Escribir con café y leer con whisky. Eso es la fórmula del éxito si le quieres entrar de lleno a los quehaceres de la palabrería, el primer mantra de mi manual de pepena y caza para cuentistas rejegos. Pero... qué pasa cuando al tocayito que hace el whisky allá por los rumbos de Tennessee le da por entrarle también a moler café? Bueno, pues ahora resulta que Jack Daniels también hace cafecito. Algo se ha alterado en el orden del universo. Esto es darle alas a los alacranes. Escribir con café que sabe a whisky y leer con whisky que sabe a café. Y bueno, debo admitir que algunas mañanas (muy contadas y especiales) se vale arrojar unas gotas de Bourbon a la taza de café, aunque no se recomienda hacerlo diario. La clave es moler el grano y hervir el agua cuando el primer destello de luz irrumpe por la ventana de la cocina y aún te hablan al oído los fantasmas de la duermevela. Ya con el divino potaje humeando en tu taza favorita, ahora sí tírate a matar sobre la desolada estepa de la hoja en blanco. Algo bueno arrojan esos pequeños rituales. A mí me ha funcionado la receta.
Pd- Del whisky nocturno se hablará más adelante.
Friday, February 07, 2020
Wednesday, February 05, 2020
En tu triste microcosmos, en un radio de poquísimos metros cuadrados, conviven diversas realidades socioeconómicas del México del Siglo XXI. Tu vida no es precisamente el non plus ultra de la realización, pero te basta mirar puertas adentro del supermercado para darte cuenta de que pese a todo puedes celebrar tu libertad. Cierto, como viene-viene careces de garantías y cimientos, pero al menos eres dueño de tu miseria. No llevas uniforme, ni tienes un supervisor, ni debes escuchar por el altavoz la molestosa convocatoria a reportarte en tu puesto de trabajo. No estás afiliado a ningún sistema de seguridad social y por tanto nadie te muerde tus magras ganancias. No tienes descuentos por retardos ni retenciones por Afore y el Servicio de Administración Tributaria, cosa inconcebible en el México actual, aun no tiene el iris de sus ojos y las huellas de tus diez dedos en su siniestra base de datos. Eres, pese a todo, un hombre libre.
Puertas adentro, en el bestial supermercado, hay otras formas de esclavitud. La primera es de lo más evidente, pues todos los esclavos sin excepción llevan una especie de delantal azul que certifica su pertenencia a las fauces de la gran bestia. Sobre ese delantal, a la altura del pecho, se puede leer el nombre del esclavo en cuestión acompañado de un “estoy para servirle” o algún mantra similar. Lo rimbombante del asunto, es que la gran bestia no llama a sus víctimas empleados o encargados. Ante ella, los condenados del delantal azul son sus asociados. Esos pobres galeotes han formado una sociedad con el monstruo. Socios a la fuerza, diría La Polla Records, aunque ni tú, ni ninguno de los asociados ha escuchado nunca rock radical vasco. En sus continuas sesiones de lavado cerebral, los gerentes, subgerentes y jefecillos de área machacan a los esclavos del delantal azul la importancia de ser un asociado, lo cual, les aseguran, es un nivel muy superior al del un simple empleado, aunque salarialmente no haya nada que refleje dicha superioridad. Un asociado, les dicen, tiene una corresponsabilidad y se siente parte integral e insustituible de un gran equipo ganador, con elevadas metas y estándares de competitividad y calidad siempre en ascenso. El supermercado devorador les machaca letanías atiborradas de palabras como liderazgo, superación, eficiencia, servicio al cliente, actitud positiva. Y claro, la empresa es empática, está consciente de que su mayor capital es el capital humano y lo retribuye en consecuencia con generosos premios mensuales de 27 pesos por puntualidad y 21 pesos por buena actitud en el servicio. Además hay promociones e incentivos para hacer carrera en el supermercado. ¿Creen ustedes que el señor subgerente de carnes frías llegó de la noche a la mañana a semejantes alturas? Trabajo, sacrificio, actitud y buena cara es lo que caracteriza a los triunfadores. Cuando un esclavo es requerido en su lugar de trabajo es voceado y los cientos de clientes del supermercado se enteran que el asociado de frutas y verduras o el asociado de lácteos es solicitado en su área con “sentido de urgencia”, pues el cliente espera. Ojo, no dicen urgentemente o presentarse rápido, sino “con sentido de urgencia”. Ignoro cuál sea la justificación lingüística para convertir la urgencia en un sentido. Acaso a los diseñadores de la “filosofía” de la empresa (porque ese monstruo azul dice tener una filosofía) les pareció más elegante decir “con sentido de urgencia” en lugar de decir urgentemente o un más personalizado preséntate en tu área de trabajo.
Monday, February 03, 2020
Pero a mí la Revolución me gana. Es mi vicio más canijo. Podría estar a gusto en mis laureles, durmiendo la mona en la comodidad del artista burgués, pero aquí me tienes bien refundido, porque a la hora de la verdad y los trancazos, en los momentos decisivos de mi vida, he puesto siempre al pincel por debajo de la metralla y me salgo a la calle a hacer la guerra. Esa ha sido mi condena. ¿Saben por qué? Porque el arte y la guerra son el hombre mismo en su manifestación más simple y rotunda. En el arte el hombre se desnuda y se muestra como es. En la guerra igual. En las realidades lucha el hombre, de cara a sus instintos y a sus pasiones, sin nada que los encubra o disimule. La guerra, como la plástica, expresa también de un golpe todo lo que hay de positivo y negativo en la naturaleza humana.