Eterno Retorno

Wednesday, May 22, 2013

La absurda cartografía de Daxdalia

Amber Aravena me ha entregado hace unos días un viejo cuaderno escolar de pastas duras. Un cuaderno barato cuya portada es la foto de un paisaje de montañas y cabañas nevadas por donde camina un hombre vestido de rojo apoyado en unos palos de esquí. Bajo el plástico transparente que sirve de forro al cuaderno, se puede leer en una etiqueta rayada con plumón el nombre de su antiguo propietario y su grado escolar: Guillermo Daniel, Quinto de Primaria, Liceo Anglo Francés. El cuaderno, me explicó Amber, fue encontrado dentro de una vieja casa en Monterrey que hace unos años fue vendida e inmediatamente demolida para construir un hospital. Dicha casa había sido el hogar y la biblioteca de un filósofo. Cada una de sus paredes había estado tapizada por libros. La biblioteca, donde se contaban más de 30 mil títulos de filosofía, fue donada a la Universidad Autónoma de Nuevo León, alma mater del pensador. En el interior de la casa se encontraban aun demasiados objetos que no fueron reclamados por sus antiguos propietarios. Entre ellos estaba aquel cuaderno de primaria que alguien sacó de la basura y que habría pertenecido al nieto del filósofo. Amber Aravena lo recibió por correo dentro de un sobre sin remitente. Acompañando al cuaderno solo aparecía una nota sin firma escrita con pluma azul: Aquí tienes las cartografías absurdas de Daxdalia. El anónimo explicaba la forma en que había rescatado aquel cuaderno de la casa marcada con el número 103 de la colonia Miravalle, ubicada frente a las vías del tren, en la salida de Monterrey a Saltillo. ¿Sería el propio Guillermo Daniel quien hizo llegar el cuaderno hasta la casa de Amber en Los Cabos? No es improbable. Alguna vez, durante una de tantas caminatas por el desierto en Coahuila, Lluvia Salguero me había hablado de origen de Daxdalia como concepto. La palabra, me dijo Lluvia, habría sido inventada por ese niño que creció en la casa-biblioteca de su abuelo filósofo, por cuyo jardín pasaba las tardes corriendo y hablando solo, aunque nadie pudo nunca corroborarlo, pues ni Lluvia ni ninguno de los lunáticos de su cofradía había podido conocer personalmente al supuesto inventor del universo daxdaliano. Daxdalia fue creada por el niño para nombrar y dar forma a su mundo imaginario. En su concepto original Daxdalia era una isla. Con el paso del tiempo, el concepto fue mutando en un ente abstracto donde cabía cualquier mundo o personaje de ficción. El niño que hablaba solo, dibujó en sus cuadernos de primaria los primeros mapas de Daxdalia. Al parecer había una cantidad indeterminada de libretas escolares con los torpes dibujos de las cartografías daxdalianas. Esas historias se contaban siempre de oídas, citando fuentes indirectas en charlas de cantina o madrugadas de insomne. Hasta ahora, el cuaderno del paisaje nevado recibido por Amber es el único vestigio real de aquella leyenda. Al final, Daxdalia fue adoptada como nombre y tal vez como concepto, pero nunca como mitología. Después de todo, cada quien puede imaginar a Daxdalia como quiere y la historia de ese niño delirante que hablaba solo e inventó la palabra para poder nombrar su fantasía, es más bien un juego para esa cofradía de alucinados que se envían sus textos escritos a mano a través del Norte de México. La caligrafía del cuaderno que me entrego Amber es caos puro. Los trazos revelan una desastrosa coordinación motriz. Aunque por la etiqueta y las primeras páginas se puede intuir que el cuaderno fue comprado como material escolar para quinto de primaria (en los tiempos en que su dueño era un niño de aproximadamente diez años) es evidente que en él escribió (de manera interrumpida y con frecuentes lagunas) a lo largo de más de una década. Con el paso del tiempo los garabatos se van haciendo más pequeños e indescifrables, como si la madurez nunca hubiera llegado al niño, cuya caligrafía empeora con la adolescencia. En las primeras páginas se pueden distinguir un par de mapas de Daxdalia con dibujitos de montañas, bosques y castillos. Entre un desparrame anárquico de poemas e historias interrumpidas, Amber y yo encontramos algunos cuentos que hablan sobre el origen de ese mundo imaginario. Si en los primeros cuentos se intuye un universo al estilo Tierra Media de Tolkien, en los relatos de adolescencia Daxdalia se va transformando en una suerte de viaje interior, una alucinación dormida en las cavernas del subconsciente. El cuento que he decidido incluir para cerrar esta antología, lo he sacado de ese cuaderno y se llama Noches sin luna en Drudolph, donde su autor (que supongo es Guillermo Daniel cuando era ya adolescente) habla sobre las ceremonias de una extraña secta de sonámbulos y navegantes oníricos, dedicada a la interpretación de las formas de las nubes. Una secta cuyos integrantes pierden la conciencia de la unicidad del ser y para quienes el instante presente es el sueño de otro, que a su vez es soñado.

Inmerso una parálisis contemplativa, miraba el rojo de las nubes desparramarse sobre el cielo y el mar, fundido con los mantos de los peregrinos y las sombras de las tumbas. Cada sombra se iba desvaneciendo hacia el punto de fuga mientras yo sentía diluirme en la levedad inmaterial y en ese dulce guiño del absurdo que de pronto nos arroja una intuición: todo esto es un sueño. Así me siento desde aquella tarde y desde entonces hay una certeza que no me abandona: tú, al igual que yo, estás soñando este instante, pero no nos basta con despertar. Somos el sueño de otro. Alguien más nos sueña, pero ese alguien ya no despierta. Uno queda bocabajo en el césped; el otro alzando un puño mientras salta. Sus vidas congeladas para siempre en ese instante. Y el noticiero seguirá, brincando de un tema a otro, mientras la imagen en blanco y negro se reconstruye en algunas cabezas y alguien a medias comenta la muerte del viejo, que aguantó fuerte como roble y la vida seguirá, arrastrando en su torrente lo fugaz y lo eterno.