Eterno Retorno

Friday, May 22, 2009

Cuatro caminos tijuaneros
(Odiando a Dios en Tijuana)


Toda esperanza es, por definición, inocente, el non plus ultra de lo iluso. Decir inocente esperanza es caer en un pleonasmo. Pues bien, voy a contar la triste y absurda historia de esa pendejísima esperanza que te trajo hasta Tijuana.

Tú naciste en algún lugar del Centro o Sur de la República ¿Cuál? No se; Zacatecas, Nayarit, Michoacán, qué importa. Naciste en un lugar llamado miseria y su ubicación es lo de menos. Después de todo, al llegar a Tijuana, aunque vengas de Sonora, siempre vendrás del Sur.

Tu inocente esperanza nació por culpa de ese incierto y mitológico compadre emigrado a tijuaneras tierras que todo árbol genealógico mexicano debe presumir. Puede ser un compadre, o un primo, o un conocido de tu cuñado. Lo importante es que a ese lejano pariente le ha ido bien. ¿Qué es bien? De entrada, tiene carro, máximo símbolo nacional de triunfo y estatus. Tiene tele, antena de Sky y gana una lana (hasta dicen que gana en dólares el condenado). Te dicen que Tijuana es aquí, pero es como estar allá. Se parece al otro lado y mucha gente habla el inglés. Te imaginas el día en que regresarás a tu pueblo arriba de tu trocota, con placa de California y unas bocinas para escuchar corridos toda la noche.

(Si hubieras leído uno de tantos estudios del Colegio de la Frontera Norte, te habrías enterado que bajo los criterios de la Secretaría de Desarrollo Social, en Tijuana no existe oficialmente la pobreza extrema, pues aunque vivas en el borde de un cerro que se desgaja con cada mínima lluvia, en una vivienda de llantas, lámina y cartón, lo más posible es que tengas televisión y hasta tu antenota de Sky colgada con diablitos y aunque sobrevivas con menos de un salario mínimo al mes, es posible que tengas un carrito chocolate que te costó 300 dólares. Pero tú no leíste el estudio del Colef y no te culpo por ello. Yo tampoco lo leí, como tampoco lo leyeron los compañeros, ni los amigos del académico que lo escribió, luego de diez años de arduos estudios pagados por Conacyt. Vaya, con decirte que la abuelita del académico sólo alcanzó a leer el abstract antes de quedarse profundamente dormida.)

En fin, la tentación es muy grande y un día cualquiera abandonas el ejido San Fortunato de las Miserias y emprendes tu camino rumbo al sueño tijuano.

Aquí tu historia puede bifurcar en mil caminos de vida (que no son como imaginabas)
Voy a permitirme andar contigo cuatro de esas posibles veredas tijuaneras. ¿Me acompañan?

Camino Uno: El esclavo

Lo primero que ves al llegar a Tijuana (pues llegaste por el Este y no por Playas) son los cerros como polvorones y el amontonar de casas sobre llantas y chatarra. También te sorprenden las calles atestadas y los trailers que parecen inmóviles.
Has llegado a tu nuevo hogar, ahí cerca de un lugar que le dicen el Mariano; lámina, cartón, piedra, llantas y zacate quemado, cerro calvo, roñoso, repleto de viviendas que un día brotaron como chancros.
Has llegado a una maquiladora. Tus patrones son de Corea o de Taiwán o de un pinche lugar de esos donde hay amarillos con ojos rasgados. Pagan 700 pesos a la semana, con un premio de puntualidad de 23.50 pesos al mes y un bono por buena actitud de servicio de 19.60. Intuyes que con eso no te alcanzará para tu trocota del año, pero agarrar jale está fácil. Dicen que te entrevistan y hasta pasas con una psicóloga, pero pura madre, ya estás adentro nada más con haberte acercado. Ni la secundaria te piden, saben que así de rápido te vas y te dicen que no hay problema, mañana empiezas, ¿mañana?, Sí, mañana y a lo mejor no llegas a pasado, aquí nadie dura, ni la mano de obra, ni su fruto. Salen las teles, los radios, los muebles, la ropa, salen por miles en trailers y se van, quién sabe a dónde, y después vuelves a verlas rematadas en algún mercado de segunda o hasta en los basureros. Con la mano de obra sucede lo mismo. También son muchas manos, también sobran y están en barata aunque duran menos que los aparatos. Pero no importa, nada se pierde, nunca van a faltar, van a desfilar por aquí, venidas de quién sabe dónde y se van a ir y sí, también los vas a ver luego echados en un basurero, no van a salvarse, de eso no hay duda, aunque a lo mejor alguno llega a ser gobernador. Aquí arriban muchas esperanzas y se acaban por disolver, aquí todo es efímero, desechable y lo peor es que no se recicla, ni siquiera se biodegrada, se queda ahí, contaminando la tierra, chupando sangre como una garrapata, negándose a dejar de existir, depredando cuanto se mueve a su alrededor. Una mañana cualquiera, la maquiladora donde trabajas emigra a Oriente como una golondrina. Dicen que la gripa de los marranos asustó a los chinitos, que la inseguridad los tenía espantados, que ya les habían secuestrado dos gerentes y que la mano de obra mexicana, con sus 700 pesos semanales, les parece muy cara.

