Eterno Retorno

Friday, September 04, 2020

La Furia, embrión narrativo del whisky malevo (hasta ahora no publicado)

 


El primer guiño del horror por venir lo sentí al final de ese mes de junio, cuando llegaron todas las cuentas por pagar. La hipoteca de la casa en Madrid, la hipoteca de la casa en Marbella, el pago mínimo de las tarjetas de crédito. Por supuesto estaba el dinero del finiquito, pero solo hasta entonces intuí lo rápido que se consumiría si no hacía algo urgente para traer recursos a casa. Lo primero que debía hacer era inscribirme al paro. Durante años pensé que el paro era el non plus ultra de la humillación y la vergüenza. Veía a los parados como una especie de leprosos mendicantes en filas interminables que yo no estaba dispuesto a hacer, pero al final de ese verano la posibilidad de obtener ese cheque que me otorgaría el gobierno de mi país para aliviar mi condición de desempleado, empezó a no resultarme tan vergonzante como pensaba. Más allá del quebranto patrimonial, el desempleo significa ver reventar poco a poco las frágiles esferitas de cristal de lo que creíamos eran nuestras convicciones. Es, sobre todo, una cuestión de autoestima, de orgullo y  de suficiencia que se va reflejando poco a poco en el tono de voz, en la manera de caminar, en la mirada, en la fuerza con la que estrechamos una mano al saludar a alguien en la calle. Al principio lo peor del desempleo no es la carestía sino el tener que desempeñar el papel de desempleado ante los ojos de los demás. Ese es el más amargo de los tragos, aceptar que en la magna obra teatral de la vida, el papel que nos toca representar es el de un parado que hace fila para que el estado lo compense por su condición de improductivo, de inútil, de incapaz de allegarse de recursos. Hay gente  capaz de morirse de hambre con tal de no aceptarse ante los ojos del mundo como un lactante de la gran ubre estatal. La metamorfosis mental que sufre un desempleado puede ser lenta o al menos la mía así fue. Helena y yo tratábamos de aparentar que todo iba bien, que no pasaba nada y creo que muchos de nuestros vecinos en la pija urbanización que habitábamos hacían lo mismo. Por supuesto, yo no era el único desempleado de mi vecindario, pero en aquellos primeros tiempos de la crisis el mayor reto estaba en ver quién sabía disimular mejor su condición de paria. Ser burgués significa mostrar una suerte de despreocupación sofisticada, conducirse por la vida con la actitud de quien se sabe dueño absoluto de la situación. Lo peor de todo, es que al principio Helena y yo de verdad creíamos ser dueños de la situación y de nuestro destino. Pensábamos que se trataba simplemente de un incómodo bache que superaríamos de inmediato. Vaya, eso de la caridad social era para gitanos, para inmigrantes rumanos o ecuatorianos que hacían hasta lo imposible por comer gratis y recibir las limosnas del gobierno. Los españoles hechos y derechos como nosotros, que pagábamos miles de euros en impuestos y contribuíamos al desarrollo del país, no éramos la fauna tradicional de esas filas humillantes. Sin embargo, el español hecho y derecho que creía ser, fue a dar con su humanidad a ventanilla del paro al iniciar el otoño de aquel infausto 2008, en donde había otros tantos españoles hechos y derechos como yo,  que hasta hacía muy poco tenían en sus manos algo que creían era un futuro sólido y asegurado. 

