Eterno Retorno

Wednesday, December 14, 2022

La vida es absurda y está llena de absurdos. El futbol es uno de mis absurdos favoritos.

 


Además de la belleza intrínseca del juego y de lo fascinante de sus planteamientos tácticos, lo que más me apasiona del fútbol es que muy a menudo es mucho más que fútbol.  Rueda el balón y con él  rueda la cultura, la geopolítica, la psicología social, los instintos tribales, los nacionalismos, nuestras emociones primarias. Sí, me podrás decir (y no pienso desmentirte) que esencialmente es un grandísimo negocio, encarnación del capitalismo más salvaje, pero aún en la danza y la lavandería de los dólares, permanece un sentimiento auténtico que tiene que ver con lo más profundo de lo que nos hace ser humanos.

Aún si odias este deporte o si eres indiferente a él, necesitas tomarlo como referencia o plataforma  si pretendes hacerte una idea  sobre la esencia y el Zeitgeist de  la humanidad en los Siglos XX y XXI.

Cuando eres aficionado a los patéticos y aburridísimos  deportes estadounidenses, todo se limita espectáculo, estadísticas, récords, show de medio tiempo y anuncios. Ahí acaba todo. En cambio,  en  el futbol suele siempre haber algo más. Mucho más

Tal vez los negocios de la FIFA y los jeques qataríes sean pura y vil morralla sucia, pero la emoción  de un niño o un adolescente  magrebí que vive en Saint-Denis o en la marginal periferia de Marsella es absolutamente real y es idéntica en intensidad a la de un niño de las favelas de Río o de las villa miserias de Buenos Aires. Cientos de millones de jóvenes patean pelotas percudidas en canchas enlodadas frente a porterías sin redes o un vil par de piedras en el pavimento en todos los rincones del planeta. Tú las has pateado, yo las he pateado. Cierto, solo uno de los diez mil que alguna vez jugamos futbol llegará a cobrar un centavo por  jugar y de ellos, solo unos cuantos jugarán una Copa del Mundo. Pero más allá de que juegues o no juegues, la emoción es genuina. El Mundial desata las pasiones. En estos días hasta los no futboleros hablan de este deporte y los políticos le sacan su buena raja.

Ahí están en Qatar el presidente de Francia,  la presidenta de Croacia o el rey de Marruecos. Saben que en la cancha se disputa mucho más que un balón. Varios miles de personas a lo largo del mundo han volteado a ver a Marruecos por primera vez y acaso por accidente han conocido un poco de su cultura y tradiciones y ahora saben que ahí hay una ciudad llamada Casablanca a la orilla del Atlántico y otra llamada Fez. Creo que millones de personas en el planeta saben de la existencia de Croacia y sus cuadros rojos gracias al futbol, de la misma forma que en las Olimpiadas de 1928 muchos europeos se enteraron de la existencia de un pequeño país sudamericano llamado Uruguay que les comió el mandado.

Nuestro planeta es una gran diáspora, un mundo migrante. Somos una especie animal que emigra en masa y abandona pastizales secos en busca de tierras fértiles. En el momento en que escribo esto, decenas de miles de personas están migrando, empezando por nuestra Tijuana. ¿Qué es hoy en día una selección de Marruecos? Un conglomerado de veinteañeros hijos de padres marroquíes que nacieron en los países a donde sus padres emigraron buscando una mejor forma de vida, pero que conservan lengua, gastronomía, religión, algunas tradiciones. ¿Qué es hoy la selección de Francia? Otro conglomerado de veinteañeros hijos de africanos que por azares de la migración fueron a nacer en Francia. Y así en toda Europa. Hasta la súper estricta Suiza, con sus duras leyes de migración, tiene de goleador a un camerunés.

¿Qué significa ser francés o ser inglés en 2022? ¿Qué significa ser marroquí? ¿Qué significa ser mexicano? A estas alturas ya es absolutamente absurdo hablar de una raza y de todo corazón deseo que algún día sea absurdo hablar de religión. Tal vez los nacionalismos sean esencialmente nocivos, pero existen y nos reflejan. Antes hubo ciudades- estado, reinos, feudos, principados. Después se inventó el estado-nación. ¿Qué habrá dentro de un siglo? ¿Seguiremos hablando de países como lo hacemos ahora? ¿Habrá un México y una Argentina en el 2150? ¿Seguirá teniendo sentido esta división geopolítica que aún subsiste, o estaremos divididos entre mortales y amortales, humanos silvestres y robots cono nano chips  e inteligencia artificial? ¿Seguirá siendo popular el futbol dentro de un siglo? ¿Se reirán nuestros tataranietos de esta pasión cavernícola que hace temblar al planeta? Probablemente, pero mientras tanto disfrutémosla. La vida es absurda y está llena de absurdos. El futbol es uno de mis absurdos favoritos.