Camino Dos: El pollo

Tal vez no necesito aclarar lo que se da por supuesto: Soñaste, alucinaste y te masturbaste una y mil veces pensando en ir a ese mítico paraíso llamado “el otro lado”. Viste la bardota, los migras, el omnipresente helicóptero volando como abejorro y ahí, a lo lejos, la bandera de barras y estrellas. Soñaste con dólares fáciles, un par de güerotas y claro, tu trocota del año. Pero los polleros son cada vez más caros. Por una visa láser robada donde se ve una cara que más o menos se parece a ti, te cobran mil 200 dólares. Dos mil por pasarte por la garita, escondido abajo del asiento de una troca. Ni pensarlo. Lo único que te alcanza es cruzar por el poblado de La Rumorosa en Tecate o por el desierto en Mexicali, con un pollero que al final te abandonó. No vamos a hacer de tu martirio un poema épico. Creo que no necesito aclarar que no pasaste. Los motivos pudieron ser diversos: te mordió una víbora, te deshidrataste, te agarró la migra. Pasaste a ser estadística. “5 mil muertes ha costado la Operación Guardián ¿Cuántos más?” grita Claudia Smith en una manifestación. Los políticos declararán que con Obama ahora sí se concretará el acuerdo migratorio, que se tratará a los migrantes mexicanos con toda dignidad, porque ellos hacen trabajos que “ni los negros quieren hacer”. Pero no te aflijas; tu historia servirá de pretexto a un grupo de artistas conceptúales y contracoolturales que se inspiran en los migrantes para montar sus exposiciones. A lo mejor una fotógrafa alternativa o un videoasta bien alucinado (que por supuesto es homosexual) usan la imagen de tu cadáver para hacer un collage artístico sobre el calvario de los migrantes en la frontera. El collage, que formará parte de una exposición mamona tipo Tercera Nación, será llevado a Madrid en donde la fotógrafa y el videoasta (¿qué chingados es eso?) se emborracharán en Lavapíes o Malasaña, mientras dicen que vivir en Tijuana es como vivir en el Berlín de la Guerra Fría o la Franja de Gaza y se ufanan de que la existencia en esta ciudad es “taaan contracooltural”.


