Eterno Retorno

Friday, July 23, 2021

La escritura poseía el deleite de lo furtivo, la emoción de la escapatoria.

 


Hace algunos ayeres, cuando no tenía tiempo ni dinero, Ánimas escribía por escribir aún a sabiendas de que nadie jamás lo leería. Las historias emergían de la nada, le bailoteaban un tiempo en la cabeza  y un día cualquiera las derramaba en un papel o en algún archivo de Word. Su vida diaria no tenía minutos sobrantes, pero Ánimas siempre encontraba el instante para entregarse a su fuga escritural. El mundo real era tan denso, tan absorbente y castrante, que la escritura poseía el deleite de lo furtivo, la emoción de la escapatoria. Escribir era evadirse de lo indeseable, robarle minutos a la tiranía del trabajo serio e ir a  buscar esa idílica vida que yacía siempre en otra parte. Si alguien le hubiera dicho a Ánimas que en algún momento de su vida adulta el gobierno le pagaría por escribir,  a él le habría parecido un sueño guajiro. El monto de su beca del sistema nacional de creadores doblaba el que por más de una década fue su sueldo de sufrido reportero , la bicoca semanal que recibía por arriesgar la vida ejerciendo el periodismo en una ciudad hostil y  partirse el lomo y las neuronas empujando la piedra de Sísifo por una ladera infestada de nopales y escorpiones. Hoy, que podía pasar semanas sin moverse de casa y consagrar las horas de su día a escribir literatura, simplemente no escribía La literatura se había vuelto una tarea y se valía de los más ridículos pretextos y distracciones para evadirla.

Wednesday, July 21, 2021

En fin, es un vicio confeso leer a Álvaro Uribe

 


No recuerdo a algún colega que se haya referido alguna vez a Álvaro Uribe como su autor de culto o su principal influencia a la hora de escribir. El homónimo del odiado ex presidente colombiano es de muy bajo perfil mediático y está lejos de ser el clásico ajonjolí de todos los moles feriales o el omnipresente novelista de moda que te recibe en la mesa principal de Gandhi y perora sobre cualquier tren del mame. Sin embargo,  Álvaro Uribe es de los poquísimos autores mexicanos contemporáneos de los que nunca he leído un libro mediocre o prescindible. De muy escasos narradores puedo decir que me he leído ocho libros y todos sin excepción  me han gustado. A Uribe lo descubrí allá por 2001 en una antología de raritos y excéntricos llamada Paisajes del Limbo, en donde aparecen, entre otros, Francisco Tario, Jesús Gardea, Guadalupe  Dueñas, Arqueles Vela y mi tocayo Daniel Sada. Después leí la novela Por su nombre durante un viaje a Cuba y me encantó, así que me seguí con La lotería de San Jorge,  Expediente del atentado, Morir más de una vez, Leo a Biorges y de ahí pal real. Ahora estoy leyendo su última novela llamada Los que no y la estoy disfrutando en serio. La inconfundible marca de Uribe es la pulcritud de la prosa - limpiecita, matemática, trazada con compás- y el tono oscilante entre la elegante ironía y el discurso filosófico. Es una suerte de relojero suizo de las palabras, un sastre obsesivo tejiendo cada botón con concentración absoluta. Si solo me concentrara en su biografía y no en su obra, Uribe podría aparentar ser de esos autores culturosos que a priori me resultan chocantes o pedantescos. Ya saben, el típico autor demasiado libresco y educado que odiaría Kiko Amat, pero la realidad es que Uribe tiene más fuelle y malicia que muchos de quienes quieren navegar con bandera de callejeros, oscuros o malandros. Tal vez por la naturaleza de los personajes la  última novela tiene un tono o un humor más juanvilloresco. Claro los escenarios no cambian mucho respecto a anteriores entregas: mexicanos en París a finales de los setenta, servicio exterior, la UNAM, accidentes carreteros, giros improbables. El tema de la última novela es algo a lo que yo he dado muchas vueltas: aquellos amigos o colegas que en la juventud consideraba absolutamente geniales y destinados a la grandeza y que por alguna jugarreta de la aleatoriedad o el destino acabaron por naufragar o malograrse.  En fin, es un vicio confeso leer a Álvaro Uribe. No lo conozco personalmente y jamás me lo he topado en alguna feria o encuentro. No suelo mencionarlo mucho que digamos y sin embargo debo admitir que es uno de mis autores mexicanos favoritos.



Tuesday, July 20, 2021

Cero tolerancia a los anti vacunas

 




Me he resignado a lo infructuoso de intentar convencer a un fanático de lo erróneo de sus filias y fobias. De nada valen razonamientos o demostraciones,  pues las mentes cerradas suelen ser como piedras sordas.

