Cuando Ximena Xicoira despierta, inmensa en la densidad de una hostil duermevela tras una noche de alcohol abundante y orgasmos rejegos, su pareja, Edurne Mariño, yace bocabajo sobre un charco de vómito. Por su ausencia han brillado las pesadillas premonitorias o la intuición de que algo podía no andar bien con su novia, pues a las cuatro de la mañana, tras varias fumadas de hash, dos rivotriles y una buena fila de copas de su propio vino, Ximena cayó en un estado de noqueo absoluto. Su última imagen es un cielo desparramado de estrellas envolviendo la burbuja transparente que tienen por habitación. Después de todo ese es el mayor atractivo del hotel boutique, la posibilidad de sentirse durmiendo a cielo abierto en medio del valle vinícola y alucinar en grande con las constelaciones.
Cuando por fin abre los ojos, buscando desesperadamente un trago de agua que conjure la cruel sequedad de su lengua, repara en que Edurne no está a su lado en la cama, lo cual en un principio no le sorprende. Después de todo, su chica es afecta a las caminatas matutinas e inmersa todavía en el jetlag y en el horario europeo, es posible que no haya podido conciliar el sueño. Al alcance de la mano en el buró tiene el frasco de aspirinas y un vaso con agua ya medio vacío. Lo bebé y ruega por una o dos horas más de modorra sabiendo que eso no va a suceder. El alcohol en abundancia conjura el sueño y los orgasmos y la peor noticia, es que una peda con el Carmenere que lleva su apellido pega como patada de mula al día siguiente. Dicen que los buenos vinos se revelan como tales en la ausencia de cruda, pero esta mañana Ximena siente su cabeza como ladrillo y la boca como una duna de arena.
Wednesday, August 21, 2019
Tuesday, August 20, 2019
Toda biblioteca es una divina utopía, una ciudad de iglús en medio del desierto, los surcos trazados por un arado en el mar. A estas alturas de la vida queda claro que la biblioteca no tiene un fin práctico o utilitario; es tan solo el síntoma o la consecuencia de una malsana adicción, la huella de un perene desbarrancadero. Cada libro es una promesa de escape, un postergado sueño de fuga. De pronto tengo plena y fatal conciencia de que en mi librero hay cientos o acaso miles de ejemplares que jamás leeré y que sin embargo permanecerán al acecho, como velas bajo la lluvia iluminando la fallida ruta hacia un umbral que tal vez ya ni siquiera me será dado cruzar. La memoria del placer es el derrumbe y la perdición del hedonista. Ocurre como a los drogadictos, movidos por la reminiscente huella de endorfinas en ebullición. Una vez que te has transformado en un tecato de la lectura ya no tendrás escapatoria. Buscarás siempre un nuevo libro porque algún reducto subconsciente se aferra a creer que la epifanía aún no ha llegado, que la catarsis bibliófila aún está por llegar, aunque el cable a tierra te haga ver que los mejores libros de tu vida ya los leíste, que los viajes al país de las maravillas ya fueron emprendidos.