Cuando la pobreza entra por la puerta el amor escapa por la ventana, dice una canción cursi que escuché hace algún tiempo y cuya sabiduría vivía ahora en carne propia. Ya pueden venirme a hablar a mí de la pureza de los sentimientos, de que lo verdaderamente importante en esta vida no cuesta, que el dinero no compra el amor. Ajá. Intenten vivir de luna de miel en un hogar donde el nivel de vida se cae drásticamente de un momento a otro y donde los centavos escasean. Los reto a poder mantener un ritmo normal de arrumacos, cariñitos y folladas más o menos normales con la pareja cuando el quebranto económico hace sentir sus efectos. Lo peor del cinturón apretado es el derrumbe de la autoestima, de la paz y de ese poderte echar cómodamente en tu sillón a beberte tu vaso de whisky mientras escuchas música o miras un partido. Si has sido pobre toda tu vida y has vivido siempre desayunando caldos de miseria, puede que tu manejo de la situación sea distinto, pero si eres un clasemediero convertido de pronto en pequeñoburgués que empieza a aprender a disfrutar las comodidades de lo que llaman buena vida y siente que su existencia cotidiana empieza a parecerse poco a poco a un comercial de televisión, te será peor que una crucifixión o una patada en los huevos situarte de buenas a primeras en los territorios de la pobreza y la austeridad extrema. Tal vez para Helena la señal de que nos estábamos volviendo pobres fue la venta de la casa de Marbella, pero para mí fue algo mucho más simple, aunque cargado de una siniestra simbología. Una tarde cualquiera estaba en el supermercado en la sección de vinos y licores dispuesto a surtir mi reglamentaria dotación de whisky que nunca, ni siquiera en crisis, falta en casa. Las botellas de Chivas y Black Label estaban ahí, como modelos en pasarela, contemplándome seductoras y apetecibles como putas en un burdel  y de repente, sin reparar en lo improbable y catastrófico  de semejante metamorfosis, mi mirada yacía posada sobre los whiskys baratos, comparando precios y haciendo cálculos. En mis manos estaban los McGregor, William Lawson o Vat 69 cuyo costo estaba por muy debajo de la mitad de los whiskys a los que estoy acostumbrado. Lo más humillante de todo, era la voz interior de mi yo miserable que me decía, venga es whisky, sabe a whisky y es de Escocia y después de todo no puede ser tan malo. El colmo de la bajeza ocurrió en el momento en que me acerqué a la caja a pagar un whisky malo, una botella barata de dudosa procedencia que se juraba escocesa y costaba la tercera parte de lo que me costaría un Black Label. Un hombre que empieza a beber whisky malo después pasar años sin aceptar ninguna botella que cueste menos de 50 euros, es un hombre que irremediablemente decae. Los adolescentes y los jóvenes, con sus estómagos nuevos y sus hormonas a tope, pueden darse el lujo de beber barato, pero un cuarentón con la vida hecha,  las convicciones bien cimentadas  y el estómago algo delicado por tanto estrés, no puede darse el lujo de beber tragos de lumbre y sin embargo, mi imagen a principios del 2010 era la de un tipo de 47 años bebiendo alcoholes de bajo precio en su casa mientras se pregunta qué mierdas hacer con la vida o lo que queda de ella.

Wednesday, September 02, 2020

La mar de contento

El escritor Mexicano Daniel Salinas Basave ganador de la XXV Edición del CERTAMEN LITERARIO SANTOÑA… LA MAR

 https://www.deconcursos.com/el-escritor-mexicano-daniel-salinas-basave-ganador-de-la-xxv-edicion-del-certamen-literario-santona-la-mar/ 

El autor natural de Monterrey y residente en Tijuana Daniel Salinas Basave, con el cuento La soledad de la marsopa, resultó ganador de la XXV Edición del Certamen Literario Santoña… la mar de relato corto de tema marino, a la que han optado 391 trabajos procedentes de España, Europa, Hispanoamérica, Israel y Japón. Este primer premio tiene una dotación económica de 4.000 euros.

El fallo se hizo público el viernes 28 de agosto en un acto celebrado en el Teatro Liceo de Santoña, que contó con la presencia del alcalde de la villa, Sergio Abascal Azofra, la titular de la Comisión de Cultura María Román Sanz (presidenta sin voto del Jurado) y de dos de los finalistas (pues el ganador no pudo viajar a España por las restricciones sanitarias derivadas del covid-19), además de los miembros del Jurado y numeroso público.

Los otros dos galardonados con sendos accésit (500 euros cada uno) fueron Gabriel Díaz Cuesta, residente en Madrid, con Llámeme K, y Alberto Pardo Balteiro, residente en Altafulla (Tarragona), con el cuento Albatros. En los próximos meses se publicará un libro con los relatos ganadores y otros dos más que a juicio del Jurado reúnan los méritos suficientes.

Tuesday, September 01, 2020

En el Cantábrico a la distancia

 


Santoña en mi corazón

 


Manda decir Eco Regional, Diario de Cantabria que...

El escritor mexicano Daniel Salinas Basave, ganador de la xxv edición del certamen literario Santoña… la mar

Se trata de un periodista y narrador que posee una amplia trayectoria literaria con la publicación de catorce libros

 


El autor residente en Tijuana Daniel Salinas Basave, con el cuento “La Soledad de la Marsopa”, resultó ganador de la XXV edición del certamenliterario “Santoña… la mar” de relato corto de tema marino, a la que han

optado 391 trabajos procedentes de España, Europa, Hispanoamérica,Israel y Japón. Este primer premio tiene una dotación económica de 4.000
euros.
El fallo se hizo público este pasado viernes 28 de agosto en un acto celebrado en el Teatro Liceo de Santoña, que contó con la presencia del alcalde de la
villa, Sergio Abascal Azofra, la titular de la Comisión de Cultura MaríaRomán Sanz (presidenta sin voto del Jurado) y de dos de los finalistas(pues el ganador no pudo viajas a España por las restricciones
sanitarias derivadas del covid-19), además de los miembros del Jurado y
numeroso público.