Camino Tres: El encobijado

Decir “te jaló la maña”, es darte mucha importancia. Por supuesto te soñaste como todo un capo, con bota de avestruz y cuerno con cachas de oro, pero de mandadero nunca pasaste. Tu compadre o el tipo aquel que conociste en la barra de La Tropa Bar en la Coahuila, te dijo que te tenía un jale, de a 300 dólares semanales, con pura raza pesada y tú (ni falta que hace aclararlo) de volada aceptaste y ya hasta te imaginabas cantando tu propio corrido compuesto por Explosión Norteña en un restaurante de mariscos. Tu jale fue de recadero, de oreja, rondando los alrededores de la tiendita, llevando y trayendo globitos de cryko en tu bicicleta, avisando cuando se veía una patrulla desconocida en los alrededores. Si te portabas bien, chance y hasta te ponían de cuidador en una casa de seguridad. Pero tu jale duró poco. El moche con la Municipal no llegó completo una semana y dos días después el Ejército reventó la tiendita. El golpe fue presumido por el grupo de coordinación: “Fue desactivado un nido de narcotraficantes que envenenaban a la juventud con la nociva droga conocida como crystal”. Te salvaste de la detención, pero no de la furia de tus patrones. Hacía falta buscar chivos expiatorios, señalar al que puso el dedo o al que se le durmió el gallo y no avisó a tiempo sobre la presencia de los soldados y por supuesto, agarraron al más pendejo. No tuviste derecho a morir con tiros de cuerno de chivo, como los grandes capos. Es más, ni una pinche bala quisieron gastar en ti. Te mataron a batazos o asfixiándote con una bolsa. Te envolvieron en una cobija y te tiraron allá por el Bulevar 2000. Nadie te compuso un corrido. El reportero de guardia de un pasquín policiaco ni siquiera se molestó en ir a tomar la foto de tu cadáver. Ya iban seis muertos en el día y uno más le daba harta hueva. Al final te dedicó dos párrafos en la página ocho: “El cadáver de un individuo del sexo masculino de aspecto antisocial de entre 25 y 30 años de edad, apareció envuelto en una cobija en un terreno baldío de la delegación La Presa. El cuerpo, aún no identificado, presentaba evidentes huellas de tortura”. Un día después, el Procurador declaró que “según las últimas investigaciones del ministerio público, en los últimos días ha estado muriendo mucha gente que no se había muerto antes”.


Historia Cuatro: El tecato

Te ofrecieron chiva y te gustó. En tu pueblo ya le ponías seguido a la mota y nomás llegando a Tijuana te diste tu primer focazo de cryko. Pero la chiva, te dijeron, es otra cosa. La aguja estaba oxidada y adentro de la jeringa parecía que había agua con lodo, pero… ay qué chingón te ponía. Al rato andabas picándote en los camellones de la Avenida Internacional y cuando sentías venir el malillón, te ibas a robar cable de teléfono o tapas de alcantarilla. Diste dos tres cristalazos a los carros y hasta te atrevías a bajar a morros y viejitos. La Municipal te agarraba cada tercer día y te mandaban a la estancia luego de darte una buena putiza. Ahí en los separos te agarraba la malilla e irremediablemente te zurrabas. Al final te liberaban para no seguir aguantando la pestilencia y tú, ni tardo ni perezoso, te ibas a robar para conseguir los 40 pesos de la próxima cura. Dos o tres veces entraste a centros de rehabilitación y te volviste cristiano, pero la chiva te excitaba más que la palabra de Dios. Un día te picaste una artería, se te engangrenó la pierna y te la tuvieron que mochar. Claro, también dicen que te atropellaron en la Avenida Internacional cuando huías de una patrulla. La cuestión es que acabaste con muletas, pidiendo limosna, pues ya no podías robar. Lo de ser minusválido y hablar de Cristo te ayudó a despertar cierta compasión. Te veo pidiendo caridad en las cercanías de la Línea y sólo puedo concluir que al final, sigues teniendo esperanzas. De hecho, tienes una esperanza muy firme, muy concreta y nada más te importa en la vida: conseguir los 40 pesos para pagar tu próxima cura de heroína. Que nadie diga que eres un hombre que no sabe lo que quiere en la vida.


