El prosista más endiabladamente pulcro y educado que le quedaba a la literatura mexicana
El prosista más endiabladamente pulcro y educado que le quedaba a la literatura mexicana ha dicho adiós este día. ¿Dimensionamos acaso el tamaño del vacío que deja? Para que se den una idea, si hubiera sido músico de rock (y por cierto lo fue en una breve etapa de su vida) habría sido el equivalente a un Rush, un King Crimson o un Dream Theatre. Cuando se lee una prosa semejante, sólo cabe imaginar que en Álvaro Uribe hay una suerte de relojero suizo de las palabras, un sastre obsesivo que se encarga de tejer con pulcritud cada letra como si fueran los mínimos engranes de un TAG Heuer. Álvaro Uribe es de los poquísimos autores mexicanos contemporáneos de los que nunca he leído un libro mediocre o prescindible. De muy escasos narradores puedo decir que me he leído nueve libros y todos sin excepción me han parecido sólidos. Descubrí a Uribe en una antología de excéntricos titulada Paisajes del limbo, compilada por Mario González Suárez, en donde me topé con dos cuentos de engranaje perfecto. Después, durante un viaje a La Habana en 2002, leí la novela titulada Por su nombre y sólo pude admitir que me aterró esa vocación de matemático de la lengua.
Para cuando leí La lotería de San Jorge, llegué a
sospechar que este hombre construye sus párrafos con ecuaciones algebraicas.
Disfruté muchísimo su colección de ensayos Leo a Biorges, sobre todo el texto
dedicado al acto de rebelión que significa ser un peatón en una ciudad como
México. La figura del flâneur, término francés para designar al caminante
compulsivo y vagabundo que deambula sin rumbo fijo, es quizá uno de los más
acabados ejemplos de desafío y subversión en una sociedad gobernada por la
inclemente tiranía de las prisas y el automóvil. El flâneur se adueña de las
calles y del tiempo y Uribe fue uno de ellos.
Hace poco, mi colega paraguayo Sebastián Ocampos me pidió
que escribiera para Revista Y una reseña sobre la mejor novela leída durante el
2021 y yo no tuve duda alguna: reseñé Los que no de Álvaro Uribe. Una novela
dedicada “A los que no llegaron, aunque no sea posible decir exactamente
adónde. Los que no alcanzaron la plenitud que prometían. Los que no”.
Personajes que en la frontera entre la adolescencia y los veintitantos
asombraban por su chispa e ingenio, que pintaban para dejar huella y trascender
y que de pronto, en la zona de turbulencias de los treinta, en la etapa que
Conrad llama la línea de sombra, extraviaron el rumbo y se desbarrancaron.
Conozco a tantos.
Es uno de mis autores mexicanos de cabecera y sin embargo
nunca lo conocí personalmente y no lo vi ni siquiera de lejos, pero tengo la
sospecha de que lo voy a estar releyendo siempre.