurable de la literatura y tal vez nunca me vean aparecer en un encuentro literario.
Por lo demás, he tenido oportunidad de platicar Rafa un par de veces en mi vida y me ha dado la impresión de ser un hombre sencillo y bien intencionado que en verdad disfruta lo que hace.
Además, debo decir que celebro honestamente el que haya roto esa casi agrafía de los primeros días de enero. Mal que bien, con todo y su aparente frivolidad y su spanglish, deformación idiomática que bajo mi criterio afea el lenguaje, la realidad es que, les guste o no a sus detractores, el de Rafa es la biblioteca de Alejandría de la blogósfera.

No me interesa conocer escritores

En lo personal, puedo prescindir de las ponencias, tesis y debates generados en mesas redondas y conferencias. Tampoco me interesa conocer personalmente a “escritores”. Ver el rostro, escuchar la voz o estrechar la mano del creador de un libro que me gusta poco o nada influye en mis sentimientos hacia su obra. Al final, detrás de una gran novela suele existir un tipo aburrido, complicado y lleno de complejos que no me interesa conocer. ¿Cambiaría mi vida si por algún prodigio del destino pudiera conocer a Balzac o a Tolstoi en persona? la verdad disfruté más conocer en sus páginas a Ana Karenina o a Eugenia Grandet.
Hace dos días escribí en torno al origen oral de la literatura. Tal vez, si viviéramos en la época anterior a Gutenberg entendería la utilidad de las lecturas en voz alta. Confieso que me hubiera gustado muchísimo escuchar el Mío Cid, el Cantar de Roldán, Tirante El Blanco o el Amadís de Gaula cantado por un trovador, alrededor de una fogata en la fría alcoba de un castillo feudal.
Entendería el fenómeno de la lectura en voz alta si viviéramos en una época ágrafa. Por fortuna, existen el libro y el blog y podemos prescindir de escuchar voces monocordes.
Mi mejor amigo es el libro. Confieso una adicción casi enfermiza por ese objeto. Puedo pasar horas absorto en el indescriptible placer que me genera la solitaria lectura.
Jamás he podido concentrarme o disfrutar una lectura de alguien que lee en voz alta. Tal vez por que me recuerdan las misas católicas o quizá se deba a que nunca me he topado con un buen lector. La mayoría lee con insufrible monotonía, tienen una deficiente modulación de la voz e impregnan una insoportable vibra de tedio y teorrea a algo mágico como la literatura.
A mi me gusta leer en silencio, a mi ritmo y si es preciso leer 17 veces seguidas un párrafo o una página que me gustó, nunca escatimaré. Leo armado de mi pluma, pues soy maniático de subrayar frases y escribir mis apuntes al píe de la hoja en las contraportadas. La bicicleta y el libro son los únicos objetos con los que soy capaz de lograr una simbiosis absoluta.
Los mejores acompañantes para una lectura, o al menos para la forma en que me gusta leer a mí, son una botella de vino tinto (buen vino tinto por supuesto) y un buen disco. Todo lo demás, son accesorios prescindibles que le vienen guangos a la literatura.





Monday, January 12, 2004

El ladrón de libros

(La historia de un delito en cuatro críticos capítulos de debate entre el ángel y el demonio de la conciencia)

I La tentación

Él es un adicto a pasear por las librerías. Casi todos los días entra a husmear a alguna y en la mayoría de estas incursiones, cede a la tentación de sacar su tarjeta y comprar un ejemplar que le hizo ojitos. Ni modo, es su vicio y no puede rehabilitarse. Las portadas de los libros ejercen en él un efecto equivalente al de las sonrisas de apetecibles morritas en una noche de antro después de cinco cervezas. Es difícil resistirse a la seducción. Hoy no ha sido la excepción. Aunque está muy ocupado, le roba unos minutos a su mañana y se diluye en los pasillos de una librería. Repasa los títulos, las novedades, toma los libros, los huele ritualmente y los hojea abriendo páginas al azar. De pronto lo descubre: Ahí está, petulante y majestuoso, el nuevo libro de uno de sus autores favoritos. Es un libro grande, casi 600 páginas, pero el precio le resulta un auténtico zarpazo a su economía y le parece pinchemente estafadora la cantidad que debe pagar por llevarse el tamalón a casa. 385 pesos. No pinches mames. Quiere caer en la tentación de comprarlo, después de todo ahí está su tarjeta en la cartera, pero se detiene. Basta. Él prometió que en año nuevo reforzaría su cultura del ahorro. 385 significan casi dos tanques de gasolina, o una surtida de despensa en el supermercado, o el pago de su recibo de luz. Ya no puede permitirse esos lujos. El libro está en sus manos. Lee un pasaje. Este autor jamás lo ha defraudado. Su humor negro, su picardía, sus juegos del lenguaje, mantienen la agilidad y la malicia en cada uno de los párrafos. Este libro debe ser mío, piensa mientras lo hojea.

