Eterno Retorno

Saturday, January 31, 2015

Dentro de la galería del magnicidio como una de las bellas artes, el regicida ocupa una categoría especial, casi sagrada. El regicida no solamente debe burlar a los guardias reales, sino trascender sus más profundos miedos y tabús. Lo primero que el regicida desafía es el temor de Dios. En la concepción de un súbdito cualquiera en la era del absolutismo, atentar contra un rey significa atentar contra Dios. El poder de los reyes emana del derecho divino por lo que el regicidio bien puede ser equivalente al deicidio. Quien tiene el valor de matar a un rey no solamente se coloca al cuello la soga de la justicia humana, sino que se condena por la eternidad al infierno. Dentro de mi galería de regicidas, ninguno me parece tan triste y desafortunado como Francios Ravaillac, el asesino del rey Enrique IV de Francia. Nacido católico en una región infestada de hugonotes, Ravaillac creció padeciendo la crueldad de las guerras de religión. Al igual que Juana de Arco, Francois pasó su adolescencia inmerso en visiones místicas y demoniacas que lo exhortaban a liberar a Francia de la herejía. Muchas fases de su vida siguen siendo un misterio, pero el primer gran magnicida de la historia francesa llegó a ser un pordiosero en las calles de París. El gran deseo de su vida era poder hablar con el rey para convencerlo de la necesidad de expulsar a los hugonotes, pero la audiencia jamás le fue concedida. En la lógica de Ravaillac, si el monarca no estaba dispuesto a prestarle oídos, entonces era preciso asesinarlo. El pordiosero se las arregló para robar un cuchillo en una posada. El 14 de mayo de 1604 consiguió burlar la vigilancia y subir a la carroza real donde apuñaló a Enrique IV. En sus planes no estaba suicidarse o escapar. El infierno lo aguardaba. El destino de Ravaillac ha sido posiblemente el más cruel y despiadado que haya sufrido un magnicida. Después de soportar interrogatorios en medio torturas, pues nadie en Francia creía en la teoría del asesino solitario, el regicida fue quemado lentamente con hierro ardiente, aunque a la mano que empuñó el cuchillo le fue reservado el azufre. Después de recibir aceite y resina sobre sus heridas, fue encadenado a cuatro caballos que lo desmembraron. En aquella Francia imperial, la muerte de un rey aún equivalía a ofender a Dios. Faltaban todavía 189 años para que en ese mismo país se ejecutara legalmente en la guillotina a un monarca destronado.

Friday, January 30, 2015

¿Cuál es el común denominador de Moisés Sánchez y los 103 colegas reporteros que han sido asesinados en México en los últimos catorce años? Además de la rampante impunidad prevaleciente en la investigación de los crímenes, a estos periodistas los hermana la pobreza y la indefensión. Muchos de ellos se desempeñaban en esa incierta trinchera del periodismo independiente en pequeñas comunidades. Su trabajo afectó los intereses de alcaldes, caciques locales y otros monstruos de nuestro narcofeudalismo. Aquellos que trabajaban para un medio mayor eran soldados de calle, tropa en la línea del frente. Los narcopolíticos saben bien a quién se puede eliminar sin que haya consecuencias. Otro común denominador, es que los gobernadores y procuradores de sus respectivos estados (Veracruz es el campeonísimo) tratan de desacreditar o minimizar su labor y de poner en duda la honorabilidad y pulcritud de sus vidas personales. Sin haber conocido personalmente a ninguno de estos colegas, puedo decirte que imagino perfectamente sus vidas. En México los primeros enemigos de un periodista suelen ser la pobreza y la incertidumbre. Si el reportero trabaja en alguna empresa, lo único seguro es que su sueldo es bajo, al menos considerablemente más bajo que el de un profesionista promedio en su comunidad. La otra certidumbre es que su primer muro de censura lo suelen encontrar en la misma empresa, concretamente en el área de ventas y publicidad o en la agenda de amigos y compromisos del dueño. La regla no escrita, es que aquellos periodistas de reflector que dan la nota en lugar de buscarla, los que pronuncian encendidas declaraciones en pro de la libertad de prensa y el alto a la impunidad, aquellos que van a congresos en Cartagena o Boston y presentan sus libros en la FIL, rara vez están en riesgo. Cada vez pisan menos la calle y cada vez más los foros donde hay aplauso. De la trinchera hace tiempo se han olvidado. Podría mencionar la historia un medio libre y combativo que ha sido un indiscutible caudillo de la libertad de expresión y la independencia editorial. Su legado en la historia del periodismo está fuera de toda duda, pero por favor no preguntes en qué condiciones viven y trabajan sus reporteros. El medio en cuestión ha puesto muchas veces contra la pared al gobierno, mostrando su corrupción y su derroche, pero suponiendo que hubiera una página de transparencia de medios en donde pudieras exigir que te informen sobre ingresos netos por publicidad y en donde se ponga en contraste el nivel y estilo de vida de los directivos frente a las condiciones de supervivencia en que se las deben arreglar los reporteros, nos encontraríamos con desagradables sorpresas. El periodismo en México es una selva abrupta en donde hay mil y un colores que muy a menudo pueden confundirse. Hay unos cuantos rockstars cuyos nombres te son muy familiares (de los cuales el 95% está en la Ciudad de México) y decenas de miles soldados lumpen cuyos nombres solo conocerás cuando un narcopolítico mande matarlos. Dentro de la vastedad de esta selva cabe todo lo imaginable. Hay un sinfín de oportunistas y vividores, sicarios chantajistas que son tan corruptos como los políticos. Podemos también encontrar personajes que parecen salidos de una novela picaresca, auténticos Buscones don Pablos o Lazarillos de Tormes. Hay por desgracia muchísimos (y en todos los niveles) que cometen groseras faltas de ortografía y cuyo manejo del idioma y cultura general son de dar vergüenza. Sin embargo, hay algunos (en realidad bastantes) que practican el periodismo porque tienen sangre de Quijote, por locos, por idealistas o por sentir el indescriptible placer de saber que su nota le atragantó el desayuno a un político de mierda. Por ese raro e inexplicable duendecito interior que te mueve a hacer cosas en apariencia absurdas y que aunque a veces crees estar arando en el mar, siempre llega una tarde cualquiera en que descubres algo, tal vez una mínima cosa imperceptible, que lograste cambiar en tu mundo.

