LOVE & ANARCHY
A las series les suelo
tener mucha menos paciencia que a los libros. A menos de que sea un verdadero
bodrio (que los hay), a un libro fallido
suelo tolerarle unas 80 o 100 páginas antes de resignarme a su fracaso y soltarlo,
pero a una serie mala (y vaya que Netflix y HBO están infestados) no le concedo
más de un capítulo o a lo sumo capítulo y medio. Mi margen de tolerancia a las
series aburridas es mínimo. Hace falta muy poco para que apague la pantalla.
Incluso series que en sus primeras temporadas me volaban la cabeza, las acabé
dejando cuando las últimas temporadas se volvieron mafufas y se le cayeron a
los guionistas (saludos Peaky Blinders y Marginal). Pero a veces la serie más adictiva
es la menos pensada de todas. No soy ni he sido nunca aficionado a las comedias
románticas y sin embargo, la mejor serie que he visto en todo el 2022 es la
sueca Love & Anarchy. En la simplista superficie, es la historia de un cachondo
romance de oficina entre una alta ejecutiva treintañera y casada con un morrito veinteañero milusos. Sí, la enésima
versión pop de una Ana Karenina de la era millenial representada por una pareja
de lo más sui generis. Sin embargo, lo
más fascinante y creativo de Love & Anarchy, es que es la primera serie que
expone con creatividad, malicia y muchísimo sentido del humor la gran crisis
que enfrenta la industria editorial. Al menos yo nunca había visto una historia
en donde se expusiera con tal desparpajo e ironía la zona de turbulencias que enfrenta
el mundo del libro el Siglo XXI. El clandestino romance entre Sophie y Max
ocurre en las oficinas de una editorial en crisis (editorial en crisis ¿es
pleonasmo?). Aparecen entonces mostradas con muchísima creatividad y humor
negro, las paradojas y miserias que debe enfrentar la industria del libro en
estos tiempos donde la “alta literatura culta” es puesta de rodillas e inmolada
en al altar de sacrificios de youtubers e influencers. La obsesión de la
empresa por dar grandes golpes mediáticos, los duelos y pasarelas de egos en
una feria del libro, la ridícula obsesión por lo políticamente correcto y los “editores
de conciencia” que censuran cualquier expresión que pueda ofender por tener algún
tufillo racista o sexista. Incluso Netflix (que produce la serie) se
autoparodia, pues la editorial es comprada por una compañía de streaming que no
tiene puta idea de lo que es la literatura y quiere ganancias rápidas e inmediatas.
Está por supuesto la eterna y descomunal cofradía de escritores rechazados, los
románticos poetas caducos, la absoluta ignorancia de los altos ejecutivos
editoriales, los yuppies nuevos ricos que consideran la cultura algo “cool”, la
falsa espiritualidad y el ridículo mundo del coach y los gurús. Incluso
aparecen en la serie algunos escritores suecos reales (como Jens Lapidus,
creador de la célebre Trilogía Negra de Estocolmo) y hay ácidas burlas a la
modita autoficcional marca Knausgard o la tramas cliché de Camilla Lackberg y el
noir escandinavo post Larsson, pero al mismo tiempo cuestiona el por qué
carajos se considera sublime e inalcanzable a un poeta como Tranströmer. Creo que el mejor
personaje de la serie es Friedrich, el
viejo editor enamorado de las letras clásicas, algo así como el Samuel Riba de
Vila-Matas que se aferra a la trinchera de la pureza literaria en un mundo obsesionado por la
ganancia fácil y la celebridad de
microondas. En fin, si alguna vez te has acercado o has formado parte directa o
indirectamente de la industria libresca,
irremediablemente te verás reflejado. Lo mejor es que nadie se salva. Todos son
parodiados. Y sí, los seres del mundo libresco somos absolutamente parodiables
y risibles en nuestros afanes y alucines. Nos ponemos de pechito para la
carrilla pesada.