Eterno Retorno

Saturday, July 23, 2022

LOVE & ANARCHY

 


A las series les suelo tener mucha menos paciencia que a los libros. A menos de que sea un verdadero bodrio (que los hay),  a un libro fallido suelo tolerarle unas 80 o 100 páginas antes de resignarme a su fracaso y soltarlo, pero a una serie mala (y vaya que Netflix y HBO están infestados) no le concedo más de un capítulo o a lo sumo capítulo y medio. Mi margen de tolerancia a las series aburridas es mínimo. Hace falta muy poco para que apague la pantalla. Incluso series que en sus primeras temporadas me volaban la cabeza, las acabé dejando cuando las últimas temporadas se volvieron mafufas y se le cayeron a los guionistas (saludos Peaky Blinders y Marginal). Pero a veces la serie más adictiva es la menos pensada de todas. No soy ni he sido nunca aficionado a las comedias románticas y sin embargo, la mejor serie que he visto en todo el 2022 es la sueca Love & Anarchy. En la simplista superficie, es la historia de un cachondo romance de oficina entre una alta ejecutiva treintañera y casada con  un morrito veinteañero milusos. Sí, la enésima versión pop de una Ana Karenina de la era millenial representada por una pareja de lo más  sui generis. Sin embargo, lo más fascinante y creativo de Love & Anarchy, es que es la primera serie que expone con creatividad, malicia y muchísimo sentido del humor la gran crisis que enfrenta la industria editorial. Al menos yo nunca había visto una historia en donde se expusiera con tal desparpajo e ironía la zona de turbulencias que enfrenta el mundo del libro el Siglo XXI. El clandestino romance entre Sophie y Max ocurre en las oficinas de una editorial en crisis (editorial en crisis ¿es pleonasmo?). Aparecen entonces mostradas con muchísima creatividad y humor negro, las paradojas y miserias que debe enfrentar la industria del libro en estos tiempos donde la “alta literatura culta” es puesta de rodillas e inmolada en al altar de sacrificios de youtubers e influencers. La obsesión de la empresa por dar grandes golpes mediáticos, los duelos y pasarelas de egos en una feria del libro, la ridícula obsesión por lo políticamente correcto y los “editores de conciencia” que censuran cualquier expresión que pueda ofender por tener algún tufillo racista o sexista. Incluso Netflix (que produce la serie) se autoparodia, pues la editorial es comprada por una compañía de streaming que no tiene puta idea de lo que es la literatura y quiere ganancias rápidas e inmediatas. Está por supuesto la eterna y descomunal cofradía de escritores rechazados, los románticos poetas caducos, la absoluta ignorancia de los altos ejecutivos editoriales, los yuppies nuevos ricos que consideran la cultura algo “cool”, la falsa espiritualidad y el ridículo mundo del coach y los gurús. Incluso aparecen en la serie algunos escritores suecos reales (como Jens Lapidus, creador de la célebre Trilogía Negra de Estocolmo) y hay ácidas burlas a la modita autoficcional marca Knausgard o la tramas cliché de Camilla Lackberg y el noir escandinavo post Larsson, pero al mismo tiempo cuestiona el por qué carajos se considera sublime e inalcanzable a un poeta como Tranströmer.  Creo que el mejor personaje de la serie  es Friedrich, el viejo editor enamorado de las letras clásicas, algo así como el Samuel Riba de Vila-Matas que se aferra a la trinchera de la pureza  literaria en un mundo obsesionado por la ganancia fácil  y la celebridad de microondas. En fin, si alguna vez te has acercado o has formado parte directa o indirectamente  de la industria libresca, irremediablemente te verás reflejado. Lo mejor es que nadie se salva. Todos son parodiados. Y sí, los seres del mundo libresco somos absolutamente parodiables y risibles en nuestros afanes y alucines. Nos ponemos de pechito para la carrilla pesada.

