Eterno Retorno

Friday, January 18, 2019

Voraz, omnívoro y catastrófico

Me gusta ser un lector omnívoro y asumir que en cuestión de letras soy como un tlacuache, un animal capaz de comer vorazmente carne, frutos, huevos o basura. Puedo alternar con éxito la lectura de un entremés de Cervantes, un poema de Pizarnik o cuento de Rubem Fonseca o Daniel Sada, con los irreverentes desvaríos de un millenial veinteañero que será olvidado el mes entrante. En mi dieta bibliófila hay clásicos y best sellers; autores jóvenes y viejos; vivos y muertos; pulcros y escatológicos; malabaristas prosísticos y desparramadores de palabrería; poetas y periodistas; académicos y fabuladores; sabihondos de Facebook y anacoretas enclaustrados. No suelo hacerle ascos a nada y eso llega a ser un problema, pues sucede que además de omnívoro me he vuelto terriblemente disperso, por no decir catastrófico. Aquí un resumen de las lecturas cruzadas al azar en esta lluviosa mañana de enero: leo en el ensayo Los libros secretos de Jacobo Siruela sobre un extraño volumen llamado L’ architecture naturelle escrito por un tal Petrus Talemarianus en donde se habla de números cabalísticos y de la regla aurea según los principios del tantrismo, taoísmo y pitagorismo. El número es la esencia verdadera y oculta tras la apariencia de todas las cosas naturales que pueblan el espacio, sostienen los pitagóricos. El concepto me interesa, pero para entonces me he distraído, pues las redes sociales ya me están bombardeando con furiosos debates en torno al huachicoleo y la Cartilla moral de Alfonso Reyes. Leo la entrevista que Diego Osorno hace a un ex sicario transformado en huachicolero y un antiguo texto de Guillermo Scheridan en torno a la devoción del Peje por la Cartilla moral reyista. Leo en La virgen cabeza de Gabriela Cabezón Cámara sobre el estado bioplasmático de la materia y los experimentos del ruso Kirlian, capaz de captar los halos de luz del aura en una fotografía (aunque lo extraño es que la lectura en cuestión, muy recomendable por cierto, es una novela desarrollada en entornos barriales marginales que baila con el lenguaje y las imágenes). Después mi hijo Iker me hace alguna pregunta sobre el dios Tláloc y la providencial lluvia que lo liberó de ir a la escuela esta mañana, y entonces voy en busca de viejísimo libro sobre deidades prehispánicas de México que hace más de una década no tomo en mis manos, y me encuentro con el Quetzalcóatl que se muerde la cola, símbolo del principio y el fin en perfecta conjunción que me remite a la serpiente representante del Mito del Eterno Retorno. Me entretengo leyendo sobre dioses bicéfalos y mundos duales y me entero que Netflix estrenará una serie sobre reporteros tijuanenses dirigida por Carlos Rincones, aunque en teoría debo dejar todo eso y apurarme a completar los perfiles biográficos de unos empresarios bajacalifornianos y a ordenar en prosa legible varias horas de charla grabada en torno los cuartos de guerra digitales en la política actual. Pronto serán las doce del mediodía (hora del Ángelus), una intensa luz invernal ha derrotado a la lluvia, yo he bebido el enésimo café del día y aunque estoy a punto de ceder a la tentación de jugar una solitaria reta en mi futbolito de madera, el demonio capataz de las tareas me dice que es tiempo de ponerme a trabajar y reparo en que de no ser por esta compulsiva columna, lo leído esta mañana se habría embarcado sin remedio en la nave del olvido.

Tuesday, January 15, 2019

Hay ejemplares de colección Panorama que compraba en Soriana por 659 viejos pesos (y ahora reparo que en Gigante valían lo mismo) impresos en 1983. Los cimientos de mis humildes conocimientos sobre historia de México parten de ahí. Hay cyborgs rebeldes embadurnados de inteligencia artificial capaces de desafiar la autoridad de sus creadores; hay un mundo futuro o presente donde la mayoría de los seres humanos nos volvemos prescindibles (¿acaso algún día fuimos necesarios?); hay un editor chilango que parió un libro de oportunidad sobre las fake news; un volumen de cuentos de Liliana Heker y algunos engendros de Páginas de Espuma que prometen hacerle al cuento con gracia y malicia. Hay un gurú, versión deslactosada y sin peyote de Carlos Castaneda; un vaquero rudo y anti ñoño adorado por los bad hombres del ñoñoir (Jim Thompson se llama); hay un cómic de Borges y unos carísimos desvaríos oníricos de Catarescu en Impedimenta; un anagramoso con delirios autoficcionales que le entra a la matazón de apaches como el Hilario pero sin la gracia del Hilario; hay perdurables pasajeros compilados por Thays en plan déjame que te cuente limeña antes de que Lima nos comiera el mandado cevichero y un Finnegans Wake que promete malabar y lenguaraz divertimento. Hay un lego fungiendo como portaplumas y una antiquísima versión infantil de las Lusiadas de Camoes donde Vasco da Gama parece hablarse de tú con los dioses griegos y en donde el Vicariato Capitular de la Diócesis de Barcelona (Nihil Obstat El Censor Franc. de P. Rivas y Servet) dijo imprímase en Barcelona el 21 de octubre de 1914. Un librito de 104 años pepenado como si tal cosa en el Pasaje Rodríguez a cien morlacos. Hay, hay, ay,ayyyyyyy…un desparramadero encabronado redublinado aferrado al naufragio y al no hacer y chorromil cuentos alguna vez empezados con pasaje abierto a los balnearios del limbo donde vacaciona una horda zombi de embriones nonatos.

Monday, January 14, 2019

Infernal era el estruendo como densa la sombra proyectada por ese dirigible espía sobrevolando Río San Juan, un blanquísimo Zeppelin prófugo de Camp Pendelton con sus barras y sus estrella que yo alcanzaba a fotografiar, pues mi iPhone no suele rajarse en los territorios de lo onírico, y como pistola lo sacaba a la altura del sauce alegre. Una, dos, tres fotos de la aeronave volando bajo por el jardín hasta el momento de su aterrizaje forzoso entre el cuarto de servicio y la perene sombre del aguante. Fotos y más fotos, antes de ofrecer mi infructuosa ayuda para la tripulante encamillada, negra capitana que sufre de mareos y el horror por el olvido del derrumbe onírico de antenoche, el chillido del gato en brama, la luz de enero irrumpiendo como furtivo cazador por la ventana.