¿Qué es lo que más extraño de vivir en Monterrey? Mis Tigres y la escena
metalera. Kiss está equivocado. Cuál Detroit ni que nada: la canción se debió llamar
“Monterrey Rock City”. Vaya que hay oferta de tocadas metaleras en mi tierra
natal. Llegas a la media noche del sábado y Saratoga acaba de tocar con Luzbel
en el Café Iguanas. Dos días después Monterrey Metal Fest con recinto a
reventar; el jueves las Iron Maidens y
esta noche Exodus, eso en tan solo en la primera semana de diciembre. Hace
menos de dos meses otro mega-festival con más de 20 bandas de altísimo nivel,
incluido el póker íntegro del thrash germánico.
Desde octubre, cuando se anunció el
Monterrey Metal Fest, y aprovechando que estaba en la feria libresca regia, compré en
la tienda Dark Vision mi boleto impreso para el concierto en el estadio de los
Sultanes. Lo emitía el poco confiable sistema Fun Ticket, que me dio un burdo
y vil papelajo como de rifa escolar. Las semanas transcurrieron y justo cuando estaba viajando a Monterrey, tres días antes del aquelarre, los
organizadores notificaron como si tal cosa que el mitote se cambiaba del palacio
Sultán a la Arena Monterrey. Por lo que respecta a acústica y visibilidad
salimos ganando con el cambio, pero el detallito fue que debías canjear tu
boleto para adaptarlo al nuevo recinto. El canje de mi ticket me costó una hora
y media de fila la mañana del 6 de diciembre. Como si sobrara tiempo en mi
existencia para regalarles.
Pasado el mal trago, poco antes de las cuatro de la tarde agarré monte rumbo a la
Arena Monterrey caminando alegremente por todo el Paseo Santa Lucía. No soy
precisamente un fan de Stryper y su mojigato mensaje bíblico, pero tampoco me
hubiera molestado cantar To hell with the devil. Más allá de su perorata evangélica,
son extraordinarios músicos. Pero resulta que el festival empezó con una hora
de anticipación y cuando yo llegué Stryper ya había terminado y estaban por
salir los polacos blasfemos de Behemot. Empezar más temprano de lo acordado también
es impuntualidad.
Con mi boleto de “Cancha-A” en la mano, fui a colarme al mero enfrente del
pit. Que no se diga que no hay pluralidad en el mundo metalero. Stryper se
despidió cantando una canción en la cual te dice que el Diablo es un embustero
y un mentiroso y que el único camino posible es Cristo y luego sale Behemot a
decirte como si tal cosa Ora Pro Nobis
Lucifer y Habemus Satanás. Nergal, su líder sobreviviente de la leucemia, es
sobre todo y ante todo un performer y sus letras son poesía oscurísima, pura
creatividad blasfema y perdónenme ahora a mí la blasfemia, pero (pa que es más que la pura
verdad) su música me preció monótona y repetitiva. Más que rolas me sonaron a
himnos de alabanza oscura, lentos, solemnes, grandilocuentes pero sin la garra
de Black Metal sucio con esencia thrasher. Discúlpenme la brutal honestidad,
pero no alcanzó a prenderme. Con decirles que prefiero al Nergal en su fase de oscuro
Johnny Cash con su proyecto Me and That Man.
El Destino Misericordioso
Les confesaré algo: el gancho que me hizo pepenar el boleto y emprender el
peregrinaje al festival, fue ver a Mercyful Fate. Para mí ese era el plato
fuerte de la noche y para nada me defraudó. Para entonces yo estaba hasta mero enfrente.
King Diamond y su horda son esencialmente teatrales. Lo suyo es un ritual, una
ceremonia, un verdadero Sabbath. Virtuosos y oscuros. Había visto tres veces
antes a King Diamond en concierto, pero una deuda pendiente en mi vida era ver
a la leyenda danesa. Mercyful es punto y aparte. Como músicos son pulcritud
pura, un delirio sónico. Oscurísimos pero conservando esa esencia progre
virtuosa estilo Purple-Zeppelin de
apostar por largas complejidades in crescendo. King Diamond tiene un pacto fáustico
y su voz suena impecable. Hank Sherman cabalga el riff y su bellísima bajista
es un sueño húmedo. Qué actitud y personalidad de chamaca. Así me imagino al
personaje de Patito en La Armada Invencible de Ortuño. Canté a grito pelado
Evil, Come to the Sabbath, Dangerous Meeting, Satans Fall y habría podido
cantar tres horas más, pero…siempre hay un puto pero y sucede que Mercyful solo
tocó seis rolas. Seis portentosas rolas, cuando yo esperaba mínimo diez.
Cierto, dos de ellas son rolas muy
largas, pero carajo, un six pack es una
mentada de madre. Me quedaron a deber Melissa, Curse of the Pharohs,
Black Funeral, Into the Coven. Mercyful fue como la trufa o el buen vino: poquito porque es bendito (o en
este caso maldito). Habría deseado mucho más, pero las seis rolas las disfruté
inmensamente.
Las puertas del cementerio
Entre montaje de escenario y prueba de sonido, la espera entre banda y
banda era larguísima y tediosa, a mi juicio mucho más extensa de lo habitual.
Mi segundo gancho de la noche era
ver a Pantera. Los había visto en 1997 también en Monterrey, con la alineación
original y Anthrax de abridor. 25 años después
nos reencontramos en mi Sultana, con los hermanos Abbott muertos y un largo
kilometraje a cuestas. Pantera es un perro punch de energía y de inmediato se
hace sentir. No se trata de verlos sublimado en medio de un hechizo musical.