Un Valle de la Muerte poblado por ánimas en pena

 

Cuando en México un crimen se vuelve mediático, la verdad judicial está condenada a priori a  jugar el papel de gran patraña. Entre más se obsesiona el sistema en venderte una versión oficial, ésta se vuelve más rocambolesca e inverosímil. Magnicidios, masacres, crímenes de estado, asesinatos morbosos. Da lo mismo. Cuando un crimen atrae el reflector, su destino irremediable es multiplicarse en mil ficciones. La lista es larga: Álvaro Obregón, Tlatelolco 68, la guerra sucia,  Manuel Buendía, Gato Félix, Colosio, Ruiz Massieu,  Acteal, Paco Stanley, las muertas de Juárez, Paulette, los 43 de Iguala y ahora mi paisana Debanhi. Como si fuera una suerte de designio fatal, en torno a todos estos casos existe  la verdad legal de los tribunales y la verdad no oficial de la calle. En cualquier  historia criminal  mexicana hay una verdad judicial en la que nadie cree y una verdad callejera que te cuentan los taxistas y los cantineros,  esa verdad que todos masticamos  en cafés y barras y siempre  es más creíble que la verdad de la fiscalía. El crimen de alto impacto o el crimen político suelen transformarse en una serpiente bicéfala que arroja una parca verdad oficial estructurada en lenguaje leguleyo y una verdad callejera que a menudo bifurca en infinitas leyendas. Cuando el periodismo topa con la pared de un expediente cerrado,  entonces brota la negra fábula como única ruta de escape. Cierto, la verdad de la calle a menudo acaba coqueteando con lo paranormal o con el Hollywood serie B más chafa. Ya se la saben: historias  de sacrificios satánicos,  snuff movies o  abducciones extraterrestres.  El detalle,   es que fiscalías especializadas, equipos forenses y gobernadores en apuros, a menudo tratan de venderte historias aún más ridículas e inverosímiles (¿se acuerdan de cuando Chapa Bezanilla contrató a una bruja llamada la Paca para dar con los restos del diputado Muñoz Rocha?). También las “verdades” de los siniestros ministerios coquetean con el teatro del absurdo.  Claro,  el  caso de mi paisana Debanhi Escobar es el que parece destinado a batir todos los records. A estas alturas, ya me he hecho a la idea de que la verdad, cualquiera que ésta sea, nunca la sabremos y aún si por casualidad diéramos con ella, siempre la pondremos en duda. Digan lo que digan y demuestren lo que demuestren, nadie lo creerá y si por casualidad dan con el asesino, siempre pensaremos que es un chivo expiatorio. Entre más se aferran las fiscalías en venderte una verdad científicamente sustentada, más se hunden en el lodo. Es una arena movediza de donde brotan mil y un Grémlins. En los infiernos judiciales, la búsqueda de la verdad entra en una suerte de triangulo de las Bermudas, una nebulosa cósmica, un descomunal hoyo negro que todo lo chupa. Mención aparte requieren los caprichos de esa bestia insaciable llamada opinión pública y la imposibilidad de predecir cuál entre mil y un  asesinatos  se volverá mediático. Por cada crimen que atrae reflectores, hay diez mil que yacen en el más absoluto olvido. Por ejemplo, desde que murió Debanhi, el pasado mes abril, varias decenas de mujeres han sido asesinadas en México, pero la mayoría de estos nombres no trascenderán nunca la notita interior de cuatro párrafos y las fiscalías no tendrán que ofrecer explicaciones a nadie porque nadie las exigirá. Sin embargo, siempre hay un crimen que salta a la pasarela de la opinión pública y entre más se aferra un gobernante en aclararlo, minimizarlo o hacerlo olvidar, más profundo se vuelve el abismo y más se hunde su credibilidad en la arena movediza. Pregúntenle a Samuel García. Desde que Debanhi murió los tictocs de Mariana dejaron de ser chistositos y es muy posible que el  fantasma de la chica asesinada  lo persiga a lo largo de todo el sexenio. Por más que intente explicarlo, minimizarlo o borrarlo, Debanhi será un espectro terco que se aparecerá todas las noches. A veces así veo a México, como un Valle de la Muerte poblado por ánimas en pena, zombis  sin descanso cuyos crímenes no resueltos seguirán alimentando mórbidas fantasías e historias inverosímiles.


Tuesday, July 19, 2022

Chingar- das magische Wort.



Cómo le explicas a un alemán los múltiples giros y acepciones de la palabra chingar? Cómo le defines a los ahijados de Goethe y Nietzsche lo que significa parir chayotes? Bueno, en la pequeña y siempre diversa biblioteca del hotel Sian Kaan hemos dado con este libro de slang mexicano para alemanes. El capítulo dedicado a la chingada ocupa casi medio libro. El Cantar de los Nibelungos dice que para Sigfrido, que se sentía muy chingón, fue una chinga chingarse a puros chingadazos al dragón que lo estaba chingando. O se lo chingaba o se lo cargaba la chingada. Ni el Laberinto de la Soledad ha disertado tan profundamente sobre nuestra sacrosanta expresión.