Monday, December 12, 2022

El viento columpia el polvo en las casas abandonadas

 


Cuántos espectros e historias habitan en la desolación de una casa abandonada. Cuántos sueños mutilados, cuántos prófugos afanes fundidos en la omnipresente herrumbre.

Hace unos días, Iker, Carol y yo caminamos por viejas calles del sur de Monterrey y nos sorprendió la cantidad de casas en total abandono que encontramos a nuestro paso. Viejas rejas de hierro oxidado, centenarios árboles, ventanas rotas, cordilleras de polvo. Ancestrales casas de abuelos construidas en los años cuarenta que por su aspecto deben llevar décadas sin que nadie les dé una manita de gato.

 Caminamos por las colonias Roma, Nuevo Repueblo y Alta Vista y no fueron pocos los inmuebles  que encontramos.  Imagino que sus dueños murieron intestados, que el juicio sucesorio se transformó en estéril eternidad, que los hijos se desentendieron, que la carcasa devino en monserga. Pienso entonces en la carga emocional que alguna vez albergaron esos muros, en los deseos, las ilusiones, los desengaños e infiernos individuales que ahí ardieron. Familias que habitaron un Monterrey del que apenas queda vestigio.

Imagino la hipotética y predecible historia de esas familias De la Garza, Sepúlveda, Treviño, Cantú, Tijerina, Villarreal.  

Imagino los idílicos sueños de regios clanes de la pujante clase media, cuando el trabajo del señor ingeniero  en Fundidora, Cervecería o Vitro alcanzaba para mantener una familia de seis o siete hijos.

 Imagino a los recién casados en 1951, cuando la casa posiblemente fue su regalo de bodas como entonces se estilaba. Oh feliz pareja regia recién unida en santísimo matrimonio.  

La linda casa de recién casados frente al parque Roma, en algo que todavía eran las afueras de la ciudad, cuando  en el horizonte danzaba algo parecido a un futuro promisorio, a un luminoso mañana. El primogénito no tardó en llegar en los primeros meses de 1952 y así en racimo fueron brotando los bebés, las ilusiones y las malquerencias de la realidad.

Imagino a los muchachos  caminando rumbo al Tec en los años sesenta o setenta, a los orgullosos padres ya adultos  mitigando la vespertina resolana bajo la sombra del árbol de aguacate, el perpetuo oscilar de la mecedora blanca de hierro, las urracas y gorriones anidando en el mismo árbol que pese a todo sigue siendo  verde. Los domingos, en la comida familiar se bebía Joya de manzana o Carta Blanca. Había machacado, cortadillo, asado de puerco y el infaltable arroz rojo. De vez en cuando algún buen corte de carne.

En las habitaciones había crucifijos, vírgenes o algún sagrado corazón, pues los De la Garza, Sepúlveda o Cantú eran católicos practicantes, creyentes en el valor del trabajo y el ahorro.  Sonaba el Ángelus al mediodía y la oración de la noche a las 22:00.

Los años pasaron, los hijos crecieron y vida fingía seguir teniendo algún sentido. Una hija emigró tan lejos como pudo y otros hijos se fueron ahogando en la inclemente altamar de la vida adulta.

De pronto, a finales de los ochenta o principios de los noventa,   esa enfermedad crónico-degenerativa que irrumpió silenciosa tomó por asalto las conversaciones y la agenda cotidiana. Las dolencias se volvieron pan de cada día,  los achaques  ritual de  lo habitual.

Un día de invierno murió la abuela y poco después el abuelo. Hubo pésames, esquela en El Norte, un vestigio de llanto casi espontáneo, pero al final los fallecimientos fueron esencialmente una calamidad burocrática. La casa se quedó sola y el polvo paciente cumplió con ir fundando su imperio mientras los árboles se secaban, las hojas caían y las ratas formaban nidos.