Epílogo: El más iluso de todos


Todos llegan a Tijuana con sus alforjas atiborradas de esperanzas. El problema es que algunas esperanzas son más ilusas que otras. Si eres esclavo de maquila, pollo deportado, malandro barato o tecato, no tienes por qué afligirte, pues siempre hay historias peores que la tuya. Hay quien llegó aquí con la esperanza de fundar un gran periódico que sería punto de referencia nacional, que sería algo así como el New York Times o el Le Monde de la frontera, que practicaría un periodismo de profundidad, sin compromisos, con énfasis en la investigación y la buena crónica. Tarde comprendió (o acaso jamás quiso entenderlo) que el periodismo es tan o más sucio que la peor politiquería, que todo medio de comunicación (y el suyo tiene mención honorífica) es ante todo un gran prostíbulo de la información y que casi todos sus colegas, algunos más, algunos menos, son rameras del poder. Sí, él ya sabe todo eso. La vida ha tratado de hacerlo comprender a chingazos y ¿sabes qué es lo peor de todo? Que este tipo es un iluso incurable, un inocente consumado, pues aún alberga esperanzas, no sabe exactamente en qué, pero tiene esperanzas y hasta disfruta la existencia, sonríe, la pasa bien, se levanta alegre cada mañana y si le preguntas, te dirá que la vida valió la pena ser vivida. Y para colmo, está enamorado de esta ciudad que considera suya.

Una nueva etapa tras casi una década con Pasos de Gutenberg


BIBLIOTECA DE BABEL

México acribillado
Francisco Martín Moreno
Alfaguara

Por Daniel Salinas Basave

México huele a pólvora, a cartucho percutido, a sangre seca, pero sobre todo, huele a traición. En los libros de Francisco Martín Moreno no hay héroes, pero sí villanos, muchísimos villanos. No hay causas ni ideales patrióticos, sólo ambición e intereses. Por desgracia, en los libros de Moreno hay mucha más realidad que ficción y sus perversos personajes no son entes ficticios, sino los “paladines” que forjaron la historia de México, aquellos a los que les sobran monumentos, calles y hasta letras de oro en Congreso. La obra de Moreno expone con crudeza y desparpajo la historia nacional. Las traiciones, la adicción al poder, los intereses económicos debajo de supuestas ideologías, son la constante de sus novelas. Las fanfarrias y loas de historiadores oficiales y libros de texto quedan sepultadas por la vileza humana y las miserias ontológicas de la política.
México Negro fue la primera obra de Francisco Martín Moreno que cayó en mis manos, allá por 1987. En ella, el entonces novel autor nos narraba una historia de la Revolución Mexicana en la que el gran movimiento de masas aparecía como una conspiración fraguada por los grandes capitales petroleros de Estados Unidos. La Revolución no buscaba tierra, libertad, justicia social y democracia, sino pozos petroleros y contratos ventajosos para las multinacionales. Sí, la Revolución Mexicana apestaba a gasolina en el libro de Moreno.
Han pasado 22 años y ahora cae en mis manos México Acribillado la última creación de Francisco Martín, en donde el eje central es el asesinato de Álvaro Obregón en 1928. Ojo, estamos ante una novela histórica con elementos ficticios y no ante un riguroso trabajo de historiografía, pero la verdad es que no se puede echar a saco roto la teoría expuesta en la obra, según la cual, el fanático católico José de León Toral, no fue el único asesino del general Obregón. Cierto, las teorías de segundos y terceros tiradores son compañeras inseparables de los magnicidios. Desde Kennedy hasta Colosio, siempre han sido populares las versiones de balas disparadas en dirección opuesta. Ni Oswald ni Aburto fueron asesinos solitarios según los amantes del complot.
Pues bien, ahora Martín Moreno le echa limón en la llaga abierta del último gran magnicidio de la Revolución Mexicana o el primero del México contemporáneo. Mal que bien, Obregón y Calles son los fundadores de la revolución institucionalizada, los padrinos del sistema político que gobernó a México hasta el año 2000 y que tiene altas posibilidades de volver a gobernarlo en 2012. El asesinato del “Manco de Celaya” cometida en el restaurante La Bombilla el 17 de julio de 1928, fue el hecho que desencadenó el maximato y la formación del Partido Nacional Revolucionario, futuro PRI, en 1929. Vaya, no es exagerado afirmar que este magnicidio es el acto fundacional del México priista.
La historia oficial dice que José de León Toral, un caricaturista católico con delirios místicos, fue el asesino de Obregón, inspirado por su mentora, la Madre Conchita. En México Acribillado León Toral no es el único tirador y la conspiración cristera no es la única que planea la muerte de Obregón. Sí, la curia católica tenía motivos de sobra para querer matar al Manco, pero también su paisano sonorense Plutarco Elías Calles y el “Gordo” Luis N. Morones, fundador del sindicalismo carril mexicano. El asesinato de Álvaro Obregón es el resultado de una compleja trama de conspiraciones y una que otra casualidad.
Cierto, el crimen de La Bombilla es el tema central del libro, pero a través de sus más de 500 páginas el lector de México Acribillado se sumergirá en las profundidades de la nación posrevolucionaria de los años veinte, en el origen del conflicto religioso que dio lugar al estallido de la Guerra Cristera y la creación de los grandes sindicatos monopólicos. También desfilan personajes fascinantes como ese obispo maquiavélico Orozco y Jiménez apodado El Chamula o la siniestra Madre Conchita. Cierto, hay partes de novela en donde el narrador en primera persona nos cuenta aspectos de su vida personal y amorosa, a mi juicio absolutamente prescindibles, pero la realidad es que el libro de Moreno se lee con sed y agilidad. Actualmente, en las listas de la Librería Gandhi, México Acribillado aparece en quinto lugar de ventas. Los cuatro primeros sitios los ocupa una famosa serie estadounidense de vampiros adolescentes. Luego entonces, se puede afirmar que México Acribillado es el libro mexicano más popular del momento y la historia, por desgracia, no suele ser popular. Algo tendrá la pólvora conspiratoria de Moreno que jamás se quema ni se moja.

