Fue en aquel entonces cuando ocurrió mi acto más trascendente y digno de ser recordado en más de 30 años de carrera periodística: el momento en que me senté frente a mi máquina para transcribir la noticia del asesinato de John F. Kennedy. Cuando se habla de anécdotas para contarle a los nietos esa sin duda la única que puedo narrarles con alguna pizca de orgullo. Claro, lo único que hice fue transcribir y ordenar, pues los cables llegaban como chorizos, sin párrafos, acentos o signos de puntuación. Yo era un copista, no un redactor y sin embargo a la fecha guardo en mi cajón el ejemplar de aquel 23 de noviembre de 1963 con la noticia que yo recibí y teclee.
“Los periodistas escribimos la Historia, así con mayúsculas, y por eso los periodistas somos y hacemos Historia”, me dijo Pepe Undiano, el veterano reportero que tenía el privilegio de cubrir al presidente Adolfo López Mateos y cuyas notas, por ende, iban siempre en la portada. El problema es que la Historia ocurría siempre muy lejos de aquí. En México ya no había Historia. Se había acabado con la Revolución. A falta de Historia nos quedaban tan solo los siempre eternos discursos del presidente en turno que Undiano se encargaba de transcribir. Acaso las últimas cosas importantes que se publicaron en los periódicos mexicanos fueron el asesinato de Obregón o la expropiación petrolera, porque con el Escuadrón 201 nunca pasó un carajo y de la guerra cristera nadie quiso hablar. La única gran foto de nuestros tiempos fue la del Ángel de la Independencia derrumbado por el terremoto. Lo demás era paja y más paja y por eso las únicas secciones que leía la gente eran la deportiva y la policiaca pues al menos ahí había goles y crímenes distintos cada fin de semana para entretener a nuestros lectores. De hecho, la verdadera gallina de los huevos de oro del conglomerado periodístico donde trabajaba era un tabloide deportivo que tiraba millones de ejemplares en todo el país y otro tabloide policiaco adornado siempre con fotografías espeluznantes de accidentes viales y crímenes pasionales. Yo trabajaba en el periódico serio de la empresa, el formal, el que casi nadie leía y cuya portada era invariablemente alguna frase rimbombante del presidente o del candidato oficial.
Saturday, April 19, 2014
Lo que faltaba: estás a punto de buscar poesía y heroísmo en las condiciones adversas de tu escritura. Existe un patético romanticismo alrededor del escritor que trabaja en condiciones hostiles. Lo de la vieja y oxidada máquina de escribir de donde emerge la inmortal novela es el non plus ultra de lo trillado y pese a todo sigue seduciendo. Por supuesto, no falta la historia del sublime poema en una servilleta; del ensayo filosófico garabateado con lápiz en un cuaderno escolar cuadriculado; de la luz del día que se extingue en un humilde hogar sin electricidad; de la vela que se derrite con un cuento a la mitad. Yéndonos al extremo, siempre estará la imagen del reo que usa su sangre como tinta para escribir en los muros de su prisión. Y sin embargo, tu anacrónica y jodida lap top - una agónica bestezuela siempre a punto de su último estertor- es una digna pieza en el museo de la escritura hostil. Es posiblemente la lap top más barata que se podía encontrar en el mercado durante la primavera del 2010. Es una Eee PC que te regalaron en una campaña política en donde naufragaste como redactor de discursos. Antes de cumplir su primer año dejó de funcionarle la batería. Para encenderla necesariamente debe estar conectada. Poco después su cargador se trozó y necesitabas una especie de corto circuito o una atípica alineación energética para poder echarla a andar. El dorso de la pantalla está roto y cada cierto tiempo su pantalla colapsa y deja frente a tus ojos las rayas grises de una vieja tele mal sintonizada. Para darle un toque personal, las has adornado con calcomanías de Iron Maiden - un collage entre la faraónica sepultura del Powerslave de donde emerge el Eddie futurista de Somewhere in Time. Completa la escena una carcomida imagen de Eddie jugando con muñequitas rusas y una calca amarilla del Borussia Dortmund. Junto al teclado hay dos pequeñas calcas de AC/DC y Black Label Society. Por supuesto el teclado no tiene Ñ y cada que deseas escribir una entonces recurres a la palabra “pequeno” para que el corredor automático anote “pequeño” y así tener una ñ a tu disposición. Si sumaras comunicados, reportes, mensajes, cartas, posts de blog y Facebook y desparramaderos literarios diversos, debes haber tecleado en esta ruina más de dos millones de palabras. Carajo, de esta cosa han salido cuatro libros publicados y aguardan tres entes que podrían ser consideradas publicables, por no hablar de las mil y un cosas que jamás verán la luz. Además, cuando escribes en otras máquinas sientes que las ideas no fluyen, que tu mente es un pozo seco, que cada frase está condenada al naufragio. Vuelves a tu Moleskine de pobre, donde cada párrafo amenaza siempre con ser el último y a menudo corres apuestas contigo mismo pensando en cuándo acontecerá su canto de cisne. Al menos por hoy pareces haber terminado esta página absurda.
Friday, April 18, 2014
La noticia de la muerte del Gabo me encontró escribiendo (que es por ley de probabilidad como debe encontrarme cada acontecimiento que suceda en esta primavera en la que me he puesto a desparramar palabras en serio). Dado que no tenía abierto FB ni ningún periódico en línea, la noticia me llegó por un correo de la Fundación Nuevo Periodismo. Escribía sobre un científico ensenadense especializado en nanotecnología y de pronto, al ser arrancado de mi concentración y checar las páginas de El País y Reforma sentí una hueva insoportable por lo que vendría.
PD-Interrumpo la escritura de este texto porque en este preciso instante me acabo de enterar de la muerte de Gabriel García Márquez. Ignoro si entre los recursos y licencias del periodismo narrativo se conceda al reportero la posibilidad de contar en tiempo real lo que acontece en el mundo mientras desparrama los párrafos de una crónica-perfil que se ha comprometido a entregar antes del lunes. Si no se concede, entonces podemos omitir este paréntesis, pero intuyo que de haber futuro, acaso muchos años después, frente a un vaso de whisky, recordaré la nublada tarde de abril en que la muerte del Gabo me sorprendió escribiendo sobre nanotecnología y periodismo científico)