Que diez años no es nada
26 de diciembre 2002. Un día cualquiera de invierno, con la redacción poblada de fantasmas y la crudita postnavideña danzando en la cabeza se me ocurrió empezar un blog. No sabía muy bien de qué se trataba el asunto y ni siquiera había tenido tiempo de leer otras bitácoras en la red. Me tiré a matar como el Borras, desparramando un cuento cachondo llamado Ipanema cumple años y alguna meditación sobre la otredad y la sensación de sentirse extranjero en todas partes. Empecé a liberar palabras e hice de aquello una auténtica cuna de porquería, rica en errores de dedo y palaras mochas. Leo lo escrito en los tiempos prehistóricos de mi blog y reparo en su absoluto desaliño. Con todo, antes de acabar con la cuesta de enero de 2003, me había transformado en un poseso de mi blog.
Esto escribí el 29 de enero de 2003: Es un hecho, voy a ir a blogadictos anónimos y si no lo hay, lo fundaré. Cuando una adicción te empieza a provocar que mandes al carajo los deberes por los cuales te pagan, entonces las cosas son graves. Ni con el alcohol me ha sucedido esto. El blog me agarró y ya no me suelta. Enero ha sido por mucho uno de los meses periodísticamente más improductivos de mi vi-da Si ustedes notan que en Frontera la firma de Daniel Salinas aparece cada vez menos en la primera plana, échenle la culpa al blog. Por lo demás quisiera mandar al carajo el periodismo por un buen rato. Ver si lo extraño, si llego a necesitar de él o si tan solo fue una falsa ilusión.
En fin. En esta cuna de porquería yace la historia de mi vida. En esta cuna de porquería yacen afirmaciones contundentes y algunos “de esta agua no beberé” que ahora, ahogado en estos mares de incertidumbre, suenan a palabras tragadas con la sal de la contradicción. He desparramado cuanto pensamiento prófugo se me ha atravesado y hasta ahora no me ha dado por arrepentirme de algo. En este blog me he jugado entero… qué le voy a hacer.