Los otros dos galardonados con sendos accésit (500 euros cada uno)
fueron Gabriel Díaz Cuesta, residente en Madrid, con “Llámeme K”, y Alberto Pardo Balteiro, residente en Altafulla (Tarragona), con elcuento “Albatros”. En los próximos meses se publicará un libro con los
relatos ganadores y otros dos más que a juicio del Jurado reúnan los
méritos suficientes.
El jurado estaba compuesto por María de los Ángeles Asensio de laSierra, profesora de español como lengua extranjera, José Martín Solaeta Pérez, arquitecto técnico y escritor, Dionisio García Cortázar, profesor
y escritor, Javier Aparicio Ruiz, escritor, ganador de la edición de 2015, Manuel Arrontes Junquera, escritor y ganador de la edición de2016, Leire Díez Castro, periodista, María del Puerto Jiménez Martínez,
profesora, Johanna Menor del Pozo, escritora, Francisco Quirce Gancedo,
ingeniero naval, e Inés Castresana Angulo, periodista, que actuó como
portavoz.
Daniel Salinas Basave, nacido en Monterrey en 1974, es un periodista ynarrador de la frontera mexicana. Se inició como reportero en el periódico “El Norte de Monterrey” y fue fundador del periódico “Frontera en
Tijuana” en 1999. Fue enviado como reportero a la Zona Cero de Nueva York
en 2001 y fue becario de la Sociedad Interamericana de Prensa enArgentina en el seminario Periodismo de Alto Riesgo 2008.
Es autor de catorce libros entre los que hay cuento, ensayo, novela y crónica periodística. Destacan “Juglares del Bordo” (Premio Fundación El
Libro 2018, Buenos Aires, Argentina); “Días de whisky malo” (Premio
Nacional de Cuento Gilberto Owen 2014 y Finalista del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2017 en Bogotá, Colombia); “Dispárenme como a Blancornelas” (Premio de Cuento La Paz
2014); “Bajo la luz de una estrella muerta” (Premio Internacional Sor Juana Inés de la Cruz 2015); Vientos de Santa Ana (finalista Premio Mauricio Achar-Random House); “El lobo en su hora” (Premio Bellas Artes
José Revueltas 2015) y “El Samurái de la Gráflex” (Fondo de Cultura
Económica

Apetito natural de desparramar palabra

 

 En mi hipotético manual sobre el arte de leer con café y escribir con whisky  debería resaltar la importancia de despertar temprano y del  sueño regular  como un elemento clave en la alineación de neuronas literarias. Hay mucha, muchísima lava hirviendo adentro del volcán pero se requieren condiciones concretas y atípicas para hacerla brotar. Puede a medias inducirse, pero el entorno y sobre todo el metabolismo, pueden conspirar a favor o en contra. Desde hace meses vengo barajando algunos personajes e  historias que revolotean por ahí, en plan celestino y calientahuevos. Hoy reparé en que bien se puede hacer una mescolanza de todo, un chocochorro prosístico donde lo mismo arrojemos frijoles, tocino, cabezas de pescado podrido, ajos, manteca, verdura y gordos de carne. Embadurnar todos los personajes y tramas fallidas y colarlos dentro de la pestífera moda cuarentenera y dar forma a algo que bien puede evocar un debrayado Decamerón, una ristra de errabundos que coinciden una tarde lluviosa de domingo frente al muro de Playas de Tijuana. Los une la complicidad del humo, el desbarrancadero existencial y el sinsentido. Acabarán refugiándose en algún viñedo por los rumbos de San José de la Zorra, aunque tampoco descarto ponerlos en plan Transpeninsular y hacerlos viajar a la heroica o a Loreto.   

Siesta

 

La siesta vespertina bajo el toldo azul trae consigo historias de viejos aviones de la Gran Guerra que se pasean por Hacienda del Mar entre columnas rotas y andamiajes abandonados de rascacielos. Los colegas de la corresponsalía beligerante fuman en el talud mientras imagino pedazos de aeronave y tanque cayendo sobre mi cabeza. La noche sin nombre, el debrayado Decamerón del tercer milenio, la canija vida que muerde tan fuerte.

Hablemos, porque tenemos que hablar, de los fálicos submarinos espías, que al sumergirse invocaban la precariedad de mi fosa nasal izquierda. Hablemos, de esos acuáticos alcahuetes del imperialismo, que informan sobre sospechosos movimientos desde la profundidad marina. Hablemos del segundo o tercer piso al que nunca me es dado acceder, de la corrosiva naturaleza del aire de calefacción encendida, del aliento de la helada Rumorosa soplándote como si tal cosa desde la terraza

Like a fucking the Death

 Like a fucking the Death (¿ o era the Dead?) pronunciado aposteriori con rabia metalera. Una lectura de Abad Faciolince  me trae de regreso una frase como enmantequillado pez en la red cazaduermevelas. Fucking the Death. Algo así decía la estrofa plagiada a Type O Negative: Loving you is like Fucking the Death. Lo decía yo muy orondo y suficiencio en alguna entrevista o conferencia: que para mí escribir es como coger con la Muerte y aquello en sueño me parecía el colmo de lo provocador y desafiante. Por lo demás, todo se limitaba a un Dejá Vu de aguas altas, aletas emergentes y los consabidos cetáceos nuestros (alimentar a un alegre delfín con juguetes me reconfortaba). Por supuesto, nuestro respectivo tiburón, larguísimo y estilizado en una ola surfa, tan típico de mis duermevelas.