Evoco pasajes de Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez y pienso en la obsesión de la narradora por las casas abandonadas. Así ha de haber sido la casa que se tragó a la manca Adela. Sí, es fácil ceder a la tentación de pensar en fantasmas, en oscurísimos campos energéticos, pero tal vez los únicos demonios en esos recintos  sean las ratas y la polilla.

Paradojas de mi siempre contradictoria ciudad natal. Monterrey, obsesionada por devorar de sí misma cualquier vestigio que huela a vejestorio,  entercada en construir los rascacielos más grandes  y colonizar las montañas más altas edificando  sus fortalezas custodiadas por mil guardias hostiles. Monterrey siempre travestida, adicta a las liposucciones y las cirugías faciales, aferrada a competir sin piedad  hasta cuando duerme.

Pero en el cuerpo de toda urbe habitan otras tantas ciudades (casi) invisibles, como las de Ítalo Calvino. En Monterrey moran ciudades ocultas, disimuladas como imperfecciones cutáneas en un rostro maquillado, cicatrices de ayeres nunca conjurados.

 Cae la noche invernal en las casas abandonadas. Nosotros seguimos caminando. Esa noche despegará nuestro avión y no volveremos en mucho tiempo. Las casas abandonadas seguirán ahí.  Alguien sin duda contará leyendas sobre extraños ruidos en la madrugada, voces pertinaces o siluetas tras las ventanas rotas.

El viento columpia el polvo, las ratas se aparean, las hojas de los árboles caen y se renuevan  y en las casas abandonadas moran los esqueletos que toda familia honorable guarda en su closet, los secretos inconfesables,  los demonios interiores siempre tan pinches tercos.



Sunday, December 11, 2022

Bitácora de un regio Aquelarre

 


¿Qué es lo que más extraño de vivir en Monterrey? Mis Tigres y la escena metalera. Kiss está equivocado. Cuál Detroit ni que nada: la canción se debió llamar “Monterrey Rock City”. Vaya que hay oferta de tocadas metaleras en mi tierra natal. Llegas a la media noche del sábado y Saratoga acaba de tocar con Luzbel en el Café Iguanas. Dos días después Monterrey Metal Fest con recinto a reventar;  el jueves las Iron Maidens y esta noche Exodus, eso en tan solo en la primera semana de diciembre. Hace menos de dos meses otro mega-festival con más de 20 bandas de altísimo nivel, incluido el póker íntegro del thrash germánico.

 Desde octubre, cuando se anunció el Monterrey Metal Fest, y aprovechando que estaba en la feria libresca regia,   compré en la tienda Dark Vision mi boleto impreso para el concierto en el estadio de los Sultanes.  Lo emitía el poco  confiable sistema Fun Ticket, que me dio un burdo y vil papelajo como de rifa escolar. Las semanas transcurrieron  y justo cuando estaba viajando a Monterrey,  tres días antes del aquelarre, los organizadores notificaron como si tal cosa que el mitote se cambiaba del palacio Sultán a la Arena Monterrey. Por lo que respecta a acústica y visibilidad salimos ganando con el cambio, pero el detallito fue que debías canjear tu boleto para adaptarlo al nuevo recinto. El canje de mi ticket me costó una hora y media de fila la mañana del 6 de diciembre. Como si sobrara tiempo en mi existencia para regalarles.

Pasado el mal trago, poco antes de  las cuatro de la tarde agarré monte rumbo a la Arena Monterrey caminando alegremente por todo el Paseo Santa Lucía. No soy precisamente un fan de Stryper y su mojigato mensaje bíblico, pero tampoco me hubiera molestado cantar To hell with the devil. Más allá de su perorata evangélica, son extraordinarios músicos. Pero resulta que el festival empezó con una hora de anticipación y cuando yo llegué Stryper ya había terminado y estaban por salir los polacos blasfemos de Behemot. Empezar más temprano de lo acordado también es impuntualidad.