Thursday, May 21, 2009

El Conejito está ahí. Se mueve muchísimo y hasta parece posar para la pantalla en el ultrasonido. Ahí está su cabecita, sus piernas, sus manos. Por momentos crees que es sólo un sentimiento que habita en nuestros corazones pero él está ahí y su presencia es real, absolutamente real. Al verlo y sentirlo, mi alma vuela muy alto, como nunca antes había volado. A veces me parece un camino tan largo el que falta para su nacimiento, un camino plagado de peligros y adversidades. También me aterra el mundo al que llegará cuando deje ese paraíso uterino. Pero él está ahí y al verlo caigo en la cuenta que lo que más deseo en este mundo, la flama misma de mi existencia, es verlo nacer.

Curiosidades de mi librero (desvaríos y sinrazones a los que me ha llevado la contemplación de mi biblioteca)


Finalmente, tras diez años de matrimonio, mi biblioteca está formalmente acomodada en un espacio concebido a priori para ello. Esta circunstancia influye en mi estado de ánimo y en mi adicción bibliófila. Durante los años en que el caos fue amo y señor de esa habitación destinada a los libros, el tamaño de mi biblioteca fue tan incierto como el número de asistentes a una manifestación. Había tres libreros de diferente tamaño y estilo, algunas cajas de cartón y varios cerros de ejemplares prófugos amontonados sobre muebles improbables. Ello me hacía creer que sería sólo cuestión de acomodarlos para acabar para siempre con mis problemas de sobrepoblación libresca. Pero ahora, al ver todos mis libros acomodados y medianamente clasificados, empiezo a sufrir angustias de espacio. En mi adolescencia y juventud debí poner límites a mi compulsiva compra de libros por razones económicas y esa necesidad me llevó a perfeccionar mi técnica hasta convertirme en un experto ladrón de libros. Hoy en día, limito mi adquisición de libros por la simple y sencilla razón de que ya no me caben. El gran librero que mandamos hacer, mismo que gira como escuadra sobre la habitación, resultó ser insuficiente. Tuve que colocar libros atrás de libros y traerme unos 60 ejemplares no muy apreciados al escritorio de la oficina. Hace algunos años, el escritor tijuanense Luís Humberto Crosthwhite convocó a una limpieza de su librero. El autor de Estrella de la Calle Sexta, se deshizo de más de un centenar de ejemplares que ya no cabían en su biblioteca. Aquella vez Luís Humberto tuvo la amabilidad de invitarme a que agarrara lo que quisiera y yo, como lobo en medio de rebaño, di rienda suelta a mi adicción, llevando más de 30 libros, algunos de ellos realmente buenos (Morcillo agarró otros tantos). En aquel entonces, consideraba yo imposible que alguien se deshiciera de un libro, pero a estas alturas de la vida, creo que estoy a punto de seguir los pasos de Crosthwhite. Mi biblioteca no es ni del 5% del tamaño de la de mi Abuelo, pero nuestra casa es un espacio finito y dentro de pocos meses tendrá un habitante más que requerirá espacio para su ropita y sus juguetes.