En este mundo nuestro tan polarizado en donde cada quien defiende con uñas y dientes su trinchera de creencias y prejuicios, es cosa inútil tratar de hacer cambiar a alguien. Al final del camino optamos por llevar la fiesta en paz y respetar las creencias de los demás pues nosotros queremos que respeten las nuestras. El respeto y la tolerancia es lo deseable cuando hablamos de convicciones políticas o religiosas pero topan  con pared cuando la ciencia va a de por medio. Si yo no creo en ningún dios y no voy a misa es algo que no afecta en absoluto a mi vecino. Tampoco les perjudica que yo no piense votar en la ridícula consulta popular del 1 de agosto, pues no me quiero prestar al juego circense de un populista. Hasta ahí llevamos la fiesta en paz. Lo que sí hace una enorme diferencia en la vida del prójimo,  es si yo creo o no en las vacunas o en las medidas preventivas y de sana distancia para evitar que la variante Delta del Covid se siga propagando.  Si la gente quiere creer que la ciencia es una gran estafa o un maquiavélico plan del neoliberalismo universal para robarnos identidades, allá ellos, pero entre que son peras o son manzanas, tu obligación es ponerte la vacuna, creas o no creas en ella. ¿No te la quieres poner? Muy bien, entonces atente a las consecuencias. Yo estoy totalmente de acuerdo con las medidas implementadas en Francia por Emmanuel Macron. El país galo exigirá el certificado de vacunación a quienes quieran usar el transporte público o ingresar a bares o centros comerciales. Si no les gusta, siempre quedará la opción de quedarse en casa. En las puertas de los supermercados he visto a mucha gente hacer corajes porque no los dejan entrar sin cubrebocas. Podrán hacer el berrinche que quieran y perorar misa pero la realidad es que la prohibición de entrar con el rostro descubierto a comercios o lugares cerrados está marcando diferencias. Lo mismo debe aplicar en México para la vacuna. Si tú crees que ser vacunado forma parte de una gran estafa patrocinada por Bill Gates y bla, bla, bla, vale, cada quien puede hacer de su cabeza un papalote, pero por favor no anden exigiendo trato igualitario. La tan cacareada inmunidad de rebaño no la vamos a conseguir hasta que una respetable cantidad de mexicanos estemos vacunados. La humanidad le debe demasiado a la ciencia, mucho más que a los políticos, los caudillos militares o los artistas. Los científicos han salvado millones de vidas con sus descubrimientos. De no ser por la ciencia, hoy estaríamos viendo morir a la tercera parte de la población de un hemisferio como ocurrió con la peste negra del Siglo XIV. Gracias a la ciencia podemos hacer frente a esta pandemia sin estar viviendo un holocausto de proporciones apocalípticas. Solo la gente mentecata e idiotizada puede descreer de las vacunas. De acuerdo, uno en su fuero interno  es libre de creer en duendes o alienígenas, pero no puede andar por la vida contagiando gente o propagando un virus solo porque se opone a la ciencia. En estos momentos no se puede ser tolerante con el oscurantismo.

 

Monday, July 19, 2021

una famélica figura asexuada con un tapabocas manchado de sangre

 


Una hora antes del amanecer todos sus flagelos internos parecen aferrados a desgarrar cualquier vestigio de paz en el fluir de su pensamiento, pues lo que fluye son monstruosidades e inmundicias: el perro destripado, un payasito sin piernas intentando hacer malabares con pelotas desde una silla de ruedas, una mujer arrastrando un pie de elefante y una famélica figura asexuada con un tapabocas manchado de sangre. Después la iglesia, las manos húmedas dándole la paz, los besos babosos de las señoras, los brazos posados sobre sus hombros a la hora del selfie. Sólo Arnauda  - su más fiel escolta, escudero y confidente multiusos- pudo leer en su rostro el arribo de la taquicardia, el mareo reflejado en repentina palidez y la inminencia de alguna catástrofe que bien podría ser el desmayo o un ataque de pánico. Con la dosis exacta de firmeza y discreción, Arnauda se las arregló para sacarlo de la iglesia por una pequeña puerta ubicada en la parte trasera del altar y conducirlo hasta el carro ya encendido. El “gracias Arnauda” pronunciado por Livio fue casi un grito de liberación y alivio. Su salida había sido lo suficientemente discreta como para no atraer demasiadas miradas, pero no lo privaría de la nueva andanada de rumores que de mil bocas brotarían como gusanos  a la salida de la parroquia.