Con mi boleto de “Cancha-A” en la mano, fui a colarme al mero enfrente del pit. Que no se diga que no hay pluralidad en el mundo metalero. Stryper se despidió cantando una canción en la cual te dice que el Diablo es un embustero y un mentiroso y que el único camino posible es Cristo y luego sale Behemot a decirte como si tal cosa  Ora Pro Nobis Lucifer y Habemus Satanás. Nergal, su líder sobreviviente de la leucemia, es sobre todo y ante todo un performer y sus letras son poesía oscurísima, pura creatividad blasfema y perdónenme ahora a mí  la blasfemia, pero (pa que es más que la pura verdad) su música me preció monótona y repetitiva. Más que rolas me sonaron a himnos de alabanza oscura, lentos, solemnes, grandilocuentes pero sin la garra de Black Metal sucio con esencia thrasher. Discúlpenme la brutal honestidad, pero no alcanzó a prenderme. Con decirles que prefiero al Nergal en su fase de oscuro Johnny Cash con su proyecto Me and That Man.

El Destino Misericordioso

Les confesaré algo: el gancho que me hizo pepenar el boleto y emprender el peregrinaje al festival, fue ver a Mercyful Fate. Para mí ese era el plato fuerte de la noche y para nada me defraudó. Para entonces yo estaba hasta mero enfrente. King Diamond y su horda son esencialmente teatrales. Lo suyo es un ritual, una ceremonia, un verdadero Sabbath. Virtuosos y oscuros. Había visto tres veces antes a King Diamond en concierto, pero una deuda pendiente en mi vida era ver a la leyenda danesa. Mercyful es punto y aparte. Como músicos son pulcritud pura, un delirio sónico. Oscurísimos pero conservando esa esencia progre virtuosa estilo Purple-Zeppelin  de apostar por largas complejidades in crescendo. King Diamond tiene un pacto fáustico y su voz suena impecable. Hank Sherman cabalga el riff y su bellísima bajista es un sueño húmedo. Qué actitud y personalidad de chamaca. Así me imagino al personaje de Patito en La Armada Invencible de Ortuño. Canté a grito pelado Evil, Come to the Sabbath, Dangerous Meeting, Satans Fall y habría podido cantar tres horas más, pero…siempre hay un puto pero y sucede que Mercyful solo tocó seis rolas. Seis portentosas rolas, cuando yo esperaba mínimo diez. Cierto,  dos de ellas son rolas muy largas,  pero carajo, un six pack es una mentada de madre. Me quedaron a deber Melissa, Curse of the Pharohs, Black Funeral, Into the Coven. Mercyful fue como la trufa o el buen vino: poquito porque es bendito (o en este caso maldito). Habría deseado mucho más, pero las seis rolas las disfruté inmensamente.

Las puertas del cementerio

Entre montaje de escenario y prueba de sonido, la espera entre banda y banda era larguísima y tediosa, a mi juicio mucho más extensa de lo habitual.

 Mi segundo gancho de la noche era ver a Pantera. Los había visto en 1997 también en Monterrey, con la alineación original y Anthrax de abridor.  25 años después nos reencontramos en mi Sultana, con los hermanos Abbott muertos y un largo kilometraje a cuestas. Pantera es un perro punch de energía y de inmediato se hace sentir. No se trata de verlos sublimado en medio de un hechizo musical. Cuando suena New Level, Mouth of War o Fucking Hostile no es posible permanecer estático. Si suena Fucking Hostile simplemente no te queda de otra: repartes y recibes chingazos y patadas a diestra y siniestra,  pero a mis 48 abriles la resaca de los putazos cobra una alta factura,  así que cinco rolas después me salí del moshpit y me fui a tomar una chela. Y justo cuando bebía mi regular cervecita (mira que solo vendían desabridas ultras los muy fresas) irrumpió el que parecía ser el momento culminante del concierto: empezó a sonar el intro de Cementery Gates, mi rola icónica de Pantera y yo empecé a ponerme sentimental, preparado para el orgasmo de la noche, el estallido in crescendo y de pronto, justo cuando aguardaba el riff demoledor que rompe la calma,  la rola va mutando a la versión de Planet Caravan de Black Sabbath. Excelente interpretación, con toda la vibra stoner sabbathiana que se carga Pantera, pero me dejaron a medias con el orgasmo sónico y simplemente no volvieron a mi anhelada Cementery Gates. Fue como cuando gritas un gol de Tigres y después el VAR lo anula por off side.