Cuando suena New Level, Mouth of War o Fucking Hostile no es posible permanecer
estático. Si suena Fucking Hostile simplemente no te queda de otra: repartes y
recibes chingazos y patadas a diestra y siniestra, pero a mis 48 abriles la resaca de los putazos
cobra una alta factura, así que cinco
rolas después me salí del moshpit y me fui a tomar una chela. Y justo cuando
bebía mi regular cervecita (mira que solo vendían desabridas ultras los muy
fresas) irrumpió el que parecía ser el momento culminante del concierto: empezó
a sonar el intro de Cementery Gates, mi rola icónica de Pantera y yo empecé a
ponerme sentimental, preparado para el orgasmo de la noche, el estallido in
crescendo y de pronto, justo cuando aguardaba el riff demoledor que rompe la
calma, la rola va mutando a la versión de
Planet Caravan de Black Sabbath. Excelente interpretación, con toda la vibra
stoner sabbathiana que se carga Pantera, pero me dejaron a medias con el
orgasmo sónico y simplemente no volvieron a mi anhelada Cementery Gates. Fue
como cuando gritas un gol de Tigres y después el VAR lo anula por off side.
Desde el primer instante con el video del intro, Pantera quiso dejar claro
que aquello sería un homenaje a los hermanos Dimebag y Vinie. Parecía que se
sentían culpables por tocar o tenían una desesperada necesidad de dejar claro
que no querían usurpar la memoria de los fundadores de la banda. Tal vez los
puristas dirán que nunca será lo mismo sin ellos, pero una vez más he vuelto a
corroborar que Zakk Wylde es un portento de guitarrista. Cuatro veces
anteriores lo había escuchado en vivo (dos con Ozzy y dos con Black Label
Society) y siempre acabo alucinado. Hoy con Pantera no fue la excepción.
Dimebag Darell puede sentirse dignamente homenajeado, lo mismo que Vinie Paul
con Charlie Benante que le pegó macizo a la bataca.
Pantera encarna la esencia del Metal más redneck. Apenas los escucho y se
me antoja un Jack Daniels. Los años pasan y voy dimensionando con mayor
intensidad el tamaño y trascendencia de
su legado. Hoy he llegado a una conclusión: Pantera salvó los años noventa.
Mientras el mundo del rock entraba en sus delirios puñeteros de Nirvana y Pearl
Glam y Metallica se amariconaba con su álbum negro, Pantera te asestó un soberano
chingazo con su vulgar despliegue de poder. Este año, los dos discos que más he
escuchado en el carro son Melissa de Mercyful Fate y Vulgar Display of Power de
Pantera. De ambos tengo clarísimo el recuerdo en torno al lugar y las
circunstancias que me rodeaban la primera vez que los escuché. Ya son
soundtrack en mi camino de vida.
Entre el Martillo y el Yunque
Voy a confesar algo que suena a sacrilegio: Mi expectativa por ver a Judas
Priest no era altísima, o al menos no tan elevada como la de Mercyful y Pantera.
Incrédulo de mí, temí que pudieran llegar a decepcionarme y que no estuviera a
la altura de conciertos anteriores. Vaya, la gran fortaleza Judas residía en el
mejor dúo de guitarras de toda la historia del Heavy Metal: la irrepetible
pareja KK Downing-Glen Tipton. La otra parte de la magia de Judas, ni falta hace
aclararlo, es la voz de Rob Halford
Este fue mi quinto encuentro en vivo con el Padre Judas (el primero fue también
en Monterrey, en 1998, con Ripper Owens de cantante). Junto con Maiden,
Motorhead y Sabbath, Judas es una de las bandas de mi vida, pero esta sería la
primera vez que los vería sin su pareja de icónicos guitarristas (ya una vez
los había visto solo con Glen Tipton). Imaginé a Halford cansado, a los
guitarristas limitados a cumplir, pero apenas sonó el intro de The Hellion e
irrumpió Electric Eye, se despejaron mis dudas y todo mi ser se puso en modo
Judas. En lo más profundo de mis neuronas habitan riffs de esta descomunal
banda y es imposible no encenderte y seguir el ritmo de rolas que has escuchado
constantemente a lo largo de 35 años. Halford cumplió con la promesa de
presentar un setlist poco ordinario. Si bien la apertura fue clásico,
irrumpieron rolas no tan convencionales, algunas de las cuales nunca había escuchado
en vivo, como Riding in the Wind, Devils Child, Riding in the Wind, Jawbreaker
y la inesperadísima Between the Hammer and the Anvil. Eso sí, a estas alturas
ya puedo decir que nunca escuché en mi vivo mi rola favorita de Judas, que es
Freewheel Burning. Me quedé con las ganas de Sentinel y Hell Patrol y me habría
podido ahorrar las predecibles Breaking the Law y Living After Midnight, pero
agradecí inmensamente Painkiller. Los agudos de Halford ya no rompen ventanas
como en el 84, pero su voz sigue siendo muy potente. Mención aparte merece Ian
Hill. Si se hiciera una lista de los personajes más discretos, modestos y de bajo
perfil en la historia del Metal, el bajista de Judas sería el líder. Carajo, es
el fundador del grupo y es el único integrante que ha estado en cada maldito
concierto ofrecido por la banda a lo largo de medio siglo y sin embargo siempre
se coloca atrás, como si no quisiera robar cámara. Mis respetos.
En fin, Judas es Judas y mi conclusión
es que ofrecieron un concierto más que digno, con la bandera en alto de los
auténticos Metal Gods. Es muy posible que esta haya sido la última vez que los
haya visto. El mundo será un lugar más triste cuando no haya Judas, como triste
es sin Motorhead y sin DIO. Pasaba de la medianoche en Monterrey cuando
emprendí el camino del regreso al hotel, con riffs y batacazos retumbando en mi
tejido neuronal, pensando en que esta metalera vida ha valido la pena ser
vivida.