Recorro la Feria del Libro y simplemente no compro nada ¿Por qué? Porque cada ejemplar que me atrae con mediano interés lo acabo viendo como un objeto, un pedazo de materia que ocupará un espacio no disponible y que por lo mismo acabará por amontonarse.

Pero al mismo tiempo, debo admitir que traigo algo dormida la libido literaria. A menudo soy un comprador compulsivo de libros y siento deseos de leer casi todo, pero ahora, al recorrer la Feria del Libro, descubro que casi ningún libro llama mi atención. Será el tener plena conciencia de que ya no me caben, o el saber que tengo una larga lista de ejemplares no leídos o bien, el hecho, inocultable, de que la Feria ofrece muy pocas sorpresas. Los empleados me preguntan qué busco y yo les digo que en realidad no se. De entrada, yo no busco los libros, ellos me encuentran a mí. Cuando voy a una librería, nunca pregunto a un empleado por un libro. Es un ritual inalterable. Yo me pierdo entre los libreros y dejo que el libro ejerza su magia y me llame. Hoy en la Feria del Libro ningún libro me encontró ni saltó en mi camino. Cuando me preguntan lo que busco, les respondo honestamente que no tengo idea. ¿Qué me gusta? Les podría decir que narrativa, crónica, historia y dejarlo en un ambiguo “de todo”.

Soy de Borges (y de muchos más)

A menudo me preguntan ¿Cuál es tu escritor favorito? Pues mire usted, la verdad es que no lo se. Cuando entremos a los terrenos de mis otras adicciones, la respuesta es muy fácil. Vaya, en futbol me queda claro que soy de Tigres y en música simplemente respondo que Metal, así, en general, aunque si me piden que sea más específico, les digo que Iron Maiden. Pero en literatura…carajo, me la ponen difícil y la verdad es que he tenido que responder muchas veces esa pregunta: ¿Cuál es mi escritor favorito? Mmmm….pues te podría decir que Cervantes y Poe y si me hubieras preguntado a los 10 años te habría dicho que Emilio Salgari y a los 17 mi respuesta hubiera sido Hermann Hesse y a los 21 Milán Kundera. Te diría que un par de libros o más concretamente un libro de Ernesto Sábato me marcó profundamente y te diría que hay libros simplotes que he leído un montón de veces y ejemplares de culto que he despreciado. En los últimos siete años he padecido una adicción incurable a Paul Auster y me confieso un vicioso de los thrillers de Henning Mankell, aunque cada cierto tiempo regreso al Fausto de Goethe y a raíz de un artículo encontrado en La Aventura de la Historia, empecé a releer Amadís de Gaula. Si me preguntan cuál es mi cuento favorito, es muy posible que responda que Dios en la Tierra de José Revueltas o acaso La Máscara de la Muerte Roja de Poe o La isla al mediodía de Cortázar. Pero reportero como soy, se que quien pregunta suele exigir respuestas concretas, cosas específicas y no ambiguas divagaciones y es por ello que cuando me preguntan por mi escritor favorito, lo simplifico en Borges. ¿Es Jorge Luís mi non plus ultra, el Zeus de mi gusto literario? No lo se. Releo compulsivamente sus cuentos, principalmente el Aleph y Ficciones, le guardo una fidelidad obsesiva, sin importar que odiara el futbol y considerara al periodismo una actividad banal y lo ubico, tal vez, como el más universal de los escritores. ¿Soy de Borges? Sí, pero en gustos literarios soy terriblemente promiscuo. Si bien creo que en futbol debe haber una estricta monogamia, en esto de los gustos literarios me asumo como un tipo bastante indefinido.