Thursday, January 29, 2015

¿Cómo se llama el limbo donde yacen los sueños apenas intuidos? Sí, posiblemente soñé algo pero el vestigio no pudo arribar siquiera a la mentirosa superficie de la duermevela. ¿Hay un archivo muerto para los sueños olvidados? ¿Un lugar donde se vayan amontonando esas mil y un historias de viajes y derrumbes que acaban en Río San Juan 103? ¿Cómo carajos los invoco? ¿Hay un Google map para el subconsciente? La historia permanece oculta en alguna profundidad. Es una larva, pura y vil fase embrionaria, pero la historia está ahí, sabes que está ahí, como acaso hay esculturas ocultas dentro de la más burda piedra. Habrá también un limbo a donde vayan los pensamientos nunca transformados en narrativa, los relatos que pudieron haber sido. ¿Cómo sacar a la bestia de los abismos? ¿Se le alinean los astros? ¿Se crean las condiciones adecuadas? Por el bulevar de las historias no escritas, tapizado con los pétalos secos de mil mañanas deshojadas. Pecho amarillo me ha dejado plantado y el duende escritural es un calienta huevos.

Sunday, January 25, 2015

En aquel tiempo el territorio de la norteñidad narrativa se llamaba Yoremito. Era la altamar de los noventa, años de Zedillo y el Fobaproa, de grungeros suicidas y narcojuniors de la Hipódromo. Eso que llaman narco-narrativa aún no tomaba forma y a los narradores hispters de La Condesa no les daba por tratar de aprender a hablar como culichis. Daniel Sada ya era Daniel Sada, pero la primera división editorial apenas se estaba enterando que en las páginas del tocayo yacía y yace el mejor ritmo prosístico de México. El asesino solitario de Élmer Mendoza estaba por publicarse y yo había leído Las bicicletas de Toscana y El crimen de la calle Aramberri de Hugo Valdés. Había leído algo de Felipe Montes y Armando Alanís, mucho de Gerardo Ortega y algunos mostrencos párrafos de colegas que publicaban por ahí. El norte era el norte y sin embargo soplaba otro viento. Los norteños de Yoremito tienen poco que ver con los actuales. A veces parece que dos décadas coquetean con la eternidad. En aquella época ancestral yo era un reportero recién ingresado al periódico El Norte con el pelo apenas cortado después de un lustro de greña brava. Acudía al taller de Rafael Ramírez Heredia donde Cristina Rascón y Luis Felipe Lomelí ya hacían de las suyas. Había leído un fanzine de Rafa Saavedra (Centro de la Rabia) y tenía alguna noción de Luis Humberto Crosthwaite, padrino de Yoremito, pero aún no leía a Yépez ni a Javier Fernández. En 1998 empecé a leer La hora del Lobo de Federico Campbell en revista Milenio y descubrí Todo lo de las focas y Tijuanenses. Aquella norteñidad olía distinto. Lejos estaba aún el boom de Coahuila y el uso de Ciudad Juárez como trade mark. La blogósfera y Nortec estaban a punto de irrumpir, pero en 96-98 aún vivíamos en otro mundo. Publicar significaba necesariamente tinta y papel. No había barbones con lentes y camisa de cuadros ni se ponía de moda ese tonito irónico tan machacado. Hace unos días releí Banquete de Pordioseros de Roberto Castillo. Creo que si una herencia ha dejado Yoremito es él. Morros y no tan morros de muy diversas trincheras culturales reconocen en Roberto una suerte de inspirador, padrino, mentor o coach. Leo el banquete pordioseril y aquello me sabe Playas de Tijuana. Me sabe a caguamas del medio día que aún no debían competir con cerveza artesanal, a discos compactos que aún eran objeto del deseo, a dudas y expectativas por el cambio de milenio que se avecinaba. Me sabe a un mundo que se aleja. Extraño esa forma de norteñidad.