Lo
que nos emocionó en la adolescencia o en la temprana juventud se queda a vivir
a perpetuidad con nosotros. Eso me sucede con la literatura, la música o
el futbol. Por ejemplo, ningún mundial será tan intenso en mis recuerdos
como el del 86, por más juegazos que vea actualmente y siento nostalgia por
jugadores de Tigres que se fueron sin pena ni gloria en los tardíos 80 solo
porque los vi jugar de cerca. He oído y sigo oyendo miles de discos y
descubriendo música nueva todos los días, pero mis álbumes favoritos siempre
serán los que Iron Maiden, Judas Priest y Motorhead grabaron en la década de
los 80. Con la literatura sucede lo mismo. Hay abrevaderos eternos a los que
uno vuelve una y otra vez a beber. Jorge Luis Borges es uno de ellos.
Siempre lo estoy releyendo y siempre me parece que lo estoy leyendo por primera
vez. Vuelvo a José Revueltas, vuelvo a José Agustín y me emociono. Muy a menudo
cedo a la tentación (muy propia de la madurez) de creer que los mejores libros
que me tocaba leer en la vida ya los leí, que ya no hay nada nuevo bajo el sol,
que en el futuro solo habrá redundancias y pan con lo mismo, pero por fortuna
mi capacidad de emocionarme y sorprenderme con lo nuevo no se ha perdido.
Siempre que me toca ser jurado de algún concurso o impartir un taller encuentro
alguien joven capaz de sorprenderme y volarme la cabeza. Siempre hay un joven
con un as bajo la manga. Por ejemplo, Hiram Ruvalcaba es uno de los mejores
cuentistas no solo de su generación, sino de todo el país contando cualquier generación
y Laura Sofía Rivero es una de las mejores ensayistas que he leído en años sin
importar la edad. Recién leí a Aura García Junco y me sorprendió muy
gratamente. En Fonca me tocó ser tutor de una joven nacida en Uzbekistán pero
radicada en México llamada Alina Dadaeva que me sorprendió con un descomunal
ensayo sobre Dostoievski. Pero al mismo tiempo descubro o redescubro viejos que
no estaban en mi radar. Nunca me había clavado en Muerte sin fin de
José Gorostiza y es alucinante. Por ejemplo, ahora mismo estoy leyendo una
novela llamada 1793 del autor sueco Niklas Natt Och Dag y te
juro que es lo más oscuro y denso que he leído en años. Un thriller ambientado
en el Estocolmo del Siglo XVIII me está envolviendo en el horror, el gore y la
oscuridad ontológica que no me ha trasmitido ninguna narconovela
latinoamericana. También la novedad es que ahora leo también en Kindle y mi
biblioteca digital crece todos los días
Ayer
justamente leí un twit de Federico Guzmán Rubio que dice: Los géneros,
discursos y soportes a través de los cuales se expresa la literatura, cuando ya
han dicho lo que tenían que decir, van desapareciendo. Pero para entonces la
literatura ya está en otra parte. La literatura nunca muere; mueren las formas
que le dan vida, pero no ella. Coincido con Federico. A final la
literatura tiene vida propia.