Desde el primer instante con el video del intro, Pantera quiso dejar claro que aquello sería un homenaje a los hermanos Dimebag y Vinie. Parecía que se sentían culpables por tocar o tenían una desesperada necesidad de dejar claro que no querían usurpar la memoria de los fundadores de la banda. Tal vez los puristas dirán que nunca será lo mismo sin ellos, pero una vez más he vuelto a corroborar que Zakk Wylde es un portento de guitarrista. Cuatro veces anteriores lo había escuchado en vivo (dos con Ozzy y dos con Black Label Society) y siempre acabo alucinado. Hoy con Pantera no fue la excepción. Dimebag Darell puede sentirse dignamente homenajeado, lo mismo que Vinie Paul con Charlie Benante que le pegó macizo a la bataca.

Pantera encarna la esencia del Metal más redneck. Apenas los escucho y se me antoja un Jack Daniels. Los años pasan y voy dimensionando con mayor intensidad  el tamaño y trascendencia de su legado. Hoy he llegado a una conclusión: Pantera salvó los años noventa. Mientras el mundo del rock entraba en sus delirios puñeteros de Nirvana y Pearl Glam y Metallica se amariconaba con su álbum negro, Pantera te asestó un soberano chingazo con su vulgar despliegue de poder. Este año, los dos discos que más he escuchado en el carro son Melissa de Mercyful Fate y Vulgar Display of Power de Pantera. De ambos tengo clarísimo el recuerdo en torno al lugar y las circunstancias que me rodeaban la primera vez que los escuché. Ya son soundtrack en mi camino de vida.

Entre el Martillo y el Yunque

 

Voy a confesar algo que suena a sacrilegio: Mi expectativa por ver a Judas Priest no era altísima, o al menos no tan elevada como la de Mercyful y Pantera. Incrédulo de mí, temí que pudieran llegar a decepcionarme y que no estuviera a la altura de conciertos anteriores. Vaya, la gran fortaleza Judas residía en el mejor dúo de guitarras de toda la historia del Heavy Metal: la irrepetible pareja KK Downing-Glen Tipton. La otra parte de la magia de Judas, ni falta hace aclararlo, es la voz de Rob Halford

Este fue mi quinto encuentro en vivo con el Padre Judas (el primero fue también en Monterrey, en 1998, con Ripper Owens de cantante). Junto con Maiden, Motorhead y Sabbath, Judas es una de las bandas de mi vida, pero esta sería la primera vez que los vería sin su pareja de icónicos guitarristas (ya una vez los había visto solo con Glen Tipton). Imaginé a Halford cansado, a los guitarristas limitados a cumplir, pero apenas sonó el intro de The Hellion e irrumpió Electric Eye, se despejaron mis dudas y todo mi ser se puso en modo Judas. En lo más profundo de mis neuronas habitan riffs de esta descomunal banda y es imposible no encenderte y seguir el ritmo de rolas que has escuchado constantemente a lo largo de 35 años. Halford cumplió con la promesa de presentar un setlist poco ordinario. Si bien la apertura fue clásico, irrumpieron rolas no tan convencionales, algunas de las cuales nunca había escuchado en vivo, como Riding in the Wind, Devils Child, Riding in the Wind, Jawbreaker y la inesperadísima Between the Hammer and the Anvil. Eso sí, a estas alturas ya puedo decir que nunca escuché en mi vivo mi rola favorita de Judas, que es Freewheel Burning. Me quedé con las ganas de Sentinel y Hell Patrol y me habría podido ahorrar las predecibles Breaking the Law y Living After Midnight, pero agradecí inmensamente Painkiller. Los agudos de Halford ya no rompen ventanas como en el 84, pero su voz sigue siendo muy potente. Mención aparte merece Ian Hill. Si se hiciera una lista de los personajes más discretos, modestos y de bajo perfil en la historia del Metal, el bajista de Judas sería el líder. Carajo, es el fundador del grupo y es el único integrante que ha estado en cada maldito concierto ofrecido por la banda a lo largo de medio siglo y sin embargo siempre se coloca atrás, como si no quisiera robar cámara. Mis respetos.


 En fin, Judas es Judas y mi conclusión es que ofrecieron un concierto más que digno, con la bandera en alto de los auténticos Metal Gods. Es muy posible que esta haya sido la última vez que los haya visto. El mundo será un lugar más triste cuando no haya Judas, como triste es sin Motorhead y sin DIO. Pasaba de la medianoche en Monterrey cuando emprendí el camino del regreso al hotel, con riffs y batacazos retumbando en mi tejido neuronal, pensando en que esta metalera vida ha valido la pena ser vivida.