¿Cuál es mi escritor favorito? Insisto, no lo se. Sin embargo, podemos pedir auxilio a los fríos números, a las estadísticas que nunca mienten, al cruel inventario material que reflejará algunas sorpresas, no siempre gratas.

La pregunta es entonces: ¿Cuáles son los escritores más repetidos en mi librero? No esperes nombres underground, contraculturales o malditos.

No he hecho aún un inventario con números exactos, pero haré una lista aleatoria de aquellos autores de los que poseo por lo menos diez libros diferentes.


Jorge Luís Borges (obvio)
Agustín Basave (No tengo ni la tercera parte de la gran obra de mi Abuelo, pero al menos he logrado reunir los títulos más representativos)
Carlos Fuentes (pésele a quien le pese señores de Replicante, es y sigue siendo el Master de la Novela en México)
Rafael Ramírez Heredia (mi maestro)
Paul Auster (adicción de Siglo XXI que se ha multiplicado en los últimos siete años)
Mario Vargas Llosa (mi neoliberal favorito)
Ernesto Sábato (Sobre héroes y tumbas marcó mi vida para siempre)
Mario Bellatín (Unas de cal y varias de arena. El único neo narrador anti novela tradicional que ocupa un lugar importante en mi librero)
Henning Mankell (placer policial ordinario, only entretainment, con una gran novela existencialista)
Milán Kundera (pasión juvenil no superada)
José Agustín (otra pasión adolescente que logró amontonar una buena dosis de ejemplares)


Calidad y no cantidad

Hay grandes escritores, algunos grandísimos que no entran en la lista de los diez ejemplares o más, por la simple y sencilla razón de que su obra no fue tan vasta o no son tan fáciles de conseguir en México.

Aquí van los ejemplos más contundentes:

Juan Rulfo. Tengo sus obras completas: El llano en llamas y Pedro Páramo.
Miguel de Cervantes. Poseo El Quijote en dos ediciones distintas y Novelas Ejemplares.
Edgar Allan Poe. Tengo tres ediciones de Historias Extraordinarias, una ilustrada de El Cuervo y las Aventuras de Gordon Pym.
León Tolstoi. Poseo La Guerra y la Paz, Ana Karenina, La muerte de Iván Ilich y algunos cuentos.
Nicolás Gogol. Poseo Almas Muertas y Cuentos completos.
Dante. Un par de ediciones de la Divina Comedia, una de ellas ilustrada y la otra bastante antigua y una edición de Vida Nueva.
Gerardo Ortega Ortega. Poseo “De Lúnes a Diciembre”, “Calendario Poético UANL 1994 y Después del Eclipse”. Confío en que pronto entrará al Club del Diez.
Tomás Eloy Martínez. Este es uno de mis non plus ultra, uno de mis masters, pero de él sólo poseo ocho libros distintos y jamás he visto otro más. El que vea, sin duda lo compro.
Horacio Castellanos Moya. Este salvadoreño jamás me ha decepcionado y los cinco libros suyos que he encontrado en TusQuets los he comprado.


Libros huérfanos

Hay casos raros y atípicos de autores de los que sólo poseo o sólo he leído un libro, pero que ha sido suficiente para marcarme y romperme la madre. Algunos son elementos extraños de los que jamás he vuelto a ver un ejemplar ni he vuelto a tener noticia de ellos.

Reconstrucción, Antonio Orejudo. Un librazo de aquellos. Nada sabía ni he vuelto a saber de este autor español, pero esta novela sobre Münster, la contrarreforma, Servet y la sangre derramada por los conflictos religiosos, es de lo mejor que he leído. Por alguna razón, esa novela me enganchó como pocas.

Pablo Soler Frost, Malebolge: Tenía algunas referencias de este escritor católico. Malebolge me pareció una obra tan oscura, como fascinante. Un auténtico drama ontológico.

