Un descomunal Cristo de bisutería posado sobre una cúpula en obra negra nos contempló en los últimos días del año y nos da la bienvenida en las primeras horas del 2011.
Parece un Cristo prófugo de algún nacimiento de plaza populachera o el jerarca de una pastorela escolar que abre sus gigantescos brazos al siempre insurrecto Pacífico. No me sería difícil investigar su origen e historia (imagino algún pocho ex presidiario, evangélico redimido) pero por ahora la ignoro y me limito a contemplarlo de costado desde esta ventana. El Cristo le abre sus brazos al Pacífico y el océano nos abraza a nosotros desde cada rincón de la terraza.
Hace un rato vimos saltar un delfín saludando el nuevo año. ¿Cuántos delfines saltan en medio de nuestra perpetua distracción? ¿Cuántos saltan a nuestras espaldas? Cuestión de fijar la vista en el mar un par de minutos para ver aparecer las aletas.
Bebo el tercer o cuarto café del año e Iker no se decide a tomar su primera siesta del 2011. Las noches caen y el tiempo corre, presuroso peregrino hacia ninguna parte. La Historia trota cronómetro en mano sobre el carril de alta velocidad de una autopista atiborrada de baches (¿es una calle tijuanense por donde corre la Historia?)
El 2010 fue fiel a su esencia hasta el último día. Sin excesos ni hedonismos, el que se ha ido rompe con el estereotipo de “los mejores años de nuestras vidas” y sin embargo fue un gran año, 365 días para no olvidar, acaso estoy a punto de afirmar que ha sido el mejor, el año en que la vida me puso a estudiar maestría y doctorado en su escuela de la calle. Durante una década entera yo solo había tenido un trabajo y aunque era, según dicen, una profesión con sus dosis de alto riesgo, navegaba en las calmas aguas de una zona de mediocre confort donde siempre sabía cuántos centavos habría en la alcancía al final del mes. En 2010 tuve cinco trabajos diferentes y una buena cantidad de actividades alternas. En 2010 me conoció más gente de la que me había conocido en los diez anteriores años. En 2010 gané y perdí y por eso mismo el saldo final es de triunfo. Lo vivido, correteado y aprendido ya nadie me lo quita. La torta que Iker trajo bajo el brazo, fueron elevadas dosis de valor, voluntad y creatividad y por eso mismo empiezo el 2011plantando cara y mirando a los ojos de esa bestia llamada futuro.
Parece un Cristo prófugo de algún nacimiento de plaza populachera o el jerarca de una pastorela escolar que abre sus gigantescos brazos al siempre insurrecto Pacífico. No me sería difícil investigar su origen e historia (imagino algún pocho ex presidiario, evangélico redimido) pero por ahora la ignoro y me limito a contemplarlo de costado desde esta ventana. El Cristo le abre sus brazos al Pacífico y el océano nos abraza a nosotros desde cada rincón de la terraza.
Hace un rato vimos saltar un delfín saludando el nuevo año. ¿Cuántos delfines saltan en medio de nuestra perpetua distracción? ¿Cuántos saltan a nuestras espaldas? Cuestión de fijar la vista en el mar un par de minutos para ver aparecer las aletas.
Bebo el tercer o cuarto café del año e Iker no se decide a tomar su primera siesta del 2011. Las noches caen y el tiempo corre, presuroso peregrino hacia ninguna parte. La Historia trota cronómetro en mano sobre el carril de alta velocidad de una autopista atiborrada de baches (¿es una calle tijuanense por donde corre la Historia?)
El 2010 fue fiel a su esencia hasta el último día. Sin excesos ni hedonismos, el que se ha ido rompe con el estereotipo de “los mejores años de nuestras vidas” y sin embargo fue un gran año, 365 días para no olvidar, acaso estoy a punto de afirmar que ha sido el mejor, el año en que la vida me puso a estudiar maestría y doctorado en su escuela de la calle. Durante una década entera yo solo había tenido un trabajo y aunque era, según dicen, una profesión con sus dosis de alto riesgo, navegaba en las calmas aguas de una zona de mediocre confort donde siempre sabía cuántos centavos habría en la alcancía al final del mes. En 2010 tuve cinco trabajos diferentes y una buena cantidad de actividades alternas. En 2010 me conoció más gente de la que me había conocido en los diez anteriores años. En 2010 gané y perdí y por eso mismo el saldo final es de triunfo. Lo vivido, correteado y aprendido ya nadie me lo quita. La torta que Iker trajo bajo el brazo, fueron elevadas dosis de valor, voluntad y creatividad y por eso mismo empiezo el 2011plantando cara y mirando a los ojos de esa bestia llamada futuro.