II

Los consejos del Diablito

Entonces lo asalta un pensamiento repentino: ¿Y si lo robara? El pensamiento es un diablito que revolotea en torno a su cabeza. Su vista periférica checa el entorno. No hay moros en la costa y los empleados, con cara de insoportable tedio, están rumiando su aburrimiento en la caja pensando sin duda en el tiempo que falta para su hora de salida. Con el libro en las manos, recuerda los cada vez más lejanos tiempos de su adolescencia, cuando se distinguía por ser un hábil ladronzuelo. Muchísimos libros y sobretodo discos que empezaron a conformar su enorme colección, fueron producto de sus robos. Recuerda con nostalgia esos tiempos. Sólo dos veces lo atraparon y una de ellas, a los 14 años, le costó dormir una noche en el Tutelar para Menores, del que fue liberado luego que sus familiares pagaron una feria. Pero dos capturas no fueron nada contra más de un centenar de acciones exitosas. Piensa esto mientras mira a los aburridos empleados.


III

El angelito represor

Pero entonces el diablito es empujado y aparece un ángel coercitivo, represor y políticamente correcto que se apodera de su mente. No debe robar, le dice el angelito, pues ya no es niño. Es un adulto y el robo ya no sería tomado como una travesura. Desde que cumplió su mayoría de edad, dejó de cometer delitos y cada objeto o servicio que obtuvo en su vida lo hizo pagando su precio. Además, no se puede dar el lujo de ser sujeto de un escándalo. La naturaleza de su profesión, que le exige un contacto diario y constante con políticos y funcionarios, lo obliga a mantener una imagen de ciudadano recto. Entre sus colegas de profesión hay algunos, o digamos muchos, que lo odian sinceramente pues lo consideran un pedante engreído y no perderían oportunidad de exaltar hasta la saciedad su más mínimo error. Lo expondrían públicamente como un infame y corrupto ladrón y dirían que cada uno de los ejemplares de su biblioteca es producto de sus hurtos. Es un alto precio el que se pagaría por una simple travesura, le dice el angelito y después de todo, su vida no se va a acabar por no tener el libro que desea.

IV

El triunfo del diablito

Resignado y triste, está a punto de dejar el ejemplar en el librero cuando el diablito se levanta de un brinco y vuelve a su oído. Entonces le recuerda que para los dueños de esa librería, 385 pesos es como quitarle un pelo a un gato. Ellos no dejarán de comer por eso, ni se lo cobrarán a los empleados y dado que viven en la capital del país, posiblemente no hayan nunca visitado esa sucursal provinciana. De pronto recuerda todas las veces que lo han robado. Recuerda el 35% de su aguinaldo que le robó Hacienda por concepto de ISR. Recuerda los miles de pesos que le roba Pemex cada mes por atiborrar el tanque de su carro con gasolina adulterada con naftaleno. Recuerda los impuestos que le roba el estado de California cada vez que compra algo en sus tiendas y recuerda aquella vez que unos ladrones entraron a su casa y robaron su bicicleta Mongoose nueva, su cámara Minolta y su equipo de sonido. Recuerda a tantos políticos que conoce, que roban descaradamente otorgando contratos y concesiones, recuerda cuando él mismo trabajó hace años en una librería ganando un salario de hambre. Y entonces el diablito le da un tremendo patadón en pleno culo al angelito que se va de hocico contra el piso. El movimiento es ágil y casi automático. Al meter el libro bajo su abrigo siente un shot de adrenalina, una sensación picante y eléctrica en las venas que hacía mucho, tal vez desde su adolescencia, no sentía. Esa incomparable ráfaga de excitación que produce el saber que se ha cometido un ilícito. El libro está oculto bajo su abrigo. Ahora debe salir de la librería. Cruza la puerta y ninguna alarma suena. Los empleados ni se inmutan. Sale a la calle e imagina que en cualquier momento sentirá la mano de un policía en su hombro, pero no pasa nada. Camina de prisa y se pregunta si alguna cámara oculta lo grabó, pero en el entorno no se mueve una mosca. Y finalmente, cuando está en un lugar seguro, saca el libro y se dedica a hojearlo, a olerlo, a rayarlo con su firma y su nombre, a subrayarlo al azar en varios párrafos como si fuera un animal que quiere marcar con meados su territorio para auto convencerse que el libro es suyo y sólo suyo, que está feliz y no siente, ni por casualidad, remordimiento alguno. El diablito festeja eufórico brincando sobre su cola y bailando con su tridente.