Entre hombres, Germán Marggiori: Una novela negra, de espíritu juvenil, que bajo mi criterio expone en la forma más cruda la decadencia de la Argentina primermundista de Menem. Personajes inolvidables, jerga porteña actual, un librazo chingón, que fue mi lectura de viaje en septiembre de 2001 en Nueva Cork. Inolvidable. Jamás he vuelto a ver algo de este autor.

Mario Mendoza, Satanás: Con todo y su pasaje de El Exorcista bogotano, Satanás fue una de esas novelas que muerden.

Fantasmas Balcánicos, Robert Kaplan: No he vuelto a leer nada de Kaplan, pero Fantasmas Balcánicos es mi obra favorita de geopolítica. Hacen falta más obras así. Sólo un libro como ese puede hacerte entender Yugoslavia.


Y por supuesto, no están todos los que son…continuará.

Monday, May 18, 2009

"La vida es una máquina / para la que no hay respuestas / ni repuestos".

¿Aleatoriedad? ¿Funesto presagio? No lo se, pero el caso es que la capsula literaria del jueves pasado en el programa de mi colega y amiga Roxana Di Carlo la dedicamos a la obra Mario Benedetti, un pequeño y modesto homenaje todavía en vida.
Benedetti es de esos escritores a los que es fácil amar o por lo menos respetar. No he conocido todavía alguien que lo desprecie o al que su obra le repugne. En la extrema sencillez de su pluma y acaso de su vida entera, está su grandeza.
A raíz de este homenaje, me di a la tarea de releer “La casa y el ladrillo”, uno de esos ejemplares que suelen estar en mi buró por largas temporadas y al que suelo recurrir cuando despierto de madrugada. La muerte de Don Mario me sorprendió con su libro en mi mochila.
Sí, yo se que no es en absoluto un revolucionario de la poesía, que tanta sencillez cae en los territorios de la ternura, pero a Benedetti no se le adora porque sea un Rimbaud, un Mallarmé o un Pessoa, sino por su capacidad de convertir en poema el más ordinario y cotidiano de los momentos.
No, no me considero un devoto benedittiano y sin embargo muchos momentos de mi vida han estado marcados por un libro suyo. No, no es sofisticado, ni oscuro ni mucho menos maldito y sin embargo yo he sido feliz con sus libros. Más allá de “La tregua”, me quedo con “Andamios”, “La borra del café” y los cuentos de “Montevideanos”.
No se trata tampoco de afinidades ideológicas. Puedes no estar de acuerdo con Benedetti, pero jamás podrás cuestionar su coherencia, su estatura intelectual, su calidad humana. No conozco narradores de semejante altura que hayan mantenido un perfil de tan extrema modestia y que hayan practicado hasta las últimas consecuencias lo predicado. Colega periodista, futbolero de cepa como todo buen uruguayo (Benedetti tiene grandes cuentos de futbol), enamorado de ese mosaico de sencillez que ofrece la vida. Con Benedetti solía poner a dormir el instinto asesino.
Hay ciudades que se deben a un narrador. Montevideo existía en mi cabeza por la obra de Benedetti y cuando Carolina y yo visitamos esa ciudad en noviembre de 2005, sentí pasear por páginas de su obra mientras caminábamos la Rambla, la 18 de Julio o el Parque Rodó. Por ahora, sólo queda cerrar los ojos.

Cerrar los ojos

Cerremos estos ojos para entrar al misterio
el que acude con gozos y desdichas
así
en esta noche provocada
crearemos por fin nuestras propias estrellas
y nuestra hermosa colección de sueños
el pobre mundo seguirá rodando
lejos de nuestros párpados caídos
habrá hurtos abusos fechorías
o sea el espantoso ritmo de las cosas
allá en la calle seguirán los mismos
escaparates de las tentaciones
ah pero nuestros ojos tapados piensan sienten
lo que no pensaron ni sintieron antes
si pasado mañana los abrimos
el corazón acaso se encabrite
así hasta que los párpados
se nos caigan de nuevo
y volvamos al pacto de lo oscuro